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Siglo XVI
Introducción
Comenzamos la edad moderna, que inicia en 1453 con la caída del imperio de oriente a manos de los turcos otomanos, y termina con la revolución francesa de 1789 que puso fin al antiguo régimen.
En este período de la edad moderna se pueden distinguir fácilmente tres momentos: el Renacimiento del siglo XVI, que coincide con la hegemonía española, con la renovación cultural del humanismo y con la reforma protestante; el siglo XVII, siglo de las monarquías absolutas y del mercantilismo[149], siglo del barroco y de la reforma católica; y el siglo XVIII que en Francia es el siglo de la luces, y que se caracteriza por la aparición y difusión del liberalismo económico y político que acabaron con el antiguo régimen.
Las características generales de la edad moderna son la consolidación de las nacionalidades, la formación de los grandes imperios coloniales —como consecuencia de los descubrimientos geográficos y de la fuerza política del absolutismo-, la lucha contra toda potencia que quisiera imponer su hegemonía —hasta llegar al equilibrio europeo del siglo XVIII—, la aparición y desarrollo de las ideas liberales.
¿Y la Iglesia? A partir del siglo XVI la historia de la Iglesia reviste algunas características nuevas. La iglesia latina y la iglesia de Oriente seguían ya caminos distintos desde hacía siglos. Con la reforma protestante, la iglesia latina se divide a su vez en varias confesiones rivales: luteranismo, calvinismo y anglicanismo. Al mismo tiempo, como consecuencia de los grandes descubrimientos, el evangelio se anuncia en el mundo entero. En un período en que los estados se afirman y triunfa el absolutismo, la historia de la Iglesia se convierte a menudo, incluso en el catolicismo, en la historia de las iglesias nacionales.
Este siglo XVI es muy importante: es el siglo del Renacimiento literario y artístico, el siglo de la reforma protestante, el siglo del concilio de Trento, de la Compañía de Jesús y la reforma católica, de los descubrimientos, de la misión en Asia y América, de los avances científicos.
I. Sucesos
De la Edad Media a la Edad Moderna
Dios era el centro en la Edad Media. Ahora, el centro es el hombre; el hombre que penetra en los secretos de la naturaleza y por eso se entrega al arte y a los descubrimientos; el hombre que se mete a fondo en el comercio y la industria, creando ya el régimen capitalista. El hombre, como en el período de los clásicos, vuelve a constituirse en «medida de todas las cosas». Al hombre inculto y aferrado a la tierra, propio de la Edad Media, le suceden el mercader y el viajante.
Este hombre moderno es más independiente, todo lo pasa por el tamiz de su libre examen del subjetivismo y de la crítica. Este hombre está más expuesto al indiferentismo religioso y al ateísmo materialista. La religión se fue considerando como algo privado de la conciencia de cada cual, que no cae bajo la jurisdicción del estado[150] y ni siquiera de la Iglesia.
La Iglesia también sufre el influjo de esta modernidad. Ya se había debilitado mucho la autoridad papal, por las causas que ya hemos visto: la doctrina conciliarista que se iba abriendo campo en el campo teológico, el papado en Aviñón y el cisma de occidente, que entristecería a la cristiandad en tantos años. Se inicia la vida mundana de algunos papas, que más parecen príncipes terrenales que pastores de la Iglesia; más preocupados del arte y de embellecimiento exterior, que del bien de las almas. También muchos personajes del alto clero frecuentaban más los salones de fiestas que el confesonario, dejándose llevar del bienestar y del lujo.
Decae, pues, el prestigio de la Iglesia, a la que ahora se intenta subordinar a los intereses del estado.
Como consecuencia de todo esto, aparecen los primeros librepensadores, se abre el culto a la razón que hace su entrada en las universidades por medio del averroísmo y de las ideas panteístas; la literatura paganizante de Boccaccio, del Arcipreste de Hita, y de otros más atrevidos, sirve de solaz a damas y caballeros. El tema del ridículo, aplicado a las cosas y a la personas eclesiásticas, se agudiza cada vez más, dando materia inflamable a los primeros reformadores.
La Italia de los papas...
Los papas, como soberanos de unos territorios que buscan proteger, se inmiscuyen cada vez más en los asuntos de una Italia que se ha convertido en campo de rivalidades entre Francia y los Habsburgo. Algunos papas enriquecen a su familia, a sus sobrinos y a sus hijos naturales[151]. Las fiestas de la corte romana son dispendiosas.
El papa Julio II (1503-1513), armado de casco y coraza, se lanza al asalto de las ciudades enemigas. Por otro lado estos papas son artífices del Renacimiento, como mecenas o protectores de artistas y literatos. Esta Iglesia no responde a las esperanzas de los cristianos. Por eso, ante esta situación penosa, vino la famosa reforma de Martín Lutero. El monje agustino Martín Lutero fue el protagonista de un doloroso cisma en la Iglesia de occidente. Cuando el papa Julio II comenzó la construcción de la nueva basílica de San Pedro en Roma, los fieles de todo el mundo fueron invitados a contribuir con donaciones. Para animarlos, se concedió indulgencias a quienes, junto con otras obras buenas, contribuyeran con dinero. Esto dio ocasión a un escandaloso comercio de indulgencias. Contra esos abusos se levantó Lutero publicando 95 proposiciones acerca de la doctrina de las indulgencias.
Veremos más adelante todo el drama de Lutero.
Renovación de las letras, las artes y las ciencias
El Renacimiento vuelve a descubrir la antigüedad bajo todas sus formas. Esa literatura antigua duerme en los monasterios. Algunos prototipos del Renacimiento:
Nicolás Maquiavelo, historiador, literato y político nacido en Florencia. Escribió »El Príncipe», donde describe cómo debe ser un gobernante: déspota, refinado, astuto, sin escrúpulos, asesino o clemente según su interés, el cual sería la única norma moral de sus actos. Para él el fin justifica cualquier medio, aunque sea malo. Según él, el hombre es esencialmente malo e incapaz de reformarse por sí mismo. Únicamente las leyes aplicadas de manera despótica pueden someterlo. Como el que gobierna es quien dicta las leyes, los actos de los gobernantes son buenos. El príncipe, por tanto, debe gozar de poder ilimitado. La guerra es necesaria para vigorizar la nación porque la paz causa la ociosidad, el desorden y la ruina de los estados. En adelante, se llamará maquiavelismo a la política de carácter doble e inmoral.
Nicolás Copérnico: canónigo polaco que revolucionó los conocimientos científicos de la época. Afirmó que el centro del sistema planetario no era la tierra —como se creía-, sino el sol.
Rafael Sanzio: es el pintor de los estados suaves del alma. Por orden del papa Julio II trabajó los frescos llamados «La disputa del Santo Sacramento», «La Escuela de Atenas», «El Parnaso», «Atila detenido por el papa León». León X le encargó que pintara las logias del Vaticano. En 52 frescos representó las grandes páginas de la Biblia. Después terminó «El pasmo de Sicilia» y la «Transfiguración».
Leonardo da Vinci: artista y científico de insaciable ansia de sabiduría, destacó en pintura, escultura, arquitectura, música, ingeniería, física, geología, astronomía, matemáticas. Intuyó la posibilidad de la aviación y de la navegación submarina. Sus obras pictóricas principales son: «La Cena», «La Virgen con Santa Ana», «la Gioconda».
Miguel Ángel: genial escultor, pintor y arquitecto. Esculpió «La Piedad», «David», «Moisés». En la Capilla Sixtina dejó los frescos que representan «La Creación», «El Diluvio», «El Juicio Final». Construyó la cúpula de san Pedro en el Vaticano.
Erasmo de Rotterdam: es el príncipe de los humanistas. Hijo ilegítimo de un sacerdote. Sin vocación, entra en el monasterio de canónigos regulares de Steyn, donde profesa en 1488. Más que a la piedad se dedica al estudio. Se ordena sacerdote en 1492. Cada vez se le va haciendo más intolerable la vida monástica. El claustro le parece una cárcel. Apasionado por la literatura antigua, dejó su convento y sus hábitos para circular por toda Europa al encuentro de los humanistas y en busca de manuscritos. Vivió en Francia; en Inglaterra, donde se hace amigo de Tomas Moro; en Italia y Alemania. Murió en Basilea. Se alimenta de la «devoción moderna», de la que ya hablamos en el siglo XIV, sobre todo en estos aspectos: afán de reforma, desprecio de la escolástica y amor a la Escritura; pero añade un espíritu nuevo: la tendencia humanística y el amor a la antigüedad grecorromana. Ya no mira al cristianismo bajo el aspecto medieval, sino grecorromano. Así lo dice él mismo: «He enseñado a hablar de Cristo a las letras griegas y latinas». Su obra principal fue «El elogio de la locura», donde da la palabra a la locura que dirige el mundo y hace una sátira mordiente de todas las categorías sociales, incluida la eclesiástica. En toda su obra, se propone regenerar al hombre purificando la religión y bautizando la cultura. Desea restaurar la teología volviendo a las fuentes, es decir, al texto original de la Escritura y a los santos padres de la iglesia que permiten una buena interpretación de la Escritura. Hay que volver- dice- a una religión interior purificada de sus numerosos aditamentos y que acoja todo lo bueno que hay en los autores antiguos.
Pero hay que decir que hay un abismo entre la devoción del Kempis, también perteneciente a la «devoción moderna», y la doctrina soberbia pero elegantísima de Erasmo. En lo espiritual queda el alma fría con la lectura de Erasmo. Es muy intelectual, su Cristo es puramente moral, frío y abstracto, personificación de la virtud en sí y símbolo de todas ellas. En cambio, el alma se inflama con la lectura del Kempis, pues presenta a un Cristo familiar y amigo de nuestra alma.
Características de sus escritos son: teología antiescolástica, libertad de pensamiento, acerada crítica y desenfado, acusado antijudaísmo y antimonaquismo. Quiere un cristianismo más interior y espiritual, que no consista en ceremonias exteriores, ni apegado a las prescripciones de la Ley; un cristianismo espiritual y moral que quiere instaurar en todo el mundo y mediante él reformar la Iglesia. No lo logró, porque propone una reforma abstracta y erudita, demasiado crítica y negativa, y por tanto, ineficaz. Tal vez, la reforma la debería haber comenzado en él mismo: era honrado, sí, pero no ferviente; más bien era tibio; habla de caridad fraterna y no duda en calumniar a los monjes y a sus adversarios. «Si no tengo caridad, no soy nada» (1 Cor 13, 1ss).
Se ha dicho que Erasmo fue precursor de Lutero. Pero realmente Erasmo, aunque fue un descontento dentro de la Iglesia, nunca fue un rebelde ni atacó los dogmas de la Iglesia[152]. Era más bien amigo de la paz, de las medias tintas, de la tolerancia, y enemigo de las afirmaciones rotundas, de las precisiones. Hombre más erudito que genial, trabajador, talento crítico, cáustico y con cierta timidez. En el fondo era un hombre bueno, que tuvo más admiradores que amigos. Para esto le faltaba afectividad y entusiasmo.
