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Siglo XV
Introducción
Después del cautiverio de Aviñón y del cisma de Occidente, la Iglesia sufría en toda Europa una crisis de credibilidad. Esta crisis se ahondó todavía más por las fuertes convulsiones políticas, sociales y económicas de estos siglos. Ante el desprestigio del sacerdocio, la mentalidad religiosa se orientó a buscar un contacto más directo con Dios. Es lo que hablamos en el siglo anterior sobre la «devoción moderna». Aquí está, según algunos, el preludio de la reforma protestante de Lutero, pero sólo en algunos puntos que a él le convenían.
En general, la formación del clero era muy deficiente y, en algunos casos, existía una marcada corrupción. Algunos obispos actuaban más como señores feudales que como pastores de la Iglesia. La necesidad de una reforma era inminente. Se pensó que el concilio de Constanza la iniciaría, pero apenas hizo algo al respecto.
I. Sucesos
«A río revuelto, ganancia de pescadores...»
En este clima de desconcierto general en la Iglesia, brotó la herejía husita, iniciada por Juan Huss, por influjo del inglés Wycleff[117], resumida en estos puntos:
- Huss critica al Papa y dice que la iglesia verdadera no es la institución, sino la comunidad de los elegidos. Quiere reformar la iglesia y hacerla más pobre. Predicó violentamente contra el rico clero y contra el papa Juan XXIII. Acude a Constanza. Fue condenada su concepción de la iglesia. Huss acabó en la hoguera[118].
- Ataca a la propiedad y a la autoridad, y por tanto, a la autoridad del Papa. Él, Juan Huss, se dice súbdito del concilio y de Jesucristo.
- Niega los sacramentos.
- Reclama libertad para predicar y cáliz para los seglares, es decir, comunión bajo las dos especies.
- Exige que se prohíban al clero la posesión de bienes y que todo pecado mortal sea castigado.
- Niega el celibato sacerdotal.
- Niega el culto a los santos.
También los emperadores y los poderes civiles, aprovechando esta confusión en la Iglesia, querían seguir interviniendo en asuntos religiosos. Ejemplo de ello fue la llamada Pragmática Sanción de Bourges, firmada por el rey Carlos VIII de Francia. Deseaba constituir una iglesia nacional. Para ello se concedió ingerencia en las elecciones episcopales y permitió que los monjes eligieran abad. Prohibió la publicación de los documentos pontificios que no contaran con su aprobación real.
Final del imperio cristiano bizantino y avance turco otomano
Terminado el cisma de Occidente, el papa Martín V y su sucesor Eugenio IV anhelaban poner fin también al cisma oriental, comenzado, como dijimos, en 1054. Lo mismo deseaban en Constantinopla los teólogos unionistas.
Por otra parte, la creciente amenaza turca impulsaba a los gobernantes bizantinos a buscar un apoyo en la Cristiandad occidental, e inclinaba su ánimo hacia la causa de la unión eclesiástica.
Oriente y Occidente estaban de acuerdo en que la solución del cisma habría de conseguirse mediante un Concilio, donde ambas iglesias, la latina y la griega, estuvieran representadas. Se comenzó dicho Concilio en Ferrara el 2 de enero de 1438, y se prosiguió en Florencia, donde hubo de trasladarse a causa de la peste, a partir del 13 de febrero de 1439. Fueron positivos los resultados y se llegó a la unión y a la aceptación del Papa como cabeza y vicario de Cristo, pastor y maestro de todos los cristianos, que rige y gobierna la Iglesia de Dios, sin perjuicio de los derechos de los patriarcas de Oriente.
Cuando los obispos griegos volvieron a Oriente encontraron un clima popular resueltamente adverso y antirromano, lanzado por Marco Eugenio de Éfeso, el tenaz enemigo de la unión de las dos iglesias. El emperador Juan VIII, a la vista del sesgo que tomaban los acontecimientos, se dejó intimidar y no se atrevió a proclamar oficialmente la unión de Florencia, aunque tampoco llegó a denunciarla.
Entre tanto, los turcos que por conveniencia política habían combatido la unión en las iglesias sujetas a su dominio, ocupaban la mayor parte de los territorios bizantinos y amenazaban de cerca de Constantinopla. Muerto el emperador Juan, su hermano y sucesor Constantino XI decidió promulgar el decreto de unión. La unión, concluida en Florencia, fue solemnemente proclamada en la catedral de santa Sofía, el 12 de diciembre de 1452, en presencia del emperador, del legado papal y del patriarca bizantino.
La reacción fue un violento tumulto iniciado por el clero y los monjes, que lanzaron el grito de guerra, ardorosamente coreado por las turbas: «¡Reine sobre Constantinopla el turbante de los turcos, antes que la mitra de los latinos!».
Medio año más tarde, ese voto tenía cumplimiento: en abril de 1453, la ciudad de Constantinopla es sitiada por los turcos. Y el 29 de mayo toman por asalto la ciudad. El emperador sucumbe y muere sobre las murallas. El sultán Mahoma II entra a caballo en Santa Sofía, alfombrada de cadáveres. Había sucumbido la segunda Roma. El Imperio bizantino pasaba a la historia. Moscú recogía la herencia como «tercera Roma» (1461). Un concilio ruso proclamó en 1448 la autonomía de la iglesia rusa, eligiendo al metropolita de Moscú.
El siglo XVI presenciará horrorizado los siguientes avances turcos, hasta que serán detenidos en la batalla de Lepanto.
Renacimiento: Una nueva concepción del mundo
En el centro, el hombre
Los intelectuales europeos estudiaron la cultura grecolatina. Los adelantos científicos de la época promovieron los cambios culturales. El sistema económico del feudalismo decayó dando paso a un incipiente capitalismo. La imprenta de Guttemberg revolucionó la vida intelectual. El primer libro que salió de sus manos fue la Biblia (1455). Ya la Sagrada Escritura no era privilegio de eruditos, sino de todos. Las técnicas de los viajes marítimos fueron usadas y perfeccionadas por los portugueses, sobre todo.
¿Qué características tuvo el Renacimiento?
El centro de todo no es Dios, sino el hombre.
Vuelta a los clásicos grecolatinos en letras (literatura) y arte (arquitectura, pintura y escultura). Así nacieron las Academias que acogían a los estudiosos reunidos para comentar las obras producidas por la imprenta. El Renacimiento privilegió a Platón, por encima de Aristóteles. La Escolástica recibió burlas despectivas.
Los mismos Papas fueron mecenas o protectores de artistas. Por ejemplo, Nicolás V patrocinó la traducción de los autores griegos al latín. Sixto IV mandó construir la Capilla Sixtina (1475). Estos mismos papas propiciaron el nepotismo, los escándalos financieros, acumulación de beneficios, proliferación de espectáculos escandalosos, ejercicio de políticas de expansionismo y poca afición a las virtudes ascéticas.
Contra estos vicios alzó la voz Jerónimo Savonarola, dominico, predicador de fuego. Alejandro VI intentó conquistarle y ponerle de su parte; pero no lo consiguió. Por tanto, prohibió a fray Jerónimo que predicara. Él desobedeció, alegando, como Huss, que obedecía los designios de Dios. El Papa Alejandro VI lo excomulgó. Terminó tristemente en la hoguera en 1498, en Florencia.
Otro dominico, español, Vicente Ferrer, mostró también, pero con más respeto, ansia de reformar las costumbres en la Iglesia, a la que con todos sus defectos, tuvo una firme adhesión. Son famosos sus sermones y tratados de vida espiritual. El franciscano san Juan de Capistrano levantó el alma de Hungría y a caballo —crucifijo en mano- definió la derrota del Islam, que amenazaba Europa. San Bernardino de Siena —franciscano- con su predicación y vida santa sostuvo a las comunidades y pueblos italianos en su fe.
Descubrimiento, conquista y evangelización de América
1492 fue un año muy importante para España y Portugal. Fueron expulsados los moros, se casaron los reyes católicos que tanto empujaron la causa católica, Colón descubrió América, nació Ignacio de Loyola, el cardenal Cisneros reformó la vida espiritual de España y fundó la universidad de Alcalá de Henares.
Veamos este tema, de tanta importancia en la historia de la humanidad y en la historia de la Iglesia.
a) Los hechos:
En 1492 Colón[119] obtiene los títulos vitalicios y hereditarios de Virrey, Almirante y Gobernador, con poderes jurisdiccionales sobre las tierras a descubrir; se le adjudica el 10 % de las riquezas halladas. El 3 de agosto salen del Puerto de Palos, en Huelva, las carabelas Pinta, Niña y Santa María, con unos 100 hombres, la mayoría andaluces, algunos vascos y gallegos[120]. Era el primer viaje de Colón. El 12 de octubre descubren la isla Guanahaní (más tarde llamada San Salvador), Cuba y Santo Domingo. En santo Domingo se funda el fuerte Navidad, primer establecimiento europeo en el continente americano. «Y es san Domingo donde se plantó la primera cruz, se celebró la primera misa, se recitó la primera avemaría y de donde entre diversas vicisitudes, partió la irradiación de la fe a otras islas y luego a tierra firme, dando así comienzo a la gesta evangelizadora de Nuevo mundo» [121].
En 1493 Colón regresa a España. Desembarca en Barcelona y se entrevista con los reyes en el mes de abril. El 25 de septiembre parten de Cádiz 17 nuevas carabelas, las cuales transportan al Nuevo Mundo 1.500 hombres con instrucciones para la evangelización, comercio y colonización de estas tierras. Es el segundo viaje de Colón. Se funda la primera ciudad, llamada Isabela en honor de la Reina Católica, entre las ruinas del fuerte Navidad, destruido por los indios. Realizan viajes a Cuba —que Colón cree ser la India- y a Jamaica; vuelven a Santo Domingo, entonces llamada La Española, donde el gobierno de Cristóbal Colón produce descontento. Se plantea el problema de la esclavitud indígena.
En 1495, en el mes de octubre, desde la metrópoli se envía a La Española un representante real; Colón entrega el gobierno a su hermano Bartolomé y regresa a España para defenderse de las acusaciones que se le hacen en la Corte de maltrato de los indios.
En 1498, 30 de mayo, Colón realiza su tercer viaje [122] al Nuevo Mundo. Salen de Sevilla y Sanlúcar seis carabelas, que siguen dos rutas: una va hacia La Española y la otra hacia el Sudoeste. Descubrimiento de Trinidad y de la desembocadura del Orinoco. En el mes de agosto llegan a distintos puntos del continente, que Colón sigue creyendo ser las Indias orientales.
En 1500 el portugués Pedro Álvarez Cabral descubre el Brasil, al tiempo que Vicente Y. Pinzón llega a su costa nordeste y a las bocas del Amazonas. Juan de la Cosa traza el primer mapa de las tierras exploradas. Tras su regreso a La Española, Roldán encabeza una sublevación contra Colón. Bobadilla es enviado a esta isla por los reyes con plenos poderes, y procesa a Colón, que es enviado a España en calidad de preso. Esto conlleva la supresión de sus privilegios, salvo los títulos de Virrey y Almirante.
En 1502 Nicolás de Ovando es enviado a La Española como gobernador de la isla, con amplios poderes judiciales. Pacifica la isla. Hernán Cortés intenta embarcar en esta expedición, pero un accidente sufrido en una aventura galante se lo impide. El día 11 de mayo, Cristóbal Colón sale de Cádiz con cuatro carabelas, iniciándose así su cuarto viaje. Se le han renovado todos sus privilegios, pero se le prohíbe dirigirse a La Española. Llegan a la costa centroamericana (actualmente Honduras y Panamá).
1505-1508: en las juntas de Toro y Burgos, en las que participan, entre otros, Américo Vespucio y los hermanos Pinzón, se estudia la posibilidad de hallar un paso a través del continente que conduzca a las Indias orientales. Igualmente, se crea el puesto de Piloto Mayor, para el que es nombrado el afamado marinero italiano Américo Vespucio. Cristóbal Colón muere en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, pobre y olvidado.
