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Capítulo VII.- Testigos del Evangelio
Una Iglesia que testimonia
42. El concilio Vaticano II enseñó claramente que toda la Iglesia es misionera, y que la labor de evangelización corresponde a todo el pueblo de Dios[204] . Dado que el pueblo de Dios, como tal, ha sido enviado a predicar el Evangelio, la evangelización nunca será obra de una persona aislada; más bien, es una tarea eclesial, que debe cumplirse en comunión con toda la comunidad de fe. La misión es única e indivisa, pues tiene un solo origen y un único fin. Sin embargo, en su interior, existen diversas responsabilidades y diversos tipos de actividades[205] . En cualquier caso, es evidente que no puede haber auténtico anuncio del Evangelio si los cristianos no dan al mismo tiempo testimonio de una vida acorde con el mensaje que predican: "La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. (...) Todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros"[206]. Hoy hay especial necesidad de un auténtico testimonio cristiano, pues "el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías" [207]. Eso es verdad especialmente en el contexto de Asia, donde a las personas se las convence más con santidad de vida que con argumentos intelectuales. Por eso, la experiencia de la fe y de los dones del Espíritu Santo resultan el punto de partida de cualquier actividad misionera en las aldeas, en las ciudades, en las escuelas o en los hospitales, entre los discapacitados, los emigrantes o las poblaciones que viven en tribus, así como en la promoción de la justicia y en la defensa de los derechos humanos. Cada situación constituye para los cristianos una ocasión para demostrar la fuerza que ha adquirido en su vida la verdad de Cristo. Por consiguiente, la Iglesia en Asia, inspirada en el ejemplo de los numerosos misioneros que en el pasado dieron testimonio heroico del amor de Dios entre los pueblos del continente, se esfuerza hoy por testimoniar con igual celo a Jesucristo y su Evangelio. Lo exige la misión cristiana.
Los padres sinodales, conscientes del carácter esencialmente misionero de la Iglesia y con la mirada puesta en una nueva efusión del dinamismo del Espíritu Santo al inicio del nuevo milenio, pidieron que esta exhortación apostólica postsinodal ofrezca algunas directrices e indicaciones a los que trabajan en el vasto campo de la evangelización en Asia.
Los pastores
43. Es el Espíritu Santo quien impulsa a la Iglesia a cumplir la misión que Cristo le encomendó. Antes de enviar a los discípulos como sus testigos, Jesús les dio el Espíritu Santo (cf. Jn 20, 22), que actuaría a través de ellos, disponiendo el corazón de los oyentes (cf. Hch 2, 37). Lo mismo acontece con los que envía ahora. Por una parte, todos los bautizados, en virtud de la gracia misma del sacramento, están llamados a participar en la continuación de la misión salvífica de Cristo y pueden realizar esta tarea precisamente porque el amor de Dios ha sido derramado en su corazón mediante el Espíritu Santo, que les ha sido dado (cf. Rm 5, 5). Por otra, esta misión común se lleva a cabo mediante una gran variedad de funciones y carismas específicos. Cristo encomendó la responsabilidad principal de la misión de la Iglesia a los Apóstoles y a sus sucesores. En virtud de la ordenación episcopal y de la comunión jerárquica con la cabeza del Colegio episcopal, los obispos reciben el mandato y la autoridad de enseñar, gobernar y santificar al pueblo de Dios. Por voluntad de Cristo mismo, dentro del Colegio de los obispos, el Sucesor de Pedro -roca sobre la cual está construida la Iglesia (cf. Mt 16, 18)- desempeña un ministerio especial de unidad. Por consiguiente, los obispos deben ejercer su ministerio en unión con el Sucesor de Pedro, que es el garante de la verdad de su enseñanza y de su plena comunión en la Iglesia.