La Reforma protestante de Lutero
La Reforma protestante tuvo lógicamente un caldo de cultivo. Dicha Reforma nació de la piedad de finales de la Edad Media, sobre todo, de la «devoción moderna», donde se favorecía una búsqueda apasionada de Cristo en el evangelio; pues las deficiencias y defectos de algunos hombres de la iglesia romana cada día eran más palmarios y evidentes, debido al ambiente renacentista en lo que tenía de mundano, y del que no se sustrajeron algunos papas, obispos y monasterios.
Pero también nació en el momento en que comenzaba a surgir una nueva civilización europea y cristiana. La cultura medieval se juntaba con el Renacimiento y del consorcio de los dos se podía esperar un mundo nuevo. Todo parecía confluir a esta visión primaveral: el invento de la imprenta, el descubrimiento del mundo antiguo en las obras de los clásicos, el del mundo americano por Cristóbal Colón y las naves de España, el de oriente por los marinos portugueses; florecen ciencias nuevas; la aparición en la historia de la clase media.
La reforma de la Iglesia ya venía exigiéndose desde tiempo atrás. Lutero no hizo más que acercar la llama a la pira de leños secos y dispuestos...La hoguera fue colosal.
¿Cuáles son las causas más remotas y generales del protestantismo de Lutero?
La primera causa es sin duda la decadencia de la autoridad pontificia, agudizada durante el período de Aviñón. Allá los papas multiplicaron los casos y beneficios reservados a la curia para aumentar las rentas pontificias, lo cual fue ocasión de innumerables protestas. Disminuye todavía más el prestigio del papado con motivo del cisma de occidente, cuando el pueblo no sabe dónde está la verdadera cabeza de la iglesia. Se acostumbran a no obedecer al papa romano. La doctrina de los teólogos y de la universidad sobre la preeminencia del concilio sobre el pontificado supone una profunda herida en el prestigio y la autoridad del sucesor de Pedro. A esto se añade que durante el siglo XV y XVI, los papas se preocupan más de lo temporal y político que de lo religioso. Se convierten en príncipes seculares e intentan crear un reino para sí y sus familiares, como los demás príncipes de Italia.
Una segunda causa hay que descubrirla en la decadencia de la teología escolástica, junto con el falso misticismo. De aquí nacen errores radicales. Los humanistas desprecian a los teólogos, y se preocupan más por la forma externa, que por el fondo y contenido. Los protestantes no sólo desprecian a los teólogos, sino también a la misma teología, pues la consideran opuesta al cristianismo. El falso misticismo influye en el fideísmo protestante y se convierte en médula de la piedad calvinista. La teología ha derivado en dialéctica ociosa. Pero la mística sin el fundamento de la teología puede terminar en un misticismo peligroso[153].
Una tercera causa está en los abusos y corruptelas de los clérigos y en la avidez de recursos de la curia romana. Esto, aunque grave, no debería causar un rompimiento, pero sí exigía una reforma. Los abusos no son una causa propiamente dicha, sí lo es el ambiente de fastidio que ellos crean, y el odio contra la jerarquía y el clero que provocan. Desde el concilio de Vienne (1311-1312) resuena el grito de reforma. Ni los concilios de Constanza (1414-1418) y Basilea (1431-1447) consiguieron éxito alguno en materia de reforma. Y, ¿de quién vendrá la reforma? Reina la máxima confusión. O está cerca ya el fin del mundo —piensan algunos-, o es la hora del Anticristo, o Dios prepara un gran castigo.
Todo esto indica que el campo estaba preparado. Bastó que Lutero lanzase su consigna de reforma y de vuelta al primitivo cristianismo, para que muchos le siguiesen.
Y una cuarta causa: la condición político-social de Europa y especialmente de Alemania, donde se acentúa un acusado nacionalismo frente a la política imperial de Carlos V. Muchos príncipes y nobles alemanes serán de los primeros en adherirse a la causa revolucionaria de Lutero.
¿Quién fue el protagonista de esta Reforma?
El monje agustino Martín Lutero fue el protagonista de este doloroso cisma en la Iglesia católica[154]. Qué duda cabe que en un inicio Lutero se movió por una actitud verdaderamente religiosa, pues quería una iglesia más pura y acorde al evangelio. Pero con el paso del tiempo las pasiones irascibles le hicieron explotar y desobedecer a la autoridad papal, pues Lutero era violento e intransigente. Se ordenó de sacerdote, no tanto por vocación sincera, sino por el deseo de no condenarse, dado que él sentía dentro de sí muy fuerte la concupiscencia.
¿Cuál fue la chispa que provocó el incendio?
El príncipe Alberto compró al papa León X el arzobispado de Maguncia. Para que Alberto pagara, León X le concedió publicar una indulgencia para recabar dinero destinado a la construcción de la catedral de Maguncia y de la basílica de san Pedro en Roma[155]. Indignado Lutero publicó 95 proposiciones acerca de la doctrina de las indulgencias, mezclando reproches contra la autoridad eclesiástica, y las clavó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Lutero rechazaba la falsa seguridad que daban las indulgencias, pues el cristiano no puede comprar la gracia de Dios. Lutero en estos primeros momentos se mostraba moderado en su ataque al papado y no pensaba en romper con Roma. Sus tesis tuvieron un enorme éxito a través de Alemania y de toda Europa. Erasmo las aprobó con entusiasmo.
¿Cómo reaccionó la Iglesia con Lutero?
Durante tres años, los miembros de su orden y algunos enviados de Roma intentaron persuadirle a corregir sus afirmaciones. Pero la disputa despertó el nacionalismo alemán. Lutero se presentó como el campeón de un pueblo cansado de los procedimientos fiscales de la corte romana y de la acumulación de los bienes eclesiásticos en Alemania. Lutero, enardecido por esto, apeló a la reunión de un concilio y comenzó a criticar duramente al papa y la autoridad eclesiástica.
En junio de 1520, la bula pontificia «Exsurge, Domine» condenaba 41 proposiciones de Lutero. Tenía dos meses para obedecer y enmendarse. Lutero quemó solemnemente la bula el 10 de diciembre de 1520. En enero de 1521 fue excomulgado. Convocado a la dieta de Worms para que explicara su pensamiento, ante la asamblea de los príncipes del imperio y ante el emperador Carlos V, rey de España y emperador de Alemania, Lutero afirmó que se sentía obligado únicamente por la Escritura y por su conciencia, y mantuvo sus posiciones. Fue desterrado del imperio y tuvo que ocultarse en mayo de 1521. En su retiro tradujo la Biblia al alemán. En la ciudad de Espira se llevó a cabo una asamblea con el fin de apagar el incendio que ocasionó Lutero; pero los luteranos descontentos, protestaron ante la Dieta de Espira (1529). Desde entonces quedaron con el nombre de «protestantes».
Estos son los puntos doctrinales de Lutero que contrastaban con la doctrina de la Iglesia católica:
Sólo la Escritura: ni Tradición ni Magisterio son necesarios. La única fuente de la verdad revelada es la Escritura , y cada quien la interpreta a su manera (libre examen).
Sólo la fe, sin obras: nuestras obras están corrompidas, porque estamos empecatados desde la punta de la cabeza hasta los pies; por tanto, nuestras obras no merecen nada. Sólo hay que creer en Cristo que nos tiende su manto de misericordia. La salvación, dice, proviene de la fe, no de las obras ni de la recepción de los sacramentos. Para Lutero no existe el libre albedrío, sino que la concupiscencia es invencible, pues el hombre, después del pecado original, quedó incompleto, sin fuerzas ni libertad. Por tanto, si nuestras obras no valen para Lutero, tampoco valen nuestras oraciones y misas por los difuntos. Nuestros actos —sigue diciendo- son pecaminosos. Sólo la fe le salva[156]. Para Lutero, Dios lo hace todo, el hombre no hace nada.
Sólo el bautismo y la eucaristía: niega los demás sacramentos. Pero, aunque admitía la eucaristía y una cierta presencia de Cristo en ella, negaba su carácter sacrificial y la transubstanciación. Para él el orden sagrado no era un sacramento y negaba toda diferencia entre sacerdotes y laicos. Y no admitía la confesión hecha a un sacerdote. Tampoco el matrimonio para él era sacramento y por lo mismo admitió el divorcio. Más tarde el discípulo de Lutero, Melanchton, redacta en latín y alemán un documento que será la cartamagna del luteranismo y toma el nombre de «Confesión de Augsburgo»..
Sólo Cristo: por tanto, rechazó los intermediarios, pues creía que toda mediación humana era negar la mediación única de Cristo y hacer depender del hombre su propia salvación. Por lo mismo rechazó el culto a la Virgen y a los santos, y negó que la iglesia tuviera poder de alcanzar la remisión de las culpas a base de indulgencias.
Sólo la iglesia invisible. Él acepta la iglesia, pero la concibe como la comunidad interior e invisible de los creyentes; en consecuencia rechaza su estructura visible y jerárquica.
¿Qué consecuencias trajo la reforma de Lutero?
Alemania se dividió, unos a favor y otros en contra de Lutero. Los nobles se lanzaron al asalto de las tierras eclesiásticas, en nombre de la igualdad de los hombres ante Dios. Los campesinos pobres se sublevaron contra los señores que los explotaban. Y todo en nombre de la Palabra de Dios. Lutero invitó a los señores a matar a los revoltosos, al no poder aplacar a los campesinos. ¡Fue una guerra atroz!
Después del cisma de Lutero vinieron muchas otras separaciones en la iglesia. Hagamos un recuento de ellas.
Los anabaptistas predicaban la necesidad de un nuevo bautismo, que debían recibirse en edad adulta; por lo mismo no admitían el bautismo de los niños. Coincidían con los luteranos en afirmar que sólo la fe salva y en decir que la eucaristía sólo tiene valor de memorial. Pero se diferenciaban de ellos en que rechazaban toda autoridad, no sólo eclesiástica sino también civil, pues los vueltos a bautizar formaban una comunidad de iguales. De esta corriente fue Thomas Münzer que promovió la guerra de los campesinos, y Jan Bochelson que se proclamó rey de Münster y permitía la poligamia.
Calvino[157], laico francés, se adhirió a las nuevas ideas reformistas, pero desarrolló una doctrina propia sobre la predestinación, según la cual Dios ya tiene predestinados a unos para el cielo y a otros para el infierno, independientemente de sus obras.
Zwinglio, fascinado por las ideas de Lutero, defendió la Escritura como única fuente de la verdad en la iglesia, criticó el culto a las imágenes, el celibato impuesto a los sacerdotes, y llegó hasta a negar el sacramento de la eucaristía. En Zurich secularizó los conventos y promovió la liturgia en alemán.
Juan Knox, sacerdote católico escocés, se dejó seducir por las ideas reformistas y fundó la iglesia presbiteriana. Perseguido en su tierra, se refugió junto a Calvino.