1513: Viajes menores de exploración y conquista de América. Mediante establecimiento de compañías comerciales y el apoyo financiero de la Corona española o de algunos banqueros extranjeros, Alonso de Ojeda, Américo Vespucio, los hermanos Pinzón, Juan de la Cosa, Alonso Niño y otros marineros recorren las costas americanas, desde el Brasil hasta las Antillas mayores: Trinidad, Venezuela, Colombia, Panamá, las bocas del Amazonas y el Orinoco. Hernán Cortés participa en la expedición de Diego Velásquez a Cuba, en la que ocupa un cargo militar, limitándose a desempeñar funciones burocráticas. En Cuba ejerce actividades muy diversas: es agricultor, ganadero, buscador de oro, negociante, etc. De los relatos de Américo Vespucio se desprende que las tierras descubiertas forman un nuevo continente, al que Martín Waisdseemuller propone que se dé el nombre de «América», en honor de Américo Vespucio. Vasco Núñez de Balboa cruz el istmo de Panamá y descubre el océano Pacífico.
1515: Expediciones de Juan Díaz Solís por las costas uruguayas el río de la Plata. Se busca un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico. Retroceso de los conquistadores ante los valientes y decididos ataques de los indios.
1518: Diego Velázquez confía a Hernán Cortés el mando de una expedición cuyo objetivo lejano es la conquista del Imperio azteca. El conquistador extremeño parte de la ciudad de Santiago en el mes de noviembre, antes de la fecha prevista, con 11 barcos y 700 hombres.
1519: Primera circunnavegación de la Tierra. Fernando de Magallanes, portugués al servicio de la Corona de Castilla, alcanza por Occidente las islas de las Especies. Uno de sus cinco navíos, el «Victoria», al mando de Juan Sebastián Elcano, regresará a Sevilla tras una travesía de 1.124 días. Queda probada, así, la esfericidad de la Tierra. La expedición de Hernán Cortés se dirige a la península de Yucatán, funda Veracruz e inicia la penetración hacia el interior de México. En noviembre, las huestes de Cortés llegan a la capital azteca, Tenochtitlán, siendo bien recibidas por el emperador, que se reconoce vasallo del rey de Castilla.
1521: Hernán Cortés, nombrado capital general, somete todo el Imperio azteca y realiza expediciones a Yucatán y Honduras, que son anexionadas a Nueva España: Carlos V implanta una sólida organización administrativa en estos territorios.
1525: Francisco Pizarro y Diego de Almagro emprenden dos viajes con un triple objetivo descubridor: extender los límites conocidos, buscar la unión de los dos océanos y enriquecerse con las cabalgadas, acompañadas de saqueros y razzias.
1526-1528: Segunda expedición al Perú de Pizarro y Almagro, descubriéndose el Incario. Aunque no llegan a conocer su organización imperial, los conquistadores se enteran de las luchas entre Atahualpa y Huáscar. Ante las posibilidades de conquista, retornan a Panamá en busca de ayuda.
1529: Pizarro se traslada a España, donde es recibido por Carlos V, que le nombra gobernador, capitán general, adelantado y alguacil mayor, y se le concede la hidalguía. El rey firma la capitulación de la conquista de Perú, sometida finalmente.
1537-1538: Las expediciones de Solís por el río de la Plata atraen el interés hacia aquella región. Así, Pedro de Mendoza inicia la exploración del territorio.
1540: Expedición de Pedro de Valdivia a Chile, entonces llamada Nueva Extremadura. Se funda en este territorio la ciudad de Santiago, futura capital del país.
1557: Termina la difícil conquista de Chile: el valor de los araucanos es cantado por Ercilla en La Araucana. El período de conquista puede considerarse terminado.
b) Elementos de juicio: [123]
¿Qué decir, primero, del descubrimiento?
Quizá nunca en la historia se ha dado un encuentro profundo y estable entre pueblos de tan diversos modos de vida como el ocasionado por el descubrimiento hispánico de América. En el Norte los anglosajones se limitaron a ocupar las tierras que habían vaciado previamente por la expulsión o la eliminación de los indios. Pero en la América hispana se realizó algo infinitamente más complejo y difícil: la fusión de dos mundos inmensamente diversos en mentalidad, costumbres, religiosidad, hábitos familiares y laborales, económicos y políticos. Ni los europeos ni los indios estaban preparados para ello, y tampoco tenían modelo alguno de referencia. En este encuentro se inició un inmenso proceso de mestizaje biológico y cultural, que dio lugar a un Mundo Nuevo.
El mundo indígena americano, al encontrarse con el mundo cristiano que le viene del otro lado del mar, es, en un cierto sentido, un mundo indeciblemente arcaico, cinco mil años más viejo que el europeo. Sus cientos de variedades culturales, todas sumamente primitivas, sólo hubieran podido subsistir precariamente en el absoluto aislamiento de unas reservas. Pero en un encuentro intercultural profundo y estable, como fue el caso de la América hispana, el proceso era necesario: lo nuevo enriqueció a lo antiguo.
Muchas de las modalidades culturales de las Indias, puestas al contacto con el nuevo mundo europeo y cristiano, vinieron enriquecidas; por ejemplo, cerbatanas y hondas, arcos, poco a poco, dejan de fabricarse, ante el poder increíble de las armas de fuego que permiten a los hombres lanzar rayos. Las flautas, hechas quizá con huesos de enemigos difuntos, y los demás instrumentos musicales, quedan olvidados en un rincón ante la selva sonora de un órgano o ante el clamor restallante de la trompeta. El mismo arte pictórico vino enriquecido al conocer el milagro de la escritura, de la imprenta, de los libros. Los vestidos, el cultivo de los campos con los arados y los animales de tracción, antes desconocidos. Esto en el campo material. ¿Y en el campo espiritual? Europa ofrece al mundo indígena la verdad del matrimonio monogámico y el monoteísmo.
¿Qué queda entonces de las antiguas culturas indígenas? Permanece lo más importante: sobreviven los valores espirituales indios más genuinos, el trabajo y la paciencia, la abnegación familiar y el amor a los mayores y a los hijos, la capacidad de silencio contemplativo, el sentido de la gratuidad y de la fiesta, y tantos otros valores, todos purificados y elevados por el cristianismo. Sobrevive todo aquello que, como la artesanía, el folklore y el arte, da un color, un sentimiento, un perfume peculiar, al Mundo Nuevo que se impone y nace.
Por el diario de Colón podemos colegir que el objetivo primero del descubrimiento era hacer cristianos[124], y el segundo hallar oro: «Así que deben Vuestras Altezas[125] determinarse a los hacer cristianos, que creo que si comienzan, en poco tiempo acabarán de los haber convertido a nuestra santa fe multidumbre de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riquezas, y todos sus pueblos de la España, porque sin duda es en estas tierras grandísima suma de oro, que no sin causa dicen estos indios que yo traigo, que hay en estas islas lugares adonde cavan el oro y la traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos».
Evangelio y oro no son en el siglo XVI cosas contrapuestas, o al menos pueden no serlo. Esto, nosotros no acabamos de entenderlo. Colón confesó de todo corazón: «El oro es excelentísimo; del oro, se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso» (IV Viaje). En esta declaración, muy enraizada en el siglo XVI hispano, la pasión por el oro no se orienta ante todo, como hoy suele ser más frecuente, a la vanidad y la seguridad, o al placer y la buena vida, sino que pretende, más que todo eso, la acción fuerte en el mundo y la finalidad religiosa.
Descubridores y conquistadores, según se ve en las crónicas, son ante todo hombres de acción y de aventura, en busca de honores propios y de gloria de Dios, de manera que por conseguir estos valores muchas veces arriesgan y también pierden sus riquezas y aún sus vidas. Y si consiguen la riqueza, rara vez les vemos asentarse para disfrutarla y acrecentarla tranquilamente. Ellos no fueron primariamente hombres de negocios, y pocos de ellos lograron una prosperidad burguesa.
En Colón, concretamente, la fe y el oro no se contradicen demasiado, si tenemos en cuenta que, como él dice, «así protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana» (I Viaje, 26 diciembre).
¿Qué decir, segundo, de la conquista?[126]
Correspondió a Colón y a sus compañeros dar nombre a las tierras que fueron descubriendo, como Adán en el Paraíso, en señal de dominio, de un dominio ejercido desde el principio «En el nombre de Cristo» y de los católicos Reyes. Y pone nombres cristianos: San Salvador, santa María de Concepción, Isla Santa, Isla de Gracia, cabo de Gracias a Dios, islas de la Concepción, la Asunción, Santo Domingo, santa Catalina. El primer asentamiento español fundado en tierra americana fue el llamado fuerte de la Navidad. Y a las aguas de ciertas islas «púsoles nombre la mar de Nuestra Señora». Este bautismo cristiano de las tierras nuevas fue costumbre unánime de los descubridores españoles y portugueses. Ellos hicieron con América lo mismo que los padres cristianos, que hacen la señal de la cruz sobre su hijo recién nacido, ya antes de que sea bautizado.
También fue Colón quien solía enviar al escribano para que no consintiese hacer a los demás cosas indebidas a los indios. Al ver a los indios tan francos, no permitió que los españoles recibieran cosa alguna sin que se devolviera algo en pago a los indios.
En el codicilo que la reina Isabel otorga el 23 de noviembre de 1504, suplica a su esponso Don Fernando y a su hija Doña Juana que «no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas islas y tierra firma, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados y, si algún agravio han recibido, lo remedien».
Aceptaron los monarcas el compromiso y desde entonces ellos y sus sucesores, por razón del Patronato regio que habían conseguido de los Papas, se hicieron cargo de los gastos que supuso el envío de misioneros, la creación de nuevas diócesis, dotación de cabildos, construcción de iglesias y catedrales, mantenimiento de parroquias, seminarios, escuelas y conventos, y todo lo que suponía llevar a cabo la obra misionera.
La conquista se realizó con una gran rapidez, en unos veinticinco años (1518-1555)[127]. No fue tanto una conquista de armas, sino una conquista de seducción. Seducción de lo nuevo y superior.
¿Cómo se explica, si no, que unos miles de hombres gobernaran a decenas de millones de indios, repartidos en territorios inmensos, sin la presencia continua de algo que pudiera llamarse ejército de ocupación?
Dijimos que la conquista no fue por las armas, sino más bien, por la fascinación y, al mismo tiempo, por el desfallecimiento de los indios ante la irrupción brusca, y a veces brutal, de un mundo nuevo y superior[128]. El chileno Enrique Zorrilla, en una páginas admirables, describe este trauma psicológico, que apenas tiene parangón en la historia: «El efecto paralizador producido por la aparición de un puñado de hombres superiores que se enseñoreaba del mundo americano, no sería menos que el que produciría hoy la visita sorpresiva a nuestro globo terráqueo de alguna expedición interplanetaria» (Gestación 78).
Hay más. Conviene tener en cuenta que, como señala Céspedes del Castillo, «el más importante y decisivo instrumento de la conquista fueron los mismos aborígenes». Los castellanos reclutaron con facilidad entre ellos a guías, intérpretes, informantes, espías, auxiliares para el transporte y el trabajo, leales consejeros y hasta muy eficaces aliados. Esto fue, por ejemplo, el caso de los indios de Tlaxcala y de otras ciudades mexicanas, hartos hasta la saciedad de la brutal opresión de los aztecas.
Prohibida la esclavitud por la Corona, se fue imponiendo desde el principio el sistema de la encomienda, que ya tenía antecedentes en el Derecho Romano, en las leyes castellanas y en algunas costumbres indígenas.
¿Qué es la encomienda? Un derecho concedido por merced real a los beneméritos de las Indias para recibir y cobrar para sí los tributos de los indios que se le encomendaren por su vida y la de un heredero, con cargo de cuidar de los indios en lo espiritual y defender las provincias donde fueren encomendados.
El encomendero tenía la obligación de dirigir el trabajo de los indios, de cuidarles, y de procurarles instrucción religiosa, al mismo tiempo que tenía el derecho de percibir de los indios un tributo. Aun conscientes de los muchos peligros de abusos que tal sistema entrañaba, Cortés, los gobernantes de la Corona y en general los franciscanos, aceptaron la encomienda, y se preocuparon de su moderación y humanización. A la vista de las circunstancias reales, estimaron que sin la encomienda apenas era posible la presencia de los españoles en la India, y que sin tal presencia corría muy grave peligro no sólo la civilización y humanización del continente, sino la misma evangelización. Por eso, cuando las Leyes Nuevas de 1542, bajo el influjo de Las Casas, quisieron terminar con ellas, los superiores de las tres Órdenes misioneras principales, franciscanos, dominicos y agustinos, intercedieron ante el rey Carlos I para que no se aplicase tal norma.
Ni todos los indios eran malos ni todos los conquistadores tampoco. Conquistadores y misioneros vieron desde el primer momento que ni todos los indios cometían las perversidades que algunos hacían, ni tampoco eran completamente responsables de aquellos crímenes[129], pues muchos ignoraban el mal que cometían. Los mismos misioneros sentían una profunda piedad, como lo demuestran las páginas de Bernardino de Sahagún.
