» bibel » Otros » Jean Guitton » Retrato de Marta Robin » 8.- La experiencia mística en la evolución
El problema del milagro
En este momento tomo el término milagro en su sentido radical: entiendo por milagro no un hecho maravilloso, inaudito, inexplicable; sino, como lo definía Malebranche, "un efecto que no depende de ninguna ley ni conocida, ni desconocida".
Me pregunto si la inedia de Marta, tan prolongada y tan total, puede, en el estado actual de la ciencia, ser tenida por milagrosa.
La respuesta depende de un acto mental, de una decisión filosófica. Es chocante recordar la actitud que tuvo, frente a un hecho análogo, el fundador de la Medicina Experimental. Claude Bernard nos habla de una mujer que vivía con buena salud y que no había comido ni bebido nada desde hacía varios años. Y Claude Bernard, que tenía por principio no rechazar jamás ningún hecho, ni siquiera ninguna observación popular, habiendo recibido la visita de un médico que le pedía su opinión sobre el caso, escribía: "Este médico persuadido de que la fuerza vital es capaz de todo, no buscaba otra explicación y creía que su caso podía ser verdadero. La más mínima idea científica y las más simples nociones de fisiología le habrían podido desengañar, mostrándole que lo que él proponía equivalía más o menos a decir que una bujía puede lucir y permanecer ardiendo durante varios años sin consumirse". Así Claude Bernard profesaba una sumisión total a la experiencia y excluía de antemano la posibilidad de una inedia parcial. Si se le hubiera consultado el caso de Marta Robin, no se habría desazonado.
Tales ejemplos de incredulidad científica hacen contrapeso a las actitudes de credulidad, frecuentes en los creyentes. En ambos casos se trata de una forma de fetichismo, aquí "racionalista", "milagrero" acullá. Pues los contrarios pertenecen al mismo género, lo que explica que se pase tan fácilmente de uno a otro. Yo me había propuesto resistir a la admiración, rechazar lo maravilloso, limitarme al mínimo. Practicaba lo que Descartes llamó la "duda metódica", eso que Pascal aconseja cuando nos habla de comenzar por la negación[7]. Es el camino de la prudencia, el que la campesina Marta se aplicaba a sí misma.
Pero llega un momento en el que la desconfianza metódica va contra su propio fin, que es la búsqueda de la verdad. Obedecer a despecho de todo a esta razón limitada, llamada científica, y tan contraria al espíritu de la ciencia, no me parece razonable. Comencé prudentemente por expresar con reserva: "Todo pasa como si, en este caso particular, hubiera intervenido una causa que no es objeto de examen ni definición para la ciencia".
Después, filosofando en la línea de los grandes metafísicos que han sido compañeros de mi vida, he pensado que debía llevar el espíritu crítico hasta ejercerlo sobre la crítica en sí misma; que debía proseguir hasta lo último, lógica y lealmente, aplicando la negación a la negación. Me fue preciso pasar de las causas, así llamadas, segundas a la Causa primera.
Mme. Saint-René-Taillandier me contaba que ella había comido en su juventud en casa de Renan y que le había oído decir que él aceptaría los milagros si pudieran repetirse ante la Academia de las Ciencias. Ella le había respondido que éstos no se repetirían nunca ante una academia de negadores por principio. Subrayaba con esto que en los problemas últimos todo gira sobre una cuestión previa que es metafísica, una opción primera que compromete la libertad de raíz.
El caso de Marta está en la frontera entre lo improbable y lo imposible. Desde el punto de vista de los sabios, hablando en su lenguaje, yo diría que lo imposible está en el límite hacia el que tiende lo improbable; es lo que en el estado actual de la ciencia es absolutamente improbable: improbabilidad absoluta. El salto de lo improbable a lo imposible no lo puede hacer el sabio en cuanto sabio, sino el metafísico que es la prolongación del físico.
Pero para quien no es ni sabio ni filósofo, para quien usa solamente el buen sentido, para los innumerables visitantes, para el pueblo, no cabe duda ni titubeo: estamos ante lo imposible.
En esto yo pienso como el pueblo. Aun las evidencias de la geometría, los postulados, los axiomas no se imponen sin un acto de aceptación, un consentimiento, una conformidad. Con mucha más razón en el dominio de lo moral. Afirmamos que la experiencia de Marta en el siglo XX, la alianza en ella de tanto sufrimiento y de tanta sabiduría, por los estigmas y la inedia, es un signo. Y que ello tiene las características de los signos divinos: oscuro, impugnable, opaco, molesto para unos; claro, neto, reconfortante para otros; imposible para unos, improbable para muchos, luminoso para quienes aceptan recibirle en silencio como un signo de los tiempos.
Notas
[7] Cfr. L'Absurde et le Mystère, Desclée de Brouwer, 1984.
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