Enrique VIII, rey de Inglaterra, al no obtener del papa la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, siguió el ejemplo de protesta de Lutero proclamando la independencia de la Iglesia anglicana, y constituyéndose él mismo en su cabeza. Santo Tomás Moro, canciller del reino, siguiendo el dictamen de su conciencia prefirió morir antes que aceptar las disposiciones separatistas y divorcistas del rey Enrique, que a toda costa quería del papa Clemente VII el divorcio de Catalina de Aragón para contraer matrimonio con Ana Bolena. Así, pues, Enrique VIII se autonombró jefe espiritual de la iglesia inglesa y amenazó con la pena de muerte a aquellos súbditos que no lo reconociesen como tal. También fue condenado a muerte el cardenal Juan Fisher y otros. La hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón, María Tudor, al convertirse en reina, restableció el catolicismo y procedió a más de 200 ejecuciones de protestantes; hecho éste que le valió el nombre de María la sanguinaria. La reina Isabel (1558-1603), hija de Enrique y Ana Bolena, volvió a borrar el catolicismo del reino inglés reduciéndolo a las catacumbas y estableció definitivamente el anglicanismo.
Europa, pues, quedó dividida religiosamente. Hubo luchas y guerras de religión que llenaron de sangre varias partes de Europa[158]. Enrique IV de Borbón, convertido al catolicismo publicó en 1598 el tolerante edicto de Nantes que reconoció la libertad religiosa; es decir, que cada príncipe escogiera la religión para su territorio: «Cuius regio, eius religio» (cada región tiene su religión). Los súbditos tienen que seguir la opción de su príncipe o marcharse al destierro.
¿Cómo acabó el monje Lutero? Finalmente, en 1525, Lutero se casó con una antigua religiosa, Catalina Bora, «para burlarse del diablo y de sus satélites... y de todos los que son lo bastante locos para prohibir casarse a los clérigos».
¿Qué juicio podemos dar sobre la doctrina de Lutero y el luteranismo?
Lutero, al inicio, sólo pretendía volver al primitivo cristianismo del que se había venido alejando la iglesia, y eso era bueno. No pretendía en ese tiempo separarse de la Iglesia Católica. También era un elemento positivo el valor que concedía a la Sagrada Escritura y su deseo de ponerla al alcance de todos los cristianos. Ya hemos dicho que la tradujo al alemán. También era bueno su afán por recalcar el valor salvífico de la fe, que había quedado oscurecido por el tráfico de indulgencias. Es asimismo de alabar la importancia que concedió al bautismo y el haber puesto en evidencia la igual dignidad de todos los bautizados.
Pero la doctrina de Lutero puso en discusión y negó muchas verdades fundamentales de la fe católica. Poco a poco, lo que comenzó siendo una reforma de las costumbres terminó en una reforma de la fe católica y de la estructura misma de la Iglesia. Sus buenos deseos terminaron en rebeldía y herejía, al negar el origen divino de la jerarquía, al entender la justificación en un sentido que no tenía suficiente cuenta de la cooperación humana, al rechazar varios de los sacramentos. Eso fue lo triste, pues rompió la túnica inconsútil de la Esposa de Cristo[159].
Además de la escisión que produjo en la iglesia, su doctrina produjo otros males. El más vistoso es el subjetivismo tanto al interpretar la Escritura al defender el «libre examen», como en el campo dogmático por negar el papel magisterial del papa y de los obispos. Algunos autores ven en este subjetivismo una de las raíces del racionalismo moderno.
Otra consecuencia negativa fue que, al aliarse con los nobles de la nación alemana, incrementó la sujeción de las iglesias al estado. Si miramos este punto con imparcialidad, tendremos que recordar la frase de Péguy: «Todo comienza en mística y todo acaba en política».
La brutalidad del saqueo de Roma (1527)
La necesidad de reforma era el grito que se escuchaba por todas partes. Y esa reforma tenía que comenzar desde la cabeza, el papa. Uno de los males en que cayeron algunos pontífices de este siglo fue la frivolidad y el espíritu mundano.
Clemente VII fue una muestra. Como arzobispo de Florencia había sido bueno, pero como papa agravó los males consintiendo algunos excesos. En política su gran yerro fue indisponerse con el emperador Carlos V, baluarte de la Iglesia, al apoyar a su rival el rey Francisco I de Francia. Este intentó hacerse por la fuerza del ducado de Milán, y fue vencido y capturado en Pavía por el emperador (1525). Para recuperar su libertad firmó el tratado de Madrid, pero inmediatamente lo rompió y volvió a levantarse en armas contra el emperador. Es aquí donde interviene Clemente VII, pues le ofreció su apoyo para liberarse del influjo que el emperador tenía en Italia. Este, tras consultar a sus teólogos y tranquilizar su conciencia, ataca militarmente con sus Lansquenetes la ciudad de Roma y la captura (1527).
Se hizo el ataque con una fuerza de veinte mil hombres integrados por italianos y españoles a quienes se agregaron diez mil jóvenes luteranos cuyo jefe decía: «Quisiera ahorcar al papa con mis propias manos». El ataque fue brutal. La soldadesca arrasó cuanto encontró a su paso. «Saqueo de Roma» se denominó este hecho. Su brutalidad causó consternación en toda Europa, tanto que el franciscano cardenal Quiñones reprochó duramente al emperador Carlos V diciéndole que no merecía llamarse emperador sino más bien general de Lutero. Pero otros predicadores decían: «Roma, haz penitencia, esto es castigo de Dios». Y todos clamaban por la reforma de la Iglesia. Clemente VII estuvo prisionero de Carlos V hasta fines de 1527.
Se empieza a pensar que ha llegado el momento de la reforma, y lo mismo que cuando la caída del Imperio romano, muchos se retiran a hacer penitencia.
Una de las ciudades italianas donde más se conservó el fervor religioso fue Venecia, debido a que no sufrió por las guerras, el hambre o la peste. Preclaros venecianos eran Contarini y san Jerónimo Emiliano. Allí estuvo fuerte el Oratorio del Divino Amor, cuyo primer intento era renovar la propia alma por medio de la oración, la predicación, la práctica de los sacramentos y la caridad cristiana.
Como siempre, la reforma fue obra de santos.
Continúa la gran hazaña evangelizadora de América
Como en el capítulo anterior ya hablamos de esto más extensamente, quiero hacer un brevísimo resumen en este apartado.
El común denominador en la gesta civilizadora de España aparece siempre en todos los escritos de ese tiempo: «La conversión de los infieles...que todos conozcan a Dios Nuestro Señor...que se implante la santa fe católica».
Cortés y Pizarro entregaron al imperio español los inmensos territorios de los imperios azteca (1521) e inca (1532) respectivamente. Almagro explora Chile y Pedro de Mendoza funda Buenos Aires (1535); su hermano Pedro se dirige al Paraguay (1538). Vasco Núñez de Balboa descubrió el Océano Pacífico en 1513. Magallanes y Elcano dieron la vuelta al mundo durante el trienio de 1519 a 1522.
Los papas Inocencio VIII en 1482, Alejandro VI en 1493 y Julio II en 1508 habían concedido a los reyes españoles una serie de privilegios para el gobierno de la iglesia tanto en España como en Indias[160]: formación de diócesis y nombramiento de obispos, recaudación de los diezmos, aprobación de documentos pontificios, construcción de iglesias, control de religiosos, etc.
Resumamos un poco lo que ya dijimos en el siglo anterior. Desde sus inicios en América, la Iglesia quedó estrechamente sujeta al poder civil. En este descubrimiento, es verdad, hubo abusos y explotación por parte de algunos conquistadores; incluso disminuyeron poblaciones autóctonas, debido a los duros trabajos a los que los sometían y a las enfermedades. Los españoles se habían distribuido las tierras y las poblaciones (sistema de encomienda), lo cual llevaba a una esclavitud disimulada de los indios, por parte de algunos españoles. En 1551, el dominico Montesinos protesta en un sermón contra la explotación de los indios ante el furor de los colonos, que llevaron el asunto ante la corte de España. Las leyes de Burgos (1512) mantuvieron la encomienda, pero exigiendo que los indios fueran tratados como hombres libres y que los amos se preocupasen de su vida cristiana. Esta evangelización americana es llamada «gesta evangelizadora», «epopeya religiosa», «empresa singular».
II. Respuesta de la Iglesia[161]
Todos esperaban la respuesta de la Iglesia en todo este desbarajuste.
¡Reforma! ¿Sería capaz la Iglesia de poner los cimientos de esta reforma deseada? El Espíritu Santo otra vez más no abandonó la Iglesia.
Todavía pululaban en el aire las ideas conciliaristas del siglo pasado. El quinto concilio de Letrán (1512-1517), bajo el papado de León X[162], condenó el conciliarismo y la Pragmática Sanción de Bourges, que quería la independencia con respecto a Roma. Este concilio quiso responder al rey francés Luis XII que, al igual que Felipe IV el Hermoso al Papa Bonifiacio VIII, privó al Papa de subsidios, reunió un concilio nacional en Tours y apoyó otro «ecuménico» en Pisa (1511), de corte galicano el primero y conciliarista el segundo.
Mucho se habló de la reforma en este concilio V de Letrán, pero sus resultados no tuvieron la importancia proporcionada a su larga duración.
La gran Reforma católica: El Concilio de Trento
Dios hizo surgir la reforma católica[163], no sólo para combatir al protestantismo, sino para lanzar con más claridad la doctrina de la Iglesia católica.
La antigua cristiandad europea explotó en múltiples iglesias opuestas a Roma. Seriamente amputada, la Iglesia romana reaccionó intentando reformarse[164]. Incluso algunos príncipes católicos se lanzaron incluso a una reconquista armada. A todo esto es a lo que se da a veces el nombre de contrarreforma. No es exacta la expresión contrarreforma porque parecería que aprobase la de reforma de Lutero, que en realidad no fue reforma sino un complejo dogmático, disciplinar y moral, no siempre bien aclarado. Además, para reformar la Iglesia no es necesario destruirla ni separarse de ella, como hizo Lutero, sino permanecer fiel a ella. Tampoco es exacto ese término de contrarreforma porque daría la impresión de que la restauración de la Iglesia católica sería una mera reacción contra el protestantismo, siendo así que la Reforma de la Iglesia católica es eminentemente constructiva, vital y positiva.
La Iglesia católica convocó el concilio de Trento[165] (1545-1563), bajo los papas Paulo III[166], Julio III[167] y Pío IV.
El fin y el objeto de Trento fue salvar la ortodoxia de las costumbres, mantener la unidad de la Iglesia, reanimar la santidad en el clero y el pueblo. El papa se ayudó, para la reforma de obispos y diócesis, de los teatinos, fundados por san Cayetano Thiene y Pedro Caraffa.
Trento abrió una nueva era a la iglesia y sus decretos empezaron a practicarse por toda la cristiandad. El concilio además de abocarse a la reforma de las costumbres[168], se centró sobre todo en aclarar la doctrina católica, negada por Lutero.
En la primera etapa del concilio (1545-1547), siendo papa Paulo III, se reconoció el valor de la tradición apostólica, igual al de la Escritura como fuente de fe; se definió el canon[169] de los libros inspirados; se declaró el significado de la Vulgata, no en el sentido filológico (ausencia de errores de traducción), sino en el dogmático[170]; se proclamó como norma de interpretación de la Escritura la opinión común de los santos padres y el juicio de la Iglesia; se publicaron los decretos dogmáticos sobre el pecado original y sobre la justificación,[171]; se llevó a examen y se definió la doctrina sobre los sacramentos en general y del bautismo y de la confirmación en particular, y se dio una serie de decretos de reforma respecto a la predicación, la obligación de residencia y el cúmulo de beneficios.