El mismo Colón, cuando llegó a La Española, escribió : «Crean Vuestras Altezas que en el mundo no puede haber mejor gente ni más mansa. Deben tomar Vuestras Altezas grande alegría porque luego los harán cristianos y los habrán enseñado en buenas costumbres de sus reinos, que más mejor gente ni tierra puede ser». Al día siguiente encalló en un arrecife y los indios con su rey fueron a ayudarle: «El, con todo el pueblo, lloraba; son gente de amor y sin codicia y convenibles para toda cosa, que certifico a Vuestras Altezas que en el mundo creo que no hay mejor gente ni mejor tierra; ellos aman a sus prójimos como a sí mismos y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron, mas crean Vuestras Altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas, y el rey muy maravilloso estado, de una cierta manera tan continente que es placer de verlo todo, y la memoria que tienen, y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué».
Hoy se echa en cara injustamente a los conquistadores el terrible acabamiento de los indios. Sí, hubo abusos, sin duda, por parte de algunos españoles. Pero hubo también otra causa principal del pavoroso declive demográfico: las pestes. Los indios eran vulnerables ante agentes patógenos allí desconocidos. En lo referente, concretamente a La Española, donde la despoblación fue casi total, estudios recientes del doctor Francisco Guerra han mostrado que la «gran mortalidad de los indios, y previamente de los españoles, se debe a una epidemia de influenza suina o gripe de cerdo».
Otras causas de la mortandad fueron: el trabajo duro y rígidamente organizado impuesto por los españoles, al que los indios apenas se podían adaptar; la malnutrición sufrida con frecuencia por la población indígena a consecuencia de las requisas, de los tributos y de un sistema de cultivos y alimentación muy diversos a los tradicionales; los desplazamientos forzosos para acarreos, expediciones y labores; el trabajo en las minas; las incursiones bélicas de conquista y los malos tratos, así como las guerras que la presencia del nuevo poder hispano ocasionó entre las mismas etnias indígenas.
Quiero traer aquí el juicio del historiador belga Van der Essen: «Se puede afirmar, hablando generalmente, que los españoles y portugueses cumplieron en gran parte el deber que les impuso el Romano Pontífice. En las leyes, decretos e instrucciones referentes al Nuevo Mundo ponen en primer término los intereses de la conversión...Los conquistadores iban decididos a combatir con el hierro y el fuego a los que no aceptaban la fe que les predicaban, ante todo, los misioneros. Tal vez nos parezca bárbaro hoy el método, pero es necesario situarlo en el ambiente del siglo XVI, si no queremos condenarnos a no entender nada de los acontecimientos...Es justo, pues, constatar que españoles y portugueses, en virtud de sus leyes de Patronato, promovieron sin descanso la conversión e instrucción de los indios, establecieron una jerarquía eclesiástica, crearon parroquias, protegieron a los misioneros...Y fueron ellos los que levantaban la voz para defender la vida o los derechos de las poblaciones indígenas».
¿Qué decir, tercero, de la evangelización?
Los misioneros[130] intentaban la evangelización con una esperanza muy cierta, tan cierta que puede hoy causar sorpresa. Nunca se dijeron los misioneros «no hay nada que hacer», al ver los males de aquel mundo[131]. Nunca se les ve espantados del mal, sino compadecidos. Y desde el primer momento predicaron el Evangelio, absolutamente convencidos de que la gracia de Cristo iba a hacer el milagro.
Dicha evangelización fue rápida. Por traer algunos datos:
En el imperio azteca:
1520: en Tlaxcala, en una hermosa pila bautismal, fueron bautizados los cuatro señores tlaxcaltecas, que habían de facilitar a Hernán Cortés la entrada de los españoles en México. El fin y objeto de Hernán Cortés es la «gloria de Dios y propagación de la fe católica». Vencida la resistencia de los aztecas, comienza la evangelización organizada[132].
1521: caída de Tenochtitlán, donde en 1487 de realizaban decenas de miles de sacrificios humanos, seguidos de banquetes rituales antropofágicos.
1527: Martirio de los tres niños tlaxcaltecas, descrito en 1539 por Motolinía, es decir, fray Toribio de Benavente, y que fueron beatificados por Juan Pablo II en 1990.
1531: el indio Cuauhtlatóhuac, nacido en 1474, es bautizado en 1524 con el nombre de Juan Diego. A los cincuenta años de edad, en 1531, tiene las apariciones de la Virgen de Guadalupe, que en 1540-1545 son narradas en lengua náhuatl, en el Nican Mopohua. Fue beatificado en 1990 y canonizado en julio del año 2002.
1536: más de cuatro millones de ánimas se han bautizado, dice Motolinía en su Historia II, 2, 208.
En el imperio inca:
1535: en el antiguo imperio de los incas, Pizarro funda la ciudad de Lima, capital del virreinato del Perú, una ciudad, a pesar de sus revueltas, netamente cristiana.
1600: cuando Diego de Ocaña la visita afirma impresionado: «Es mucho de ver donde ahora sesenta años no se conocía el verdadero Dios y que estén las cosas de la fe católica tan adelante» (A través, cap. 18). Son años en que en la ciudad de Lima conviven cinco grandes santos: el arzobispo santo Toribio de Mogrovejo, el franciscano san Francisco Solano, la terciaria dominica santa Rosa de Lima, el hermano dominico san Martín de Porres y el hermano dominico san Juan Macías. Todo, pues, parece indicar, como dice el franciscano Mendieta, que «los indios estaban dispuestos a recibir la fe católica», sobre todo porque «no tenían fundamento para defender sus idolatrías, y fácilmente las fueron poco a poco dejando» (Historia eclesiástica indiana, cap. 45).
Ante las críticas lanzadas contra los descubridores, conquistadores y evangelizadores, quiero poner aquí unas palabras del venezolano Arturo Uslar Pietri en un artículo titulado «El nosotros hispanoamericano»:
«Los descubridores y colonizadores fueron precisamente nuestros más influyentes antepasados culturales y no podemos, sin grave daño a la verdad, considerarlos como gente extraña a nuestro ser actual. Los conquistados y colonizados también forman parte de nosotros y su influencia cultural sigue presente y activa en infinitas formas en nuestra persona. La verdad es que todo ese pasado nos pertenece, de todo él, sin exclusión posible, venimos, y que tan sólo por una especie de mutilación ontológica podemos hablar como de cosa ajena de los españoles, los indios y los africanos que formaron la cultura a la pertenecemos» (23-diciembre de 1991).
O este otro texto de Carlos Fuentes —novelista mexicano, premio Cervantes- a propósito de la obra de España en América y del Quinto Centenario del descubrimiento:
«La conmemoración del Quinto Centenario representa una gran oportunidad y un gran peligro. La oportunidad es no olvidar la historia, no sufrir un ataque de amnesia. Hubo violencia, hubo crueldad, hubo explotación. Hubo conquista. Pero hubo también una contra-conquista. La contra-conquista significa la creación de una nueva cultura de la cual fueron protagonistas indios, mestizos y negros. Ellos construyeron nuestras iglesias, escribieron nuestros poemas, compusieron nuestra música, realizaron nuestros muebles, hicieron nuestras ciudades, cultivaron nuestros campos. Se creó una nueva cultura, que es lo que tenemos que celebrar. Una cultura única, insustituible. Y reconocerla nos permite, no sólo celebrar el mil novecientos noventa y dos, sino algo más importante: proyectarnos al año dos mil y saber en qué postura vamos a estar ante el mundo todos los que hablamos español...En México hay una estatua del último emperador azteca, en el paseo de la Reforma, pero no hay ninguna de Hernán Cortes. Creo que México será un país maduro el día que admita la importancia de Hernán Cortés en su historia, como cofundador de su nacionalidad» (Periódico A.B.C. 21/XI/1989).
Nos sirve también este otro texto del poeta, también mexicano, Octavio Paz —Nobel de literatura- sobre la evangelización de México:
«La gran revolución que se ha hecho en México, la más profunda y radical, fue la de los misioneros españoles. En el ser del mexicano está el pasado pre-hispánico indígena, pero sobre todo está el gran logro de los evangelizadores: hicieron que un pueblo cambiara de religión. En esto ha fracasado el liberalismo y ha fracasado la modernidad. Esto yo no lo sabía, pero lo adiviné cuando escribí «El laberinto de la soledad». Esta obra mía es un intento de diálogo con mi ser de mexicano y en el centro de ese diálogo está la religión, como lo está en mi ensayo sobre la poesía, «El arco y la lira». No soy creyente pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más que el hombre que soy, porque está abierta al infinito. En fin, en México se logró la gran revolución cristiana. Ahí están los templos, ahí está la Virgen de Guadalupe y ahí está mi emoción en la catedral de Goa. El diálogo de un no creyente mexicano con usted, es el diálogo con una parte de nosotros mismos» (Revista «Proyección mundial de 30 días», 15 de octubre — 15 de noviembre de 1990, pag. 67, año V, n. 10.
Para conocer, pues, una historia es necesario, pero no suficiente, conocer los hechos. Es preciso también conocer el espíritu, o si se quiere la intención que animó esos hechos, dándoles su significación más profunda. El que desconozca el espíritu medieval hispano de conquista y evangelización que actuó en las Indias, y trate de explicar aquella magna empresa en términos mercantilistas y liberales, propios del espíritu burgués moderno —«cree el ladrón que todos son de su condición»-, apenas podrá entender nada de lo que allí se hizo, aunque conozca bien los hechos y esté en situación de esgrimirlos. Quienes proyectan sobre la obra de España en las Indias el espíritu del colonialismo burgués, liberal y mercantilista, se darán el gusto de confirmar sus propias tesis con innumerables hechos, pero se verán condenados a no entender casi nada de aquella grande historia.
Dice el padre italiano Giacomo Martina sobre la conquista y la colonización:
«Los españoles en América Latina desarrollaron sistemáticamente una penetración costera, y desarrollaron una auténtica obra educadora, que no se redujo a la simple exportación de instituciones y costumbres europeos al nuevo continente, sino que llevó a la creación de una nueva civilización, la civilización latinoamericana. La tarea, de alcance mundial, se llevó a cabo de manera sustancialmente positiva, si bien no faltaron culpas gravísimas cometidas a la sombra de la cruz. En todo caso, las condiciones de los indígenas bajo España fueron mejores que las de los pieles rojas en contacto con los anglosajones. Faltaba de hecho en los colonizadores españoles aquel racismo tan frecuente en los ingleses.
Por otra parte, éstos habían emigrado con toda su familia, mientras que los españoles se encontraban sin mujeres de su raza; hecho que, si fuera causa de un peligroso descenso del nivel moral, facilitó, en una perspectiva más amplia, la fusión de razas. No conviene tampoco olvidar que a los colonizadores españoles les movían dos motivos bien diversos, aunque yuxtapuestos: la esperanza de una ganancia fácil y rápida, y el celo sincero, aunque no siempre iluminado, por la salvación de los indígenas. En la evangelización de los habitantes, se usó inicialmente la fuerza, y la conversión se confundía frecuentemente con la sumisión al nuevo régimen político; sin embargo, pasado el primer momento, se desarrollará una larga y frecuentemente eficaz obra de catequesis, de modo que las nuevas generaciones, crecidas en el nuevo clima, eran realmente, aunque tal vez superficialmente, creyentes...
Vale la pena notar que dondequiera que llegó España, surgieron naciones católicas...Como los españoles, también los ingleses desarrollaron una efectiva penetración en el continente y no se limitaron a una reda de estaciones comerciales. Pero, a diferencia de aquellos, no establecieron ninguna relación de amistad con los indígenas, a los que rechazaron lenta, pero inflexiblemente hacia el interior, para exterminarlos después de modo incruento, pero eficaz (alcohol y otros medios). En la América septentrional no nació una nueva civilización con características propias, sino que importaron usos y tradiciones europeos» [133].
Termino estos elementos de juicio diciendo que Colón entendió que cuanto iba haciendo fue «gracias a Dios», como él siempre decía (III Viaje). Nunca ve el Nuevo Mundo como una adquisición de su ingenio y valor, y siempre lo mira como un don de Dios. Es consciente de que hizo con sus compañeros aquellos descubrimientos fabulosos «por virtud divinal». Colón, empapado del espíritu español —pues él era de Génova-, empapado del espíritu castellano, hizo posible esta gesta sin precedentes[134].
