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Siglo XII
Introducción
A partir del siglo XII y de modo especial en el XIII, la Edad Media llegó a su esplendor. Fue entonces cuando realizó su mejor producción cultural. Se ha llamado la época clásica de la cristiandad medieval.
El término «cristiandad» designa un modo de relación entre la sociedad y la Iglesia en la Edad Media. Los pueblos de la Europa de entonces forman una gran comunidad cimentada en la fe cristiana. La Iglesia y el imperio son las dos caras de una misma realidad, a la vez espiritual y temporal, a imagen del alma y del cuerpo.
Uno de los rasgos dominantes de esta cristiandad es el lugar cada vez más importante que va adquiriendo el papado en la Iglesia y en la Europa medievales, a costa de luchas muchas veces violentas con el emperador germánico que pretendía elegir a los obispos y al mismo papa. Estas luchas, en algunos casos, terminaron en la elección de antipapas, nombrados por el mismo emperador[82].
Si hubiera que señalar un rasgo capaz de caracterizar por sí solo los tiempos clásicos de la cristiandad medieval, ese rasgo sería, sin duda alguna, su increíble vitalidad. Un signo de vitalidad espiritual de este período histórico fue el espléndido florecimiento alcanzado por la vida religiosa: cluniacenses, cartujos, cistercienses. Si los siglos XI y XII fueron los tiempos monásticos, el siglo XIII, como veremos, será el siglo de los frailes: franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios.
Los siglos de la cristiandad fueron también la época clásica de las ciencias sagradas: la teología y el derecho canónico.
I. Sucesos
¿Cuándo acabarán los abusos?
Continuó la costumbre de intromisión civil en asuntos eclesiásticos con sus consecuencias. Por una parte, los abusos de la autoridad civil, y por otra la relajación de muchos de los eclesiásticos así nombrados. Abusos, porque llegaron incluso a elegir antipapas. Relajación, porque muchos eclesiásticos perdieron su honra y autoridad moral.
Había tres problemas fundamentales en cuanto al clero: el nicolaísmo, es decir, la inobservancia de la ley del celibato; la simonía, compra y venta de bienes espirituales; y la investidura laica, provisión de los oficios eclesiásticos, no a través de los órganos previstos por la disciplina canónica, sino por designación de los poderes civiles: emperadores, reyes y señores, propietarios o patronos de iglesias. Este abuso constituía, según los promotores de la reforma, la causa y la raíz de los otros males. Tal fue el origen de la célebre «cuestión de las investiduras», que enfrentó al pontificado y el imperio, y en particular al papa Gregorio VII y el emperador Enrique IV (1050-1106), como vimos anteriormente.
No obstante hubo ejemplos de eclesiásticos que merecen admiración. El arzobispo de Canterbury, Tomás Becket, era también amigo y canciller del rey Enrique II Plantagenet. Este quiso contar con su complicidad para la elección de prelados, pero Tomás se opuso y fue asesinado por cuatro emisarios del rey.
Gérmenes de herejías:»El enemigo sembró cizaña...»
El occidente cristiano no había sido pródigo en herejías. Desaparecido desde hacía mucho tiempo el arrianismo, que era además una doctrina importada por los pueblos invasores, la unidad de fe fue una constante de la sociedad cristiana. Si se prescinde de algunas individualidades o de grupos minúsculos, la herejía constituyó una novedad que hizo acto de presencia en Europa durante el siglo XII.
Pedro de Bruys y Enrique de Lausana, no aceptaban el bautismo impartido a los niños, atacaban la presencia eucarística y la edificación de templos. Afirmaban también que las misas de difuntos carecían de sentido y eran inútiles.
Comenzaron los primeros brotes de la herejía albigense o cátara, que hizo renacer el maniqueísmo y el dualismo persa, es decir, la creencia de dos principios supremos: la luz y las tinieblas[83]. Estos albigenses predicaron especialmente en Francia. Tomaron como sede a Albi, de donde proviene el nombre de albigenses. También atacaron los sacramentos, el culto y la vida futura. En el próximo siglo hará su explosión esta herejía.
