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4.- El Holocausto

En su primera parte, la vida de Marta no tuvo historia. En la segunda ella fue desarraigada del mundo, transportada más allá de la historia. Por pequeñas etapas, bien encadenadas, como si cada progreso del mal llamara a otro suplemento del mal, progresivamente avanzó hacia la parálisis (la muerte funcional) acercándose, sin alcanzarle, la muerte orgánica. Y estos progresos de la enfermedad se acompañaban de un progreso en el camino de la "oblación", sin que pueda señalarse lo que era la causa y lo que era el efecto.

El 3 de octubre de 1926, cayó en una especie de muerte aparente que duró tres semanas. Se supone esta muerte relacionada con una consagración que ella había hecho el 15 de octubre de 1925, festividad de Santa Teresa de Jesús, ofreciéndose como víctima de amor. ¿Por qué —según el P. Finet— ­había hecho esta "consagración"?

Algunos días antes del armisticio del 11 de noviembre de 1918 —me ha contado él— mientras Marta hablaba con su párroco, el Rvd. Peyre, de repente se calló en medio de una frase. Permaneció así 27 meses, sin hablar apenas, bebiendo un poco de té o café y no comiendo apenas nada. A comienzos de 1921, en febrero, de pronto Marta retomó su conversación con el Rvd. Peyre en el punto en que la había interrumpido. ¿Qué sucedió durante aquellos 27 meses de aparente inconsciencia que precedieron a su "consagración" como víctima? Un año después de esta consagración en la fiesta de Santa Teresa de Jesús, Marta fue de nuevo sumergida en un silencio de muerte en la primera fiesta litúrgica de Santa Teresa del Niño Jesús, el 3 de octubre de 1926. Marta ha confesado que entonces Teresa se le apareció tres veces, diciéndole que no moriría, que viviría y que ella continuaría su misión por medio de fundaciones a lo largo del mundo.

Todo va a suceder en su vida como si tuviera el don de atraer hacia sí, en el momento preciso en que tenía necesidad, a aquellos que podían considerarse necesarios. La historia de los elegidos presenta multitud de casos análogos. El amor es un azar en el que el corazón ha creído. En una especie de visión prospectiva Marta había adivinado, elegido, quién debía ser durante medio siglo su mentor. Quiero consignar aquí el detalle de esta visión.

El 13 de noviembre de 1930, hacia la una de la mañana, por un repentino corrimiento de tierra, la colina de Fourvière, la acrópolis de Lyon, santuario mariano, se desplomó. Me acuerdo perfectamente de mi emoción. El P. Finet era Vicario en la catedral primada, que está al pie de Fourvière. Con Herriot, alcalde de Lyon, intentó salvar a la gente. Diecinueve bomberos que colocaban sus escaleras sobre las fachadas fueron sepultados ante sus ojos, así como cuatro agentes. El se salvó de milagro.

Más tarde él llegaría a saber que, en esa noche del 13 de noviembre, Marta había rezado por él, seis años antes de conocerle. Más aún, había visto a un niño de cuatro años, el pequeño Lapicorey, que se hallaba por aquel entonces en agonía. El P. Finet, después de dudarlo mucho por la edad del niño, le había dado la comunión. También más tarde Marta le diría: "Yo estaba junto a vos cuando decidisteis dar la comunión al pequeño. Hicisteis bien". El niño murió.

Todo cambió para Marta después de la primera visita que le hizo el P. Finet. Antes era una reclusa sin poder, una enferma sin irradiación. Tenía que permanecer solitaria, encamada, clavada por el dolor en su casa natal. Mas, por medio del P. Finet pudo hacerse presente planetariamente hacer "fundaciones". Sin él Marta no habría podido ser ella misma.