Los sacerdotes, asociados a los obispos en la obra del anuncio del Evangelio, mediante la ordenación están llamados a ser pastores del rebaño, heraldos de la buena nueva de la salvación y ministros de los sacramentos. Para servir a la Iglesia como Cristo quiere, los obispos y los sacerdotes necesitan una formación sólida y permanente, que les permita una renovación humana, espiritual y pastoral. Por consiguiente, tienen necesidad de cursos de teología, espiritualidad y ciencias humanas[208] . Los habitantes de Asia deben poder ver a los miembros del clero no sólo como agentes de la caridad o administradores de la institución, sino como hombres que tengan su mente y su corazón sintonizados con las profundidades del Espíritu (cf. Rm 8, 5). Al respeto que los asiáticos tienen por las personas revestidas de autoridad debe corresponder, por parte de quienes tienen responsabilidades ministeriales en la Iglesia, una clara rectitud moral. Los miembros del clero, con su vida de oración, con su servicio celoso y con su estilo ejemplar de vida, dan un gran testimonio del Evangelio en las comunidades que apacientan en nombre de Cristo. Pido fervientemente a Dios que los ministros ordenados de la Iglesia en Asia vivan y actúen con espíritu de comunión y colaboración con los obispos y con todos los miembros de la Iglesia, dando testimonio del amor que Jesús definió como auténtico distintivo de sus discípulos (cf. Jn 13, 35).
Deseo subrayar en particular la preocupación del Sínodo por la preparación de los formadores y profesores de los seminarios y de las facultades teológicas[209]. Además de una esmerada preparación en las ciencias sagradas y en las materias relacionadas con ellas, deberían recibir una formación específica orientada a la espiritualidad sacerdotal, al arte de la dirección espiritual y a los demás aspectos de la difícil y delicada tarea que les espera en la formación de los futuros sacerdotes. Se trata de un apostolado prioritario para el bien y la vitalidad de la Iglesia.
La vida consagrada y las sociedades misioneras
44. En la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata subrayé el íntimo vínculo que existe entre la vida consagrada y la misión. En los tres aspectos de confessio Trinitatis, signum fraternitatis y servitium caritatis, la vida consagrada hace visible el amor de Dios en el mundo, testimoniando de manera específica la misión salvífica realizada por Jesús mediante su consagración total al Padre. La Iglesia en Asia, reconociendo que toda acción realizada en la Iglesia se apoya en la oración y en la comunión con Dios, considera con profundo respeto y aprecio a las comunidades religiosas contemplativas como una fuente especial de fuerza e inspiración. Acogiendo las recomendaciones de los padres sinodales, aliento encarecidamente la fundación de comunidades monásticas y contemplativas, donde sea posible. De esa forma, como recuerda el concilio Vaticano II, la obra de edificación de la ciudad terrena puede cimentarse en el Señor y tender a él, para que los constructores no trabajen en vano[210].
La búsqueda de Dios, una vida de comunión y el servicio a los demás son las tres características principales de la vida consagrada, que pueden dar un testimonio cristiano atractivo a los pueblos de Asia hoy. La Asamblea especial para Asia insistió en que los consagrados sean testigos, ante los cristianos y ante los no cristianos, de la llamada universal a la santidad, y sean un ejemplo que impulse tanto a unos como a otros al amor generoso hacia todos, especialmente hacia los más pequeños entre sus hermanos y hermanas. En un mundo donde el sentido de la presencia de Dios se halla con frecuencia ofuscado, las personas consagradas deben dar un testimonio convincente y profético del primado de Dios y de la vida eterna. Viviendo en comunidad, atestiguan los valores de la fraternidad cristiana y de la fuerza transformadora de la buena nueva[211]. Quienes han abrazado la vida consagrada están llamados a convertirse en líderes en la búsqueda de Dios, una búsqueda que siempre ha apasionado al corazón humano y es particularmente visible en las diversas formas de espiritualidad y ascetismo de Asia[212] . En las numerosas tradiciones religiosas de ese continente, los hombres y mujeres que se han dedicado a la vida contemplativa y ascética gozan de mucho respeto y su testimonio tiene una gran fuerza de persuasión. Viviendo en comunidad, mediante un testimonio pacífico y silencioso, con su vida pueden estimular a las personas a trabajar por una mayor armonía en la sociedad. Eso es lo que se espera también de las mujeres y hombres consagrados en la tradición cristiana. El ejemplo de pobreza y abnegación, de pureza y sinceridad, de capacidad de sacrificio en la obediencia puede convertirse en testimonio elocuente, capaz de conmover a las personas de buena voluntad y llevar a un diálogo fructuoso con las culturas y las religiones del entorno y con los pobres y los indefensos. Eso hace que la vida consagrada sea un medio privilegiado para una evangelización eficaz[213].