Que después los siguientes conquistadores de América se desmidieron, fue debido al misterio de iniquidad, que es el pecado, siempre presente en todos los avatares de la historia. Toda hazaña, aunque comience con intenciones santas, puede desviarse por las ambiciones humanas. Es el misterio de la Luz y las tinieblas. El descubrimiento de América tuvo sus luces y sombras, como dijo el papa Juan Pablo II. La luz es para que siga iluminando. Y las tinieblas hay que lograr hacerlas desaparecer, con la ayuda de Dios que es Luz. Y esto es obra de todos.
Pero que quede claro, ante abusos de algunos conquistadores, los misioneros levantaron su voz en defensa del hombre americano. En palabras del papa Juan Pablo II: «La Iglesia en esta isla (santo Domingo) fue la primera en reivindicar la justicia y en promover la defensa de los derechos humanos de las tierras que se abrían a la evangelización. Son lecciones de humanismo, de espiritualidad y de afán por dignificar al hombre, lo que nos enseñan Antonio Montesinos, Córdoba, Bartolomé de las Casas, a quienes harán eco José de Anchieta, Toribio de Mogrovejo, Nóbrega y otros como Juan de Zumárraga, Motolinía, Vasco de Quiroga. En ellos late la preocupación por el indígena. Luego nacerá el primer Derecho internacional, con Francisco de Vitoria» (Viaje apostólico a la República Dominicana, 25 de enero de 1979).
II. Respuesta de la Iglesia[135]
La tesis conciliarista, un gran peligro
La Cristiandad empezó el siglo herida de la manera que hemos visto descrita: con tres papas, después del famoso sínodo de Pisa en 1409: Gregorio XII, Benedicto XIII y Alejandro V, éste último elegido en el sínodo. Muerto Alejandro V, le sucedió Juan XXIII. Este inauguró el concilio de Constanza en 1415, pero fue apresado y obligado a renunciar. Gregorio XII hizo lo mismo. Benedicto XIII se negó a imitarlos pero fue cesado por el concilio. Este concilio reunió a cien mil espectadores, ávidos de presenciar el fin del cisma de occidente. Condenó, además, a los husitas y afirmó la legitimidad de la comunión bajo la sola especie de pan. Terminó el concilio eligiendo a Martín V, legítimo sucesor de Pedro y nuevo único papa. Con ello terminó la más aguda crisis que había sufrido la iglesia. Sobrevivió el papado.
Pero este concilio de Constanza defendió la corriente conciliarista, que convertía a la Iglesia en una monarquía constitucional parlamentaria, que defendía la superioridad del concilio sobre el Papa, el cual podía ser corregible, subordinado y depuesto.
«¡Voto por la unión de Oriente y Occidente!»
Martín V convocó un concilio, iniciado en Basilea (1431), continuado en Ferrara (1438), luego Florencia (1439) y finalizado en Roma (1445). El papa murió antes de su apertura, y la asamblea de cardenales reafirmó la tesis conciliarista del concilio de Constanza, que decía que el concilio está por encima del Papa, e incluso puede deponer al Papa.
Algo positivo de este concilio fue la unión entre las dos iglesias, latina y griega. Al menos en un principio, pero con la caída de Constantinopla en mano de los turcos, se recrudeció la enemistad, una vez más. El empecinado fanatismo antilatino de las masas griegas parece haber sido el principal responsable del fracaso de la unión cristiana en este siglo XV. En Roma, Isidoro de Kiev, huido a Rusia, y Bessarion de Nicea, convertido los dos en cardenales de la Iglesia, fueron durante años como un recuerdo viviente de algo que pudo haber sido y que no fue, porque los hombres no quisieron.
¿Qué hacer ante la peste y demás calamidades?
La muerte omnipresente invitaba a todos al examen de conciencia: hay que expiar los propios pecados y salvar el alma. Aquí está el origen de esas procesiones de flagelantes que recorren las ciudades azotándose hasta derramar sangre. No por eso se detienen las epidemias. Hay que buscar responsables. El gran causante de las desdichas, se decía, eran los judíos, y mataron a muchos por esto. Pero en realidad, terminaban diciendo que es obra de Satanás.
Junto a este examen de conciencia, florece también más que nunca el culto a los santos y a las reliquias. La piedad se hace cuantitativa, es decir, se suman las misas, los sacerdotes «altaristas» se pasan el día entero diciendo misas para ganarse la vida y pedir por las intenciones de los fieles. Sin embargo, los príncipes, alternaban su piedad con el desenfreno. Surgen aquí las terceras órdenes, es decir, asociación de laicos vinculada a una orden: dominicos, carmelitas, franciscanos. Insisten en el modo de progresar en la virtud, siguiendo la vida ordinaria de laicos.
Pero también este horror engendró miedos y supersticiones. El demonio y la brujería se hacen presentes en los bajos fondos del devocionismo exagerado y de la superchería. Sólo en un año fueron quemadas unas doscientas brujas en el cantón suizo de Valaise. Los inquisidores dominicos alemanes Enrique Kramer y Jacobo Sprengen consiguen de Inocencio VIII una bula especial contra las brujas (1484), y la represión de éstas, lo mismo que de la magia, se considera como parte integrante de la lucha contra la maldad herética. Tres años después, los dos inquisidores publican el «Malleus maleficarum», un tratado sistemático sobre lo que habría de hacerse contra las brujas, que es aprobado por la facultad teológica de Lovaina y que en dos siglos conoce treinta ediciones.
Es un estado de ánimo turbio y exaltado, que engendra angustia y desesperación. No se sabe dónde mirar, ni tampoco en la Iglesia se acaba de encontrar remedio. El alto clero lleva una vida mundanizada, tratando de acumular en sus manos varios beneficios, diciendo misa raramente, pasando el tiempo entre la caza y la diversión. Aumenta también el proletariado clerical. Pobres, poco instruidos, no observaban algunos el celibato. Lo mismo pasaba en aquellas Órdenes religiosas que no habían abrazado aún la reforma. Sobre todo, en los conventos femeninos, donde las familias nobles metían a sus hijas a la fuerza.
Mientras en Roma, ¿qué pasaba? De tantos males existentes, es siempre la Iglesia la que sale perjudicada, pues a ella dirigen, principalmente, sus críticas y acusaciones. Se pide a gritos reforma y crece la reacción antirromana y anticurialista. El 9 de noviembre de 1520 escribía Erasmo: «La aversión contra el nombre romano ha penetrado en el ánimo de la gente, por lo que se cuenta de las costumbres de aquel pueblo».
Veamos más detenidamente lo que pasaba en Roma.
La Iglesia y el Renacimiento
Ante el Renacimiento, la Iglesia no fue ajena. Ella apoyó a los artistas y literatos, pero por momentos algunos Papas se contaminaron con los aires liberales y parecían más artistas y políticos que pastores[136], contemporizaron con las ideas y algunas prácticas demasiado naturalistas. Como ya dijimos antes, se alzaron algunas voces contra los escándalos papales. Realmente, la época del Renacimiento, en su primera etapa del siglo XV, es una de las más discutidas —y en ocasiones condenadas- de toda la historia del pontificado, pues al esplendor culturas y de relaciones externas se contrapone la falta de un auténtico espíritu religioso en el vértice de la jerarquía eclesiástica.
El Renacimiento puede decirse que entra de modo decisivo en la historia de la Iglesia con el Papa Nicolás V, que había sucedido en 1447 a Eugenio IV, después de los difíciles días del concilio de Florencia. El Papa Nicolás V funda la Biblioteca vaticana, hace copiar numerosos manuscritos y confía a grandes arquitectos la renovación artística de Roma. Ésta había de ser la digna sede del Vicario de Cristo, la capital esplendorosa del mundo cristiano, en cuyo centro había de surgir la nueva basílica de san Pedro, que él mismo decidiera construir. Se ha acusado a este Papa de no haber acudido en socorro de Constantinopla, asediada por los turcos, y que cayó en manos de Mahomet II. Con esta caída se desvanecieron las últimas esperanzas de unión de los cristianos.
A Nicolás V, le siguió un Papa español, Calixto III, nepotista, cuyo sobrino fue Alejandro VI a quien elevó al cardenalato; lanzó la cruzada contra los turcos. Le sucede el mejor de los Papas del Renacimiento, el humanista Eneas Silvio Piccolomini, brillante orador y escritor, que tomó el nombre de Pío II. Antes de ser Papa tuvo sus deslices graves y fue corrigiéndose gradualmente[137]. Se preocupó de la cruzada, pero murió en Ancona cuando él mismo se preparaba para embarcarse.
A Pío II le sucede Paulo II, poco afecto a los humanistas, por el aspecto pagano con el que, según él, se presentaban. Los que le siguen, desde Sixto IV a León X, representan desde el punto de vista religioso-eclesiástico la época menos feliz del pontificado, después de la época oscura de la Edad de Hierro. Si merecieron como mecenas del arte renacentista, dejaron que desear por lo que se refiere a su propia conducta[138], al desinterés que mostraron en promover enérgicamente la reforma de la Iglesia, por sus aspiraciones mundanas y políticas que les hacían parecer como uno de tantos príncipes seculares de Italia, y por lo que favorecieron a sus familiares, aumentando y dando carta de naturaleza a la lacra del nepotismo.
El nepotismo no sólo envileció el prestigio religioso del pontificado, sino que también dañó políticamente su autoridad, al conceder oficios de gran importancia a hombres ineficaces y unir el interés del estado a los intereses familiares. Esto aumentaba, además, el lujo y la ostentación de la Curia: cada cardenal tenía una corte suntuosa, con palacios y villas dentro y fuera de Roma, y ello suponía cuantiosos dispendios. Para sufragarlos se aprovechan de la acumulación de beneficios (regían en ocasiones varias diócesis que nunca visitaban), de la venta de oficios, del aumento de tasas y la concesión de indulgencias por el solo lucro.
No hay duda que uno de los Papas más discutidos de esta época es el español Alejandro VI, de la familia de los Borja, de Valencia. Mientras unos tratan de defenderlo atenuando en lo posible sus excesos y veleidades, otros siguen lanzando contra él graves acusaciones. Su trayectoria no se diferencia, sin embargo, de la que siguieron otros Papas de su tiempo. Su antecesor Inocencio VIII no fue que digamos un modelo de moralidad, tampoco lo sería quien iba a seguirle en el pontificado, Julio II. A uno y a otro les supera Alejandro VI en la atención que puso en los problemas de la Iglesia y en el interés misionero que demostró, apenas descubiertas las primeras tierras de América, con la bula «Inter caetera» (1493). Antes de ser Papa, como sacerdote, tuvo varios hijos[139]. Llevó una vida fastuosa y dio pie para que se celebrasen en el Vaticano fiestas que degeneraban en verdaderos escándalos. También se dio al nepotismo, a favor de sus propios hijos. Favoreció a las Órdenes monásticas, fomentó el culto a la Virgen, impulsando el rosario y el ángelus, el cuidado de la liturgia, la asistencia a pobres y necesitados. En 1500 celebró con gran solemnidad y devoción el jubileo, inaugurando el nuevo rito de la apertura de la puerta santa. Protegió las artes y las letras y embelleció a Roma.
¿Qué podemos decir sobre el monje dominico Savonarola y el Papa Alejandro VI? El Papa hizo callar al incómodo reformador florentino, que había hecho una alianza con el monarca francés, con quien el Papa tenía planes e intereses políticos. Le cita primero a Roma y le prohíbe después predicar. Savonarola no obedece y es al fin excomulgado (1497). Declara injusta e inválida la excomunión y desde el púlpito se declara abiertamente contra el Papa, a quien llama «simoníaco y hereje»; y pide que sea depuesto por un concilio general. Cambia entretanto la situación en Florencia y el pueblo se pone en contra del reformador, que ya tenía aires mesiánicos. La turba llega a asaltar el convento de san Marcos, donde él vivía. Fue llevado ante un tribunal que le condenó a muerte. El 23 de mayo de 1498, con otros dos dominicos, Savonarola fue degradado, ahorcado y quemado por «hereje, cismático y menosprecio de la Santa Sede».
Nadie duda hoy de la buena voluntad, de la ortodoxia y de los deseos de reforma de Savonarola. Le perdió su talante, entre mesiánico, religioso y político, la intransigencia, la exaltación y el fanatismo que dio a sus predicaciones e intervenciones. Injusticias se cometieron contra él en el proceso; pero su excomunión, por desobediencia, sigue siendo válida, y ésta fue la única intervención directa que tuvo el Papa en el asunto.