Ahora bien, el P. Finet (nacido el 8 de septiembre de 1898 en Lyon, ordenado sacerdote en 1923) era, como me lo describió P. L. Couchoud, un hombre nacido para la acción más bien que para la contemplación, ávido de responsabilidades y de sacrificio. Se le había puesto al frente de la enseñanza privada en una de las diócesis más vastas de Francia, que se extendía sobre dos departamentos, el Ródano y el Loira. Dirigía ochocientas setenta y dos escuelas privadas. Era también Vicario de la catedral primada. Como Deru, el ministro de Napoleón, él encontraba su equilibrio, su alegría en el trabajo agotador. Tales naturalezas están tanto más disponibles cuanto más sobrecargadas, sabiendo bien que, según un proverbio chino, en un tonel lleno de nueces se pueden siempre echar muchas libras de aceite. El incansable sacerdote siempre tenía tiempo disponible para una tarea imprevista, para hacer un nuevo servicio, para consolar a un desgraciado mudo; y así había aceptado predicar las 'elevaciones' sobre el misterio de María según la doctrina de Grignon de Montfort a algunas almas piadosas de Lyon.

¿Cómo definir a Grignon de Montfort, ese santo poco conocido en Francia, y al que tenía por maestro Pablo VI? Yo le clasifico entre los grandes líricos tales como Píndaro, Ángel Silesio, Novalis. Poetas místicos de lenguaje ardiente, oscuro, lacunar. Grignon ha sido el más popular y el más deslumbrante de los teólogos modernos de la Virgen, quien hizo accesible para las masas la doctrina del cardenal Bellure sobre María en relación con la Encarnación y la Trinidad.

Pueden decirse que existen dos métodos para hablar de la Virgen y su Hijo. El primero, más valorado entre los "reformados", que destaca las distancias: (¿Qué hay de común entre tú y yo?, dijo Jesús en las bodas de Caná). Sin embargo María consigue el milagro que Jesús parecía rehusar en Caná. Y una escuela teológica que tiene en san Bernardo su representante más célebre y en Bellure su teólogo más profundo destaca la función mediadora de María cerca del único mediador que es Cristo. En nuestros días un franciscano polaco, recientemente canonizado, muerto mártir de la caridad en Auschwitz en 1941, el P. KoIbe, había de dar a esta mariología un nuevo desarrollo en la línea de Grignon de Montfort.

Es extraña la manera como ha llegado a nosotros el pensamiento de este apóstol vendeano. Murió en 1716 bastante poco conocido. Había hecho circular clandestinamente sus escritos. Estos cuadernos fueron hallados casualmente en 1837. Se publicaron. Se trata del "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen" y "El secreto de María".

El secreto de su aceptación está en que estos libros enseñan un "medio breve" para llegar a la perfección: simplificar. Descartes había simplificado proponiendo en su Discurso sobre el Método un camino, aparentemente fácil, para conseguir lo más difícil, que es pensar bien, con buen criterio. Se puede advertir que los reformadores religiosos han sido atrevidos simplificadores: Moisés, san Pablo, Mahoma, Francisco de Asís, Wesley... Y en nuestros días Teresa. También los grandes artistas en su periodo último resumen, omiten, integran. Simplifican.

Sea lo que fuere, lo cierto es que la lectura de Grignon de Montfort simplificó la vida del P. Finet. Habiéndose consagrado a María, como Bellure, por un voto suplementario este sacerdote había decidido no rechazar ninguna petición que se le hiciera en nombre de María.

Por su parte, y en medio de su gran silencio, Marta Robin se acaba encariñando con la idea de que María, como en Caná, era la medianera entre Cristo y los hombres. Y como a Marta le gustaban las imágenes, los iconos, había deseado tener una imagen de María-Medianera para la escuela de su aldea.

Pues bien, vivía entonces en Lyon cierta señorita Blank, quien en la capital de las Galias trabajaba sin notoriedad para las misiones. Marta, que la conocía, le escribió el 1935: "Desearía un cuadro de la Virgen para la escuela de Châteauneuf, pero no un cuadro de los que se ven corrientemente; desearía un cuadro de María-Medianera de todas las gracias". "Tengo lo que deseas —respondió la señorita Blank—. Poseo un magnífico grabado; mandaré que os lo acuarelen. Haré que le pongan un marco y que os lo lleven".