Los padres sinodales reconocieron el papel vital que, durante los siglos pasados, han desempeñado en la evangelización de Asia las órdenes y las congregaciones religiosas, así como los institutos misioneros y las sociedades de vida apostólica. Por esta magnífica contribución, el Sínodo les expresó la gratitud de la Iglesia y los exhortó a no cejar en su compromiso misionero[214]. Juntamente con los padres sinodales, invito a los consagrados a renovar su celo por proclamar la verdad salvífica de Cristo. A todos se les debe asegurar una formación y unas prácticas adecuadas, que estén centradas en Cristo y sean fieles al propio carisma de fundación, poniendo el acento en la santidad personal y en el testimonio. Su espiritualidad y su estilo de vida deben corresponder a la herencia religiosa de las personas entre las que viven y a las que sirven[215]. Respetando su carisma específico, se les pide que se integren en los planes pastorales de la diócesis en la que se encuentran; y las Iglesias locales, por su parte, deben reavivar la conciencia del ideal de la vida religiosa y consagrada, promoviendo dichas vocaciones. Eso exige que cada diócesis elabore un programa pastoral para promover las vocaciones, asignando también sacerdotes o religiosos que trabajen a tiempo completo entre los jóvenes, para ayudarles a escuchar y discernir la llamada de Dios[216].
En el marco de la comunión de la Iglesia universal, no puedo por menos de invitar a la Iglesia en Asia a enviar misioneros, aunque ella misma tenga necesidad de obreros para la viña. Me alegra constatar que se han fundado recientemente institutos misioneros de vida apostólica en varios países de Asia, como reconocimiento del carácter misionero de la Iglesia y de la responsabilidad de las Iglesias particulares en Asia de anunciar el Evangelio en todo el mundo[217] . Los padres sinodales recomendaron que, "donde no existan, se instituyan, dentro de cada Iglesia local de Asia, sociedades misioneras de vida apostólica, caracterizadas por un compromiso específico en favor de la misión ad gentes, ad exteros y ad vitam"[218]. Esa iniciativa dará seguramente frutos abundantes no sólo en las Iglesias que reciben a los misioneros, sino también en las que los envían.
Los laicos
45. Como indica claramente el concilio Vaticano II, la vocación laical inserta sólidamente a los laicos en el mundo, para que cumplan las tareas más diversas, estando llamados a difundir en él el evangelio de Jesucristo[219] . En virtud de la gracia y de la llamada del bautismo y de la confirmación, todos los laicos son misioneros; y el campo de su trabajo misionero es el mundo vasto y complejo de la política, de la economía, de la industria, de la educación, de los medios de comunicación, de la ciencia, de la tecnología, de las artes y del deporte. En muchos países del continente, los laicos ya están actuando como auténticos misioneros, llegando a sus paisanos, que de otra manera nunca habrían tenido contacto con el clero o con los religiosos[220] . Les expreso la gratitud de toda la Iglesia y aliento a todos los laicos a que asuman el papel que les corresponde en la vida y en la misión del pueblo de Dios, como testigos de Cristo dondequiera que se encuentren.
A los pastores compete la tarea de asegurar que los laicos se formen como evangelizadores capaces de afrontar los desafíos del mundo contemporáneo, no sólo con la sabiduría y la eficiencia del mundo, sino también con un corazón renovado y fortalecido por la verdad de Cristo[221] . Testimoniando el Evangelio en todos los ámbitos de la vida social, los fieles laicos pueden desempeñar un papel único para erradicar la injusticia y la opresión, y también con vistas a esa tarea deben recibir una formación adecuada. Para este fin, apoyo la propuesta de los padres sinodales de crear a nivel diocesano o nacional centros para la formación de los laicos, que los preparen para la actividad misionera como testigos de Cristo en Asia hoy[222].