A Alejandro VI le siguió el belicoso cardenal Juliano della Rovere, que toma el nombre de Julio II por la admiración que sentía por Julio César, creador del Imperio Romano. Es considerado como uno de los príncipes italianos. De su conducta moral —al menos durante sus años de pontificado- nada puede aducirse de censurable, pero tenía un carácter mundano, violento y dominante, más de emperador o general que de sumo sacerdote de la Cristiandad. Luchó contra los franceses y contra los príncipes italianos para restaurar y consolidar el Estado Pontificio, en el que veía la base indispensable para la independencia y actividades del papado. Protegió a los artistas y literatos, a quienes mandaba y daba orientaciones; entre ellos, Bramante, Miguel Ángel, Rafael. Bajo su pontificado se llega al apogeo del arte renacentista.
A Julio II le sucede el blando e indulgente León X, «el Papa alegre y confiado». Durante su pontificado se consuma la ruptura de Lutero y se clausura, sin pena ni gloria, el concilio V de Letrán. Amigo de la paz, evitó mortificaciones, fatigas, peleas e incomodidades. En su pontificado la mundanidad de la Curia alcanza cotas desproporcionadas. El mismo Papa, príncipe renacentista bajo las vestiduras pontificales, se dedicaba a alegres diversiones, aunque sin traspasar los límites de la moralidad; amaba la caza, las fiestas profanas, la música, el teatro. Amigo de humanistas, artistas y literatos, a los que colmó de favores.
Ante este panorama, se podría uno desanimar. ¿No hubo durante esos años algún respiro espiritual?
Sí, también surgieron maestros de la vida espiritual que defendían la espiritualidad. Entre ellos, Juan de Gerson, que promovió la devoción a san José y la fe en la Inmaculada Concepción de María. También Tomás de Kempis, que recomienda a sus lectores el desprecio por las cosas mundanas, el aprecio por la vida interior y un profundo amor a Cristo.
La Iglesia ante el Nuevo Mundo
El descubrimiento de América, propulsado por España y Portugal, los Papas dieron su aprobación y su apoyo, mandando sus misioneros.
Tenemos las Bulas «Inter Coetera» (1493) del Papa Alejandro VI[140] antes del segundo viaje de Colón. Cuando los Reyes Católicos piden al Papa Alejandro VI que les conceda las tierras recién descubiertas, le manifiestan que lo que pretenden en primer lugar es que se conviertan sus pobladores y sean educados en buenas y sanas costumbres. El Papa se lo recordará una y otra vez: «Os exhortamos insistentemente en el Señor, por el sacro bautismo en que os obligasteis a los mandatos apostólicos, y os pedimos, por las entrañas de misericordia de nuestro Señor Jesucristo, que, al emprender y proseguir esta expedición con recta intención y celo de la fe ortodoxa, tengáis la voluntad y el deber de procurar que los pobladores de tales islas y tierras abracen la religión cristiana...Sabemos que vosotros, desde hace tiempo, os habíais propuesto buscar y descubrir algunas islas y tierras lejanas y desconocidas, no descubiertas hasta ahora por otros, con el fin de reducir a sus habitantes y moradores al culto de nuestro Redentor y a la profesión de la fe católica; y que hasta ahora, muy ocupados en la reconquista del reino de Granada, no pudisteis conducir vuestro santo y laudable propósito al fin deseado. Pues bien, con el descubrimiento de las Indias llegó la hora señalada por Dios para que decidiéndoos a proseguir por completo semejante empresa, queráis y debáis conducir a los pueblos que viven en tales islas y tierras a recibir la religión católica. Así pues, por la autoridad de Dios omnipotente concedida a san Pedro y del Vicariato de Jesucristo que ejercemos en la tierra, con todos los dominios de las mismas...a tenor de la presente, donamos, concedemos y asignamos todas las islas y tierras firmes descubiertas y por descubrir a vos y a vuestros herederos. Y al mismo tiempo en virtud de santa obediencia, el Papa dispone que los reyes castellanos han de destinar varones probos y temerosos de Dios, doctos, peritos y expertos para instruir a los residentes y habitantes citados en la fe católica e inculcarles buenas costumbres»(A. Gutiérrez, América 122-123). Roma, pues, envía claramente España a América, y en el nombre de Dios se la da para que la evangelice. En otras palabras, el único título legítimo de dominio de España sobre el inmenso continente americano reside en la misión evangelizadora[141].
El Papa Julio II, en la bula Universalis Ecclesiae, ya en el siglo XVI, concedida a la Corona de Castilla, en la persona de Fernando el Católico, dio forma definitiva al Patronato Real, es decir, el modo en que se articuló la misión de España en las Indias, con sus derechos y deberes. Este Patronato Real implicaba: percepción de diezmos, fundación de diócesis, nombramientos de obispos, autorización y mantenimiento de los misioneros, construcción de templos, etc.
Dado que al inicio no existía una organización legal, ni se conocían las tierras, el personalismo anárquico y la improvisación, la codicia y la violencia, amenazaron con pervertir en su misma raíz una acción grandiosa y noble. Colón, fracasó en las Indias como Virrey Gobernador. Tampoco el comendador Bobadilla, que le sucedió en 1500, en santo Domingo, capital de La Española, pudo hacer gran cosa con aquellos indios diezmados y desconcertados, y con unos cientos de españoles indisciplinados y divididos entre sí. Alarmados los Reyes, enviaron en 1502 al comendador fray Nicolás de Ovando, con 12 franciscanos y 2.500 hombres de todo oficio y condición. Bartolomé de las Casas entre ellos. Entre las indicaciones que les dieron los reyes católicos fue que trataran bien, como vasallos libres, a los indios. Estas son las palabras del testamento de la reina Isabel: «De acuerdo a mis constantes deseos...no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados. Y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean».
Ante los maltratos que algunos gobernadores hacían a los indios, se alzaron muchas voces de la Iglesia. Teniendo delante a América y desde su cátedra de Salamanca, el dominico Francisco de Vitoria proclama a todos los vientos el derecho internacional y los derechos humanos. Su hermano de hábito, Fray Antonio de Montesinos, pronunció un famoso sermón el primer domingo de adviento de 1511 en santo Domingo contra los abusos de los colonos: «¿Estos no son hombres? ¿Con éstos no se deben guardar y cumplir los preceptos de caridad y de la justicia? ¿Estos no tenían sus tierras propias y sus señores y señoríos? ¿Estos hannos ofendido en algo? ¿La ley de Cristo, no somos obligados a predicársela, y trabajar con toda diligencia de convertirlos?...Todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes»...Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tal cruel y horrible servidumbre a aquellos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?».
En las Juntas que pronto se tienen en Burgos y Valladolid son los religiosos quienes defienden la libertad de los indios.
A finales del XV, llegaron a España las acusaciones de los franciscanos belgas Juan de la Deule y Juan Tisin. En 1513, fray Matías de Paz , catedrático de Salamanca, escribe «Del dominio de los reyes de España sobre los indios» denunciando el impedimento que los abusos ponen a la evangelización, y afirmando que jamás los indios deben ser gobernados con dominio despótico. En 1539, el dominico fray Vicente Valverde, escribe al rey acerca de los abusos sufridos por los indios. En 1541, fray Toribio de Benavente, Motolinía[142], escribe en su Historia de los indios de la Nueva España contra los abusos de algunos españoles, y también los defiende de algunas difamaciones del padre Las Casas.
También la Iglesia, con el apoyo de los misioneros, controlaron muy bien las encomiendas, para que no hubiese abusos, como sucedió en la época feudal. Impidieron que los encomenderos se convirtiesen en una poderosa casta hereditaria. Buena parte de los debates jurídicos y teológicos del siglo XVI giraron en torno a la encomienda y el repartimiento, que fueron viéndose como un mal menor. La encomienda terminó en 1718.
A mediados del XVI, con el padre Las Casas[143], fueron el padre Francisco de Vitoria, dominico, y el padre Juan Ginés de Sepúlveda las figuras más importantes en el tema de la justificación de la presencia y acción de España en las Indias. Francisco de Vitoria es el fundador del Derecho Internacional.
Don Vasco de Quiroga dedicará buena parte de su vida de seglar, siendo oidor de ls Segunda Audiencia de México y después como primer obispo de Michoacán, a defender a los indios, a protegerlos y educarlos en sus Pueblos Hospitales de México, «teniendo siempre en cuenta la dignidad humana de los indios», como escribe en uno de los informes que manda al Consejo de las Indias.
Del también dominico Julián Garcés, primer obispo de Tlaxcala, es otra frase famosa: «Saquemos oro de las entrañas de fe de los indios». Por tanto, no se iba a América sólo «por convertir en doblones el oro azteca e inca», a costa del trabajo y de la dignidad de aquellos indígenas. La obra que hace allí la Iglesia es algo que honradamente no se puede ignorar.
De 1504 a 1511 se establece la jerarquía eclesiástica en las islas de Santo Domingo y Puerto Rico. En Cuba se funda la diócesis de Baracoa en 1515 y la de Santiago en 1522. En los mismos días de la conquista se crean nuevas diócesis en México, Perú, Colombia, Venezuela, Chile y Argentina; en México se celebra un concilio provincial en 1555, de gran resonancia para la primera evangelización americana.
Los numerosos misioneros que llegan a América no sólo se preocupan de adoctrinar a los indios en la religión cristiana, sino que promueven entre ellos el conocimiento de no pocos oficios, artes y las letras. El colegio de Santiago de Tlatelolco, de los franciscanos, es el primero que se crea en Nueva España; los agustinos levantan otro en Tiripitío, y Vasco de Quiroga uno más para la formación de clérigos en Pátzcuaro de Michoacán. De 1551 son las Reales Cédulas por las que se fundan las Universidades de México y de Lima, a cargo principalmente de obispos, clérigos y religiosos. A propósito de esta última, la de san Marcos, escribe Madariaga que «en ningún aspecto de su obra en América ha manifestado España con más claridad su filosofía política y su sentido de la humanidad sin bordes ni barreras que en el de la instrucción pública. Las órdenes religiosas fundaron en numerosas ciudades colegios tanto para los españoles (o sea, los criollos blancos) como para los hijos de las familias indias pudientes, y las Universidades comenzaron a florecer desde los días primeros de la conquista. La de san Marcos es de 1551, apenas trece años después de terminada la conquista de tan inmenso país, y sin embargo, ya era la tercer del Nuevo Mundo, por serle anteriores Méjico y santo Domingo»[144].
A la labor evangelizadora de franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas y clérigos regulares, se une la labor legislativa que se resume en las Ordenaciones de nuevos descubrimientos y poblaciones, promulgadas por Felipe II en 1573 y en la Recopilación de Leyes de Indias.
El Papa Pablo III en la bula «Sublimis Deus» (1537) afirma que los indios son hombres libres y que hay que convertirlos por medio de la mansedumbre. Lo dice con estas palabras: «Los indios son verdaderos hombres dotados de alma: aptos en consecuencia para disponer de sus bienes y personas». Con este documento se intenta poner fin a una enconada controversia teológica íntimamente ligada al problema de los justos títulos en que pretendía apoyarse la conquista, puesto que se había llegado a cuestionar la racionalidad de los indígenas basándose en sus creencias idolátricas, sacrificios humanos, prácticas de canibalismo, costumbres homosexuales y otras prácticas escandalosas, llegando a considerarlos poco más que como animales que poseían el don de la palabra.
La Iglesia puso en cada encomienda a un fraile para que llevara a cabo la evangelización. Los frailes tuvieron que afrontar el desafío de la evangelización de esa cultura, o llamado también, el problema de la inculturación; cómo adaptar el mensaje de Cristo a esa cultura. Más tarde, en 1622, la Santa Sede creó la Congregación de Propaganda Fide, hoy llamada Congregación para la evangelización de los pueblos, que puso a disposición de los misioneros los medios necesarios para las misiones: imprenta políglota, seminarios, universidades, creación de vicarios apostólicos y obispos misioneros dependientes directamente del Papa.