La buena señorita se engañaba cuando hablaba de un grabado "magnífico". Aquello no era un cuadro. Era un jeroglífico que era preciso interpretar, un símbolo en el doble sentido del término: los trazos del cuadro remiten a ideas, Este cuadro, como la medalla Milagrosa de Catalina Labouré, era un resumen sintético de la fe a la manera del Símbolo de los apóstoles

La Virgen está representada bajo la forma de una mujer con los brazos extendidos. Tiene corona, sobre la corona se ve una paloma en un fondo de irradiante luz. La luz baña lo alto del cuadro, representando la Plenitud increada. La Virgen lleva un manto azul. Este largo manto se extiende por la espalda descendiendo hasta los pies. Permite adivinar el cuerpo de la Virgen que no guarda proporciones: el cuerpo es diez veces mayor que la cabeza. La Virgen viste de blanco, como una monja el día de su profesión. En la cintura una delgada cinta de oro. El vestido cae hasta los pies marcando pliegues.

A la zona de luz sucede otra de sombras que representa el mundo sublunar. La Virgen une los dos dominios: el de la Plenitud increada y el del universo, como la Virgen de Rue du Bac. Ambos pies se apoyan sobre una esfera; una serpiente se agita retorciéndose mordiendo el talón. Un tallo brota de los pies de la Virgen y, cual si fuera un árbol de Jesé, sube hasta su corazón. Este corazón es una hostia. Alrededor del globo terráqueo un arco iris significa la alianza, la antigua y la nueva, la eterna alianza.

Cuando se contempla el cuadro desde cierta distancia, la figura virginal y maternal tiene la forma de una cruz. Hace falta cerrar los ojos y reflexionar para dar valor sagrado a este vulgar cuadro. Pero el método de Marta, como repetiré incesantemente, era el de rebasar, ir hasta "el sentido" a través de los signos. Es probable que ella encontrara muy bello el cuadro cuando lo vio.

Fue así como el P. Finet el 19 de febrero de 1936 buscó en el mapa el emplazamiento de Châteauneuf-de-Galaure. Lleva el cuadro. Hacia las 11 llega a Châteauneuf. Va a ver al cura y le pide entregue el cuadro a esa tal cuyo nombre aún ignora.

— ¿Deseas ver a mi feligresa?, pregunta el P. Faure. — ¿Cómo se llama? Marta Robin".

— ¿Y qué tal es? —"Un alma de élite".

Finet responde a esto que, a él, que confiesa a muchas mujeres de Lyon, tal definición no le dice nada. Sin embargo, por curiosidad o por dejarse llevar, Finet acepta ir a la casa de esa «aIma de élite», acompañando al cura.

Eran las once y media. La madre de Marta estaba calentando la sopa. El P. Faure entró en la habitación de Marta, mientras que el P. Finet quitaba la envoltura y las cuerdas. El cura salió a decir que Marta deseaba que el P. Finet le llevara el cuadro, él mismo.

Entonces el P. Finet entró por primera vez en esa habitación a la que había de visitar miles de veces.

Marta admiró el cuadro. Se citaron para después de mediodía. Después de comer donde el cura, el P. Finet volvió a la granja. La visita duró tres horas.

Este fue el momento del destino, el instante eterno, la chispa, el germen del porvenir.

El lector caerá en la cuenta de que la intuición de Marta era análoga a la que iba a inspirar a los Padres del Concilio Vaticano II medio siglo más tarde.

Durante la primera hora, cuenta el P. Finet, Marta no me habló más que de la Virgen. Me hablaba de ella como de un ser pleno de misterio, con el que ella tenía relaciones de intimidad. La segunda hora fue impresionante. Marta, con un tono autoritario, como si leyese en un libro, me habló de acontecimientos que se iban a desarrollar en la historia. Algunos eran muy graves, muy duros, otros estaban llenos de esperanza y belleza. Me dijo (lo recuerdo muy bien) que habría en la Iglesia un Pentecostés de amor. También me dijo que la Iglesia iba a rejuvenecerse por el laicado.

