conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Exhortaciones Apostólicas de Juan Pablo II » Vita Consecrata » Capítulo III.- Servitium Caritatis: La Vida Consagrada Epifanía del Amor de Dios en el Mundo

II.- Un testimonio profético ante los grandes retos

El profetismo de la vida consagrada

84. Los Padres sinodales han destacado el carácter profético de la vida consagrada, como una forma de especial participación en la función profética de Cristo, comunicada por el Espíritu Santo a todo el Pueblo de Dios. Es un profetismo inherente a la vida consagrada en cuanto tal, por el radical seguimiento de Jesús y la consiguiente entrega a la misión que la caracteriza. La función de signo, que el Concilio Vaticano II reconoce a la vida consagrada[217],se manifiesta en el testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangélicos en la vida cristiana. En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive[218].

La tradición patrística ha visto una figura de la vida religiosa monástica en Elías, profeta audaz y amigo de Dios[219]. Vivía en su presencia y contemplaba en silencio su paso, intercedía por el pueblo y proclamaba con valentía su voluntad, defendía los derechos de Dios y se erguía en defensa de los pobres contra los poderosos del mundo (cf. 1 Re 18-19). En la historia de la Iglesia, junto con otros cristianos, no han faltado hombres y mujeres consagrados a Dios que, por un singular don del Espíritu, han ejercido un auténtico ministerio profético, hablando a todos en nombre de Dios, incluso a los Pastores de la Iglesia. La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vida, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado. El testimonio profético exige la búsqueda apasionada y constante de la voluntad de Dios, la generosa e imprescindible comunión eclesial, el ejercicio del discernimiento espiritual y el amor por la verdad. También se manifiesta en la denuncia de todo aquello que contradice la voluntad de Dios y en el escudriñar nuevos caminos de actuación del Evangelio para la construcción del Reino de Dios[220].

Su importancia para el mundo contemporáneo

85. En nuestro mundo, en el que parece haberse perdido el rastro de Dios, es urgente un audaz testimonio profético por parte de las personas consagradas. Un testimonio ante todo de la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros, como se desprende del seguimiento y de la imitación de Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas. La misma vida fraterna es un acto profético, en una sociedad en la que se esconde, a veces sin darse cuenta, un profundo anhelo de fraternidad sin fronteras. La fidelidad al propio carisma conduce a las personas consagradas a dar por doquier un testimonio cualificado, con la lealtad del profeta que no teme arriesgar incluso la propia vida.

Una especial fuerza persuasiva de la profecía deriva de la coherencia entre el anuncio y la vida. Las personas consagradas serán fieles a su misión en la Iglesia y en el mundo en la medida que sean capaces de hacer un examen continuo de sí mismas a la luz de la Palabra de Dios[221]. De este modo podrán enriquecer a los demás fieles con los bienes carismáticos recibidos, dejándose interpelar a su vez por las voces proféticas provenientes de los otros miembros eclesiales. En este intercambio de dones, garantizado por la plena sintonía con el Magisterio y la disciplina de la Iglesia, brillará la acción del Espíritu Santo que "la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos"[222].

Fidelidad hasta el martirio

86. En este siglo, como en otras épocas de la historia, hombres y mujeres consagrados han dado testimonio de Cristo, el Señor, con la entrega de la propia vida. Son miles los que obligados a vivir en clandestinidad por regímenes totalitarios o grupos violentos, obstaculizados en las actividades misioneras, en la ayuda a los pobres, en la asistencia a los enfermos y marginados, han vivido y viven su consagración con largos y heroicos padecimientos, llegando frecuentemente a dar su sangre, en perfecta conformación con Cristo crucificado. La Iglesia ha reconocido ya oficialmente la santidad de algunos de ellos y los honra como mártires de Cristo, que nos iluminan con su ejemplo, interceden por nuestra fidelidad y nos esperan en la gloria.