En la segunda etapa (1551-1552), siendo papa Julio III, prosiguieron los decretos relativos a la eucaristía, a la penitencia y a la extremaunción, además de los concernientes al ejercicio de la autoridad episcopal, las costumbres del clero y la colación regular de los beneficios eclesiásticos.
En la tercera etapa (1561-1563), siendo papa Pío IV, se promulgaron los decretos sobre la comunión bajo las dos especies, que declararon no necesaria; sobre el carácter sacrificial de la misa; sobre los sacramentos del orden y del matrimonio; sobre el purgatorio, la veneración de los santos, de las imágenes y reliquias. Simultáneamente se dieron cuarenta y dos artículos, que pueden ser considerados como la esencia de la reforma tridentina, concernientes a los más importantes sectores de la vida eclesiástica: acerca de la residencia de los obispos, las condiciones para la colación de las órdenes por parte de los obispos, el uso del latín en la celebración de la misa y administración de sacramentos, sobre la disciplina del clero, la formación eclesiástica, etc.
El 15 de julio de 1563 se aprobó el importante decreto sobre la erección de los seminarios; solamente por él se podían dar por bien empleados todos los trabajos del concilio. Igualmente, se legisló sobre diversos aspectos de la vida en la Iglesia: el matrimonio que invalidaba los matrimonios clandestinos, las indulgencias, los ayunos, las visitas pastorales, la observancia de los días festivos, la acumulación de beneficios, la reforma de las órdenes religiosas... Y propició, además, que más tarde se publicara el misal y el breviario, el Catecismo Romano y del índice de libros prohibidos.
En esta última etapa asistieron 225 Padres: seis cardenales, tres patriarcas, 193 arzobispos y obispos, siete abades y siete superiores generales de órdenes religiosas, 39 procuradores de otros tantos prelados ausentes.
Habían pasado dieciocho años desde su inauguración. Pío IV confirmó los decretos conciliares mediante la bula «Benedictus Deus» (1564) e instituyó la Congregación del Concilio para la mejor interpretación de los mismos y su ejecución. Tales decretos fueron aceptados sin reserva por la mayor parte de los soberanos y de los Estados católicos. Sólo Francia admitió los dogmáticos, pero no los disciplinares.
Aquí están resumidos los principales puntos doctrinales del concilio de Trento[172]:
Declaró que las fuentes de la revelación son las Escrituras y la tradición de la Iglesia. De esta manera la Iglesia contestaba la doctrina de Lutero que todo lo cifraba en la sola Escritura.
Fijó los libros de la Biblia o canon: son 73 libros; 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. Los protestantes aceptan 39 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento; en total, 66 libros; siete menos que los católicos. Los protestantes no aceptan Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiastés, Baruc, 1 y 2 de Macabeos.
Explicó la doctrina del pecado original, la gracia y los sacramentos, que en pocas palabras se resume así: El hombre nace herido con el pecado original, pero no corrompido. Dicho pecado se borra totalmente con el bautismo, aunque queda la concupiscencia o la tendencia o inclinación al pecado. El bautismo nos santifica y el hombre con la gracia del bautismo y de los sacramentos puede hacer obras buenas y meritorias a los ojos de Dios. Así daba contestación al protestantismo que decía que el hombre estaba totalmente corrompido y era incapaz de hacer el bien, aunque haya recibido el bautismo. Para ellos el bautismo hace justo al hombre, pero no porque lo regenere, sino porque Dios ya no le imputa el pecado, en virtud de los méritos de Cristo.
Reafirmó la existencia de los siete sacramentos.
Afirmó que sólo la fe en Jesucristo salva, pero que las obras buenas son necesarias. Los protestantes decían que sólo la fe salva, pues todas las obras hechas por el hombre son obras empecatadas y no agradables a Dios.
Volvió a enseñar, conforme a la tradición, el valor de las indulgencias, el culto a los santos, el celibato, la vida religiosa, la existencia del purgatorio. Para ganar las indulgencias se necesita, además de la obra de caridad a la que está ligada, tener un corazón contrito, que rechaza el pecado. Ese espíritu penitencial se debe manifestar confesándose, recibiendo la comunión y rezando por las intenciones del papa. Si no hay este espíritu penitencia, la indulgencia sería una compraventa, que es lo que Lutero echó en cara a la Iglesia.
Publicó el catecismo romano, destinado a los párrocos, para ayudarles en su predicación y en la enseñanza del catecismo a los niños.
Los papas aplicaron el concilio, organizaron la iglesia, instituyeron seminarios, universidades. Roma se embelleció y adquirió su fisonomía de capital del mundo católico. La cúpula de la basílica de san Pedro se acabó en 1590. Los años santos de 1575 y 1600 tuvieron un gran éxito.
La aplicación del concilio en los países católicos dependió en parte de la voluntad de los soberanos. Felipe II de España recibió muy pronto las decisiones conciliares. En Alemania, a los emperadores les habría gustado obtener el matrimonio de los sacerdotes. En Francia, por considerar que el concilio atentaba contra el poder real, los reyes negaron su publicación.
Grandes hombres de Iglesia dieron un impulso al concilio: Pedro Canisio, jesuita holandés, recorrió incansablemente Europa y especialmente los países germánicos para poner en práctica la reforma católica. En Milán, Carlos Borromeo representa el modelo de obispo según el concilio de Trento: llevó una vida austera, reunió sínodos diocesanos, fundó colegios y seminarios.
En consecuencia, el concilio de Trento imprimió un nuevo rumbo a la Iglesia; afirmó la ortodoxia y devolvió al pueblo la confianza en sus pastores. Desde Trento, el obispo y el párroco deberán vivir con el pueblo.
Ante el saqueo de Roma
El papa Clemente VII debió aceptar rendición incondicional exigida por el vencedor. El vencedor se incautó —como botín de guerra- de las ciudades papales de Civitá Vecchia, Ostia, Civitá Castellana, Piacenza, Parma y Módena, que integraban el poder temporal del papado.
Para hacer frente a otros gastos, Clemente VII debió recurrir a empréstitos de banqueros genoveses y catalanes, hipotecando la ciudad de Benevento y las rentas eclesiásticas de Nápoles. Rendido y humillado, despojado y enfermo, regresa a Roma (1528).
Por disposición de la divina Providencia, es por esta época lúgubre cuando el Papa apoya a un grupo de franciscanos que desean vivir vida eremítica y que el pueblo llamará capuchinos. La bula está firmada el 3 de julio de 1528.
Nuevas Órdenes e instituciones
El concilio de Trento impulsó una serie de órdenes e instituciones para llevar a cabo esa reforma tan anhelada por la Iglesia. Estas órdenes están vinculadas al papa Paulo III.
¿Cuáles son?
Oratorio del Divino Amor: surgió en Roma en tiempos de León X. Era una hermandad de clérigos y seglares fervorosos cuyo fin principal era difundir la devoción eucarística y la comunión frecuente, cosa desconocida hasta entonces. Estos grupos de oración se extendieron por Génova, Vicenza y Venecia. Impulsaron este oratorio los cardenales Pedro Caraffa, Sadoleto y san Cayetano Thiene. Más que orden es un movimiento de espiritualidad.
Los teatinos son ya una orden. Sus fundadores fueron el cardenal Pedro Caraffa y san Cayetano Thiene. Se llamaron teatinos porque así los llamaba el pueblo, dado que Caraffa era obispo de Theate. Esta orden estaba constituida por clérigos reformados; no adoptaban normas monacales y se consagraban al pastoreo de la grey alejada. Su vida sacerdotal santa se extendió rápidamente, a tal punto que santa Teresa de Jesús dice: «Sed amigos de los teatinos».
Barnabitas: su fundador fue san Antonio María Zaccaria (1502-1539). Es orden de clérigos regulares. Su finalidad era la instrucción religiosa del pueblo y la educación juvenil. Fueron aprobados por Clemente VII en 1533. Desarrollaron su actividad en el norte de Italia, donde en donación recibieron el antiguo monasterio de san Bernabé (Bárnabas) de Milán. Se acrecentó el prestigio de los barnabitas con la figura de san Alejandro Sáuli, superior general de la congregación, obispo de Aleria y consejero de san Carlos Borromeo.
Capuchinos: la orden franciscana venía sufriendo trastornos disciplinarios en el siglo XV. Con la intervención del papa León X se lleva a cabo la escisión franciscana: unos serán observantes y otros conventuales (1517). Propulsor de la observancia en Italia había sido san Bernardino de Siena. En España, san Pedro Regalado y san Pedro de Alcántara. Fray Mateo de Bascio (Da Bassi) encabeza el grupo de los conventuales para vivir la estricta regla de san Francisco (1525). Integran el grupo fray Luis y Rafael de Fossombrone, con apoyo de Pedro Caraffa.
Obtiene la aprobación del papa Clemente VII en 1526. Se les denominó en un inicio «ermitaños franciscanos» y más tarde «capuchinos» porque usaban hábitos burdos con capucha grande. Viven en pobreza y en oración. Esta nueva rama franciscana sufrió mucho de parte de sus mismos hermanos franciscanos; incluso, el primer vicario general, Mateo, y el segundo, Luis Fossombrone se volvieron a los observantes. El tercer vicario, Bernardino Ochino, descuidó su vida eremítica y contemplativa por darse a una actividad asombrosa; terminó pasándose al protestantismo y huyendo a Suiza.
Pero estos contratiempos no detienen el crecimiento de los capuchinos que, pese a todo, contaban con el apoyo de los cardenales Contarini, Sanseverino y del reformador obispo de Verona, Juan Mateo Giberti. Se extienden rápidamente por toda Europa en la segunda mitad del siglo XVI y se constituyen desde los albores, en los predicadores y confesores de Europa, y en su apostolado entre la gente sencilla y en las misiones. «Demóstenes del pueblo» los llamará Lacordaire.
Pasadas las tormentas, se consolidó la tierna rama y el papa Paulo V les dio plena independencia de los conventuales (1619). Forman desde entonces una nueva rama franciscana junto a los observantes y conventuales. Corría un verso que reza así: «Mateo de Bascio les dio el hábito. Luis de Fossambrone la barba. Bernardino de Asti el espíritu. El pueblo les puso nombre».
Santa Ángela de Merici funda las Ursulinas en 1537, dedicadas a obras de educación. Quería salvar a la sociedad, formando a las madres de familia y a los educadores.
San Felipe Neri, el oratorio, en 1563. Constaba de laicos y sacerdotes que se dedicaban, sin estructura ni constituciones, a rezar, cantar, comentar las Escrituras, estudiar la historia de la iglesia y dedicarse al servicio de los enfermos y peregrinos.
Un ejército a las órdenes del papa: La Compañía de Jesús
Mención aparte merece la Orden de clérigos regulares llamada Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola[173] y aprobada por el papa Paulo III en 1540. Colaboró enormemente en este esfuerzo de la Iglesia por preservar y defender la fe católica, contra el virus protestante. Fue realmente un baluarte firme y seguro del catolicismo. Gracias a ella, Trento se llevó adelante.
