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Introducción
Un gozoso anuncio para Europa
1. La Iglesia en Europa ha acompañado con sentimientos de cercanía a sus Obispos reunidos por segunda vez en Sínodo, mientras estaban dedicados a meditar en Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa.
Es un tema que también yo, recordando con mis hermanos Obispos las palabras de la Primera Carta de san Pedro, deseo proclamar a todos los cristianos de Europa al comienzo del tercer milenio. " No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza " (3, 14-15).[1]
Esta exhortación ha tenido eco continuamente durante el Gran Jubileo del año dos mil, con el cual el Sínodo, celebrado inmediatamente antes, ha estado en estrecha relación, como una puerta abierta hacia él.[2] El Jubileo ha sido " un canto de alabanza único e ininterrumpido a la Trinidad ", un auténtico " camino de reconciliación " y un " signo de la genuina esperanza para quienes miran a Cristo y a su Iglesia ".[3] Al dejarnos en herencia la alegría del encuentro vivificante con Cristo, que " es el mismo, ayer, hoy y siempre " (cf. Hb 13, 8), nos ha presentado al Señor Jesús como único e indefectible fundamento de la verdadera esperanza.
Un segundo Sínodo para Europa
2. La profundización en el tema de la esperanza fue desde el principio el objetivo principal de la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos. Era el último de la serie de Sínodos de carácter continental celebrados como preparación para el Gran Jubileo del año dos mil [4] y tenía como objetivo analizar la situación de la Iglesia en Europa y ofrecer indicaciones para promover un nuevo anuncio del Evangelio, como subrayé en la convocatoria que anuncié públicamente el 23 de junio de 1996, al final de la Eucaristía celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín. [5]
La Asamblea sinodal no podía dejar de referirse, evaluar y desarrollar lo que se había puesto de relieve en el Sínodo anterior dedicado a Europa y celebrado en 1991, apenas después de la caída del muro, sobre el tema " Para ser testigos de Cristo que nos ha liberado ". Aquella primera Asamblea puso de relieve la urgencia y la necesidad de la " nueva evangelización ", consciente de que " Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo ".[6]
Transcurridos nueve años, se ha considerado, con toda su fuerza estimulante, que " la Iglesia tiene la tarea urgente de aportar, de nuevo, a los hombres de Europa el anuncio liberador del Evangelio ".[7] El tema elegido para la nueva Asamblea sinodal reiteró el mismo reto, esta vez desde la perspectiva de la esperanza. Se trataba, pues, de proclamar esta exhortación a la esperanza a una Europa que parecía haberla perdido.[8]
La experiencia del Sínodo
3. La Asamblea sinodal, celebrada del 1 al 23 de octubre de 1999, ha sido una preciosa oportunidad de encuentro, escucha y confrontación: se ha profundizado en el conocimiento mutuo entre Obispos de diversas partes de Europa y con el Sucesor de Pedro y, todos juntos, hemos podido edificarnos recíprocamente, sobre todo gracias a los testimonios de aquellos que han soportado duras y prolongadas persecuciones a causa de la fe bajo los regímenes totalitarios pasados.[9] Hemos vivido una vez más momentos de comunión en la fe y en la caridad, animados por el deseo de realizar un fraterno " intercambio de dones " y enriquecidos mutuamente con las diversas experiencias de cada uno.[10]
De todo ello ha surgido el deseo de acoger la llamada que el Espíritu dirige a las Iglesias en Europa para que se comprometan ante los nuevos desafíos.[11] Con una mirada llena de amor, los participantes en el encuentro sinodal han examinado sin reparos la realidad actual del Continente, constatando en ella luces y sombras. Se ha llegado a la clara convicción de que la situación está marcada por graves incertidumbres en el campo cultural, antropológico, ético y espiritual. Asimismo, se ha ido afirmando con nitidez una creciente voluntad de ahondar e interpretar esta situación, con el fin de descubrir las tareas que le esperan a la Iglesia: se han propuesto " orientaciones útiles para que el rostro Cristo sea cada vez más visible a través de un anuncio más eficaz, corroborado por un testimonio coherente ".[12]
4. Al vivir la experiencia sinodal con discernimiento evangélico, ha madurado cada vez más la conciencia de la unidad que, sin negar las diferencias derivadas de las vicisitudes históricas, aglutina las diversas partes de Europa. Una unidad que, hundiendo sus raíces en la común inspiración cristiana, sabe articular las diferentes tradiciones culturales y exige un camino constante de conocimiento mutuo, tanto en lo social como en lo eclesial, que esté abierto a compartir mejor los valores de cada uno.