Es de desear vivamente que permanezca en la conciencia de la Iglesia la memoria de tantos testigos de la fe, como incentivo para su celebración y su imitación. Los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica han de contribuir a esta tarea recogiendo los nombres y los testimonios de las personas consagradas que puedan ser inscritas en el Martirologio del siglo XX[223].

Los grandes retos de la vida consagrada

87. El cometido profético de la vida consagrada surge de tres desafíos principales dirigidos a la Iglesia misma: son desafíos de siempre, que la sociedad contemporánea, al menos en algunas partes del mundo, lanza con formas nuevas y tal vez más radicales. Atañen directamente a los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y alientan a la Iglesia y especialmente a las personas consagradas a clarificar y dar testimonio de su profundo significado antropológico. En efecto, la elección de estos consejos lejos de ser un empobrecimiento de los valores auténticamente humanos, se presenta más bien como una transfiguración de los mismos. Los consejos evangélicos no han de ser considerados como una negación de los valores inherentes a la sexualidad, al legítimo deseo de disponer de los bienes materiales y de decidir autónomamente de sí mismo. Estas inclinaciones, en cuanto fundadas en la naturaleza, son buenas en sí mismas. La criatura humana, no obstante, al estar debilitada por el pecado original, corre el peligro de secundarlas de manera desordenada. La profesión de castidad, pobreza y obediencia supone una voz de alerta para no infravalorar las heridas producidas por el pecado original, al mismo tiempo que, aun afirmando el valor de los bienes creados, los relativiza, presentando a Dios como el bien absoluto. Así, aquellos que siguen los consejos evangélicos, al mismo tiempo que buscan la propia santificación, proponen, por así decirlo, una " terapia espiritual " para la humanidad, puesto que rechazan la idolatría de las criaturas y hacen visible de algún modo al Dios viviente. La vida consagrada, especialmente en los momentos de dificultad, es una bendición para la vida humana y para la misma vida eclesial.

El reto de la castidad consagrada

88. La primera provocación proviene de una cultura edonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, reduciéndola frecuentemente a mero juego y objeto de consumo, transigiendo, con la complicidad de los medios de comunicación social, con una especie de idolatría del instinto. Sus consecuencias están a la vista de todos: prevaricaciones de todo tipo, a las que siguen innumerables daños psíquicos y morales para los individuos y las familias. La respuesta de la vida consagrada consiste ante todo en la práctica gozosa de la castidad perfecta, como testimonio de la fuerza del amor de Dios en la fragilidad de la condición humana. La persona consagrada manifiesta que lo que muchos creen imposible es posible y verdaderamente liberador con la gracia del Señor Jesús. Sí, ¡en Cristo es posible amar a Dios con todo el corazón, poniéndolo por encima de cualquier otro amor, y amar así con la libertad de Dios a todas las criaturas! Este testimonio es necesario hoy más que nunca, precisamente porque es algo casi incomprensible en nuestro mundo. Es un testimonio que se ofrece a cada persona -a los jóvenes, a los novios, a los esposos y a las familias cristianas- para manifestar que la fuerza del amor de Dios puede obrar grandes cosas precisamente en las vicisitudes del amor humano, que trata de satisfacer una creciente necesidad de transparencia interior en las relaciones humanas.

Es necesario que la vida consagrada presente al mundo de hoy ejemplos de una castidad vivida por hombres y mujeres que demuestren equilibrio, dominio de sí mismos, iniciativa, madurez psicológica y afectiva[224]. Gracias a este testimonio se ofrece al amor humano un punto de referencia seguro, que la persona consagrada encuentra en la contemplación del amor trinitario, que nos ha sido revelado en Cristo. Precisamente porque está inmersa en este misterio, la persona consagrada se siente capaz de un amor radical y universal, que le da la fuerza del autodominio y de la disciplina necesarios para no caer en la esclavitud de los sentidos y de los instintos. La castidad consagrada aparece de este modo como una experiencia de alegría y de libertad. Iluminada por la fe en el Señor resucitado y por la esperanza en los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. Ap 21, 1), ofrece también estímulos valiosos para la educación en la castidad propia de otros estados de vida.

