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3.- La hija de la plana

Marta Robin ha vivido inmóvil, en el centro de un círculo de montañas lejanas, los Alpes y los Cevennes, que parecían velar sobre ella y contemplarla. Para ir a verla era preciso atravesar un paisaje silencioso, sosegado, solemne, inmóvil él también. David se representaba el país de Judea como empujes surgidos de la tierra y petrificados repentinamente, "las colinas como cabritos".

Lejos de mí la idea de explicar a Marta Robin por su tierra, su entorno o su medio. Tendría más bien la tentación contraria: la de concebir que, en el misterio del destino personal, todo pasa como si la tierra que debía sostener a Marta hubiera sido elegida a la vez para manifestarla y para disimularla, a la manera de la custodia que expone y oculta la hostia. (Algo así deseo hacer en este libro). Yo tenía tal idea confusa mirando la sierra de los Dômes, imaginando una relación entre el genio de Pascal y los volcanes apagados. Estas suposiciones son gratuitas, irrefutables. Pero ¿qué es el espacio? ¿Qué es el tiempo? El Ordenador de las circunstancias es dueño de su disposición. Concebimos el tiempo como el lugar de las cosas sucesivas cuando nada sucede sino en la simultaneidad. Y no será sino en el último día cuando sabremos por qué el Señor de los destinos ha querido que nosotros vaguemos por aquí o por allá, sobre esta montaña, en esta semillanura o en tal valle.

Estamos en los límites de la Francia céltica con la Provincia romana, en este conjunto antes llamado "Rhone~Alpes" que comprende la duodécima parte de Francia y ocho de sus departamentos. Los Alpes, trabajados por los glaciares, han sido atravesados por el Ródano, que ha cavado su surco con rabia antes de perderse en el mar sin mareas: surco a veces amplio a veces angosto, como en Donzère. El valle del Ródano es una frontera lingüística entre las tierras germánicas y el país latino, entre el clima del norte y el del mediodía Leyendo a F. Braudel he comprendido que el aspecto atormentado de esta tierra se explica por el Mediterráneo, este mar entre mares, rodeado de ásperas montañas, en una zona de plegamientos y fracturas terciarias que cruzan el mundo antiguo desde Insulinde a Gibraltar. Se dice que Galaure vio pasar los elefantes de Aníbal

Un visitante alemán de Marta me decía que, en su nostalgia de los países del Sol, sus pensamientos se iban hacia Grecia, Italia y sobre todo a Francia "donde se encuentran las costas más variadas y todos los mares". Añadía que en la Provenza un alemán puede descubrir, como Heidegger, aquello que más le falta. "Donde vive Marta, vuestra Francia es provenzal. Si yo fuera Mistral celebraría en ella la hermana doliente de Mireille". Nos encontramos no muy lejos de la llanura del Po, la patria de Virgilio. Como Virgilio yo podría decir: "He cantado los pastos, los campos, los jefes" (Cecini pascua, rura, duces), "He cantado una tierra, una raza concentrada en una sola mujer, inspiradora de jefes".

Debo decir unas palabras sobre las primeras impresiones de su infancia, cuando su conciencia vocacionada al dolor estaba sumergida en la dicha.

Su comarca se llama "La Plana». A decir verdad, no es una llanura ni aun una penillanura sino una meseta barrida por el viento, recorrida por caminos poco visibles, que semejan surcos. Las casas se ocultan tras los ribazos. Sobre este altar de piedra, en ofrenda a las constelaciones, velan los Cevennes y los Alpes. En el tiempo claro se pueden ver la Chartreuse, Belledonne y el Vercors; y volviéndose al oeste, el Gerbier-de-Jonc, el Mezenc y el Pilat.

En mi país de Creuse, más allá de la penillanura, me sentía en otro tiempo atraído, protegido por el cono solitario del Puy-de-Dome. Pienso, aún hoy, que todo paisaje tiene necesidad de un Tabor. Tal es en Galaure el Mont Blanc, que en los claros días se divisa transparente y azulado, traspasado, como un cristal por la luz. Una compañera de Marta en su juventud, que maneja bien la pluma, se expresaba así y yo no quiero cambiarle nada:

"A veces el cielo está poblado de ligeras nubes, casi transparentes, cuyos contornos se hacen y se deshacen llevando tras de sí su sombra. A la puesta del sol, largas nubes deshilachadas suben del Ródano arriba como peces de oro. Al este, cada mañana un poco de viento fresco nos restituye el sol en las primeras horas. Vivimos de nuestro cielo y nuestros paisajes tanto como de nuestro pan y nuestra leche. ¿Qué decir de los claros de luna? También yo con frecuencia me he encontrado más cómoda en el torbellino de los elementos que sobre el asfalto".

Había en el centro de la llanura un chopo. Desde este chopo, decía Marta, se divisa la cuarta parte de Francia. El Mont Blanc no se ve siempre, mientras que el chopo solitario elevándose en el cruce de los caminos era un campanario laico, un enigma, una referencia. Ha sido reemplazado por un mojón.

