» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Exhortaciones Apostólicas de Juan Pablo II » Ecclesia in Africa » Capítulo VI.- Edificar el Reino de Dios
I.- Factores preocupantes
Devolver la esperanza a los jóvenes
115. La situación económica de pobreza tiene un impacto particularmente negativo en los jóvenes. Ellos entran en la vida de los adultos con escaso entusiasmo por causa de un presente marcado por no pocas frustraciones, y miran aún con menor esperanza hacia el futuro, que aparece a sus ojos como triste y oscuro. Por esto tienden a escapar de las zonas rurales descuidadas y se agrupan en las ciudades, que, en el fondo, no les ofrecen cosas mejores. Muchos de ellos marchan al extranjero como al exilio, y allí viven una existencia precaria de refugiados económicos. Siento el deber, junto con los Padres del Sínodo, de defender su causa: es necesario y urgente encontrar una solución a su deseo impaciente de participar en la vida de la Nación y de la Iglesia.221
Al mismo tiempo, sin embargo, quiero dirigir también una llamada a los jóvenes: queridos jóvenes, el Sínodo os pide que os hagáis cargo del desarrollo de vuestras Naciones, que améis la cultura de vuestro pueblo y trabajéis por su revitalización con fidelidad a vuestra herencia cultural, con el perfeccionamiento del espíritu científico y técnico y, sobre todo, con el testimonio de fe cristiana.222
El flagelo del SIDA
116. Ante la perspectiva de pobreza general y de servicios sanitarios inadecuados, el Sínodo ha considerado el trágico flagelo del SIDA, que siembra dolor y muerte en numerosas zonas de África. Ha constatado las consecuencias de comportamientos sexuales irresponsables en la difusión de esta enfermedad y ha formulado esta firme recomendación: «El afecto, la alegría, la felicidad y la paz proporcionados por el matrimonio cristiano y por la fidelidad, así como la seguridad dada por la castidad, deben ser continuamente presentados a los fieles, sobre todo a los jóvenes».223
La lucha contra el SIDA debe ser llevada a cabo por todos. Haciendo eco a la voz de los Padres sinodales, pido también a los agentes pastorales que ofrezcan a los hermanos y hermanas afectados por el SIDA todo el alivio moral y espiritual. A los hombres de ciencia y a los responsables políticos de todo el mundo suplico con viva insistencia que, movidos por el amor y el respeto que se deben a toda persona humana, no escatimen medios capaces de poner fin a este flagelo.
¡«Con las espadas forjad arados» (cf. Is 2, 4): nunca más guerras!
117. La tragedia de las guerras que destrozan África ha sido descrita por los Padres sinodales con palabras incisivas: «África es, desde hace varios decenios, teatro de guerras fratricidas que diezman las poblaciones y destruyen sus riquezas naturales y culturales».224 El dolorosísimo fenómeno, además de las causas externas a África, las tiene internas, como «el tribalismo, el nepotismo, el racismo, la intolerancia religiosa, la sed de poder, llevada al extremo en los regímenes totalitarios que se burlan impunemente de los derechos y de la dignidad del hombre. Las poblaciones escarnecidas y reducidas al silencio sufren, como víctimas inocentes y resignadas, todas estas situaciones de injusticia».225
Uno mi voz a la de los miembros de la Asamblea sinodal para deplorar las situaciones de indecible sufrimiento, provocadas por tantos conflictos presentes o potenciales, y para pedir a quienes tienen la posibilidad de poner fin a estas tragedias que se comprometan a fondo.
Además, exhorto, junto con los Padres sinodales, a un compromiso efectivo que promueva en el continente condiciones de mayor justicia social y de un ejercicio más equitativo del poder, para preparar así el terreno a la paz. «Si quieres la paz, trabaja por la justicia».226 Es preferible —y también más fácil— prevenir las guerras que tratar de pararlas después que han estallado. Es hora de que los pueblos rompan sus espadas para hacer con ellas arados y sus lanzas para transformarlas en podaderas (cf. Is 2, 4).
