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III.- La Catequesis en la actividad Pastoral y Misionera de la Iglesia

La catequesis: una etapa de la evangelización

18. La catequesis no puede disociarse del conjunto de actividades pastorales y misionales de la Iglesia. Ella tiene, sin embargo, algo específico propio sobre lo que la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos, en sus trabajos preparatorios y a lo largo de su celebración, se ha interrogado a menudo. La cuestión interesa también a la opinión pública, dentro y fuera de la Iglesia.

No es éste el lugar adecuado para dar una definición rigurosa y formal de la catequesis, suficientemente ilustrada en el «Directorio General de la Catequesis».[47] Compete a los especialistas enriquecer cada vez más su concepto y su articulación.

Frente a la incertidumbre de la práctica, recordemos simplemente algunos puntos esenciales, por lo demás ya consolidados en los documentos de la Iglesia, para una comprensión exacta de la catequesis y sin los cuales se correría el riesgo de no llegar a comprender todo su significado y su alcance.

Globalmente, se puede considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana. En este sentido, la catequesis se articula en cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, sin confundirse con ellos, que tienen un aspecto catequético, preparan a la catequesis o emanan de ella: primer anuncio del evangelio o predicación misional por medio del kerigma para suscitar la fe apologética o búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana, celebración de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio apostólico y misional.

Recordemos ante todo que entre la catequesis y la evangelización no existe ni separación u oposición, ni identificación pura y simple, sino relaciones profundas de integración y de complemento recíproco.

La Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» del 8 de diciembre de 1975, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, subrayó con toda razón que la evangelización —cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que viva de ella—, es una realidad rica, compleja y dinámica, que tiene elementos o, si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único movimiento.[48] La catequesis es uno de esos momentos —¡y cuán señalado!— en el proceso total de evangelización.

Catequesis y primer anuncio del Evangelio

19. La peculiaridad de la Catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio que ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo.[49] Pero en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener en cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido lugar. Cierto número de niños bautizados en su infancia llega a la catequesis parroquial sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna explícita y personal a Jesucristo, sino solamente la capacidad de creer puesta en ellos por el bautismo y la presencia del Espíritu Santo; y los prejuicios de un ambiente familiar poco cristiano o el espíritu positivista de la educación crean rápidamente algunas reticencias. A éstos es necesario añadir otros niños, no bautizados, para quienes sus padres no aceptan sino tardíamente la educación religiosa: por motivos prácticos, su etapa catecumenal se hará en buena parte durante la catequesis ordinaria. Además muchos preadolescentes y adolescentes, que han sido bautizados y que han recibido sistemáticamente una catequesis así como los sacramentos, titubean por largo tiempo en comprometer o no su vida con Jesucristo, cuando no se preocupan por esquivar la formación religiosa en nombre de su libertad. Finalmente los adultos mismos no están al reparo de tentaciones de duda o de abandono de la fe, a consecuencia de un ambiente notoriamente incrédulo. Es decir que la «catequesis» debe a menudo preocuparse, no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el umbral de la fe. Esta preocupación inspira parcialmente el tono, el lenguaje y el método de la catequesis.

Finalidad específica de la catequesis

20. La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo.

La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello.

Más concretamente, la finalidad de la catequesis, en el conjunto de la evangelización, es la de ser un período de enseñanza y de madurez, es decir, el tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por la fe la persona de Jesucristo como el solo Señor y habiéndole prestado una adhesión global con la sincera conversión del corazón, se esfuerza por conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su «misterio», el Reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que Él ha trazado a quien quiera seguirle.

Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, recordemos que este «sí» tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse en ella, pero significa también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra.

Necesidad de una catequesis sistemática

21. En su discurso de clausura de la IV Asamblea general del Sínodo, el Papa Pablo VI se felicitaba al «advertir que todos han señalado la gran necesidad de una catequesis orgánica y bien ordenada, ya que esa reflexión vital sobre el misterio mismo de Cristo es lo que principalmente distingue a la Catequesis de todas las demás formas de presentar la Palabra de Dios».[50]

Frente a las dificultades prácticas, hay que subrayar algunas características de esta enseñanza:

  • debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que le permita llegar a un fin preciso;
  • una enseñanza elemental que no pretenda abordar todas las cuestiones disputadas ni transformarse en investigación teológica o en exégesis científica;
  • una enseñanza, no obstante, bastante completa, que no se detenga en el primer anuncio del misterio cristiano, cual lo tenemos en el kerigma;
  • una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana.