Su lema lo decía todo: «Ad maiorem Dei Gloriam» (para la mayor gloria de Dios).
Su fin: ser un ejército a las órdenes del Papa para la defensa y la explicación de la doctrina católica. Mediante un cuarto voto de obediencia rigurosa al Papa, además de los clásicos de pobreza, castidad y obediencia, san Ignacio puso a su grupo en manos del pontífice. Con este voto los jesuitas significan su voluntad de responder a todas las necesidades de la Iglesia de su tiempo, a donde les mandara el papa.
Los mediospara llevar a cabo su apostolado: los ejercicios espirituales destinados a la conversión del hombre; la enseñanza en universidades y colegios, las misiones, la investigación cultural y la pastoral en general.
Características de la orden: Ignacio agrega un año de noviciado y aumenta la autoridad del superior general: será vitalicia. Suprime la oración coral, vigente en todas las órdenes, pero hace hincapié en la obediencia absoluta[174]. Obediencia y disciplina, autocontrol e incansable energía de acción en el servicio de Dios. Las constituciones, que empezó a escribir el mismo san Ignacio entre 1546-1550, fueron confirmadas por la primera congregación general de 1558 como norma definitiva. La espiritualidad está plasmada en los ejercicios espirituales, que han hecho más santos que letras contiene, según san Francisco de Sales. No crean, sin embargo, una espiritualidad nueva; trazan el «principio y fundamento» del cristiano[175]. La Compañía de Jesús quedaba organizada bajo una constitución rígidamente monárquica y centralizada: el general de la orden, elegido de por vida e investido de una autoridad casi ilimitada, distribuye los oficios y nombra los provinciales y a los rectores de los distintos colegios; todos quedan sometidos a la entera disponibilidad que determine la obediencia.
No tardó en difundirse la nueva Compañía. A la muerte del fundador contaba ya con doce provincias que se extendían desde el Brasil al Japón, con más de cien casas y cerca de mil miembros. La Compañía fue de los primeros adalides de la restauración católica europea, de las misiones y de la enseñanza cristiana en la sociedad. Los jesuitas fundaron gimnasios, colegios, seminarios y escuelas superiores. Su programación de estudios —la Ratio Studiorum- es un modelo de la nueva pedagogía que ya entonces se presagiaba.
Los grandes místicos
Este siglo vio también nacer a los grandes místicos españoles, santa Teresa de Ávila[176] y san Juan de la Cruz, además de otras obras de espiritualidad riquísimas de san Juan de Ávila, san Francisco de Borja, fray Luis de León, fray Luis de Granada, san Pedro de Alcántara.
Es curioso este dato: mientras en el resto de Europa se originaban movimientos de rebeldía contra la Iglesia, surge en España una floración de autores espirituales, que tiene en los franciscanos su primera representación. Francisco de Osuna escribe su Tercer abecedario espiritual, cuyo influjo se hará sentir en santa Teresa de Ávila y en otros místicos posteriores.
Pero donde la mística y la ascética españolas alcanzan su punto culminante es en las obras de los dos grandes santos y escritores carmelitas santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.
Santa Teresa se decide a llevar a cabo la reforma de su orden y, superando grandes dificultades, y después de conseguir un Breve favorable de Pío IV, en marzo de 1563, establece el convento de san José, en la misma Ávila, el primero de la reforma. El papa confirma la nueva fundación dos años más tarde, y el general de los carmelitas, Juan B. Rossi (P. Rubeo) le da permiso para fundar nuevas casas y aun de establecer la reforma de los varones, junto con san Juan de la Cruz.
En su libro de la Vida, en el Camino de perfección, Las Fundaciones, el Castillo interior o Las Moradas, modelos inigualables de la lengua española que pertenecen al tesoro más apreciado de la mística del mundo cristiano, santa Teresa describe los estados místicos a que el alma puede ser elevada, la suerte y las características de la vida espiritual. Lo mismo hace san Juan de la Cruz en sus conocidas obras Subida al Monte Carmelo, Noche oscura del alma, Cántico espiritual, Llama de amor vivo, en las que, al par de una sana y profunda teología y con gran belleza literaria, describe el proceso interior del alma hasta llegar a los grados más elevados de perfección.
Fuera de España, el exponente más significativo de esta literatura espiritual es san Francisco de Sales, doctor melifluo y santo amable a la manera de san Bernardo. Sus tratados de la Introducción a la vida devota o Filotea, el del Amor divino o Teótimo y sus Conversaciones espirituales, pasan por modelos de la ciencia del espíritu, que llenan de dulzura la virtud y la ascética cristianas.
El sueño dorado de muchos misioneros: Oriente
A raíz de los nuevos descubrimientos de españoles y portugueses se abre el período de grandes misiones, que se irán extendiendo por los inmensos territorios de América, Asia y Oceanía. Tanto los reyes de España como los de Portugal tomaron muy en serio su deber cristiano de proveer a la propagación del Evangelio en las tierras recién descubiertas y a ello les ayuda el despertar misionero de las Órdenes religiosas y de no pocos miembros del clero secular.
Será, pues, este siglo XVI, el siglo de las misiones en Oriente, con san Francisco Javier, jesuita, a la cabeza, que fue a Goa (1542), Malaca (1545), Japón (1549), llegó a la frontera de China (1552) y convirtió a numerosos asiáticos mediante su apostolado audaz e incansable. Otros jesuitas llegaron al Congo en 1547, a Marruecos en 1549, y a Etiopía en 1555. Cien discípulos de Ignacio llegaron a la India. Paralelamente fueron formándose las respectivas diócesis en territorios asiáticos. Japón contaba con 150 mil conversiones cuando Taikosama barrió en este mismo siglo con aquella comunidad católica.
América cristiana
Debemos la predicación del evangelio en el continente americano a los franciscanos, dominicos y agustinos principalmente. Más tarde llegaron los jerónimos y los mercedarios que cooperaron a la conversión de los naturales. Los jesuitas predicaron a partir de 1571 en Perú y en 1572 en Nueva España.
Estos jesuitas se establecieron también en Brasil y fundaron en Paraguay las llamadas reducciones, territorios en que florecieron las nuevas cristiandades a salvo de los posibles desmanes de los conquistadores, y además eran un medio eficaz para la promoción humana y cristiana de los indígenas.
La primera reducción data de 1610. Llegó a haber hasta treinta, donde se agrupaban unos 150.000 habitantes. Se organizó una vida totalmente comunitaria sobre bases cristianas. Cada reducción estaba dirigida por dos o tres jesuitas. Todo era común. Se ha llamado la república comunista[177] cristiana de los guaraníes. El tratado de los límites (1750) hizo pasar las reducciones del dominio español al portugués. Los guaraníes resistieron algún tiempo. La supresión de los jesuitas, por presión del gobierno portugués, dio el golpe de gracia a las reducciones (1768).
El clero diocesano, especialmente cuando la Compañía de Jesús lo educó en sus aulas, se encargó de proseguir el asentamiento de la nueva cristiandad.
La organización eclesiástica americana fue calcada de la española y de la Iglesia universal: institución de cabildos, seminarios, inquisición. Durante el siglo XVI quedaron erigidas 38 diócesis a lo largo del continente.
Algunos evangelizadores sobresalientes fueron los siguientes: Fray Julián de Garcés, defensor de la racionalidad de los naturales; Bartolomé de las Casas[178], defensor acérrimo de la dignidad de éstos, enemigo inquebrantable de la encomienda y de la conquista; fray Toribio de Benavente o Motolinía, muy amado de los naturales; fray Bernardino de Sahagún, tesonero estudioso de su pasado; el obispo don Vasco, organizador e impulsor de la sociedad tarasca; Pedro de Gante, educador.
Varios mártires regaron con su sangre el territorio americano; entre ellos el obispo fray Antonio de Valdivielso, dominico, murió a manos de españoles por defender a los indígenas. Sobresalieron también por su labor evangélica: Francisco Solano, Antonio de Montesinos, Juan de Zumárraga, Juan del Valle, Pedro Delgado, Domingo Navarrete, José de Anchieta, y Manuel de Nóbrega.
La Virgen de Guadalupe y san Juan Diego
La Virgen de Guadalupe se apareció en 1531 a Juan Diego en el Tepeyac, para apoyar la evangelización. Ella es la esencia del alma mexicana, el motivo supremo de su alegría. La Señora del Tepeyac, la Madre del amor y de la santa esperanza, encomendó a Juan Diego llevar su maravilloso mensaje al obispo Fray Juan de Zumárraga, cabeza visible de la Iglesia en México, cuando le dijo: «Es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad»[179].
Juan Diego[180] brilla como uno de los protagonistas de esta síntesis admirable: por un lado es indígena con los suyos, con una tradición que venía desde remotos antepasados y cuya permanencia en el tiempo era símbolo de la verdad; por otro lado, entra en contacto con el mundo de lo «nuevo» y que, por lo mismo, no tenía garantía de veracidad.
No obstante, aprende a dialogar con la fuente de los símbolos españoles, la Virgen María y el fruto bendito de su vientre, Jesús, y lo asimila de manera excepcional en una experiencia religiosa que deja ver la fuerza de la gracia en el escogido. La historia de las apariciones es el testimonio vivo de la eficacia de María como Maestra de un laico indígena evangelizador. El «Nican Mopohua»(«Aquí se narra») del sabio y docto indígena Antonio Valeriano, es una relación de alta escuela, donde aparecen íntimamente relacionados los protagonistas: la Madre del Hijo de Dios, Juan Diego Cuahtlatoatzin, el obispo Fray Juan de Zumárraga y Juan Bernardino.
La Virgen María proclama a Juan Diego un mensaje que de por sí comporta un nuevo nacimiento: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna cosas?»[181].María no sólo está diciéndole a Juan Diego que ella es su «Madrecita», sino que además ella se siente honrada y agradecida por serlo.
Juan Diego es el macehual, instrumento de la gracia de Dios, a través de María, conocedora de estos menesteres, pues ella misma se había confesado como «la esclava del Señor»(cf. Lc 1, 38). De ella recibe el encargo de subir a cortar variadas flores[182], de colocarlas en su ayate y de llevarlas a la presencia de la Soberana, quien las tomará en sus manos y las volverá a colocar en la tilma de su embajador. Éste no desempeña un papel de mero agente, sino también de sujeto libre y responsable en manos de Dios. Y este misionero está llamado a la altísima vocación de ser intermediario para que el mundo divino, el de las flores de Dios, llenas de vida, «de olor suavísimo, como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno»[183] se una al mundo humano del Tepeyac, que de por sí era árido y además se encontraba en la época de invierno.
Se anunciaba así el comienzo de una nueva etapa en la historia del pueblo indígena, fidelísimo a sus dioses y que aparentemente había sido traicionado por ellos; etapa que había sido ya inaugurada definitivamente por la Encarnación del Hijo de Dios, en el seno de María de Nazaret, por obra del Espíritu Santo.