Marta insistió mucho sobre este término, bastante nuevo, laicado. Me repitió que el laicado debía jugar un papel capital en la Iglesia del futuro. Cuando decía esto estaba llena de alegría. Decía que la Iglesia se iba a renovar. Hablando del laicado insistía en la urgencia de encontrar los medios de formación de este laicado".

Estos medios los definía en términos que Finet recogía sin comprenderlos; si bien eran muy sencillos: Crear "hogares", "hogares de luz", "hogares de caridad", "hogares de amor".

Entonces el P. Finet suspiró: "Señorita, esto todavía no está hecho". Marta no escuchó. Y precisó: "Consistirá en un laicado consagrado, no será una orden religiosa. Estos hogares serán dirigidos por sacerdotes. Resplandecerán en el mundo entero. Serán la respuesta de Cristo después del fracaso material de los pueblos". El P. Finet callaba...

Pasó la segunda hora. En la tercera hora, Marta se volvió hacia el padre y le dijo: "Señor cura, os tengo que pedir un favor. Lo que os pido no viene de mí, es algo que proviene de Dios. Vos, vos mismo debéis venir aquí, a Châteauneuf, para fundar el primer hogar".

El P. Finet le contestó: "No puedo, señorita, pues yo no pertenezco a esta diócesis", y Marta respondió: "¡Qué importa, si Dios lo quiere!". Y precisó: "Dios quiere que se dirijan aquí retiros. No retiros de tres días, pues tres días no son suficientes para la conversión. Deben durar cinco días. Estos retiros estarán destinados a las señoras y a las jóvenes».

Finet respondió: "Entonces, señorita, ¿serán con reuniones de grupos puestas en común...? "No, —dijo Marta— la Santísima Virgen quiere silencio". El P. Finet replicó: "¿Creéis posible que las mujeres guarden silencio durante cinco días?" Y continuó: "¿Cómo dar a conocer tales retiros?" Marta respondió: "La Virgen se encargará, Vd. no tiene necesidad de hacer el reclamo". "Y ¿dónde se tendrán estos retiros?" Marta respondió: "En la escuela de niñas". El padre dijo: "Allí no hay camas, ni cocina. ¿Quién llevará el servicio?" "Vd." "¿Con qué dinero?" «No os preocupéis" "Y ¿cuándo vamos a tener el primer retiro?" Marta respondió: "El 7 de septiembre".

Se comprende que el padre estuviera aturdido. Vuelto a Lyon, consultó con Mons. Bornet, que era el obispo auxiliar. El obispo le dijo: "Si Marta lo pide es preciso aceptar». Habló de ello con su director espiritual, un jesuita, el P. Albert Valensin. Este le dijo que Marta le recordaba a santa Catalina de Siena.

La idea de Marta era elemental, pero lo elemental contiene lo esencial rechazado por nuestra conciencia. Se trataba de proponer el Evangelio al mundo actual; y esto no por medio de luchas ideológicas, ni siquiera por movimientos espirituales, sino encendiendo hogares de amor. Y para que estos hogares no fueran artificiales, era necesario poner los espíritus, mediante estos retiros en contacto con la Verdad total, es decir, con una enseñanza completa de la fe durante aquellos cinco días de silencio. Este era el sencillo proyecto que Marta había concebido y cuyo desarrollo había anunciado con un acento de tranquila certidumbre, como si el porvenir fuera ya pasado a sus ojos.

No tengo necesidad de decir que todo se realizó en las fechas señaladas y que los obstáculos se desvanecieron como por encantamiento.

Pero en otro ámbito, a una más elevada altura, o si se prefiere a una mayor profundidad, los dolores de Marta aumentaron.