El reto de la pobreza

89. Otra provocación está hoy representada por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza. La respuesta de la vida consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica, vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad.

¡Cuántos Institutos se dedican a la educación, a la instrucción y formación profesional, preparando a los jóvenes y a los no tan jóvenes para ser protagonistas de su futuro! ¡Cuántas personas consagradas se desgastan sin escatimar esfuerzos en favor de los últimos de la tierra! ¡Cuántas se afanan en formar a los futuros educadores y responsables de la vida social, de tal modo que éstos se comprometan en la supresión de las estructuras opresivas y a promover proyectos de solidaridad en favor de los pobres! Estas personas consagradas luchan para vencer el hambre y sus causas, animando las actividades del voluntariado y de las organizaciones humanitarias, y sensibilizando a los organismos públicos y privados para propiciar así una equitativa distribución de las ayudas internacionales. Mucho deben las naciones a estos agentes emprendedores de la caridad que, con su incansable generosidad, han dado y siguen dando una significativa aportación a la humanización del mundo.

La pobreza evangélica al servicio de los pobres

90. En realidad, antes aún de ser un servicio a los pobres, la pobreza evangélica es un valor en sí misma, en cuanto evoca la primera de las Bienaventuranzas en la imitación de Cristo pobre[225]. Su primer significado, en efecto, consiste en dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. Pero justamente por esto, la pobreza evangélica contesta enérgicamente la idolatría del dinero, presentándose como voz profética en una sociedad que, en tantas zonas del mundo del bienestar, corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas. Por este motivo, hoy más que en otros tiempos, esta voz atrae la atención de aquellos que, conscientes de los limitados recursos de nuestro planeta, propugnan el respeto y la defensa de la naturaleza creada mediante la reducción del consumo, la sobriedad y una obligada moderación de los propios apetitos.

Se pide a las personas consagradas, pues, un nuevo y decidido testimonio evangélico de abnegación y de sobriedad, un estilo de vida fraterna inspirado en criterios de sencillez y de hospitalidad, para que sean así un ejemplo también para todos los que permanecen indiferentes ante las necesidades del prójimo. Este testimonio acompañará naturalmente el amor preferencial por los pobres, y se manifestará de manera especial en el compartir las condiciones de vida de los más desheredados. No son pocas las comunidades que viven y trabajan entre los pobres y los marginados, compartiendo su condición y participando de sus sufrimientos, problemas y peligros.

Páginas importantes de la historia de la solidaridad evangélica y de la entrega heroica han sido escritas por personas consagradas en estos años de cambios profundos y de grandes injusticias, de esperanzas y desilusiones, de importantes conquistas y de amargas derrotas. Otras páginas no menos significativas han sido y están siendo escritas aún hoy por innumerables personas consagradas que viven plenamente su vida " oculta con Cristo en Dios " (Col 3, 3) para la salvación del mundo, bajo el signo de la gratuidad, de la entrega de la propia vida a causas poco reconocidas y aún menos vitoreadas. A través de estas formas, diversas y complementarias, la vida consagrada participa de la extrema pobreza abrazada por el Señor, y desempeña su papel específico en el misterio salvífico de su encarnación y de su muerte redentora[226].

El reto de la libertad en la obediencia

91. La tercera provocación proviene de aquellas concepciones de libertad que, en esta fundamental prerrogativa humana, prescinden de su relación constitutiva con la verdad y con la norma moral[227]. En realidad, la cultura de la libertad es un auténtico valor, íntimamente unido con el respeto de la persona humana. Pero, ¿cómo no ver las terribles consecuencias de injusticia e incluso de violencia a las que conduce, en la vida de las personas y de los pueblos, el uso deformado de la libertad?