118. La Iglesia en África —particularmente por medio de algunos de sus responsables— ha estado en primera línea en la búsqueda de soluciones negociadas para los conflictos armados que han estallado en numerosas zonas del continente. Esta misión de pacificación debe continuar, alentada por la promesa del Señor en las Bienaventuranzas: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9).
Los que alimentan las guerras en África mediante el tráfico de armas son cómplices de odiosos crímenes contra la humanidad. A este respecto hago mías las recomendaciones del Sínodo que, después de haber declarado: «El comercio de armas que siembra la muerte es un escándalo», ha dirigido una llamada a todos los Países que venden armas a África para implorarles que «dejen este comercio» y ha pedido a los gobiernos africanos que «renuncien a los excesivos gastos militares para dedicar más recursos a la educación, la sanidad y el bienestar de sus pueblos».227
África debe continuar buscando medios pacíficos y eficaces a fin de que los regímenes militares pasen el poder a los civiles. Sin embargo, es también verdad que los militares están llamados a desarrollar su papel peculiar en el País. Por esto el Sínodo, mientras elogia a «los hermanos soldados por el servicio que desempeñan en nombre de nuestras naciones»,228 a continuación les advierte con fuerza que «deberán responder directamente a Dios de cualquier acto de violencia realizado contra vidas inocentes».229
Refugiados y prófugos
119. Uno de los frutos más amargos de las guerras y de las dificultades económicas es el triste fenómeno de los refugiados y los prófugos, fenómeno que, como recuerda el Sínodo, ha alcanzado dimensiones trágicas. La solución ideal está en el restablecimiento de una paz justa, en la reconciliación y en el desarrollo económico. Por tanto, es urgente que las organizaciones nacionales, regionales e internacionales resuelvan de modo equitativo y duradero los problemas de los refugiados y de los prófugos.230 Entre tanto, puesto que el continente sigue sufriendo las migraciones masivas de refugiados, dirijo una apremiante llamada para que se les preste ayuda material y se les ofrezca apoyo pastoral allí donde se encuentran, en África o en otros continentes.
El peso de la deuda internacional
120. La cuestión de la deuda de las naciones pobres con las ricas es objeto de gran preocupación para la Iglesia, como resulta de numerosos documentos oficiales y de no pocas intervenciones de la Santa Sede en diversas ocasiones.231
Recordando ahora las palabras de los Padres sinodales, siento ante todo el deber de exhortar a «los Jefes de Estado en África y a sus gobiernos a que no opriman al pueblo con deudas internas y externas».232 Dirijo además una fuerte llamada «al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, así como a todos los acreedores, para que mitiguen las deudas que sofocan a las naciones africanas».233 Finalmente pido con insistencia «a las Conferencias Episcopales de los Países industrializados que se hagan abogados de esta causa ante sus gobiernos y otros organismos interesados».234 La situación de numerosos Países africanos es tan dramática que no consiente actitudes de indiferencia y desinterés.
Dignidad de la mujer africana
121. Uno de los signos típicos de nuestra época es la creciente toma de conciencia de la dignidad de la mujer y de su papel específico en la Iglesia y en la sociedad en general. «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó» (Gn 1, 27).
Yo mismo he afirmado repetidamente la fundamental igualdad y la enriquecedora complementariedad existentes entre el hombre y la mujer.235 El Sínodo ha aplicado estos principios a la condición de las mujeres en África. Sus derechos y deberes de cara a la formación de la familia y la plena participación en el desarrollo de la Iglesia y de la sociedad han sido puestos de relieve de manera notable. Por lo que se refiere específicamente a la Iglesia, es oportuno que las mujeres, adecuadamente formadas, participen, al nivel apropiado, en las actividades apostólicas de la Iglesia.
La Iglesia deplora y condena, en la medida en que están presentes en diversas sociedades africanas, todas «las costumbres y prácticas que privan a las mujeres de sus derechos y del respeto que les es debido».236 Es de desear que las Conferencias Episcopales creen comisiones especiales para profundizar el estudio de los problemas de la mujer en colaboración, donde sea posible, con las instancias gubernamentales competentes.237
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