En el transcurso del mes de mayo de 1918, Marta había sufrido violentos dolores de cabeza. Su padre lo explicaba diciendo que ésta se había sentado a la sombra de un nogal; tal era la hipótesis de un médico de Saint-Valliere. El 25 de noviembre de este año, que fue el del armisticio, Marta estaba junto a su madre en casa. Repentinamente se cayó en la cocina, sin que fuera capaz de levantarse. Ni comía ni hablaba: Estaba paralizada de ambas piernas, permaneciendo somnolienta todo el día. El médico habló de poliomielitis, de meningitis, de traumatismo deformante, de encefalitis letárgica. A veces se le oía gritar, a veces quedaba sumergida en el sueño. Este estado duró veinte meses. Salió del coma. Sus padres creyendo que moriría pidieron que le dieran la Unción de enfermos. Se levantó; pidió que la llevaran a la cocina. Su padre le compró un sillón, que todavía puede verse junto al diván en que murió.

En la cocina, junto a la ventana, pero con los postigos cuidadosamente entornados, pues ya sus ojos temían la caricia de la luz, Marta comienza a revivir. Puede dar algunos pasos con muletas, lee. Hábil en el manejo de las agujas, borda baberos para comprar los medicamentos que pueden aliviarla, especialmente aspirinas. Su hermano complaciente, le dice: "Marta no ganas ni el agua que bebes". La llevan en peregrinación a los santuarios del contorno. Fue entonces cuando oyó hablar de santa Teresa de Lisieux, que sería canonizada en 1925. Marta desea ser carmelita.

Dice que ha tenido por tres veces una "visión" de Teresa que la ha iluminado sobre su misión. "Creo que no moriré —dice a sus padres—. Experimento cuán dulce es el amar, aun cuando se sufra. Diría que estar sufriendo es una escuela para amar más. Quien no ha conocido el dolor no podrá jamás gustar plenamente la alegría". Ya no puede moverse. Apenas puede comer. En 1928 su madre le mete pequeños trocitos de naranja en la boca; apenas si puede chuparlos. Pero el 2 de febrero de 1929 queda paralítica a la vez de los dos brazos. Desde entonces ya no puede bordar. "Conservé —decía ella— mí dedal en mi dedo ocho días, y después dije a mi madre: "Ya ves, quítame el dedal: Esto ha terminado".

La tendieron sobre el lecho que ya no abandonaría. Había fijado sus dimensiones: "Querría —escribía en una de sus últimas cartas en 1928— que le pongan un respaldo de 45 a 50 centímetros a causa de mis riñones enfermos; largo de 90 u 80 centímetros (si no se puede hacer de 90), pero no más larga, sobre todo por mis piernas plegadas. Me gustaría también que pusieran cuatro ruedas". Sobre este lecho permanecerá hasta la muerte.

A partir de esta fecha ya no comió más. Desde 1928 a 1981 no ha tragado más que la hostia que le llevaban una o dos veces por semana. Naturalmente sus padres querían forzarla a tomar algún alimento: una taza de café, por ejemplo; ella la vomitaba. Su padre llorando decía: "¡Pero si mi hija no ha hecho nada malo!" Por entonces perdió el sueño. Sus brazos y piernas la clavan en el diván. Sus piernas se plegaron como una M mayúscula. Tiene una almohada en la espalda y un cojín para sostener sus dos rodillas. El brazo derecho reposa sobre el pecho y el izquierdo está tendido a lo largo del cuerpo. No puede moverse.

Me apresuro a narrar cómo en 1929 y 1930 sintió "un dardo de fuego que provenía del pecho de Jesús, el cual, dividiéndose en dos, hería sus dos pies y sus dos manos, mientras que un tercero le hería el corazón". Sus padres veían a su hija ensangrentada. Los médicos estaban desconcertados. El rumor de lo que sucedía se extendió. Algunas mujeres subían a visitar a Marta, rezaban con ella. El cura de la parroquia organizó algunas visitas. Su padre y su hermano estaban hartos de todos estos visitantes. 'Dejadla tranquila", —decían.