No podemos acabar estar parte sin dar un juicio sobre la esclavitud: el descubrimiento de América motivó una enorme petición de mano de obra e hizo nacer la trata de negros, que se buscaban en las costas de África. Esta trata duró hasta comienzos del siglo XIX. De 14 a 20 millones de negros fueron llevados de África. Para justificar la esclavitud y el mercado de negros, se apeló a los argumentos de Aristóteles, que habla de categorías de hombres esclavos por naturaleza; se recordó la maldición de los hijos de Cam (Gn 9, 5: los africanos). En ese tiempo la esclavitud era un mal necesario para las necesidades de la economía. Por otra parte, la esclavitud permitía a los negros acceder a la fe cristiana. Ciertamente siempre será reprobable la esclavitud desde todos los puntos de vista, pues el hombre, todo hombre, independientemente de su color, raza, sabiduría...es hijo de Dios, tiene alma y, por lo mismo, su dignidad es altísima. El principio moral «El fin no justifica los medios», aquí también es aplicable: el ofrecerles la fe (fin) no justifica el medio de la esclavitud, que es un mal. Los negros tuvieron al jesuita san Pedro Claver, que se esforzó en suavizar su suerte en la Colombia del siglo XVII. Debemos recordar también que el tema de la igualdad de todos los hombres ha empezado a aceptarse a partir de finales del siglo XVIII, con la revolución francesa. Los derechos humanos y la igualdad de todos eran verdades cristianas, pero el reivindicarlas cuando los condicionamientos sociales no estaban maduros hubiera supuesto un mal peor que el existente. A modo de analogía, no olvidemos que ni el mismo san Pablo se rebeló contra la esclavitud, sino que pidió trato humano para los esclavos. En todo juicio de un comportamiento histórico hay que censurar el error partiendo, sí, de nuestro avance actual en respeto a la persona, pero sin desprenderse totalmente de la situación de esa época, a menos de no querer cometer una injusticia histórica.
Conclusión
A mediados del siglo XV, el papado parecía haber recobrado su esplendor y su prestigio. El último antipapa de la historia había abdicado en 1449. Una turba inmensa había acudido a Roma a celebrar el jubileo del Año Santo de 1450. De nuevo, un Papa podía afirmar que los pontífices romanos eran los señores de los hombres y de todo lo que pertenece al hombre.
¿Iba a revivir la cristiandad las horas del siglo XIII? Pero, ¿se podía seguir hablando de Cristiandad? Europa había pasado a ser una Europa de príncipes. La guerra de los cien años, acabada en 1453, había revelado unos antagonismos nacionales que se irían acentuando más aún con el tiempo. Desanimado el papa Pío II (1458-1464) confesaba: «La Cristiandad ya no tiene una cabeza que respete y a la que quiera obedecer; los títulos de emperador y de sumo pontífice no representan para ella más que nombres sin realidad, y quienes los llevan sólo son a sus ojos vanas imágenes».
Algunos papas de finales del siglo XV se portaron más como príncipes italianos que como pontífices universales. Eran papas que, en calidad de soberanos de los Estados Pontificios, descendían a las arenas movedizas de la política italiana, pactaban ligas y alianzas, hacían la guerra a otros príncipes cristianos. Eran grandes señores del Renacimiento, amantes de las bellas artes y magníficos mecenas de una pléyade de artistas geniales. Pero esa hora brillante del Pontificado renacentista no era una hora luminosa de la historia cristiana. La Iglesia padecía y la Cristiandad sufría la orfandad cuando más falta le hacía sentir la mano vigorosa del timonel que gobernase la barca de Pedro.
A la hora en que se descorría el telón de la historia y entraba en escena el mundo moderno, la mayoría de los papas de este siglo no dieron la talla que aquellos tiempos críticos parecían exigir. Que fuera mucho lo que Dios y los hombres podían pedir en tales momentos a la Iglesia, lo sugiere la simple consideración de algunos hechos bien significativos. Tan sólo sesenta y cuatro años separan dos fechas infaustas en la historia del cristianismo: el 29 de mayo de 1453, la trágica jornada en que cayó Constantinopla y se hundió para siempre el Imperio cristiano de Oriente, y el 31 de octubre de 1517, el día en que Lutero hizo públicas sus 95 tesis contra las indulgencias en la ciudad alemana de Wittemberg, dando así comienzo a la revuelta protestante, que segregaría del cuerpo de la Iglesia católica a la mitad de la Europa cristiana.
La Providencia hizo, con todo, que entre esas dos fechas dolorosas amaneciese un día de octubre de 1492, que abrió a la Iglesia de Cristo los caminos de un nuevo mundo, América, destinado a ser en un futuro el segundo continente cristiano.
Había acabado una época. Se anunciaban tiempos nuevos. Con el retorno a las fuentes grecolatinas, se iba abriendo una renovación cultural. La Iglesia no sería ya la maestra de la vida intelectual, como lo había sido en Edad Media. La imprenta recién inventada iba a revolucionar las relaciones entre los hombres.
Al oeste del continente europeo, el Islam serían arrojado de España (1492). Ya los portugueses habían puesto pie en Ceuta, en la costa africana (1415). Se esbozaba el descubrimiento de nuevos mundos. Limitada y bloqueada en el este, ¿sospechaba la Iglesia que su porvenir no estaba ya en la restauración de la cristiandad europea, sino en el anuncio del evangelio al mundo entero?
Apéndice 1°: Esquema de la evangelización en tierras americanas
Antes de poner punto final a este gran siglo XVI, hagamos un esquema de la evangelización en las demás tierras americanas:
América del Norte española: los conquistadores y misioneros descubren la actual California en 1532, que es península, y fue llamada Baja California, para diferenciarla de la Alta California, actual territorio de los Estados Unidos de Norteamérica.
Colombia(Nueva Granada): en 1525 Rodrigo de Bastidas y varios misioneros fundaron la Reducción[145] que llamaron de Santa Marta, primer centro evangelizacor de las actuales repúblicas de Colombia y Venezuela. Más tarde, tocó la suerte a Cartagena de Indias en 1533; luego, Bogotá en 1536, con fray Domingo de Las Casas y Pedro Zambrano.
Venezuela, Caracas en 1578, donde los misioneros introducen instrumentos de labranza, semillas, ganadería y levantan escuelas y hospitales. Serán los capuchinos los grandes misioneros venezolanos, en el siglo XVII. En el siglo XVIII llegaron los jesuitas.
Asunción del Paraguay en 1537, punto estratégico entre Perú y el Río de la Plata, donde Alvar Núñez Cabeza de Vaca fijó su sede en 1541. Las encomiendas aquí fueron bien regimentadas y con menos abusos que en otras partes. El primer obispo se llamó Fray Juan de Barrios en 1547.
En Bolivia fue dura la evangelización, pues los naturales ofrecían mucha resistencia al inicio. Los misioneros jesuitas se ganaron el corazón de los indígenas con dádivas. Las reducciones se formaron en 1687, 1689 y 1693.
En Ecuador, llegan los franciscanos y mercedarios en 1535.
En Chile se plantó la cruz en 1541. El primer obispo fue Rodrigo Gonzáles Marmolejo.
La partida de nacimiento de la actual República Argentina está fechada con la llegada de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata en 1516. Será Magallanes quien llevó en su nave capitana Trinidad al padre Pedro de Valderrama (1519-1520). El primer obispo fue fray Pedro Fernández de la Torre (1556-1573). Garay funda la ciudad «para ensalzamiento de la santa fe católica y púsole por nombre Santísima Trinidad, en el puerto de Santa María de los Buenos Aires el 11 de junio de 1580.
Los primeros evangelizadores del Brasil son los franciscanos en el siglo XVI. Después llegan los jesuitas, también en el mismo siglo, entre ellos el padre Anchieta, el apóstol del Brasil, beatificado ya por el papa Juan Pablo II. A él se suma el padre Manuel de Nóbrega, gran propulsor de las misiones del Paraguay. La primer diócesis fue en San Salvador de Bahía, cuyo primer obispo fue Pedro Fernández Sardinha. La evangelización se llevó a cabo en medio de cultos afro-indígenas.
Uruguay fue evangelizada en el siglo XVII.
Canadá fue fundada por Jacques Cartier en 1534, en el lugar llamado Gaspé, donde se plantó la primera cruz[146]. Fue en el siglo XVII donde se produjo la epopeya misionera con los agustinos, recoletos, jesuitas, sulpicianos, Ursulinas, redentoristas. Mártires del Canáda fueron Juan de Brebeuf y compañeros mártires jesuitas.
Apéndice 2°: Para entender un poco más el descubrimiento y la evangelización de América
¿Qué significó la llegada de los españoles a las riberas americanas?, ¿un descubrimiento?, ¿un encuentro?, ¿una lucha desigual?, ¿una destrucción implacable? ¿Qué hicieron los españoles: destruir, arrasar, inculturar, evangelizar? ¿Buscaban oro o tierras?, ¿esclavos o almas? Y, sobre todo, ¿qué debe hacer la Iglesia: una ceremonia de acción de gracias o un acto penitencial de reparación? ¿Leyenda negra o leyenda rosa sobre el descubrimiento, la conquista y la evangelización de América?
Lamentablemente, por ahora, una lectura desapasionada de los acontecimientos no es ni fácil ni se ve cercana. Y esto por dos razones fundamentales.
En primer lugar, porque el mundo nutre sus ideas y convicciones no sólo de la historia, sino de la historia de la historia. No es sólo el hecho objetivo, que sucedió en una época y en un lugar, lo que determina las actitudes mentales, sino la historia que sobre ese hecho se haya escrito; es decir, no sólo la historia sino también la historiografía.
Cuando nos acercamos a la obra de España en América forzosamente tenemos que hacerlo a través de la historia escrita que se ha ido acumulando a lo largo de estos cinco siglos..., y no es siempre fácil redimensionar puntos de vista que durante siglos constituyeron tópicos muy frecuentados. No es este el lugar para hablar sobre la leyenda negra de la España católica de Felipe II, la España de las torturas de la Inquisición y la destrucción de las Indias..., la España de los historiadores franceses e ingleses, la mayor parte de ellos protestantes o al menos rabiosamente anticatólicos. Voltaire afirmaba tajantemente que «Felipe II mandó exterminar a los indios»; por esos mismos años Campe consideraba que «el destino de España fue destruir»; para Draper «el descubrimiento y la conquista de América por parte de los españoles fue una gran desgracia para la humanidad». Juicios como éstos condicionan, al menos en parte, la mentalidad de los hombres de hoy.
Hay, sin embargo, otro hecho mucho más significativo que impide una lectura imparcial de la verdad histórica: las ideas, los ideales, las convicciones que estuvieron en juego hace cinco siglos siguen hoy presentes en la vida de los hombres y de las sociedades, y provocan, ayer como hoy, adhesión o rechazo. Hay intereses en torno a la interpretación de la historia, porque la fe, que en gran medida inspiró la entera evangelización, sigue hoy viva en la gran mayoría del pueblo que surgió de ese encuentro. Nadie se siente vitalmente comprometido al analizar las conquistas de Alejandro Magno o los crímenes de Nerón; la historia que ellos protagonizaron nos es ajena. No es este el caso de la conquista y evangelización de América y no es por eso extraño que grupos de intereses promuevan, aun falseando la verdad, su propia lectura de la historia.
En Latinoamérica son tres las fuerzas que se manifiestan acerbamente críticas con respecto a la obra de España en América: los grupos más intransigentes de izquierda, que consideran parte esencial de la retórica revolucionaria las reivindicaciones indigenistas (se incluyen aquí también los pensadores de la teología de liberación, hoy día ya decaída); el protestantismo americano, que ve en la obra de España el retraso, la cerrazón mental y la rígida intransigencia de un catolicismo incapaz de aceptar su necesidad de reforma; y, por último, la fuerza emergente de las nuevas sectas religiosas, que ven en la Iglesia y en su obra su enemigo natural. Son fuerzas que luchan por imponer una visión parcial, por momentos claramente deformada, de la historia.
Ante esta situación no se ve conveniente promover una «leyenda rosa»; sería contrarrestar el influjo de una manipulación histórica con otra manipulación aún peor. La falta de rigor y seriedad convertiría la polémica en una discusión de sordos y haría escaso bien a la causa de la verdad. Antes bien, la Iglesia ha optado por celebrar, sin triunfalismo y distinguiendo cuando es necesario la obra de los evangelizadores de la de los conquistadores, una obra que conllevó muchas debilidades e injusticias flagrantes, encuadrada en un ambiente histórico condicionante, pero que sin embargo es esencialmente testimonio de una fe viva y ardiente, de una grande abnegación misionera y de un respeto sincero, aunque germinal, por el indígena.