Una respuesta eficaz a esta situación es la obediencia que caracteriza la vida consagrada. Esta hace presente de modo particularmente vivo la obediencia de Cristo al Padre y, precisamente basándose en este misterio, testimonia que no hay contradicción entre obediencia y libertad. En efecto, la actitud del Hijo desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad del Padre, y el misterio de la obediencia como camino para lograr progresivamente la verdadera libertad. Esto es lo que quiere expresar la persona consagrada de manera específica con este voto, con el cual pretende atestiguar la conciencia de una relación de filiación, que desea asumir la voluntad paterna como alimento cotidiano (cf. Jn 4, 34), como su roca, su alegría, su escudo y baluarte (cf. Sal 1817, 3). Demuestra así que crece en la plena verdad de sí misma permaneciendo unida a la fuente de su existencia y ofreciendo el mensaje consolador: " Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos " (Sal 119118, 165).

Cumplir juntos la voluntad del Padre

92. Este testimonio de las personas consagradas tiene un significado particular en la vida religiosa por la dimensión comunitaria que la caracteriza. La vida fraterna es el lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntos en unión de espíritu y de corazón. La obediencia, vivificada por la caridad, une a los miembros de un Instituto en un mismo testimonio y en una misma misión, aun respetando la propia individualidad y la diversidad de dones. En la fraternidad animada por el Espíritu, cada uno entabla con el otro un diálogo precioso para descubrir la voluntad del Padre, y todos reconocen en quien preside la expresión de la paternidad de Dios y el ejercicio de la autoridad recibida de Él, al servicio del discernimiento y de la comunión[228].

La vida de comunidad es además, de modo particular, signo, ante la Iglesia y la sociedad, del vínculo que surge de la misma llamada y de la voluntad común de obedecerla, por encima de cualquier diversidad de raza y de origen, de lengua y cultura. Contra el espíritu de discordia y división, la autoridad y la obediencia brillan como un signo de la única paternidad que procede de Dios, de la fraternidad nacida del Espíritu, de la libertad interior de quien se fía de Dios a pesar de los límites humanos de los que lo representan. Mediante esta obediencia, asumida por algunos como regla de vida, se experimenta y anuncia en favor de todos la bienaventuranza prometida por Jesús a " los que oyen la Palabra de Dios y la guardan " (Lc 11, 28). Además, quien obedece tiene la garantía de estar en misión, siguiendo al Señor y no buscando los propios deseos o expectativas. Así es posible sentirse guiados por el Espíritu del Señor y sostenidos, incluso en medio de grandes dificultades, por su mano segura (cf. Hch 20, 22s).

Un decidido compromiso de vida espiritual

93. Una de las preocupaciones manifestadas varias veces en el Sínodo ha sido el que la vida consagrada se nutra en las fuentes de una sólida y profunda espiritualidad. Se trata, en efecto, de una exigencia prioritaria radicada en la esencia misma de la vida consagrada, desde el momento que, como cualquier bautizado pero por motivos aún más apremiantes, quien profesa los consejos evangélicos está obligado a aspirar con todas sus fuerzas a la perfección de la caridad[229]. Este es un compromiso subrayado vigorosamente por los innumerables ejemplos de santos fundadores y fundadoras, y de tantas personas consagradas que han testimoniado la fidelidad a Cristo hasta llegar al martirio. Aspirar a la santidad: este es en síntesis el programa de toda vida consagrada, también en la perspectiva de su renovación en los umbrales del tercer milenio. Un programa que debe empezar dejando todo por Cristo (cf. Mt 4, 18-22; 19, 21.27; Lc 5, 11), anteponiéndolo a cualquier otra cosa para poder participar plenamente en su misterio pascual.

San Pablo lo había entendido bien cuando exclamaba: " Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús [...] y conocerle a Él, el poder de su resurrección " (Flp 3, 8.10). Es también la senda indicada desde el principio por los Apóstoles, como recuerda la tradición cristiana en Oriente y en Occidente: "Los que actualmente siguen a Jesús abandonándolo todo por Él, imitan a los Apóstoles que, respondiendo a su invitación, renunciaron a todo lo demás. Por esta razón tradicionalmente se suele hablar de la vida religiosa como apostolica vivendi forma"[230]. La misma tradición ha puesto también de relieve en la vida consagrada la dimensión de una peculiar alianza con Dios, más aún, de una alianza esponsal con Cristo, de la que san Pablo fue maestro con su ejemplo (cf. 1 Co 7, 7) y con su doctrina proclamada bajo la guía del Espíritu (cf. 1 Co 7, 40).