Los padres sinodales manifestaron en particular su deseo de que haya más participación en la Iglesia, de forma que en ella nadie se sienta excluido, y afirmaron que una mayor participación de la mujer en la vida y en la misión de la Iglesia es una necesidad realmente urgente. "La mujer tiene una aptitud particular para transmitir la fe y, por eso, Jesús recurrió a ella para la evangelización. Así sucedió con la samaritana, a la que Jesús encontró en el pozo de Jacob y eligió para la primera difusión de la nueva fe en territorio no judío"[223]. Para valorar su servicio en la Iglesia, es preciso ofrecer a la mujer mayores oportunidades de frecuentar cursos de teología y otras materias de estudio; y es preciso educar a los hombres en los seminarios y en las casas de formación para considerar a la mujer como colaboradora en el apostolado[224]. Hay que implicar de manera más eficaz a la mujer en los programas pastorales, en los consejos pastorales diocesanos y parroquiales, y en los sínodos diocesanos. Su capacidad de servicio debería ser plenamente apreciada en el ámbito de la sanidad, en la educación, en la preparación de los fieles para los sacramentos, en la edificación de la comunidad y en la labor en favor de la paz. Como advirtieron los padres sinodales, la presencia de la mujer en la misión de amor y servicio de la Iglesia contribuye en gran medida a llevar a los habitantes de Asia, especialmente a los pobres y marginados, a Jesús, rico en misericordia, capaz de curar y reconciliar[225].
La familia
46. La familia es el lugar normal donde las generaciones jóvenes alcanzan la madurez personal y social. La familia encierra la herencia de la humanidad misma, dado que la vida pasa por ella de generación en generación. La familia ocupa un lugar muy importante en las culturas de Asia y, como subrayaron los padres sinodales, los valores familiares como el respeto filial, el amor y el cuidado de los ancianos y los enfermos, el amor a los pequeños y la armonía, son tenidos en gran estima en todas las culturas y tradiciones religiosas de ese continente.
La familia, a la luz de la fe cristiana, es "la iglesia doméstica"[226]. La familia cristiana, como la Iglesia entera, debe ser el lugar donde la verdad del Evangelio es regla de vida y don que los miembros de la familia dan a la comunidad más amplia. No es simplemente objeto del cuidado pastoral de la Iglesia, sino también uno de los agentes más eficaces de evangelización. Hoy las familias cristianas están llamadas a testimoniar el Evangelio en tiempos y circunstancias difíciles, cuando la familia misma se halla amenazada por un conjunto de fuerzas[227]. Para ser agente de evangelización en esas circunstancias, la familia cristiana necesita ser auténticamente "la iglesia doméstica", viviendo con amor humilde la vocación cristiana.
Como indicaron los padres sinodales, eso significa que la familia debe desempeñar un papel activo en la vida de la parroquia, tomando parte en los sacramentos, especialmente en los de la Eucaristía y la penitencia, y comprometiéndose en el servicio a los demás. Eso implica también que los padres deben esforzarse por hacer que los momentos en que la familia se reúne habitualmente constituyan una oportunidad de oración, de lectura y de reflexión sobre la Biblia, de adecuadas celebraciones presididas por ellos y de sana expansión. Eso ayudará a la familia cristiana a transformarse en foco de evangelización, donde cada miembro experimente el amor de Dios y lo comunique a los demás[228]. Los padres sinodales también reconocieron que los hijos desempeñan un papel en la evangelización tanto de su propia familia como de la comunidad más amplia[229]. Convencido de que "el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia"[230] , una vez más propongo estudiar y aplicar lo que indiqué sobre el tema de la familia en la exhortación apostólica Familiaris consortio, fruto de la V Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos de 1980.
Los jóvenes
47. Los padres sinodales se mostraron particularmente sensibles con respecto al tema de la juventud en la Iglesia. Los numerosos y complejos problemas que los jóvenes afrontan hoy en el mundo asiático, en proceso de cambio, impulsan a la Iglesia a invitarlos a cumplir sus responsabilidades con relación al futuro de la sociedad y de la Iglesia, animándolos y sosteniéndolos en todo momento para estar segura de que sean capaces de asumir esa responsabilidad. La Iglesia les ofrece la verdad del Evangelio como un misterio gozoso y liberador, que es preciso conocer, vivir y compartir con los demás con convicción y valentía.