La tierra de Galaure era, desde hacía muchas generaciones, un feudo de libre pensamiento, una de las regiones de la Drôme donde se encontraba el mayor porcentaje de no bautizados. Y los padres de Marta, sin ser anticlericales, mostraban bastante independencia. Su padre, José Robin, era un gran hombre, jovial, colorado, que iba a misa los grandes días de fiesta. La señora Robin era una mujer menuda, con la cabeza redonda, cubierta con un gorro. Se nos dijo que era callada, calmosa, que le gustaba mucho reír. Los Robin tuvieron seis hijos, la última Marta.

Me falta hablar del pueblo de Châteauneuf-de-Galaure, donde estaba la escuela, el mercado, el comercio. La vida de Marta transcurría entre la villa y su granja, pasando a través de la llanura cerca del chopo. Como la escuela libre había cerrado sus puertas, ella con sus hermanos y hermanas hacía en almadreñas por los atajos dos o tres kilómetros mañana y tarde. La villa, como todas las villas, tenía su notario, su consejo general, sus burgueses en sus jardines, su hotel para viajeros, sus artesanos que trabajaban los días de mercado hasta sobre las aceras. El remendón golpeaba sobre las suelas mientras cantaba. La calle olía a cuero quemado, a virutas recientes, a pan caliente o a café tostado. La plaza se abría un tanto en declive, con su fuente, su árbol de la libertad. Allí se ponía todos los miércoles el mercado y, a veces los domingos, un concierto de la banda.

Marta-Luisa Robin había nacido en 1902 en la casa de sus padres. Fue bautizada no en la iglesia de Châteauneuf, sino en la de Saint-Bonnet de Galaure, que era entonces parroquia. La sepultura familiar se abrió cuando ella no tenía más que 20 meses porque el agua contaminada de un pozo de la Plana provocó una epidemia de tifoidea. Su hermana Clemencia murió el 1903, Marta estuvo enferma y quedó con delicada salud. Faltaba a clase. También en 1912 el cura preparó a ella sola para la primera comunión privada que tuvo lugar el 15 de agosto. Marta decía que esta primera comunión había sido una toma de posesión, que "el Señor se había adueñado entonces de ella de una manera muy dulce". Dos años después, el 21 de mayo de 1914, hizo su comunión solemne. Y aquí finalizó su formación catequética. A la par dejó la escuela para dedicarse a las labores del campo.

Entremos en su casa. Contemplemos el lavadero bajo los sauces llorones, un paseo de viejos árboles, los cerezos y los ciruelos a lo largo del camino, la charca donde el ganado se abreva.

La amiga de Marta, fina observadora, escribió: "Un gran prado limita la casa por dos lados. En junio el heno, como un oleaje, batía los muros: un tapiz ligero de gramíneas donde flotaban las corolas de las margaritas blancas, las salvias azules, mocos de pavo y barbas de chivo amarillas. Sobre los bordes se recogía la briza temblorosa para nuestros ramilletes de invierno. Al otro extremo, una pequeña fuente donde nosotras vamos a coger agua fresca en verano, una pila donde las mujeres venían a aclarar la ropa, otra pila donde se ponía a remojar el cáñamo. Al borde del arroyo se podían recoger miosotas color azul cielo, y extrañas onoquiles purpúreas. El jardín me parecía como el sancta sanctorum de nuestro pequeño dominio. El contenía las preciosas esencias y las flores inútiles. Era bello al amanecer, todavía empapado en rocío; o a la tarde, bajo la sombra de los chopos. Allá nos deteníamos para gozar de la paz".

Marta amó siempre las flores, hasta el último suspiro. Cerca de la escuela de la villa había tulipanes de Virginia que hacían sus delicias; cada año se le llevaba de él un ramo en flor que ella olfateaba, al no poder verlo.

Su padre era bromista, y su madre era bromista; todo el mundo reía en aquella casa. A Marta le gustaba "tourner", es decir, bailar. En su casa se organizaban bailes con un acordeón. Se bailaba la polka, la mazurca, el vals, la grimacière, el saut-de-lapin. Marta debió escuchar canciones parecidas a ésta:

"La Marion Sivat

se quería casar con el cura,

el cura de Chanas.

Así no me gustaría casarme a mí".

Y también:

"Vamos al bosque, Manette,

vamos al bosque.

Allí cogeremos nueces.

Manette, mi Manette.

Allí cogeremos nueces,

en el bosque, Manette"

No debemos pensar que todo fuera siempre luminoso. Habla días de mal tiempo, cuando el viento del oeste, venido de Vivarais, levantaba oscuras nubes y los campesinos recogían deprisa el trigo y el heno; cuando los relámpagos zigzagueaban, cuando el cierzo norteño amontonaba el hielo en los taludes. También llegaban del sur aires de bochorno. Entre tanto el chopo solitario, enfrentado a los vientos se mantenía erguido.

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