Podemos decir que la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en el que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio en la Iglesia.

Todos estos elementos, calando hondo en las varias formas de vida consagrada, generan una espiritualidad peculiar, esto es, un proyecto preciso de relación con Dios y con el ambiente circundante, caracterizado por peculiares dinamismos espirituales y por opciones operativas que resaltan y representan uno u otro aspecto del único misterio de Cristo. Cuando la Iglesia reconoce una forma de vida consagrada o un Instituto, garantiza que en su carisma espiritual y apostólico se dan todos los requisitos objetivos para alcanzar la perfección evangélica personal y comunitaria.

La vida espiritual, por tanto, debe ocupar el primer lugar en el programa de las Familias de vida consagrada, de tal modo que cada Instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad evangélica. De esta opción prioritaria, desarrollada en el compromiso personal y comunitario, depende la fecundidad apostólica, la generosidad en el amor a los pobres y el mismo atractivo vocacional ante las nuevas generaciones. Lo que puede conmover a las personas de nuestro tiempo, también sedientas de valores absolutos, es precisamente la cualidad espiritual de la vida consagrada, que se transforma así en un fascinante testimonio.

A la escucha de la Palabra de Dios

94. La Palabra de Dios es la primera fuente de toda espiritualidad cristiana. Ella alimenta una relación personal con el Dios vivo y con su voluntad salvífica y santificadora. Por este motivo la lectio divina ha sido tenida en la más alta estima desde el nacimiento de los Institutos de vida consagrada, y de manera particular en el monacato. Gracias a ella, la Palabra de Dios llega a la vida, sobre la cual proyecta la luz de la sabiduría que es don del Espíritu. Aun cuando toda la Sagrada Escritura sea " útil para enseñar " (2 Tm 3, 16) y "fuente límpida y perenne de vida espiritual"[231], una particular veneración merecen los escritos del Nuevo Testamento, sobre todo los Evangelios, que son "el corazón de todas las Escrituras"[232]. Será, pues, de gran ayuda para las personas consagradas la meditación asidua de los textos evangélicos y de los demás escritos neotestamentarios, que ilustran las palabras y los ejemplos de Cristo y de la Virgen María, y la apostolica vivendi forma. A ellos se han referido constantemente fundadores y fundadoras a la hora de acoger la vocación y de discernir el carisma y la misión del propio Instituto.

La meditación comunitaria de la Biblia tiene un gran valor. Hecha según las posibilidades y las circunstancias de la vida de comunidad, lleva al gozo de compartir la riqueza descubierta en la Palabra de Dios, gracias a la cual los hermanos y las hermanas crecen juntos y se ayudan a progresar en la vida espiritual. Conviene incluso que se proponga esta práctica también a los otros miembros del Pueblo de Dios, sacerdotes y laicos, promoviendo del modo más acorde al propio carisma escuelas de oración, de espiritualidad y de lectura orante de la Escritura, en la que Dios "habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15), trata con ellos (Ba 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía"[233].

Como enseña la tradición espiritual, de la meditación de la Palabra de Dios, y de los misterios de Cristo en particular, nace la intensidad de la contemplación y el ardor de la actividad apostólica. Tanto en la vida religiosa contemplativa como en la activa, siempre han sido los hombres y mujeres de oración quienes, como auténticos intérpretes y ejecutores de la voluntad de Dios, han realizado grandes obras. Del contacto asiduo con la Palabra de Dios han obtenido la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario que les ha servido para buscar los caminos del Señor en los signos de los tiempos. Han adquirido así una especie de instinto sobrenatural que ha hecho posible el que, en vez de doblegarse a la mentalidad del mundo, hayan renovado la propia mente, para poder discernir la voluntad de Dios, aquello que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (cf. Rm 12, 2).