Para que los jóvenes puedan ser agentes eficaces de misión, es necesario que la Iglesia les ofrezca una atención pastoral adecuada[231]. En sintonía con los padres sinodales, recomiendo que, en la medida de las posibilidades, cada diócesis de Asia designe capellanes o directores de la juventud para promover su formación espiritual y el apostolado entre los jóvenes. Las escuelas católicas y las parroquias tienen el papel vital de ofrecer una formación integral a los jóvenes, tratando de llevarlos por el camino del seguimiento auténtico de Cristo y desarrollando en ellos las cualidades humanas que la misión requiere. Obras apostólicas organizadas para la juventud o centros específicos para ellos pueden brindar la experiencia de la amistad cristiana, tan importante para los jóvenes. La parroquia, las asociaciones y los movimientos pueden ayudarles a afrontar mejor las presiones sociales, ofreciéndoles no sólo un crecimiento más maduro en la vida cristiana, sino también un apoyo bajo forma de asesoramiento para la orientación profesional, la búsqueda vocacional y la problemática juvenil.
La formación cristiana de los jóvenes en Asia debe partir del reconocimiento de que no sólo son objeto de la atención pastoral de la Iglesia, sino también "agentes y cooperadores en la misión de la Iglesia en las diferentes tareas apostólicas de amor y servicio"[232] . Por tanto, en las parroquias y en las diócesis, es preciso invitar a los jóvenes a tomar parte en la organización de actividades que les afectan y los implican. Su vitalidad y entusiasmo, su espíritu de solidaridad y de esperanza los pueden convertir en constructores de paz en un mundo dividido. A este respecto, es alentador ver a jóvenes que participan en programas de intercambio entre Iglesias particulares de países asiáticos y de otros continentes, con miras a la promoción del diálogo interreligioso e intercultural.
Las comunicaciones sociales
48. En una época de globalización, "los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia, que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales. Sobre todo las nuevas generaciones crecen en un mundo condicionado por estos medios"[233]. En el mundo está surgiendo una nueva cultura que "nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas y nuevos comportamientos sicológicos"[234]. El papel excepcional que desempeñan los medios de comunicación social para forjar el mundo, las culturas y los modos de pensar, ha llevado a las sociedades asiáticas a grandes y rápidos cambios.
De forma inevitable, también la misión evangelizadora de la Iglesia está profundamente marcada por el impacto de esos medios, los cuales, dado su creciente influjo hasta en las zonas más remotas de Asia, pueden prestar gran ayuda al anuncio del Evangelio en todo el continente. Sin embargo, "no basta usarlos para difundir el mensaje cristiano y el magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna"[235]. Con ese fin, la Iglesia necesita encontrar modos nuevos de integrar plenamente los medios de comunicación en la planificación y en las actividades pastorales, de forma que, mediante su uso eficaz, la fuerza del Evangelio llegue a un numero mayor de personas y a poblaciones enteras, e infunda en las culturas de Asia los valores del Reino.
Juntamente con los padres sinodales, felicito a Radio Veritas de Asia, la única estación de radio que tiene la Iglesia en el continente, por sus casi treinta años de evangelización mediante la radiodifusión. Será necesario trabajar para fortalecer este excelente instrumento misionero mediante una adecuada programación lingüística, así como mediante la aportación de colaboradores y el apoyo económico por parte de las Conferencias episcopales y las diócesis de Asia[236] . Además de la radio, las publicaciones católicas y las agencias de prensa pueden ayudar a difundir información y ofrecer educación y formación religiosa continua en todo el continente. En los lugares donde los cristianos constituyen una minoría, estos instrumentos pueden ser importantes para sostener y alimentar el sentido de la identidad católica y difundir el conocimiento de los principios morales católicos[237].
Hago mías las recomendaciones de los padres sinodales sobre la evangelización mediante las comunicaciones sociales, el "areópago de los tiempos modernos", con la esperanza de que ello sirva para la promoción humana y la difusión de la verdad de Cristo y de la enseñanza de la Iglesia[238]. Ayudaría que cada diócesis instituya, donde sea posible, una oficina para las comunicaciones sociales y para los medios de comunicación. La educación con vistas a los medios, que abarca la valoración crítica de sus productos, debe formar parte cada vez más de la formación de los sacerdotes, de los seminaristas, de los religiosos, de los catequistas, de los profesionales laicos, de los estudiantes de las escuelas católicas y de las comunidades parroquiales. Dada la amplia influencia e impacto extraordinario de los medios de comunicación, los católicos deben colaborar con los miembros de otras Iglesias y comunidades eclesiales, y con los seguidores de otras religiones, para asegurar a los valores espirituales y morales un lugar en dichos medios. Con los padres sinodales, aliento el desarrollo de los planes pastorales para las comunicaciones tanto a nivel nacional como diocesano, siguiendo las indicaciones de la instrucción pastoral Aetatis novae, prestando la debida atención a las circunstancias especiales de Asia.