No sería justo, sin embargo, olvidar las injusticias de aquella época. No sería justo para con los pueblos indígenas de América que soportaron invasiones, guerras, enfermedades mortales, conquistadores inescrupulosos que, salidos de las cárceles de Cádiz, se convirtieron por las circunstancias en detentores absolutos de tierras y hombres...Tampoco sería justo para con la Iglesia, que desde el inicio de la conquista supo constituirse en defensa y promoción del indígena, que la mayor parte de las veces no tenía otra institución a la cual recurrir.
Pero esto no debe inclinarnos a juicios fáciles y a dividir la historia con las categorías unívocas de buenos y malos. No puede decirse, sin faltar a la verdad, que los indios, los buenos, fueron maltratados por los españoles, los malos. Los indios cometían también injusticias y crímenes; prueba de ello es el dominio del terror que los aztecas imponían a los demás pueblos indígenas antes de la llegada de los españoles y que permitirá a los europeos contar con ejércitos enormes para abatir el dominio azteca. Los indios no eran ángeles sino hombres, tanto cuanto los españoles, igualmente sometidos por la fuerza del pecado original.
Tampoco puede decirse que los frailes fueran los buenos y los españoles los malos. No corresponde a la verdad histórica porque consta que junto al formidable impulso misionero de esa época se mezclan, en cantidades no poco considerables, la ambición, el fanatismo y la incultura. Al mismo tiempo, consta también que con los españoles llegaron hombres nobles y profundamente cristianos, comprometidos en la defensa del indio y en la construcción de un orden cultural nuevo.
Se trata de leer con serenidad este pedazo de historia, sin juicios apresurados, aprendiendo de él cuanto la Iglesia puede necesitar para el esfuerzo de renovación apostólica en el que está embarcada.
Para comprender esta situación es, por tanto, necesario ponerse en el contexto histórico.
El año 1492 fue para España un punto de llegada y un punto de partida. Era el año de la anhelada unidad española: la reconquista, el proceso de reunificación de la península ibérica, concluía, dejando tras de sí una historia heroica en la que España podía ver reflejado su destino: hombres valerosos luchando y muriendo por el Rey y por España, conquistando con su sangre, bajo el signo de la cruz, cada palmo de tierra arrancado al dominio árabe. La unidad española era ya un hecho: la expulsión de los judíos, ese mismo año, no venía sino a confirmarla.
Pero España no era sólo unidad territorial; era, ante todo, unidad espiritual. Por una parte, sus largos años de reconquista han tenido el sabor de una inmensa cruzada victoriosa contra el infiel musulmán, ante el cual se sentirá después bastión del occidente católico. Por otra, su lucha contra las tesis que un clérigo de Wittenberg ha clavado en las puertas de la iglesia del castillo, desafiando los dos grandes polos del poder medieval, el emperador y el papa, no es sólo la defensa de una idea política: el imperio cristiano; es principalmente afirmación vigorosa y defensa de la fe ortodoxa. Nada tiene de extraño que también la conquista de América se le presente a España con un marcado carácter religioso, como una obra de evangelización.
Es la España que gusta de concebirse a sí misma, lo decimos con palabras de Marcelino Menéndez Pidal, «evangelizadora de la mitad del orbe, luz de Trento, martillo de herejes, espada de Roma, cuna de san Ignacio». De hecho, la naciente España ejerce su hegemonía europea como se realiza una vocación, una vocación histórica, firmemente arraigada en la fe y en la tradición, luchando denodadamente por ponerse a la altura de la misión que la historia le requiere. Todo en España tiene algo de grandioso y de desmesurado en esta época: en ella se mezclan y conviven el afán de aventuras y el impulso misionero; la lucha por el poder con la abnegación y la caridad, el afán desmedido de riquezas con la santidad y el desprendimiento. Como nunca producirá España grandes teólogos, grandes santos y místicos, grandes fanáticos, grandes inquisidores y grandes sinvergüenzas. El papel de primacía que le corresponde aumenta inexorablemente en la perspectiva histórica las virtudes y los vicios de España.
Entre todos los retos que España asume, la misión más noble, la más exitosa históricamente, la más costosa y la que más exigirá sacrificio será América. Es allí donde España, más que defender un mundo de antiguos valores, va a ser creadora de un orden nuevo.
Apéndice 3°: Juicio sobre el padre Bartolomé de Las Casas
La crítica actual, al margen ya de malentendidos triunfalismos nacionalistas, ha dado su fallo a favor del dominico: abrazó la causa de los colonizados, que eran los más débiles y dio ejemplo de cuál debe ser la actitud cristiana frente a la injusticia.
Gracias a las denuncias de Las Casas al emperador español Carlos V, mejoró la situación de los indios, sobre todo con las Leyes de Burgos y luego con las Leyes Nuevas, no obstante su imperfecta aplicación.
Con todo, cabe decir que los juicios del padre de las Casas no carecen de pasión y parcialidad, al considerar los malos tratos que daban a los indios algunos encomenderos y generalizarlos como si fueran el denominador común. Ni siquiera la vida del padre De las Casas parece ser un modelo de caridad hacia los indios.
Toribio Motolinía escribe al emperador Carlos V en enero de 1555 una carta para ponerle al tanto de las necesidades de los indios y también para «quitar parte de los escrúpulos que el de las Casas, obispo de Chiapas, pone a Vuestra Majestad y a los de vuestros consejos» (n. 1). Entresaco algunas ideas y párrafos de la carta:
«No tiene razón el de Las Casas de decir lo que dice y escribe y emprime, y adelante, porque será menester, yo diré sus celos y sus obras hasta dónde allegan y en qué paran, si acá ayudó a los indios o los fatigó» (n. 4). «Yo me maravillo cómo Vuestra Majestad y los de vuestros Consejos han podido sufrir tanto tiempo a un hombre tan pesado, inquieto e importuno y bullicioso y pleitista, en hábito de religioso, tan desasosegado, tan mal criado y tan injuriador y perjudicial y tan sin reposo» (n. 7). «Vino el de las Casas siendo fraile simple y aportó a la ciudad de Trascala, e traía tras de sí cargados, 27 ó 37 indios, que acá se llaman tamemes» (n. 8).
Cuenta luego cómo se negó a bautizar a un indio, ante lo que Motolinía replicó: «Yo entonces dije al de las Casas: cómo, Padre, ¿todos vuestros celos y amor que decís que tenéis a los indios, se acaba en traerlos cargados y andar escribiendo vidas de españoles y fatigando a los indios, que sólo vuestra caridad traéis cargados más indios que treinta frailes. Y pues un indio no bautizáis ni doctrináis, bien sería que pagásedes a cuantos traéis cargados y fatigados» (n. 8). «Una de las cosas que es de haber compasión en toda esta tierra, es de la ciudad de Chiapa y su subjeto, que después que el de las Casas allí entró por obispo quedó destruida en lo temporal y espiritual, que todo lo enconó. Y plega a Dios no se diga de él que dejó las ánimas en las manos de los lobos y huyó: quia mercenarius est et non pastor, et non pertinet ad eum de ovibus» (n.12). «Y no es razón que el de Las Casas diga que el servicio de los cristianos pesa más que cien torres y que los españoles estiman en menos los indios que las bestias y aun que el estiércol de las plazas. Parésceme que es gran cargo de conciencia atreverse a decir tal cosa a Vuestra Majestad» (n. 42).
«Y hablando con grandísima temeridad dice que el servicio que los españoles por fuerza toman a los indios, que, en ser incomportable y durísimo, excede a todos los tirnos del mundo, sobrepuja e iguala al de los demonios. Aun de los vivientes sin Dios y sin ley no se debería decir tal cosa. Dios me libre de quien tal cosa decir» (n. 43) [147].
J. Höffner concluye el juicio del padre Las Casas con estas palabras:
«A las Casas son aplicables las palabras de Schiller: Confusa, por el favor y el odio de las partes, la semblanza de su carácter se presenta vacilante en la historia. Quienes con mayor entusiasmo le aplaudieron fueron, en el siglo XVI, los enemigos de España, que abusaron de la destrucción de las Indias para sus campañas difamatorias contra esta nación. En 1578 se publicó la primera edición holandesa; en 1579, la primera francesa, y, en 1583, la primera versión inglesa, a las que siguieron otras muchas [148]... Lo que menos se le perdonó fueron sus repetidas invectivas contra las encomiendas.
En esta cuestión, movidos por consideraciones de metodología misional, también los franciscanos estuvieron contra él. Sin duda, era toda la idiosincrasia de Las Casas lo que crispaba los nervios a muchos. Es cierto que los juicios de Las Casas a menudo pecaban de parciales. Veía delante de sí una sola meta, por lo que, como frecuentemente se ha subrayado, destacó únicamente los aspectos sombríos de la política colonial española. También las cifras que cita son, a menudo, exageradas. Sin embargo, su gran Historia de las Indias muestra al incansable Las Casas, pese a una muy personal y apasionada actitud ante los acontecimientos, como historiador fidedigno que una y otra vez recurre a las fuentes originales. Probablemente fue el emperador Carlos V quien mejor supo comprender a su «Micer Bartolomé», como solía llamarle. Pues, de no ser así, nunca se habrían dictado las leyes de 1542, promulgadas por un soberano de conciencia cristiana, que no se creía más allá del bien y del mal» (En su libro, «La ética colonial española del siglo de oro», ediciones Cultura Hispánica, Madrid 1955, pgs. 258-261).
Ha sido la obra de Las Casas «Brevísima relación de la destrucción de las Indias», la que contribuyó grandemente a la «leyenda negra» sobre la conquista y evangelización de las Indias.
Una de las críticas que podríamos decir de Las Casas fue el hecho de dedicarse demasiado al trabajo, descuidando su ministerio sacerdotal; haber cometido imprudencias graves contra las conciencias de sus súbditos; haber usado el arma del miedo a la condenación para lograr sus fines; caer en errores que él mismo anatematizaba, dando ocasión a escándalo y a poca fiabilidad a sus denuncias en el plano de la sinceridad como defensor de los indios. Tal vez infunda sospechas de haber sido desleal a España cuando la ataca duramente y le propone planes irrealizables o idealistas, sin meterse él mismo en la dura tarea de combatir la injusticia con su ministerio sacerdotal, iluminando y haciendo el bien espiritual a indios y españoles, llevando el evangelio a ambos para sanar de raíz el mal. Denunciar, es verdad, puede hacerlo todo sacerdote, pero no es justa la denuncia exagerada. El sacerdote debe denunciar el mal, perdonarlo y construir la justicia con el Evangelio y desde el Evangelio.
Notas
[117] Negaba la transubstanciación eucarística, el primado del papa.
[118] Estas son las últimas palabras de Huss en la hoguera de Costanza: "Dios es testigo de que jamás he enseñado ni predicado lo que se me atribuye por la deposición de falsos testigos. Mi primera intención en mi predicación y todos mis actos ha sido la de arrancar a los hombres del pecado. Estoy dispuesto a morir con gozo en la verdad del evangelio, que he escrito, enseñado y predicado según la tradición de los santos doctores" (6 julio de 1415).
[119] El medio providencial para el encuentro de Colón y la reina Isabel fueron unos humildes y cultos franciscanos de la Rábida, junto a Palos de la Frontera (Huelva, en Andalucía). El superior del convento era fray Juan Pérez, antiguo confesor de la reina Isabel la Católica. Fueron los franciscanos quienes facilitaron a Colón el encuentro con la reina, y quienes le apoyaron después en las arduas discusiones con los doctores de Salamanca y con los funcionarios del rey. Finalmente el 17 de abril de 1492, tras varios años de tenaces gestiones, se formularon las Capitulaciones de Santa Fe, en las que se determinaron las condiciones de la expedición en la que Colón iba a descubrir un Mundo Nuevo.
[120] No eran todos angelitos, pero eran sin duda hombres de fe, gente cristiana, pueblo sencillo. Así, por ejemplo, solían rezar o cantar cada día la "Salve Regina", con otras coplas y prosas devotas que contenían alabanzas de Dios y de Nuestra Señora, según la costumbre de los marineros. Así lo cuenta en su diario el mismo Colón.
[121] Juan Pablo II, Viaje apostólico a la República dominicana, 25 de enero de 1979.
[122] Colón se sentía elegido para esta misión, aunque se reconocía gran pecador. Al terminar su tercer viaje, comienza su relación a los Reyes diciendo: "La Santa Trinidad movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias y por su infinita bondad hizo a mí mensajero de ellos". No se puede negar que Colón era un cristiano muy sincero, profundamente religioso. El padre Bartolomé de las Casas dice de él que "en las cosas de la religión cristiana sin duda era católico y de mucha devoción".