II. Respuesta de la Iglesia
Concordato de Worms
Ante la intromisión civil, la iglesia, con el papa Calixto II a la cabeza, organizó el Concordato de Worms [84](1122), donde el emperador Enrique V, hijo del excomulgado rey Enrique IV de Alemania, aceptó no inmiscuirse más en la elección de los prelados. Sin embargo las familias romanas se opusieron a la elección del papa Inocencio II, apoyado por el emperador y eligieron al antipapa Anacleto II. El concilio I de Letrán, el primero de los ecuménicos celebrados en Occidente, se reunió al siguiente año 1123 y sancionó los acuerdos de Worms[85].
El emperador Federico, llamado Barbarroja, hizo caso omiso del Concordato de Worms y pretendió volver a nombrar obispos y abades a su gusto, interpretando su autoridad como de derecho divino y declarando su independencia del papa. Nombró un antipapa, Víctor IV, y al morir éste, a otro, Pascual III. El verdadero papa era Alejandro III, el cual le declaró la guerra. Perdida por Federico, éste obedeció a Alejandro III, en 1177.
Con Inocencio III (1198-1216) el papado alcanza la cumbre de su poder. El papa se presenta como el árbitro de Europa. Designa su candidato para el imperio, obliga al rey de Inglaterra a someterse a sus deseos. A esto se ha llamado «teocracia» que se resume así: «El papa tiene la plenitud del poder. En el terreno espiritual, todas las iglesias le están sometidas. El terreno temporal conserva su autonomía; pero, en nombre de la preeminencia de lo espiritual, el papa interviene en los asuntos políticos, en razón del pecado, cuando está en juego la salvación de los cristianos». El concilio IV de Letrán (1215) atestigua esta conciencia y este poder pontificio.
La Iglesia es santa y sus ministros deben ser santos
Ante la relajación de costumbres y de la disciplina, la Iglesia convocó, bajo el papa Calixto II, el primer concilio de Letrán (1123), para atajar dos lacras terribles: simonía y el nicolaísmo. Confirmó también el Concordato de Worms, es decir, la no intromisión de los señores feudales en asuntos eclesiásticos.
Ante las herejías, también la Iglesia reaccionó con mucho cuidado y firmeza. Para condenar la herejía de Pedro de Bruys y de Enrique de Lausana, se convocó el segundo concilio de Letrán (1139). Y renovó las condena, entre otras cosas, de la usura, los torneos y el nicolaísmo.
Y contra la herejía de los albigenses, vino en ayuda el tercer concilio de Letrán (1179), que legisló en contra de la acumulación de prebendas y fijó que los papas deberían ser elegidos por una mayoría de dos tercios de los votantes. Ya en el siglo XIII se atacará más fuertemente esta herejía cátara o albigense.
Nuevas cruzadas...
Para frenar la invasión de los turcos se organizó la segunda y la tercera cruzada.
La segunda (1147-1149) fue comandada por Luis VII de Francia y el emperador alemán Conrado III. San Bernardo fue el alma espiritual. Nuevos contingentes salieron por mar, de paso ayudaron al rey de Portugal a liberar Lisboa de los moros (1147). Primero y único éxito. Sobre las espaldas de san Bernardo cayeron fracasos y acusaciones. En el bando opuesto a los cruzados, surgió un gran guerrero llamado Saladino, de temple noble y elevado, uno de los grandes hombres del Islam, ante quien quedan pequeños los cruzados que, por divisiones y mezquindades y por la resistencia de los bizantinos, habían perdido el objetivo principal. Saladino infligió a los cristianos una fuerte derrota y tomó prisionero al rey de Jerusalén. Jerusalén cayó nuevamente en poder del Islam. La pérdida de Jerusalén produjo una gran conmoción y consternó a todo el orbe cristiano.