El hijito menor de la celestial Señora se encuentra finalmente en el corazón de la encomienda. En frases claras y sencillas se le indica lo que tiene que decir, a quién se lo va a decir y cómo tiene que hacerlo. Se le recuerda que no va en nombre propio y que no va a expresar su voluntad. El embajador emprende el camino. La fe le hace ir adelante, no obstante que ya ha tenido la experiencia de no ser creído por el Obispo, de ser investigado, de haberse topado con un enfermo terminal. La seguridad le llega porque ha recibido con mente y corazón bien dispuesto el ofrecimiento de la dulce Señora. Y va con toda la autoridad que ha recibido de ella. Lleva en su regazo las flores con tal cuidado, como un ministro lleva la Eucaristía. La señal no es sólo para Juan Diego, sino que es para la cabeza de la Iglesia, que es Juan de Zumárraga.
Las flores, que de por sí ya eran la expresión de algo sagrado, se convierten en instrumento para pintar en la tilma del embajador indígena la imagen de la Reina del Cielo, de la Madre del Hijo de Dios. Entregadas tilma y flores al obispo, tenemos la unión de dos autoridades, el macehual o embajador que llevaba la imagen de la Señora y el que es convertido en custodio de la Imagen.
La experiencia de toda una vida culminada con cantos y flores, encuentro con la Señora del Cielo, enfermedad y curación del tío Bernardino, entrevistas con el señor obispo, llevaron a Juan Diego a pedir el honor de poder dedicarse por completo al servicio de la Morenita, viviendo a un lado del templo. Para ello solicitó la autorización del obispo Zumárraga, dada la distancia que había entre su casa y la ermita de Guadalupe. Obtenido el permiso del obispo, dejó todo y se retiró a la ermita para servir a la Virgen, cuidando de su casita.
Esta comunión diaria con los intereses de la Santísima Virgen desembocó en una vida según el Espíritu de Jesucristo: «A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba y obtuvo la gracia de poder comulgar tres veces por semana, cosa excepcional para un laico de entonces. Ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y buscaba la soledad para poder entregarse a solas a la oración» [184].
De esta forma, el testimonio de una vida íntegra alcanzada por Juan Diego, bajo la acción de la gracia divina, provocó una fama de santidad reconocida por quienes entraban en contacto con él. Marcos Pacheco, el primero de los siete indios ancianos, informantes de Cuauhtitlán, que declararon en el proceso de 1666, nos ofrece una síntesis al respeto: «Era un indio que vivía honesta y recogidamente, que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, y de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones le decía a este testigo la dicha de su tía: Dios os haga como Juan Diego y su tío; porque lo tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos».
Hoy la Iglesia ya lo venera como santo: «san Juan Diego, ruega por nosotros». Fue el papa Juan Pablo II quien lo proclamó santo el 31 de julio de 2002, en su visita a México.
Disputa teológica entre dominicos y jesuitas
Mientras veíamos cómo la gracia de Dios actuó en este indio Juan Diego y se prestó libremente a esa acción divina, en Europa se daba, miren por dónde, una disputa acerca de cómo actúa la gracia divina en relación con la libertad humana.
Las afirmaciones de Lutero y de Calvino sobre la gracia y la justificación estimularon a la teología católica a dedicar una atención especial a los capítulos doctrínales sobre el estado original del hombre en el paraíso terrestre, el pecado original y la relación entre la gracia y el libre albedrío.
La disputa fue entre los dominicos, con una concepción más rígida, y los jesuitas, una solución más mitigada.
Luis Molina, jesuita, sostenía que el hombre realiza libremente sus acciones, pues la gracia inclina a la libertad sin suprimirla; Dios actúa, a su vez, en la realización de los actos buenos dado que por su ciencia sabe que el hombre los habrá de realizar.
Domingo Báñez, dominico, le llamaba a Molina pelagiano, porque parecía que todo lo realiza el hombre con su libertad. Báñez afirmaba que la gracia eficaz de Dios determina físicamente a la voluntad a obrar. Luis Molina llamó a Báñez calvinista, porque parecía que suprimía la libertad del hombre.
Más tarde Miguel de Bayo llevó al extremo la posición de Báñez, diciendo que el libre albedrío, desnaturalizado por el pecado, no podía obrar el bien, y sólo la gracia de Cristo, ordenando al hombre a Dios, permitía obrar bien y meritoriamente. Más tarde, en el siglo XVII la Iglesia daría respuesta a este problema. Mientras tanto, el papa Clemente VIII impuso silencio a las dos partes. No se pudo dar solución definitiva. Y no podía ser de otro modo, ya que el misterio de la cooperación de la gracia divina con el libre albedrío del hombre, es, y seguirá siendo, un problema-misterio que trasciende cualquier argumento de razón: «Cuánto actúa la gracia de Dios y cuánto actúa mi libertad a la hora de hacer una acción...es un misterio».
Una pista de este misterio podría ser ésta: Dios ilumina mi entendimiento e inclina mi voluntad para que yo libremente escoja el bien; pero de ninguna manera mueve mi voluntad físicamente hasta el punto que me obligue a obrar el bien, pues así no sería yo libre. De esta manera se salva, por una parte la soberanía y el dominio total de Dios, y, por otra, mi libertad que es quien escoge ese bien, sin coacción ni imposición.
Conclusión
El concilio de Trento dio a la Iglesia la fisonomía que ha mantenido hasta un período reciente. «Católico» designa ahora a un grupo particular de cristianos frente a los protestantes y los ortodoxos. La iglesia católica salió del concilio estabilizada, jerarquizada, centralizada en torno a su cabeza el papa. El concilio integró armoniosamente el pasado de la iglesia con su presente, pero guardó silencio ante muchos de los nuevos problemas, como las transformaciones económicas y sociales. Lo hará más tarde.
Apéndice: Juan Diego y la Virgen de Guadalupe
Aquí traigo a colación la homilía del Papa al canonizar al beato Juan Diego, y al mismo tiempo el mensaje de los obispos mexicanos con motivo de la canonización. También me ha parecido interesante la entrevista que hicieron al doctor peruano José Aste Tosmann, que lleva 22 años estudiando las retinas de la Virgen y experto de IBM en procesamiento digital de imágenes.
HOMILÍA DEL PAPA EN LA CANONIZACIÓN DE JUAN DIEGO
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1. "¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!" (Mateo 11, 25).
Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo indígena del Continente americano. Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.
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3. ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios "es poderoso y sólo los humildes le dan gloria" (3, 20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: "Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de
manera que nadie pueda presumir delante de Dios"(1 Co 1, 28.29).
Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava "que glorifica al Señor" (Lucas 1, 46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora. "El Acontecimiento Guadalupano-como ha señalado el Episcopado Mexicano-significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación" (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente
inculturada.
4. "Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres" (Sal 32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones.
Esta noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de todos. En particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México! Amados hermanos y hermanas de todas las etnias de México y América, al ensalzar hoy la figura del indio Juan Diego, deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del Papa hacia todos ustedes, abrazándolos con amor y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan.
5. En este momento decisivo de la historia de México, cruzado ya el umbral del nuevo milenio, encomiendo a la valiosa intercesión de San Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan adentro de mi corazón.
¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en México, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la extensión de su Reino.
¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz. Amado Juan Diego, "el águila que habla"! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.
MENSAJE DE LOS OBISPOS MEXICANOS SOBRE LA CANONIZACIÓN DE JUAN DIEGO
1. Después de haber celebrado el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo en la Pascua, los Pastores del Pueblo de Dios en México queremos compartir con ustedes, hermanas y hermanos, nuestra alegría por la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin el próximo 31 de julio del presente año 2002 y la Beatificación, el 1 de agosto, de Juan Bautista y Jacinto de los Angeles, mártires oaxaqueños en los albores de la evangelización de nuestro país. Exhortamos a todos a que nos preparemos en la oración, la reflexión y la celebración a vivir este tan importante acontecimiento de nuestra vida eclesial.
QUINTA VISITA DE JUAN PABLO II
2. Juan Pablo II nos visitará por quinta vez. Reiteradamente ha manifestado su amor a México, donde descubrió, a los pies de Nuestra Señora de Guadalupe, el matiz evangelizador e itinerante que habría de tener su pontificado, para iluminar a hombres y mujeres con la verdad de Jesucristo. Su ejemplo de entrega infatigable es para todos los miembros de la Iglesia un estímulo y testimonio vivo de cómo impulsar la Nueva Evangelización. Será una nueva oportunidad para que correspondamos con afecto y entusiasmo, reiterando nuestra fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia en comunión con el sucesor de San Pedro en la Cátedra de Roma.
EL CAMINO DE JUAN DIEGO
3. Juan Diego es miembro de una cultura indígena con valores familiares y sociales que sirvieron de base para la vocación recibida después de haber sido bautizado.
4. Esta existencia adquiere un nuevo significado con lo sucedido en el mes de diciembre de 1531, en la colina del Tepeyac. Este acontecimiento es conocido como el Hecho Guadalupano, teniendo como protagonistas a la Madre del verdadero Dios por quien se vive, el mismo Juan Diego, el obispo Fray Juan de Zumárraga y Juan Bernardino; desde entonces, el laico Juan Diego está indisolublemente unido al Hecho Guadalupano.
5. Juan Diego es el embajador fiel, que, al contacto con la llena de gracia, reconoció al Verdadero Dios por quien se vive y al Hijo que ella traía consigo; y, movido por la acción del Espíritu Santo, se puso al servicio de la obra anunciada por la Virgen María.
6. En diversas ocasiones y con diversos signos se presentó ante Fray Juan de Zumárraga, cabeza visible de la incipiente Iglesia en México, transmitiéndole a él y nada más que a él, el deseo de la "niña celestial", hasta lograr su encomienda.
7. El vidente y embajador se dejó envolver por el Espíritu divino y aceptó convertirse en testigo de todo lo acontecido a favor de sus hermanos, cooperando de esta forma en el acercamiento del mundo indígena y el mundo español.
8. El Hecho Guadalupano significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación; así se convirtió en un modelo de evangelización inculturada y un reto para todos los agentes de evangelización que trabajan por hacer presentes los valores del Evangelio en las culturas de la sociedad mexicana.
SIGNIFICADO PARA LA IGLESIA EN MÉXICO
9. Un santo es patrimonio de la Iglesia universal y modelo de vida para toda persona abierta a la verdad. Juan Diego es un santo que se ofrece al indígena, al mestizo y al criollo, al niño, al joven y al adulto. "Todos los cristianos —como nos lo recuerda el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte n. 30- están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor". El profesionista, el ama de casa, y el clérigo pueden encontrar en Juan Diego una inspiración para saber valorar lo que son y lo que están llamados a realizar en el ambiente en que viven, para sembrar semillas de justicia, amor y paz y ayudar a que fructifiquen.
10. Canonizar a un bautizado significa que la autoridad competente de la Iglesia declara, pública y solemnemente, que la existencia de dicha persona ha sido una forma auténtica de encarnar el Evangelio de Jesucristo. Por ello, el santo es digno de veneración e invocación, y su forma de vida un ejemplo inspirador para que otros vivan la propia vocación en el seguimiento radical de Cristo hasta llegar al encuentro definitivo con el Padre en el reino de los cielos.