Sin olvidar la importancia de múltiples ocasiones de catequesis, relacionadas con la vida personal, familiar, social y eclesial, que es necesario aprovechar y sobre las que os remito al capítulo VI, insisto en la necesidad de una enseñanza cristiana orgánica y sistemática, dado que desde distintos sitios se intenta minimizar su importancia.

Catequesis y experiencia vital

22. Es inútil insistir en la ortopraxis en detrimento de la ortodoxia: el cristianismo es inseparablemente la una y la otra. Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura; el esfuerzo por educar a los fieles a vivir hoy como discípulos de Cristo reclama y facilita el descubrimiento más profundo del Misterio de Cristo en la historia de la salvación.

Es asimismo inútil querer abandonar el estudio serio y sistemático del mensaje de Cristo, en nombre de una atención metodológica a la experiencia vital. «Nadie puede llegar a la verdad íntegra solamente desde una simple experiencia privada, es decir, sin una conveniente exposición del mensaje de Cristo, que es el "Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6)».[51]

No hay que oponer igualmente una catequesis que arranque de la vida a una catequesis tradicional, doctrinal y sistemática.[52] La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante una «traditio» viva y activa, de generación en generación. Pero esta revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio.

Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho especialmente de los sacerdotes: educadores del hombre y de la vida del hombre en la fe.[53]

Catequesis y sacramentos

23. La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres.

En la Iglesia primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, se identificaban. Aunque en este campo haya cambiado la práctica de la Iglesia, en los antiguos países cristianos, el catecumenado jamás ha sido abolido; conoce allí una renovación[54] y se practica abundantemente en las jóvenes Iglesias misioneras. De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Por una parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos y la catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental.

Catequesis y comunidad eclesial

24. La catequesis, finalmente, tiene una íntima unión con la acción responsable de la Iglesia y de los cristianos en el mundo. Todo el que se ha adherido a Jesucristo por la fe y se esfuerza por consolidar esta fe mediante la catequesis, tiene necesidad de vivirla en comunión con aquellos que han dado el mismo paso. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso la comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus miembros, pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido.

La catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero. Si hace bien, los cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana.

Necesidad de la catequesis en sentido amplio

para la madurez y fuerza de la fe

25. Así pues, gracias a la catequesis, el kerygma evangélico —primer anuncio lleno de ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a Jesucristo por la fe— se profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios implícitos, explicado mediante un discurso que va dirigido también a la razón, orientado hacia la práctica cristiana en la Iglesia y en el mundo. Todo esto no es menos evangélico que el kerygma, por más que digan algunos que la catequesis vendría forzosamente a racionalizar, aridecer y finalmente matar lo que de más vivo, espontáneo y vibrante hay en el kerygma. Las verdades que se profundizan en la catequesis son las mismas que hicieron mella en el corazón del hombre al escucharlas por primera vez. El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas o agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida.

En la concepción que se acaba de exponer, la catequesis se ajusta al punto de vista totalmente pastoral desde el cual ha querido considerarla el Sínodo. Este sentido amplio de la catequesis no contradice, sino que incluye, desbordándolo, el sentido estricto al que por lo común se atienen las exposiciones didácticas: la simple enseñanza de las fórmulas que expresan la fe.

En definitiva, la catequesis es tan necesaria para la madurez de la fe de los cristianos como para su testimonio en el mundo: ella quiere conducir a los cristianos «en la unidad de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y a formar al hombre perfecto, maduro, que realice la plenitud de Cristo»;[55] también quiere que estén dispuestos a dar razón de su esperanza a todos los que les pidan una explicación.[56]

Notas

[47] S. Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum Generale, nn. 17-35: AAS 64 (1972), pp. 110-118.

[48] Cf. nn. 17-24: AAS 68 (1976), pp. 17-22.

[49] Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque iuvenibus; Ad Populum Dei Nuntius, n. 1: loc. cit., pp. 3 s.; cf. «L'Osservatore Romano» (30 octubre 1977), p. 3.

[50] Discurso de clausura del Sínodo (29 octubre 1977): AAS 69 (1977), p. 634.

[51] Ibid.

[52] Directorium Catechisticum Generale, nn. 40 y 46: AAS 64 (1972), pp. 121 y 124s.

[53] Decr. sobre el ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, n 6: AAS 58 (1966), p. 999.

[54] Cf. Ordo initiationis christianae adultorum

[55] Ef 4, 13

[56] Cf. 1 Pe 3, 15

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