El 1930 dictó esta carta: "He aquí que el fin del año finaliza en íntima unión de mi alma con Dios. Mi ser ha sufrido una transformación tan misteriosa como profunda. Mi felicidad sobre mi lecho de enferma, es profunda, duradera, pues es divina. ¡Qué obra! ¡Qué elevación! Y ¡cuánta agonía de la voluntad he necesitado para morir a mí misma! Jesús se hacía tan tierno para un alma sangrante, tomando sobre Él todo lo penoso de la prueba, dejándome el mérito de seguirle sin resistencia. La enfermedad nos priva de nuestros medios de actuar, pero crea otros poco comprendidos, muy poco estudiados. Hay almas entregadas a la acción exterior; hay otras, bastante numerosas, entregadas a la inacción. Estas trabajan, tanto como aquéllas, en un campo vasto y desconocido. Todo se complementa. Dios es el Señor de todas las almas y, para cada uno, Señor de todos los días".

Tales eran sus sentimientos íntimos. Nosotros no podemos más que callar.

Pero nosotros debemos contrastar, o más bien completar, lo que ella experimenta en su conciencia con lo que constata, describe, analiza el conocimiento al que los modernos con razón conceden tanto valor: el de la ciencia, representada aquí por la medicina y la psiquiatría.

Tengo a la vista un largo informe hecho por los señores que examinaron a Marta:

—Dr. Jean Dechaume, médico psiquiatra de los hospitales de Lyon, profesor de la Facultad de Medicina de Lyon.

—Dr. André Richard, cirujano de los hospitales de Lyon.

"Bruscamente el 2 de febrero de 1929, apareció una impotencia con rigidez en los cuatro miembros. Durante el invierno la enfermedad había atacado los brazos, había tenido dolores agudos en las piernas, después, brutalmente, en la fecha señalada, hacia mediodía, sus brazos no pudieron moverse y se quedaron rígidos. Esta impotencia fue bastante brusca, de modo que se le quedó en el dedo el dedal con el que bordaba la víspera por la tarde. Las piernas están extremadamente dolorosas, con la sensación de que se las arrancan, plegándose completamente sobre sí mismas, después de haber dado la impresión de ser agitadas por sacudidas y movimientos de flexión involuntarios. Este estado de impotencia, sobrevenido bruscamente el 2 de febrero de 1929, va a permanecer definitivo. Es hoy el mismo que era entonces, no obstante el hecho de que después de junio de 1929 hay algunos movimientos de las falanges de los dedos, justamente los suficientes para poder pasar las cuentas del rosario.

No hubo en el momento de la aparición de la impotencia total ningún shock emotivo ni ninguna disposición mental o psíquica particular.

En 1931, a finales de octubre o primeros de noviembre, la señorita Robin un viernes comienza a sufrir la Pasión, fenómeno que se ha repetido después siempre cada semana. Al mismo tiempo aparecen sobre el dorso de las manos y de los pies los estigmas. Estos se presentan al principio como unas equimosis azulado-rojizas, dolorosas, y persistieron bajo esta forma durante dos años. Después, sobre las manos, sobre los pies y en el costado izquierdo, exactamente junto a la línea mediana, las sustituyeron unas llagas dolorosas que permanecían sin piel, sin costra ni hemorragias. Estas llagas sangraban el viernes pero sólo el viernes. Después desaparecieron al cabo de seis meses. Los estigmas tomaron entonces otro carácter: la sangre aparecía, solamente el viernes, pero sin llagas y sobre todo sin estigmas permanentes. Sin embargo en 1934, 1935 y 1936 sucedió muchas veces que la pasión no fue sangrante. En 1936, notablemente, los estigmas no aparecieron durante dos meses.

La señorita Robin dijo que no dormía ya desde 1932; dice que desde la misma fecha no come. Ya desde algún tiempo antes de esta fecha tenía grandes dificultades para alimentarse, no podía casi tragar y vomitaba enseguida casi todo.