11. La canonización del Beato Juan Diego se levanta como nueva voz que llama a la santidad a todos los bautizados. Queremos presencia de cada uno de ellos en la conformación de un tejido social más civilizado y más inspirado en la mentalidad de Santa María de Guadalupe: mostrar el amor y la ternura de Dios hacia todos los moradores de estas tierras, especialmente hacia los más pobres y desamparados. El reconocimiento oficial de la Iglesia de la santidad de vida de Juan Diego es, por otra parte, una forma de dignificar al indígena, tantas veces marginado y menospreciado en nuestra patria.
12. Hace patente además el amor providencial de la Iglesia y del Papa por los indígenas; y reitera nuevamente el firme repudio a las injusticias, violencias y abusos de que han sido objeto a lo largo de la historia. La Iglesia contempla e invita a contemplar los auténticos valores indígenas con amor y esperanza... El Papa, con la canonización, alienta a los pueblos autóctonos de México y América a que conserven con sano orgullo la cultura de sus antepasados y apoya a todos los indígenas en sus legítimas aspiraciones y justas reivindicaciones.
13. La vida de Juan Diego ha de ser un renovado estímulo en la construcción de la nación mexicana en la que haya una reconciliación con sus orígenes, con su historia, con sus valores y tradiciones. Nación en la que su progreso esté fundamentado en el valor de la persona humana con todos sus derechos inalienables. En donde la confluencia de la diversidad encuentre la comunión en una búsqueda creativa. Donde las leyes que salvaguarden la convivencia aseguren la justicia y la solidaridad. Donde los más débiles encuentren salvaguardada su dignidad y los más favorecidos, cauces eficaces para la fraternidad.
CONCLUSIÓN
14. La canonización de Juan Diego es el cumplimiento de la promesa que la Niña del Tepeyac hizo a su querido Juan Dieguito, se lo aseguró y se lo cumple: «Ten por seguro que mucho te lo agradeceré y te lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré, y mucho de
allí merecerás que yo te retribuya tu cansancio, con el que vas a solicitar el asunto al que te envío" (Nicán Mopohua). Le pedimos a esta dulce Madre de la Nación mexicana, patrona de América y de Filipinas nos ayude a similar su pedagogía para realizar una evangelización inculturada en todos los territorios, ambientes y sectores de México y de América e interceda para que los hombres aprendamos a amarnos y aceptarnos como hijos de un mismo Padre
México, D. F. a 14 de mayo del 2002
Obispos de México
ENTREVISTA: «LAS FIGURAS QUE APARECEN EN LOS OJOS DE LA GUADALUPANA NO ESTÁN PINTADAS»
P. Esas figuras, ¿no pueden ser obra humana?
R. José Aste Tonsmann: No, por tres motivos. En primer lugar, no son visibles al ojo humano, salvo una: la del español, que es la más grande. Nadie podría haber pintado unas siluetas tan pequeñas. En segundo lugar, los pigmentos de esas figuras no se sabe qué origen tienen. Ocurre lo mismo con la imagen de la Virgen: no está pintada, y nadie sabe aún cómo se estampó sobre la tilma de Juan Diego.
P. ¿Y el tercero?
R. José Aste Tonsmann: Las trece figuras se repiten en los dos ojos. ¿Qué artista haría eso? Además, su tamaño varía de un ojo al otro, dependiendo de lo cerca que estuviera el personaje del ojo izquierdo o derecho de la Virgen.
P. ¿Qué proceso siguió en su experimento?
R. José Aste Tonsmann: Primero se toman unas fotografías de los ojos. Después se digitalizan. Son leídas por el ordenador, y se realizan ampliaciones y filtrado de las imágenes.
P. ¿Quiénes aparecen en los ojos?
R. José Aste Tonsmann: Hay un sirviente casi desnudo; un anciano (el obispo Fray Juan de Zumárraga); un joven (el traductor); un indígena con una tilma (Juan Diego); una mujer negra (una esclava); un español con barba; y por último, una familia indígena con padre, madre, tres hijos y dos adultos más, que pueden ser abuelos o tíos.
P. ¿Cómo sabe que el resto de figuras corresponde a la esclava, al traductor, etc.?
José Aste Tonsmann: Hay constancia histórica. El anciano que aparece en los ojos de la Virgen guarda gran parecido con los cuadros del obispo Zumárraga que hay de la época. Sobre la esclava negra, Zumárraga dice en su testamento que le da la libertad, e incluso sabemos que se llamaba María. En el Archivo de Indias se conserva el acta de embarque del obispo cuando marchó al Nuevo Mundo.
Notas
[149] Desde 1650, con el fin del alza de precios y la inflación comienza la expansión económica moderna. Es la llamada economía de aprovechamiento colonial. Donde con más fuerza se desarrolla el espíritu agresivo en el comercio y la industria es en Holanda. Ámsterdam se convierte en un puerto comercializador de productos indios; barcos de pesca, Compañía de Indias Occidentales, Banco de Ámsterdam, la bolsa. Es el capitalismo. Inglaterra le sigue, gobernada por los Estuardo, con las Actas de Navegación. A su vez funda sus primeras colonias. ¿A qué llamamos, pues, mercantilismo? Al conjunto de criterios que rigen este surgir económico. La riqueza de la nación se basa en su posesión de metales preciosos. Para ello se debe comprar poco y vender mucho. Esto conducirá lógicamente al proteccionismo aduanero. Aparecen en toda Europa teóricos de la economía y surge un espíritu competitivo, comercial y antagónico -diversas nacionalidades-. Se propugna la autarquía, el proteccionismo estatal; el estado desgrava las exportaciones, aumenta aranceles, protege la industria, dicta normas sobre producción y venta, crea compañías de explotación comercial, vigila la balanza comercial. Esta idea conecta con el absolutismo de Francia y su primer ministro Colbert.
[150] Es en este siglo cuando nacen los estados modernos: un soberano poderoso, unas finanzas, un ejército
[151] A esto se llama nepotismo.
[152] En su libro "Hypersaspistes contra libellum Lutheri" le dice Erasmo a Lutero: "Yo no he sido nunca un apóstata de la Iglesia católica. Yo sé que en esa Iglesia, a la que vos llamáis Iglesia papista, hay algunos que me desagradan, pero también lo veo en vuestra iglesia. Uno soporta más fácilmente los males a que está acostumbrado. Por lo tanto, yo me conformo con esta Iglesia hasta que vea otra mejor, y ella también se ve obligada a soportarme, hasta que yo mismo sea mejor".
[153] El caso más sonado fue Eckart, profesor de París, Estrasburgo y Colonia, que defendió teorías panteístas, y elaboró doctrinas erróneas, por ejemplo: Dios ha creado necesariamente, las cosas no tienen ser propio, el amor humano es malo, la obediencia es la muerte del propio yo, el hombre se hace Dios y Dios, hombre.
[154] "Para la Iglesia católica a través de los siglos, al nombre de Martín Lutero está asociada la memoria de un período penoso, pero sobre todo la conciencia del punto de arranque de grandes divisiones eclesiásticas. Por esto, el 500 aniversario de Martín Lutero debe ser para nosotros ocasión de reflexión. Esfuerzos de evangélicos y católicos coinciden en presentar una imagen más completa de la personalidad de Lutero, así como los datos históricos de la sociedad, la política y la Iglesia del siglo XVI. Resalta patente la profunda religiosidad de Lutero. La ruptura de la unidad eclesial no debe ser achacada únicamente a la incomprensión de los pastores de la Iglesia católica, ni a una deficiente inteligencia del verdadero catolicismo por parte del mismo Lutero, por más que todo esto haya contribuido a dicha ruptura" (Juan Pablo II, Carta al cardenal Johannes Willebrands, presidente del Secretariado para la unión de los cristianos, 4. XII. 1983).
[155] Uno de los predicadores incluso se atrevió a decir: "Un alma sube al cielo cuando la moneda suena en el fondo del cepillo".
[156] A esto, Lutero lo llama justificación por la fe.
[157] Debido a sus estudios de derecho y su conocimiento de Platón, Calvino quiso volver a establecer la cristiandad medieval, donde los dos poderes, el civil y eclesiástico, están muy unidos, hasta el punto que el estado interviene en el nombramiento de los ministros y el consistorio (compuesto de pastores y de doce ancianos escogidos por las autoridades) es una emanación del poder civil.
[158] Es famosa la matanza en Francia de hugonotes o calvinistas en la noche de san Bartolomé (1572), después de la cual se aquietaron un poco las aguas.
[159] Se lo decía a sí mismo con estas palabras: "Estás destruyendo lo que hasta ahora ha admitido la Iglesia como cierto durante tanto tiempo; con tu doctrina estás minando el orden espiritual y temporal" (Conversaciones de sobremesa).
[160] Con estas palabras, Alejandro VI les dio todas las potestades: "Damos a perpetuidad a vosotros, reyes de Castilla y de León, islas y tierras firmes descubiertas, con potestad, autoridad y jurisdicción plena y omnímoda" (Bula Inter caetera, 4 de mayo de 1493).
[161] En este siglo algunos papas eran más mecenas, artistas y políticos que pastores y papas. Cayeron también en nepotismo. Por ejemplo, Julio II fue un hábil estratega y político ambicioso, cuyo ideal era el de un estado italiano unido, bajo el dominio del Romano Pontífice, a quien le correspondía también un papel de guía y de supremacía sobre los demás estados europeos. Excelente mecenas que aprovechó a Miguel Ángel para la decoración de la Capilla Sixtina, a Bramante para la reconstrucción de la basílica de san Pedro, y a Rafael para la decoración pictórica de las Logias y de las Estancias para él. También León X fue espléndido desde el punto de vista artístico y cultural. Su corte acogió a los mejores artistas de esa época: Rafael, Bramante, Miguel Ángel, Bembo, Pico della Mirándola. Allí hallaban posibilidades ilimitadas de expresión creativa, pero también de lujo y diversiones. El mismo León decía: "Dejad que gocemos del papado, porque Dios nos lo ha conferido". Este mismo papa fue el que concedió indulgencias para financiar las obras de la reconstrucción de san Pedro y que tanto criticó Lutero; y fue también el que favoreció el nepotismo. Adriano VI, austero y severo, quiso reformar las costumbres de la curia, pero no pudo. Se enemistó con casi todos, con la curia y con el pueblo romano, pues condenó muchas costumbres incluso inocentes.
[162] Este papa León X instituyó el índice, es decir, la lista de los libros prohibidos a los católicos.
[163] En algunos manuales de historia se llama contrarreforma católica. No es del todo exacto ese término. La reforma católica no es una simple reacción contra el protestantismo; la incluye, desde luego, pero abarca mucho más. Y esto, positivo, constructivo, había empezado ya antes de Lutero. Como la Reforma protestante fue mucho más que un inventario de repulsas, de negaciones y oposiciones, así la Reforma católica fue también mucho más vasta, más rica y más profunda que la acción por que Roma se dedicó a combatir al protestantismo.