La tercera (1189-1192) fue guiada por Federico Barbarroja, Felipe II Augusto, rey de Francia y por Enrique II de Plantagenet de Inglaterra. Murieron Federico y Enrique. El hijo de Enrique II, Ricardo Corazón de León, lo suplió. Felipe II se apoderó de san Juan de Acre. Ricardo firmó un acuerdo de acceso libre de los cristianos a Tierra Santa, estampando su nombre junto al del sultán Saladino. Aunque esta cruzada fue la más universal de todas, sin embargo, tampoco ahora los resultados correspondieron a las esperanzas. También el emperador Barbarroja murió en el camino de Tierra Santa. Jerusalén no fue recuperada y la gran cruzada se diluyó sin más fruto que una ligera consolidación de la presencia cristiana en algunos territorios.
Impulso espiritual: Los cistercienses y otras órdenes
En el empeño de renovación espiritual y eclesial, otros hombres buscaron formas nuevas de consagrarse a Dios, seguidos de numerosos discípulos. Entre ellos, los cistercienses, fundados en el siglo XI, como dijimos anteriormente; los canónigos regulares y los templarios.
Los cistercienses tuvieron gran importancia a partir de su fundación por san Roberto de Molesmes, que adoptó los moldes heredados por san Benito y del que hablamos ya en el capítulo anterior. San Bernardo de Claraval dio impulso notable a esta orden[86]. Entró en Citeaux junto con treinta compañeros, todos ellos pertenecientes a familias nobles de Borgoña (1112). Tres años más tarde, y a los veinticuatro años de edad, Bernardo fue hecho abad del nuevo monasterio de Clairvaux (Claraval), por él fundado (1115). Él solo fundó 66 abadías. Fue tal su influjo que muchas veces lejos de su abadía intervenía en numerosos asuntos de la vida de la Iglesia y de la cristiandad. Contribuye a la reforma del clero. Denuncia el relajamiento de Cluny. Invita a los obispos a una mayor pobreza y al cuidado de los pobres. Pone fin a un cisma en la Iglesia de Roma, el cisma de Anacleto, y propone un programa de vida al monje de Clairvaux (Claraval) que ha sido elegido Papa, Eugenio III.
Bernardo se esfuerza en cristianizar la sociedad feudal: ataca el lujo de los señores y predica la santidad del matrimonio. Predicador de la segunda cruzada en Vézelay y en Spira (1146), intenta poner fin a la matanza de los judíos que algunos exaltados creían ligada a la cruzada.
No cabe duda de que Bernardo es ante todo un maestro espiritual. Es el uno de los grandes doctores de la Iglesia, para él todo parte de la meditación de la Escritura. Más que en la ascesis y en los ejercicios, Bernardo insiste en la unión con Dios, y reduce toda la religión a la práctica de la caridad. Propone un itinerario de retorno a Dios que conduce del conocimiento de sí mismo a la posesión de Dios. Sobresalen sus sermones sobre la Virgen y sobre el Cantar de los Cantares.
Papas y reyes, príncipes y pueblos experimentaron el atractivo de la santidad de este gran protagonista de la historia. El Cister experimentó un asombroso desarrollo en vida de san Bernardo. Baste decir que la comunidad de Claraval llegó a contar con 700 monjes, que la docena de abadías de la orden existentes a su llegada eran 342 a la hora de su muerte y que esta cifra todavía crecería hasta ser unas 700 a finales del siglo XIII.
Nacieron luego los canónigos regulares de san Agustín. Practicaban la denominada «vita canonica», que consistía sobre todo en la comunidad de dormitorio y refectorio (comedor) y en la observancia de la llamada «regla de san Agustín». Ciertos capítulos regulares llegaron con el tiempo a relacionarse entre sí, creando uniones o congregaciones de canónigos de san Agustín, entre las que destacaron los canónicos regulares de san Juan de Letrán y los de san Víctor. La más importante de todas esas fundaciones canonicales fue la realizada por san Norberto en Premontré (1120), que dio lugar a la orden de los Premonstratenses, difundida pronto por toda Europa y que desarrolló una gran actividad misionera.