Su estado, tal y como acabamos de describir, permaneció así durante diez años, hasta septiembre de 1939. A partir de esta fecha sufrió una clara agravación. Los estigmas, que no aparecían más que el viernes sin llagas, se hicieron más o menos permanentes en la cabeza, en los pies, manos y costado, pero siempre sin llagas.

La cabeza, que había mantenido la movilidad, apenas puede ya moverse. La enferma no puede ejecutar sino algunos pequeños movimientos, pues, si la mueve, la cabeza pierde el equilibrio y cae hacía la espalda sin que pueda ya levantarla.

Después de la misma fecha (septiembre de 1939) la visión casi ha desaparecido; ciertamente durante largo tiempo desapareció completamente, hasta el final de las hostilidades. Actualmente la enferma no ve: no puede ni distinguir ni ver verdaderamente cualquier objeto, aunque de vez en cuando percibe impresiones fugaces y dolorosas. Los dolores que sufre en todo el cuerpo aumentaron considerablemente.

Por fin, en febrero de 1942 tuvo lugar un prolongado acceso doloroso hepático-vesicular para el que hubo necesidad de aplicar largo tiempo hielo sobre la zona hipocondríaca. Esto estuvo acompañado de hematuria y piuria, así como de vómitos de bilis negra. Este episodio ha sido violento pero no ha sido único. La enferma había padecido repetidamente ya de la zona hepática.

Parece que la evolución de la enferma puede resumirse así:

Hasta julio de 1918 la señorita Robin era una muchacha como las demás, un poco débil y enfermiza.

1.- El primer episodio sobreviene a la edad de 16 años en julio de 1918 durante la guerra, episodio caracterizado por cefaleas y desvanecimientos, y en el curso de este episodio se habla de epilepsia. Esto finaliza en diciembre de 1918 con un periodo febril con vómitos y coma, por lo que se piensa en tumor cerebral.

2.- En enero de 1919 gran mejoría: durante un mes todo va bien, sin secuelas aparentes.

3.- En febrero de 1919 nuevo acceso de cefaleas, dolores oculares, que duran dos años, con un máximum durante el verano de 1919. Esta vez, sin hacerle diagnóstico, se habló de meningitis. En ningún caso se planteó la cuestión de crisis nerviosas, tumor cerebral o epilepsia. Durante el acmé de la enfermedad, aparición de impotencia en los dos miembros inferiores y amaurosis. Ningún trastorno de los esfínteres. En mayo de 1921 la impotencia ha desaparecido. Recuperación de la visión. Primera aparición de la Virgen, La enferma sale, camina; hasta puede recorrer el 11 de noviembre 4 kilómetros a pie para ir a misa.

4.- En noviembre de 1921, nuevo episodio que va a durar seis años, hasta octubre de 1927, periodo que progresivamente la instala en la impotencia de los miembros inferiores y los dolores dorsales, paralelamente a una mejoría de la visión y del estado general. La señorita Robin es entonces una enferma en cama, pero que trabaja, se entretiene, borda admirablemente. Aparecen durante este periodo metrorragias sin causa indicable y sin otras manifestaciones hemorrágicas.

Al final de este periodo aparecen algunos trastornos digestivos.

5.- El 3 de octubre de 1927, accidente grave, hematemesis, melena, hematuria. Se habla de úlcera gástrica y se considera que su estado es desesperado. Primer contacto con el demonio. Pasado el accidente, la enferma vuelve al estado anterior y en noviembre de 1928 nuevo accidente del mismo género pero menos grave.

6.- El 2 de febrero de 1929 bruscamente impotencia de los cuatro miembros y aparición, salvo algunas modificaciones, del estado definitivo.

7.- En otoño de 1930 aparición de estigmas y comienzo de los sufrimientos semanales de la Pasión. Desde 1932 nada de sueño, nada de alimentación.