[164] El papa Adriano VI, conocedor de Roma y su ambiente, muerto el papa León X -papa renacentista-, puso manos a la obra en la reforma. Dijo de entrada a los cardenales que ni sus vidas ni sus modales ni sus ropas eran dignos de la investidura y que los escándalos romanos eran la habladuría del pueblo. Luego procedió a desmontar la estructura financiera creada por León X a modo de banca. De diez mil solicitudes de nombramientos y prebendas, concedió uno solo. "Aquí todo el mundo tiembla; los cardenales han puesto sus barbas en remojo" escribió el embajador de Venecia. La reforma debía comenzar por casa y continuó con la curia vaticana, donde eliminó parásitos y libertinos. Pero desgraciadamente este papa Adriano VI no fue seguido en sus propuestas, lo fueron arrinconando y llenándole de calumnias. Fue él también el que convocó la Dieta de Nuremberg donde, por boca de un legado suyo, reconoció las culpas de la Iglesia, pensando de esa forma poder reconquistar esa tierra de Alemania, para el catolicismo; intentó una reconciliación entre Francia y España para inducirlas a luchar contra los turcos que volvían a asomarse amenazadores. Murió al cabo de un año.
[165] Trento está en el corazón de los Alpes. Se escogió Trento, porque, aunsiendo italiana, era feudo alemán y podría ser aceptada por los protestantes. En este concilio asistieron 237 participantes. Estuvo presidido por los legados del papa: los cardenales Del Monte (más tarde papa Julio III), Cervini (más tarde papa Marcelo II) y Pole. Lo convocó en 1535 en Mantua, pero no le permitieron entrar; luego, en Vicenza en 1538, pero no asistieron obispos; finalmente en Trento, a los diez años de la convocatoria, en 1545. Asistieron veinticinco obispos, cinco generales de Órdenes religiosas, y teólogos de los más afamados: los jesuitas Laínez y Salmerón; los dominicos Melchor Cano, Domingo de Soto, Ambrosio Catarino; los franciscanos Alfonso de Castro y Andrés Vega; el agustino Seripando. Lutero y los protestantes se habían ratificado en su decisión de no tomar parte en la asamblea.
[166] Este papa reorganizó la inquisición romana que tomó el nombre de Santo Oficio (hoy, Congregación para la Doctrina de la fe), a fin de detener la propagación de la herejía. El programa de este papa se resume en tres puntos: "eliminar el cisma, reformar la Iglesia y luchar contra los turcos". Además de Lutero, Zwinglio y Enrique VIII, se embarcó en la corriente cismática Calvino en Suiza. Paulo III fue un papa estimado y admirado por muchos científicos y escritores de su época. Convocó el concilio de Trento, aprobó la Compañía de Jesús, intentó reconciliar a Carlos V y Francisco I, mandó restaurar el Capitolio, el fresco del Juicio Final de la Capilla Sixtina, la Cúpula de san Pedro y el palacio Farnese en Roma.
[167] Este papa luchó contra los protestantes de Francia llamados hugonotes, aprobó el Colegio Romano, enriquecida más tarde por Gregorio XIII (por eso se llama Gregoriana), y trabajó por la paz entre Carlos V y Francisco I.
[168] Obligó a los obispos a residir en sus diócesis y a visitarlas; y a los párrocos en sus parroquias. Prohibió el acumulamiento de beneficios pecuniarios. Ordenó la erección de seminarios diocesanos en donde estudiarían los aspirantes al sacerdocio.
[169] El Canon de la Biblia es el catálogo o lista de los libros que la Iglesia considera inspirados por Dios, llamados, por lo mismo, libros canónicos. Son 73 libros; 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento.
[170] Trento declaró la autenticidad de la Vulgata de san Jerónimo (332-420), que es la traducción de la Biblia al latín, por encargo del papa Dámaso, y la aceptó como oficial. Y al mismo tiempo, Trento ordenó la preparación y publicación de una obra corregida de su texto, que llevó a cabo Hentenio de Lovaina (1547). Sin embargo, no existió uniformidad hasta que Sixto V preparó personalmente la edición sixtina (1590). Aún mandó Clemente VIII revisar esta edición con el resultado de la de 1598, preparada por Toledo. Las diferencias entre la Vulgata y la Biblia protestante se refiere no sólo a detalles de la traducción sino principalmente al orden de los libros, la división de los capítulos y, en el Antiguo Testamento, la presencia o ausencia de libros deuterocanónicos. Los protestantes no aceptaron los libros deuterocanónicos: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiastés, Baruc, 1 y 2 Macabeos.
[171] Este decreto es una obra maestra, en la que se expresa de la forma más precisa la concepción católica de la justificación y de la gracia frente a la teoría protestante.
[172] Quiero aquí poner la respuesta que dio el teólogo protestante Karl Barth a una pregunta que le hiciera la revista Realités (febrero 1963). La pregunta es ésta: ¿Cuál es el más fuerte obstáculo para un acercamiento entre la iglesia reformada (la de Lutero) y la católica? Y así contestó Barth: "¿El más grande obstáculo? Yo podría decir que todo está en esa pequeña conjunción que la Iglesia romana añade después de cada uno de nuestras proposiciones protestantes. Es la conjunción "y" (et). Cuando nosotros decimos Jesús, los católicos dicen: Jesús y María. Nosotros tratamos de obedecer a nuestro solo Señor Jesucristo, los católicos obedecen a Cristo y a su vicario en la tierra, o sea, el Papa. Nosotros creemos que el cristiano se salva por los méritos de Cristo; los católicos añaden: y por sus propios méritos, o sea, por sus obras. Nosotros creemos que la única fuente de revelación es la Escritura; ellos añaden: y la Tradición. Nosotros, que el conocimiento de Dios se obtiene por la fe en su palabra, tal como se expresa en la Sagrada Escritura; ellos: y por la razón. En sustancia, todo lo que gira alrededor del problema fundamental de la relación entre la gracia y la libertad en la salvación del hombre".
[173] Ignacio era hombre de mundo; herido en el sitio que los franceses pusieron en Pamplona (1521), durante su convalecencia se convierte a una vida de piedad y se retira a Manresa, donde escribe los Ejercicios Espirituales (1522-1523). Emprende luego estudios eclesiásticos, pues no era hombre de letras, y a los treinta y cuatro años asiste a una escuela al lado de los niños que se burlan de él. De acuerdo a la mentalidad de la época, con tonalidad de cruzado, emprende viaje a Tierra Santa, pero los franciscanos -custodios oficiales de aquellos lugares- lo despachan de vuelta. Comprende Ignacio que debe estudiar. Realiza sus estudios de humanidades, filosofía y teología en Alcalá, Salamanca y París. Es aquí donde plasma la formación de su instituto (1528-1535). Conquista para su idea a dos compañeros de habitación: al saboyano Pedro Fabro y al español Francisco Javier, a quienes seguirán luego Diego Laínez y Alfonso Salmerón, también españoles. Con estos u otros compañeros de la Sorbona hacen los votos de la orden (1534). Frustrado un viaje a Tierra Santa, viajan a Roma y se ponen a los pies del papa Paulo III, quien luchaba ante el fracaso de convocar el concilio. Es por ese entonces cuando el instituto toma el nombre de Compañía de Jesús, pues se consideraban soldados disciplinados a las órdenes del papa (1538).
[174] Hasta tal punto es la obediencia que en la regla 13 de los ejercicios espirituales dice: "Lo blanco que yo veo debo creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina". Es la obediencia "perinde ad cadáver"(como la de un cadáver).
[175] ¿Cuál es ese principio y fundamento? El hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios en la tierra, y de esta manera salvar su alma. Todas las demás cosas de aquí abajo son creaturas, que debo usar en tanto cuanto me conduzcan a Dios y las debo rechazar en tanto cuanto me aparten de Dios.
[176] Teresa es la reformadora de las Carmelitas descalzas. Es única en la historia. Otros organizadores y fundadores de órdenes religiosas tenían estudios o eran sacerdotes, obispos y cardenales, o tenían apoyos. De todo carece Teresa. Entra en la orden carmelita (1533). El convento de la Encarnación dejaba mucho que desear y Teresa se plegó a la vida mediocre hasta que, inspirada por Dios, reacciona y se propone fundar una casa de estrecha observancia con aprobación del provincial de los carmelitas (1562). Iniciada la reforma, el provincial se volvió atrás. Dice la tradición que la santa se lo reprochó. "Es que ahora soy superior provincial", repuso él, defendiéndose. Retiróse Teresa y en voz baja exclamó: "Dios los llama para santos y en provinciales se quedan". Fue apoyada por el franciscano san Pedro de Alcántara y el dominico Domingo Báñez, quien le consigue autorización del papa Pío IV. Se establece en el convento de san José de Ávila (1563). Afronta toda clase de dificultades y persecuciones. Pasa cinco años de reclusión en Toledo donde redacta las Fundaciones. Es gran maestra de vida espiritual, sin pretender serlo. Escribe por obediencia: "¿Para qué quieren que escriba? Escriban los letrados, que yo soy una tonta y no sabré lo que digo; que me dejen hilar mi rueca, que no soy para escribir" (Vida, prólogo). El libro que le ganó de parte del papa Pablo VI en 1970 el ser doctora de la Iglesia fue el libro de las Moradas, donde expone los caminos para la oración, hasta llegar a la unión íntima y transformante con Dios. Característica dominante de su existencia fue la adhesión incondicional y el amor a la Iglesia. Así termina su existencia: "Muero hija de la Iglesia". Recomiendo sus obras: Vida, Camino de perfección, Fundaciones, Conceptos del amor de Dios, y sobre todo, Las Moradas.
[177] Quítese a esta palabra la connotación actual de comunista, que tendría relación con el comunismo ateo ruso. En ese siglo significaba que todo era realmente de todos. Todo era común, como en la primera comunidad cristiana.
[178] Bartolomé de las Casas es un personaje complejo. Él mismo había explotado a los indios en un inicio, pero después se convirtió. Ciertamente puso su empeño para que se tratara bien a los indios e hizo lo imposible para que el rey de España suprimiera la encomienda. Las encomiendas eran territorios más o menos extensos dados a un señor. Estas encomiendas eran trabajadas por indios que muchas veces vivían una auténtica esclavitud. Se intentó paliar trayendo negros del África en 1501. Muchos españoles descubrieron esta situación llevando a cabo una gran obra a favor de los indígenas. Uno de ellos, el padre Las Casas. Francisco de Vitoria, catedrático de la Universidad de Salamanca, sentó las bases del derecho internacional poniendo en duda el derecho de los españoles a asentarse en América sin el consentimiento de los nativos.
[179] Valeriano Antonio, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del Pbro Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación la Peregrinación, México 1998, vv. 34-35
[180] Sigo aquí algunas reflexiones de la carta pastoral del arzobispo primado de México, cardenal Norberto Rivera Carrera por la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 26 de febrero de 2002
[181] Valeriano Antonio, o.c., v.119
[182] En un cerro donde lo único que había era mezquites, magueyes, nopales, y que en ese tiempo atravesaba por la estación invernal.
[183] Valeriano Antonio, o.c. v. 130
[184] Ixtlilxochitl Fernando de Alva, Nican Motecpana, en De la Torre Villar Ernesto y Navarro de Anda Ramiro, Testimonios históricos guadalupanos, Fondo de cultura económica, Primera edición, México 1982, p. 305
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