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Conclusión

Con esperanza y gratitud

75. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Confiando en esta promesa del Señor, la Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone con entusiasmo a afrontar los desafíos del mundo actual y los que el futuro pueda deparar. En el Evangelio la buena noticia de la resurrección del Señor va acompañada de la invitación a no temer (cf. Mt 28, 5.10). La Iglesia en América quiere caminar en la esperanza, como expresaron los Padres sinodales: «Con una confianza serena en el Señor de la historia, la Iglesia se dispone a traspasar el umbral del Tercer milenio sin prejuicios ni pusilanimidad, sin egoísmo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio primordial que debe prestar en testimonio de fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres del Continente». [290]

Además, la Iglesia en América se siente particularmente impulsada a caminar en la fe respondiendo con gratitud al amor de Jesús, «manifestación encarnada del amor misericordioso de Dios (cf. Jn 3, 16)». [291] La celebración del inicio del Tercer milenio cristiano puede ser una ocasión oportuna para que el pueblo de Dios en América renueve «su gratitud por el gran don de la fe», [292] que comenzó a recibir hace cinco siglos. El año 1492, más allá de los aspectos históricos y políticos, fue el gran año de gracia por la fe recibida en América, una fe que anuncia el supremo beneficio de la Encarnación del Hijo de Dios, que tuvo lugar hace 2000 años, como recordaremos solemnemente en el Gran Jubileo tan cercano.

Este doble sentimiento de esperanza y gratitud ha de acompañar toda la acción pastoral de la Iglesia en el Continente, impregnando de espíritu jubilar las diversas iniciativas de las diócesis, parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos eclesiales, así como las actividades que puedan organizarse a nivel regional y continental. [293]

Oración a Jesucristo por las familias de América

76. Por tanto, invito a todos los católicos de América a tomar parte activa en las iniciativas evangelizadoras que el Espíritu Santo vaya suscitando a lo largo y ancho de este inmenso Continente, tan lleno de posibilidades y de esperanzas para el futuro. De modo especial invito a las familias católicas a ser «iglesias domésticas», [294] donde se vive y se transmite a las nuevas generaciones la fe cristiana como un tesoro, y donde se ora en común. Si las familias católicas realizan en sí mismas el ideal al que están llamadas por voluntad de Dios, se convertirán en verdaderos focos de evangelización.

Al concluir esta Exhortación Apostólica, con la que he recogido las propuestas de los Padres sinodales, acojo gustoso su sugerencia de redactar una oración por las familias en América. [295] Invito a cada uno, a las comunidades y grupos eclesiales, donde dos o más se reúnen en nombre del Señor, para que a través de la oración se refuerce el lazo espiritual de unión entre todos los católicos americanos. Que todos se unan a la súplica del Sucesor de Pedro, invocando a Jesucristo, «camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América»:

Señor Jesucristo, te agradecemos

que el Evangelio del Amor del Padre,

con el que Tú viniste a salvar al mundo,

haya sido proclamado ampliamente en América

como don del Espíritu Santo

que hace florecer nuestra alegría.

Te damos gracias por la ofrenda de tu vida,

que nos entregaste amándonos hasta el extremo,

y nos hace hijos de Dios

y hermanos entre nosotros.

Aumenta, Señor, nuestra fe y amor a ti,

que estás presente

en tantos sagrarios del Continente.

Concédenos ser fieles testigos de tu Resurrección

ante las nuevas generaciones de América,

para que conociéndote te sigan

y encuentren en ti su paz y su alegría.

Sólo así podrán sentirse hermanos

de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.

Tú, que al hacerte hombre

quisiste ser miembro de una familia humana,

enseña a las familias

las virtudes que resplandecieron

en la casa de Nazaret.

Haz que permanezcan unidas,

como Tú y el Padre sois Uno,

y sean vivo testimonio de amor,

de justicia y solidaridad;

que sean escuela de respeto,

de perdón y mutua ayuda,

para que el mundo crea;

que sean fuente de vocaciones

al sacerdocio,

a la vida consagrada

y a las demás formas

de intenso compromiso cristiano.

Protege a tu Iglesia y al Sucesor de Pedro,

a quien Tú, Buen Pastor, has confiado

la misión de apacentar todo tu rebaño.

Haz que tu Iglesia florezca en América

y multiplique sus frutos de santidad.

Enséñanos a amar a tu Madre, María,

como la amaste Tú.

Danos fuerza para anunciar con valentía tu Palabra

en la tarea de la nueva evangelización,

para corroborar la esperanza en el mundo.

¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América,

ruega por nosotros!

Dado en Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, vigésimo primero de mi Pontificado.

Notas

[290] Propositio 58.

[291] Ibíd.

[292] Ibíd.

[293] Cf. ibíd.

[294] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.

[295] Cf. Propositio 12.

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