Finalmente, como culminación del ideal de la caballería cristiana y prueba, a la vez, de la honda impregnación religiosa del oficio de las armas, nacieron las órdenes militares, una creación característica de la Edad Media europea. Surgieron de una fusión del monacato y de la profesión de las armas propia de la clase nobiliaria. Su origen ha de buscarse en algunos pequeños grupos de caballeros, que se dedicaron a servir a los cristianos enfermos en un hospital de Tierra Santa o a proteger a los peregrinos que acudían a visitar los Santos Lugares.
El desarrollo alcanzado por las órdenes militares desde el siglo XII se debió al fuerte impulso espiritual que san Bernardo dio a la sociedad cristiana y a las guerras de cruzada, en las que las órdenes tuvieron un papel preponderante. Eran, pues, monjes guerreros, cuyo objeto consistía en cuidar de Tierra Santa y realizar diversas obras de beneficencia.
Nacieron los hospitalarios[87] de san Juan, que atendían a los enfermos; los templarios, que habitaron el Templo de Salomón reconstruido por Herodes; los teutones que, aunque nacidos en Palestina, en el siglo XIII trasladaron su sede a la Prusia oriental y consiguieron la sumisión y cristianización de los últimos pueblos paganos del nordeste de Europa. Dicha orden se secularizó en tiempos de la reforma protestante. Y en España vio la luz la Orden de Alcántara, la de Calatrava, la de Santiago. Éstas surgieron al hilo de la lucha por la reconquista.
La Iglesia, guardiana y fomentadora de la cultura: El siglo de oro de la Escolástica
Las escuelas monacales salvaron de la hecatombe a la sabiduría y las obras clásicas. Las materias enseñadas en aquellas aulas eran gramática latina, retórica y dialéctica, por una parte; aritmética, geometría, astronomía y música, por otra; así como teología. Aparecieron también las escuelas episcopales, anexas a la catedrales.
En este ambiente cultural nació la Escolástica y los grandes teólogos. Desde san Agustín hasta el siglo XII no se habían realizado estudios apreciables en la elaboración teológica. En este siglo XII nació el método escolástico, propiamente dicho. Se registran grandes avances culturales, se redescubren los filósofos griegos —especialmente Aristóteles- a través de traducciones del árabe hechas en Toledo y en Sicilia, y poco a poco su filosofía se va imponiendo en la enseñanza.
Este nuevo modo de pensar (lógica) y de ver el mundo (filosofía) se introdujo en las escuelas catedralicias, en las escuelas monacales y luego en las universitarias. Nacido en estas escuelas, tomó el nombre de escolástica. Existe un período llamado pre-escolástica que tiene por representante a san Anselmo. Pero su florecimiento se dio en las universidades, que tuvieron su origen en la Iglesia, sobre todo cuando llegaron a sus cátedras los talentos de las órdenes mendicantes.
Es la llamada edad de oro de la teología medieval. Estos pertenecen propiamente al siglo siguiente y son los franciscanos: Alejandro de Hales (1245), san Buenvantura —general de la orden franciscana (1274), Rogelio Bacon (1294) y Juan Duns Escoto, profesor en Oxford, París y Colonia. Los talentos dominicos son: san Alberto Magno (1280) y santo Tomás de Aquino, su discípulo (1274).
Otros talentos son: San Anselmo, que incentivó a la razón en la explicación de la fe; Pedro Lombardo, llamado el Maestro de las Sentencias; Abelardo buscó con precisión la traducción de la Biblia y de los textos de los Santos Padres. Sus enseñanzas morales fueron tachadas de subjetivas; por eso, optó por terminar sus días en un monasterio, dedicado a la oración; San Bernardo de Claraval, teólogo y maestro de la vida espiritual, del que ya hablamos. Se hizo célebre su frase: «La medida del amor a Dios consiste en amar a Dios sin medida». Propagó la devoción a la Virgen.