Los mártires
49. Por más importantes que sean los programas de formación y las estrategias, al final es el martirio el que revela la esencia más auténtica del mensaje cristiano. La palabra misma "mártir" significa testigo, y los que han derramado su sangre por Cristo han dado el testimonio supremo del auténtico valor del Evangelio. En la bula de convocación del gran jubileo del año 2000, Incarnationis mysterium, subrayé la importancia vital de recordar a los mártires. Escribí: "Desde el punto de vista psicológico, el martirio es la demostración más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y que manifiesta su belleza incluso en medio de las persecuciones más atroces"[239]. A lo largo de los siglos, Asia ha dado a la Iglesia y al mundo un gran número de estos héroes de la fe, y desde el corazón de Asia se eleva el gran canto de alabanza: "Te martyrum candidatus laudat exercitus". Éste es el himno de los que han muerto por Cristo en tierra de Asia en los primeros siglos de la Iglesia, y es también el grito gozoso de hombres y mujeres de tiempos más recientes, como san Pablo Miki y compañeros, san Lorenzo Ruiz y compañeros, san Andrés Dung Lac y compañeros, san Andrés Kim Taegon y compañeros. Que el gran ejército de mártires de Asia, antiguos y nuevos, enseñe constantemente a la Iglesia que está en ese continente lo que significa dar testimonio del Cordero, en cuya sangre han lavado sus vestidos resplandecientes (cf. Ap 7, 14). Que sean testigos indómitos de que los cristianos están llamados a proclamar siempre y por doquier sólo la fuerza de la cruz del Señor. Y la sangre de los mártires de Asia sea ahora, como siempre, semilla de vida nueva para la Iglesia en todo el continente.
Notas
[204] Cf. decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 2 y 35.
[205] Cf. JUAN PABLO II, carta enc. Redemptoris missio, 31: AAS 83 (1991) 277.
[206] Ib.,42: l.c., 289.
[207] Ib.
[208] Cf. Propositio 25.
[209] Cf. ib.
[210] Cf. const. dogm.Lumen gentium, sobre la Iglesia, 46.
[211] Cf. Propositio 27.
[212] Cf. JUAN PABLO II, exhort. ap. post-sinodal Vita consecrata, 103: AAS 88 (1996) 479.
[213] Cf. PABLO VI, exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 69: AAS 68 (1976) 59.
[214] Cf. Propositio 27.
[215] Cf. ib.
[216] Cf. ib.
[217] Cf. Propositio 28.
[218] Ib.
[219] Cf. const. dogm.Lumen gentium, sobre la Iglesia, 31.
[220] Cf. Propositio 29.
[221] Cf. ib.
[222] Cf. ib.
[223] JUAN PABLO II, Catequesis durante la audiencia general, 13 de julio de 1994, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de julio de 1994, p. 3.
[224] Cf. Propositio 35.
[225] Cf. ib.
[226] CONC. ECUM. VAT. II, const. dogm. Lumen gentium,sobre la Iglesia, 11.
[227] Cf. ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Relatio ante disceptationem: L'Osservatore Romano, 22 de abril de 1998, p. 6.
[228] Cf. Propositio 32.
[229] Cf. Propositio 33.
[230] JUAN PABLO II, Discurso a la Confederación de los consultorios familiares de inspiración cristiana, 29 de noviembre de 1980, n. 4: L'Osservatore Romano,edición en lengua española, 25 de enero de 1981, p. 14.
[231] Cf. Propositio 34.
[232] Ib.
[233] JUAN PABLO II, carta enc. Redemptoris missio, 37: AAS 83 (1991) 285.
[234] Ib.
[235] Ib.
[236] Cf. Propositio 45.
[237] Cf. ib.
[238] Cf. ib.
[239] JUAN PABLO II, bula Incarnationis mysterium (29 de noviembre de 1998), 13: AAS 91 (1999) 142.
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