En el transcurso del Sínodo, paulatinamente se ha ido notando un gran impulso hacia la esperanza. Aun aceptando los análisis sobre la complejidad que caracteriza el Continente, los Padres sinodales se han percatado de que, tal vez, lo más crucial, en el Este como en el Oeste, es su creciente necesidad de esperanza que pueda dar sentido a la vida y a la historia, y permita caminar juntos. Todas las reflexiones del Sínodo se han orientado a dar respuesta a esta necesidad, partiendo del misterio de Cristo y del misterio trinitario. El Sínodo ha presentado de nuevo la figura de Jesús, que vive en su Iglesia y es revelador del Dios Amor, que es comunión de las tres Personas divinas.
El Apocalipsis como icono
5. Con la presente Exhortación postsinodal, me complace compartir con la Iglesia en Europa los frutos de esta II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos. Quiero satisfacer así el deseo manifestado al final de la reunión sinodal, cuando los Pastores me han entregado el texto de sus reflexiones, junto con la petición de ofrecer a la Iglesia peregrina en Europa un documento sobre el mismo tema del Sínodo.[13]
" El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias " (Ap 2, 7). Al anunciar a Europa el Evangelio de la esperanza, sigo como guía el libro del Apocalipsis, " revelación profética " que desvela a la comunidad creyente el sentido escondido y profundo de los acontecimientos (cf. Ap 1, 1). El Apocalipsis nos pone ante una palabra dirigida a las comunidades cristianas para que sepan interpretar y vivir su inserción en la historia, con sus interrogantes y sus penas, a la luz de la victoria definitiva del Cordero inmolado y resucitado. Al mismo tiempo, nos hallamos ante una palabra que compromete a vivir abandonando la insistente tentación de construir la ciudad de los hombres prescindiendo de Dios o contra Él. En efecto, si esto llegara a suceder, sería la convivencia humana misma la que, antes o después, experimentaría una derrota irremediable.
El Apocalipsis trata de alentar a los creyentes: más allá de toda apariencia, y aunque no vean aún los resultados, la victoria de Cristo ya se ha realizado y es definitiva. Esto es una orientación para afrontar los acontecimientos humanos con una actitud de fundamental confianza, que surge de la fe en el Resucitado, presente y activo en la historia.
Notas
[1] Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
[2] Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, nn. 90-91:L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 17-18.
[3] Bula Incarnationis mysterium (29 noviembre 1998), 3-4: AAS 91 (1999), 132.133.
[4] Cf. Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 38: AAS 87 (1995), 30.
[5] Cf. Angelus, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 5 julio 1996, p. 9.
[6] I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 2:Ench. Vat. 13, n. 619.
[7] Ibíd., 3: l.c., n. 621.
[8] Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 3: L'Osservatore Romano, 6 agosto 1999 - Supl., p. 3.
[9] Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 1: AAS 92 (2000), 177.
[10] Cf. II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Mensaje a todos los fieles y ciudadano europeos, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
[11] Cf. Homilía durante la misa de clausura de la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, (23 octubre 1999), 4: AAS 92 (2000), 179.
[12] Ibíd.
[13] Cf. Propositio 1.
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