Conclusión
Terminamos este siglo XII; siglo monástico por excelencia, y donde la religiosidad de los laicos estuvo poderosamente influida por la espiritualidad monacal. Estos siglos monásticos, XI y XII, corresponden a los tiempos de una sociedad europea de tipo agrario y señorial, en la que los monasterios, levantados en medio de los campos, constituían desde todo punto de vista grandes centros de vida para la población de la comarca. Muchos laicos acudían a los monasterios, impulsados sobre todo por el deseo de participar en los beneficios espirituales que la vida santa de los monjes podía merecerles. Así mejoraban su vida cristiana y se preparaban para la eterna bienaventuranza.
Y dado que hablamos de san Bernardo en este siglo, pongamos punto final a este siglo con dos citas suyas. Una es sobre las dos espadas, cuando comenta Lucas 22, 35-38: «La una y la otra espada pertenecen a la Iglesia, a saber, la espada espiritual y la espada material. Pero ésta debe ser sacada para la Iglesia y aquélla debe ser sacada por la Iglesia; la primera por la mano del sacerdote, la segunda por la mano del caballero, pero desde luego por orden del sacerdote y por mandato del emperador» (Carta 256).
Y la otra es un decreto papal: «Instruidos por la autoridad de nuestros predecesores y de los demás santos padres, hemos decidido y establecido que, después de la muerte de un papa de la Iglesia universal de Roma, ante todo, los cardenales obispos deberán buscar al más digno, en común y con la más cuidadosa atención; luego harán venir a los cardenales clérigos; finalmente, el resto del clero y el pueblo se adelantarán para adherirse a la nueva elección» (Decreto del año 1059, del papa Nicolás II).
Notas
[82] Esta costumbre de intervenir en los nombramientos venía desde Clodoveo y tenía un arraigo de cinco siglos. Arrancarla costó luchas, lágrimas, sangre y excomuniones, especialmente en Alemania, como vimos en el siglo anterior.
[83] La luz habría creado el alma y todos los seres buenos. Las tinieblas crearon, por su parte, el cuerpo y las cosas materiales que, por tanto, eran consideradas malas. De ahí que estimaron al matrimonio y las relaciones sexuales, la propiedad, el recurso a la legítima defensa, etc...como actos malos.
[84] El papa envió tres cardenales legados a Alemania para negociar con el emperador Enrique V, y el 23 de septiembre de 1122 se firmó el Concordato de Worms, llamado también "Pacto Calixtino". Se establecía en él la norma de que los prelados serían escogidos por el procedimiento de elección canónica, aunque el monarca alemán tendría el derecho de presenciar las elecciones y en los casos dudosos debería ayudar a la mejor parte. El metropolitano había de investir al nuevo obispo de sus poderes espirituales, por la entrega del anillo y el báculo. Al rey correspondía, en cambio, la colación de las regalías, por la investidura laica consistente en la entrega del cetro. Así quedó definitivamente resuelto en el imperio el problema de las investiduras, con una solución que salvaba el principio de la libertad eclesiástica, tan fundamental para la doctrina gregoriana.
[85] En la práctica, esos acuerdos no resultaron tan satisfactorios como podía esperarse: los monarcas pudieron influir poderosamente en el acto de la elección, y todavía influyó más, con el tiempo, la alta nobleza alemana, ya que la composición cerradamente aristocrática que tuvieron los cabildos -que eran el colegio electoral- puso en sus manos los nombramientos episcopales.
[86] Fue san Bernardo quien dijo al papa Eugenio III, al darse cuenta de que los papas se preocupaban más de lo temporal: "¿Cuándo rezamos? ¿Cuándo enseñamos a los pueblos? ¿Cuándo edificamos la iglesia?...En el palacio pontificio resuenan cada día las leyes de Justiniano y no las del Señor".
[87] Los hospitalarios fueron la vanguardia de la cristiandad y cumplieron esta función hasta muy entrada la Edad Moderna. La isla de Rodas fue un tiempo su reducto y, tras la conquista de los turcos, la orden prosiguió la lucha desde la isla de Malta, cedida por Carlos V para compensar la pérdida de Rodas. Aquí los hospitalarios -los caballeros de Malta- mantuvieron una soberanía independiente que perduró hasta finales del siglo XVIII, cuando la isla fue ocupada por Napoleón en su camino hacia la campaña de Egipto.
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