En comunión con Cristo

95. El medio fundamental para alimentar eficazmente la comunión con el Señor es sin duda la sagrada liturgia, especialmente la Celebración eucarística y la Liturgia de las Horas.

Ante todo la Eucaristía, que "contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres"[234], corazón de la vida eclesial y también de la vida consagrada. Quien ha sido llamado a elegir a Cristo como único sentido de su vida en la profesión de los consejos evangélicos, ¿cómo podría no desear instaurar con Él una comunión cada vez más íntima mediante la participación diaria en el Sacramento que lo hace presente, en el sacrificio que actualiza su entrega de amor en el Gólgota, en el banquete que alimenta y sostiene al Pueblo de Dios peregrino? Por su naturaleza la Eucaristía ocupa el centro de la vida consagrada, personal y comunitaria. Ella es viático cotidiano y fuente de la espiritualidad de cada Instituto. En ella cada consagrado está llamado a vivir el misterio pascual de Cristo, uniéndose a Él en el ofrecimiento de la propia vida al Padre mediante el Espíritu. La asidua y prolongada adoración de la Eucaristía permite revivir la experiencia de Pedro en la Transfiguración: " Bueno es estarnos aquí ". En la celebración del misterio del Cuerpo y Sangre del Señor se afianza e incrementa la unidad y la caridad de quienes han consagrado su existencia a Dios.

Junto con la Eucaristía, y en íntima relación con ella, la Liturgia de las Horas, celebrada comunitaria o individualmente según la índole de cada Instituto y en unión con la oración de la Iglesia, manifiesta la vocación a la alabanza y a la intercesión propia de las personas consagradas.

También el esfuerzo de una continua conversión y de una necesaria purificación, que las personas consagradas realizan mediante el sacramento de la Reconciliación, está íntimamente vinculado a la Eucaristía. Ellas, a través del encuentro frecuente con la misericordia de Dios, renuevan y acrisolan su corazón, al mismo tiempo que, reconociendo humildemente sus pecados, hacen transparente la propia relación con Él. La gozosa experiencia del perdón sacramental, en el camino compartido con los hermanos y hermanas, hace dócil el corazón y alienta el compromiso por una creciente fidelidad.

Para progresar en el camino evangélico, especialmente en el periodo de formación y en ciertos momentos de la vida, es de gran ayuda el recurso humilde y confiado a la dirección espiritual, merced a la cual la persona recibe ánimos para responder con generosidad a las mociones del Espíritu y orientarse decididamente hacia la santidad.

Exhorto, en fin, a todas las personas consagradas a que renueven cotidianamente, según las propias tradiciones, su unión espiritual con la Virgen María, recorriendo con ella los misterios del Hijo, particularmente con el rezo del Santo Rosario.

Notas

[217] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

[218] Cf. Homilía durante la misa de clausura de la IX Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos (29 de octubre de 1994, 3: AAS 87 (1995), 580.

[219] Cf. S. Atanasio, Vida de Antonio, 7: PG 26, 854.

[220] Cf. Propositio 39 A.

[221] Cf. ib., 15, A y 39, C.

[222] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 4; cf. Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el misterio y vida de los presbíteros, 2.

[223] Cf. Propositio 53; Carta ap. Tertio Millennio Adveniente (10 de noviembre de 1994), 37: AAS 87 (1995), 29-30.

[224] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 12.

[225] Cf. Propositio 18, A.

[226] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 13.

[227] Cf. Carta enc. Veritatis Splendor (6 de agosto de 1993), 31-35: AAS 85 (1993), 1158-1162.

[228] Cf. Propositio 19, A;. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 14.

[229] Cf. Propositio 15

[230] Discurso en la audiencia general (8 de febrero de 1995), 2: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 10 de febrero de 1995, 3.

[231] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 21; cf. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, 6.

[232] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 125; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 18.

[233] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 2.

[234] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.

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