Desde septiembre de 1939 agravación progresiva del estado general, práctica desaparición total de la visión, fijación más o menos permanente de los estigmas sin llagas, imposibilidad casi absoluta de mover la cabeza. Y, en febrero de 1942, acceso hepático-biliar con orinas sanguinolentas y vómitos biliares.

Se encuentra totalmente aislada, abandonada de todo y de todos, espiritual y humanamente. El demonio, que la atormenta interior y exteriormente está a su alrededor. Sufre más y más hasta la "muerte" que le sobreviene el viernes a las 15 horas (hora solar). Después tiene lugar el juicio donde lleva los pecados de los que está cargada. Terminado éste (dura dos horas) retorna a sufrir. Después viene la noche del sepulcro, cuando sufre a pesar de "no estar allá" hasta la mañana del domingo cuando a la llamada del sacerdote "vuelve" y vuelve a ser humana. Esta llamada no es, en principio, percibida por su oído. Es reanimada por un acto de obediencia y es, a continuación, cuando sus oídos perciben.

Tiene apariciones de la Virgen que originan éxtasis. La primera aparición tuvo lugar en mayo de 1921, sin causa aparente, hemos dicho. Marta la vio, como la ha visto frecuentemente después, "con los ojos del cuerpo". Mientras los éxtasis originados por estas apariciones no tiene noción de su posición en el lecho: se siente sencillamente transportada y atraída hacia la aparición.

En octubre de 1927 tuvo lugar su primer contacto característico con el demonio, pero no le vio "con los ojos del cuerpo", Fue una visión «imaginaria» bajo la forma de animales, pero animales anormales y monstruosos. Más tarde le vio con «los ojos del cuerpo» bajo apariencia humana. Eran entonces individuos desnudos o vestidos que se acercaban a su cama y la sacudían; ella misma fue abofeteada, sacudida, golpeada, empujada violentamente de derecha a izquierda. Actualmente ya no ve al demonio con «los ojos del cuerpo», es más bien algo de tipo intelectual.

Por fin, la señorita Robin nos ha dado algunos detalles de cómo recibe la comunión. Ella no traga la hostia que ha sido colocada en su lengua. Cuando la tiene sobre la lengua, (a veces ni aun llega a tocarla con la lengua) le gustaría mantenerla en la boca, pero no puede. La hostia es absorbida sin que ella la trague, (pues, por lo demás, Marta no puede efectuar el movimiento de deglución) "Es —dice— como si un ser vivo entrara en ella".

En el memorial en que Pascal había consignado su éxtasis del 21 de noviembre de 1654, (y que él guardaba cosido y recosido en su jubón) escribió: "Renunciación total y dulce". Es necesario pesar cada palabra: el adjetivo total especialmente. Pues existen dos maneras para que una parte se una al Todo: la una confusa y parcial, la otra total. Según la primera, la parte se une a otra parte del Todo. Así, el espíritu se une al cuerpo, el individuo se une a su grupo más y más extenso (familia, nación, humanidad). Pero se puede concebir, —y parece que ésta es la idea mística de Spinoza— que la parte se pone directamente en relación con el Todo, como si un punto, en lugar de seguir la línea de la circunferencia fuera, como el radio, directamente al centro. Entonces la unión es directa, la unión es total, la unión es inmediata. Y Pascal constata que esta renuncia, precisamente porque es total, es una renuncia dulce.

Estas palabras elípticas de Pascal me volvían a la memoria mientras me acordaba de Marta. Me parece que comprendo su método. Si un ser se da al Todo, consecuentemente está todo en todos.

En el próximo capítulo expongo esta característica de Marta de adaptarse sin esfuerzo, sin demora, a cada problema, a cada interlocutor. Tal es el consejo de todas las Sabidurías, orientales u occidentales, de todos los filósofos profundos; todas ellas enseñan: "Sé todo en el Todo".

Pero quizás, entre todas las expresiones de esta relación de la parte con el Todo, Marta hubiera preferido la de Malebranche: "Cristo es, en todas las cosas, el Todo de todas las partes".

Ahora en...

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