[123] Recojo este juicio, parte del libro "Hechos de los apóstoles de América, de José María Iraburu, fundación Gratis Date, 1999, Pamplona; y parte también del libro "Historia de la Iglesia" de Francisco Martín, ediciones Palabra, volumen II, 2000, Madrid.
[124] "En todas las partes, islas y tierras donde entraba dejaba siempre puesta una cruz", y cuando era posible "una muy grande y alta cruz" (I Viaje, 16 noviembre). Las colocan con toda conciencia, "en señal que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo Nuestro Señor y honra de la Cristiandad" (12 diciembre). Y así "en todas las tierras adonde los navíos de Vuestras Altezas van y en todo cabo, mando plantar una alta cruz, y a toda la gente que hallo notifico el estado de Vuestras Altezas y cómo tenéis asiento en España, y les digo de nuestra santa fe todo lo que yo puedo, y de la creencia de la santa madre Iglesia, la cual tiene sus miembros en todo el mundo, y les digo la nobleza de todos los cristianos, y la fe que en la santa Trinidad tienen" (III Viaje).
[125] Refiriéndose a los reyes católicos, Isabel y Fernando.
[126] En las ordenanzas del rey Felipe II y sus sucesores, prefirieron llamarla pacificación y población y no tanto conquista.
[127] ¿Por qué tan rápida? España ya estaba entrenada, después de la reconquista que duró ocho siglos, contra los musulmanes. España, pues, estaba ya bien entrenada. En continuidad con lo que hizo España desde el siglo VIII, también en el Nuevo Mundo, comenzó a avanzar, predicar, bautizar, alzar cruces, iglesias y nuevos pueblos para Cristo. Sólo así puede entenderse la rápida evangelización de América, esa inmensa transfusión de sangre, fe y cultura, que logró la total conversión de los pueblos misionados, fenómeno único en la historia de la Iglesia. Por tanto, la conquista de las Indias es completamente ininteligible sin la experiencia medieval de la Reconquista de España, en su lucha contra el Islam. Con la expulsión de los judíos y los árabes, España en el siglo XVI es un pueblo homogéneo y fuerte, que tiene por alma única la fe cristiana.
[128] Entiéndase bien la palabra superior. No eran superiores en el sentido de que los indios fueran inferiores en dignidad humana. Sabemos que el hombre, todo hombre tiene la misma dignidad humana, por muy pobre o enfermo que esté. Decimos superior, en el sentido de más ilustrado en conocimientos. Recuérdese que España estaba viviendo su Siglo de Oro en teología, cultura, arte.
[129] Por ejemplo, los sacrificios humanos.
[130] Así dice el papa Juan Pablo II: "Si queremos tributar un merecido agradecimiento a quienes sembraron la semilla de la fe, hemos de rendir homenaje en primer lugar a las órdenes religiosas que se destacaron aun a costa de ofrendar sus mártires; sobre todo, los religiosos dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios y luego jesuitas" (Juan Pablo II, viaje apostólico a la República Dominicana, 25 de enero de 1979)
[131] Por ejemplo, borracheras, adulterios, fetichismos, idolatría, sacrificios humanos, esclavitud de las mujeres. En una isla encontraron a unos indios con el miembro genital cortado, porque son cautivados por los caribes en otras islas, y después castrados para que engorden y después comérselos.
[132] Llegan a México doce frailes franciscanos; roturan la tierra y comienzan la primera provincia franciscana del Nuevo Mundo. Luego llegaron los dominicos, a quienes pertenece fray Bartolomé de las Casas. Posteriormente llegaron agustinos y jesuitas, que evangelizarían La Florida, en América española del norte.
[133] En su libro, Storia della Chiesa, pgs. 323-325. Istituto di Teologia per corrispondenza del Centro "Ut unum sint" Roma, 1980.
[134] Dice don Claudio Sánchez de Albornoz: "Sólo Castilla hubiese conquistado y colonizado América. ¿Por qué? He aquí el nudo del problema. La conquista no fue el resultado natural del descubrimiento. Imaginemos que Colón, contra toda verosimilitud, hubiese descubierto América al frente de una flotilla de la Señoría de Génova o de naves venecianas; podemos adivinar lo que hubiese ocurrido. Se habrían establecido factorías, se habrían buscado especias, se habría pensado en los negocios posibles...Podemos imaginar lo que hubiese ocurrido, porque tenemos ejemplos históricos precisos" ("La Edad Media española y la empresa en América, 23). Pero Colón llevó consigo a gente de España, a gente de Castilla, con el espíritu de los reyes castellanos, Isabel y Fernando.
[135] Aquí también digamos la verdad de algunos hombres de Iglesia, que mancharon el rostro de la Iglesia santa: el papa Inocencio VIII, elegido por componendas e intrigas, emanó un documento por instancia de dos inquisidores alemanes, autorizando la caza de brujas. El gran defecto que tenían algunos papas del Renacimiento fue el nepotismo, es decir, el ayudar a sus propios familiares con grandes privilegios y concesiones. Otros, como Eneas Silvio Piccolomini, Pío II, se dejó llevar por la vanidad hasta el exceso, dejando obras humanísticas y artísticas que le inmortalizaran a él como persona. Algunos cardenales, por falta de firmeza del papa, se dejaron llevar por el ambiente un tanto chabacano y mundano de ese tiempo, tan dado a fiestas y francachelas. Aun así, la Iglesia siguió adelante, porque la conduce el Espíritu Santo. Los hombres pasan; Dios no; y la Iglesia, tampoco, porque la conduce Dios.
[136] Es de todos sabida la conducta del Papa Alejandro VI (1492-1503), español, que fue odiado por el pueblo y por los nobles romanos por una serie de motivos, todos reales: nepotismo, corrupción, lujo, arrogancia, descarada protección de los españoles a expensas de los locales. Contra él, sus hijos y la curia predicó el fraile dominico Jerónimo Savonarola. Alejandro intentó conquistarle y ponerle de su parte, pero no lo consiguió. Por lo tanto, le excomulgó. Savonarola fue quemado vivo en Florencia, en 1498.
[137] Él mismo dijo de sí mismo: "Rechacen a Eneas y acepten a Pío".
[138] El Papa Julio II no estuvo inmune de graves manchas morales, se dejó llevar por intrigas y conjuras. Inocencio VIII tuvo hijos antes de ser Papa; uno de ellos, Francisco Cibo, casó con Magdalena, hija de Lorenzo de Médici, y en recompensa, el hijo de Lorenzo, Juan, fue creado cardenal a los trece años; más tarde llegaría a ser Papa con el nombre de León X.
[139] César Borja, Juan , Jofré y Lucrecia, tan injustamente tratada por la leyenda.
[140] Aunque ya hemos hablado de este Papa, llamado Rodrigo de Borja, nacido en Játiva, Valencia, y sobrino de Calixto III que le ordenó cardenal a los 25 años, digamos algunas cosas más, pues ha corrido mucha tinta y muchas exageraciones. Se le ha representado como el símbolo de la corrupción, de la intriga, de la ausencia total de escrúpulos y de sentido de la moral. En ciertos círculos italianos fue mal vista su elección por no ser italiano. Y así comenzó a formarse la bola de nieve que envuelve la figura del Papa Alejandro VI. Se trata de infundios sin prueba alguna. Es verdad, la vida juvenil de Alejandro VI tuvo errores y defectos muy humanos, sin embargo ni en su época ni en el Renacimiento ni en la Restauración se hizo hincapié en su vida privada. No era un santo. Las francachelas renacentistas comunes existían antes y después de él. Sólo a él se le cargan las tintas, a partir del drama antihistórico compuesto por el escritor francés Víctor Hugo y que lleva por título "Lucrecia Borgia" (1833). Son más las cosas positivas de este Papa Alejandro VI: aprobó la Orden de los Mínimos, fundada por san Francisco de Paula; alentó a franciscanos, agustinos y dominicos; fomentó el culto a la Virgen María por medio del rosario y la oración del avemaría al toque de la campana -que había caído en desuso-. Así se popularizó el Ángelus. Fundó hospitales y montepíos. Siguió muy de cerca la gesta del Nuevo Mundo. Envió tres bulas a los reyes católicos de España, Isabel y Fernando, concediéndoles que reinaran en las nuevas islas descubiertas y en la tierras aún por descubrir. Pero en cuanto a derechos también los tenía, por concesión de Eugenio IV, Juan II de Portugal. La controversia entre los dos reinantes la resolvió Alejandro de forma salomónica y muy simple: es famoso el episodio de la línea que trazó en el mapa para dividir el mundo en dos partes. Una parte la asignó a España y la otra a Portugal. De ese gesto deriva la actual situación de América Latina. Una antigua tradición cuenta que los dos reyes, en señal de agradecimiento, enviaron como regalo para el Papa, el primer oro que había llegado de América, que él utilizó para decorar el techo de la basílica de santa María la Mayor.
[141] El profesor L. Suárez, medievalista, recuerda aquí que ya el Papa Clemente V, hacia 1350, enseñaba que la única razón válida para anexionar un territorio y someter a sus habitantes es proporcionar a éstos algo de tanto valor que supere a cualquier otro. Y es evidente que la fe cristiana constituye este valor.
[142] Motolinía significa "pobreza".
[143] El padre Las Casas difamó grandemente la gesta de España en las Indias. Su labor misionera en las Indias fue realmente muy escasa. Como señala el franciscano Motolinía en su carta de 1555 al Emperador sobre Las Casas: "Acá todos sus negocios han sido con algunos desasosegados para que le digan cosas que escriba conformes con su apasionado espíritu contra los españoles...No tuvo sosiego en esta Nueva España, ni aprendió lengua de indios ni se humilló ni aplicó a les enseñar".
[144] S. de Madariaga, Memorias (1921-1936) Madrid, 1974, p. 485
[145] Digamos algo sobre las Reducciones. Fue un arma de España para obrar la civilización y la evangelización en el Nuevo Mundo. "Fúndense poblaciones donde los indios puedan estar juntos como personas que viven en estos reinos. Procúrese por medios religiosos y buenas personas reducirlos y convertirlos a nuestra fe católica voluntariamente" (AGI, Aud. De Buenos Aires, 1, L. 4, f. 59). Como encomiendas y encomenderos no habían dado buenos frutos, los misioneros comienzan a separar la cruz de la espada, la reducción de la encomienda. Diez siglos antes, san Benito había evangelizado Europa con ese método: oración, trabajo y estabilidad en el lugar. Aquí el indígena recibió la fe, aprendió artes, oficios, labrantío y construcción de viviendas, comer en una mesa y dormir en una cama. Los primeros en construir reducciones fueron los franciscanos (1503). Durante casi dos siglos, la Iglesia formó en las reducciones el futuro americano; unos 150.000 indígenas, a quienes se evangelizó y civilizó, vivieron en organización casi perfecta, en las reducciones. Las reducciones fueron una gesta magnífica que la historia soslaya.
[146] Dice el Papa Juan Pablo II: "Salve, cruz de Gaspé; aquí Jacques Cartier plantó la primera cruz. En presencia de los primeros habitantes de esta comarca se arrodilló con sus primeros hombres para venerar el estandarte de nuestra salvación. Aquí Jacques Cartier comenzó una nueva página en la historia del mundo y de la Iglesia" (Mensaje a Canadá, Osservatore romano 9.IX.1984).
[147] Tomado de "Historia de los indios de la Nueva España, relación de los ritos antiguos, idolatrías y sacrificios de los indios de la Nueva España, y de la maravillosa conversión que Dios en ellos ha obrado. Porrúa, México 1984, pag. 205-221.
[148] Fue una obra que tuvo una fortuna inesperada y no buscada por el autor, ya que fue publicada ilícitamente en 1552, y divulgada por toda Europa a lo largo del siglo XVII, en más de cincuenta ediciones. Fue traducida al latín, al holandés, francés, inglés, italiano y alemán, sirviendo como eficaz propaganda a favor de los muchos enemigos del imperio español en la lucha por la independencia de Holanda y en la subsiguiente guerra de los Treinta Años, a veces con títulos como "Tiranía y crueldades de los españoles" o "El papismo al desnudo". Más tarde, desde 1801, se reeditó mucho el texto español para animar las guerras de independencia hispanoamericanas (De la introducción, no firmada, a la obra. Edición Sarpe, Madrid 1985).
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