conoZe.com » bibel » Otros » Víctor E. Frankl » La psicoterapia al alcance de todos

XVII.- La angustia del hombre ante sí mismo

Como es sabido, se ha llamado a nuestro siglo el siglo de la angustia. Parece indicado, por tanto, hablar sobre la angustia del hombre de hoy. De qué se tiene angustia, es otra cuestión. La filosofía existencialista contemporánea ha intentado contestar esta pregunta declarando que la angustia es, en el fondo, una angustia de la nada.

La psicoterapia se tiene que ocupar también, en mayor o menor medida, de la angustia. Como neurólogos, conocemos muy bien la importancia que la angustia tiene en la existencia del hombre. Normalmente se refiere a todo lo que puede poner en peligro nuestra vida y, sobre todo, a la muerte. Lo que el médico denomina hipocondría no es otra cosa que una especie de concentración, de condensación de la angustia en general en un órgano determinado que sería, por así decirlo, el núcleo de condensación de un temor concreto, pues en el momento en que el miedo no se refiere ya a la nada sino a una cosa específica, a una enfermedad, se convierte en temor. Esta distinción, dicho sea de paso, fue establecida por primera vez por Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, si bien, en último término, proviene de Kierkegaard, el padre de la filosofía existencialista.

Un caso especial es la nosofobia, que provoca, atrae precisamente lo que se teme. Se ha dicho en cierta ocasión que la mayoría de los casos de personas que mueren ahogadas se debe a que las víctimas sentían temor a ahogarse. Si el deseo es el padre del pensamiento, se puede decir que la ansiedad es la madre del acontecimiento. Esto es válido también para las enfermedades. Lo que alguien teme, lo que aguarda con miedo, esto se realiza, eso le sucede. Quien teme enrojecer, se pondrá rojo. Quien tiene miedo de empezar a sudar, experimentará un sudor frío por los poros a causa del propio miedo. Los neurólogos conocemos bien este mecanismo de la ansiedad de expectativa. Se trata en realidad de un círculo vicioso: un trastorno cualquiera, en sí inofensivo y que habría pasado rápidamente, provoca el miedo; éste agrava el trastorno, lo que acrecienta el miedo del paciente. Con ello queda cerrado el círculo vicioso y el enfermo prisionero en él, al menos hasta que interviene el médico.

Lo peor de este círculo vicioso es que la expectativa angustiosa provoca una intensa observación de sí mismo. Pensemos simplemente en un tartamudo: observa con miedo su propia forma de hablar, y este examen de sí mismo es suficiente para trastornar e inhibir su capacidad de hablar. O pensemos en una persona que intenta con todas sus fuerzas dormirse: la tensión y la atención puesta en el sueño lo hacen imposible. Puede suceder incluso que alguien que consigue, por fin, dormirse se despierte sobresaltado pensando: «me parece que antes de dormirme quería haber hecho algo. Ah, es verdad, quería dormirme.» Entre las cosas que teme sobre todo el neurótico se encuentra el miedo mismo. El neurólogo habla, por ello, de un miedo ante el miedo. Al parecer, esta opinión coincide con la de F. D. Roosevelt, quien dijo en cierta ocasión: «No hay nada que tengamos que temer tanto como el propio miedo.» Todos conocemos, por ejemplo, los síntomas de la denominada agorafobia. Si interrogamos a una persona que la padezca, podemos ver que tiene miedo sobre todo de que su angustiosa excitación le provoque un ataque cardíaco, una hemorragia cerebral o un colapso y que teme desmayarse en la calle.

Al igual que una persona que sufre una neurosis de ansiedad teme al miedo, quien padece una neurosis obsesiva teme la obsesión, a sus ideas obsesivas, porque piensa que son señales o síntomas de un trastorno mental. Estas personas, dignas de compasión, ya ven, y así lo dicen, que al final van a acabar en una cama enrejada.

Pero para la persona que sufre una neurosis obsesiva, esto es sumamente trágico, pues si existe un grupo de individuos que está inmunizado contra los trastornos mentales graves, lo forman precisamente las personas que padecen una neurosis obsesiva o tienen tendencia a padecerla. El temor patológico exagerado a sufrir una enfermedad mental es una idea obsesiva, y hay que hacerles saber a estas personas neurótico-obsesivas que su neurosis les inmuniza contra las psicosis; por mucho miedo que tengan, no pueden padecer una enfermedad mental.

Quien sufre una neurosis obsesiva teme también que cualquier día pueda empezar a gritar en el teatro o en la iglesia; que si se queda solo con otras personas en una habitación, pueda atacarles. Por ello, estos pacientes suelen quitar de en medio los cuchillos, tenedores y tijeras, y los guardan bajo llave. O temen permanecer en los pisos altos, cerca de ventanas abiertas, por miedo a que un impulso les haga precipitarse al vacío. Pero debemos y tenemos que quitarles estas ideas. De todas las personas que se han quitado la vida, seguro que ninguna lo hizo por un impulso obsesivo, es decir, llevando a la práctica una idea obsesiva. Todavía no ha habido nadie que, teniendo la idea obsesiva de ahogar a otra persona, haya matado a una sola mosca.

Hemos partido del miedo a la muerte. Se trata realmente del miedo ante la nada. Pero la nada que el hombre teme no está sólo fuera, sino también dentro de él. El hombre le tiene también miedo a esta nada interior, y el miedo ante sí mismo le hace huir de sí mismo: huye de la soledad, ya que ésta significa tener que estar solo consigo mismo. ¿Cuándo se ve obligado a quedarse solo consigo mismo? Siempre que deja o se acaban el trabajo y las actividades, por ejemplo, en el fin de semana, en el domingo. Domingo solitario. Éste es el título de una tristemente celebre canción de moda sentimental, por los numerosos suicidios que ocasionó y que seguro que no los ha inventado una casa discográfica hábil en los negocios. Los neurólogos conocemos bien un síndrome que denominamos neurosis de domingo. Se trata de un sentimiento de soledad y vacío, de falta de contenido y sentido existenciales que surge y se manifiesta en los hombres cuando interrumpen las actividades que realizan en los días laborables. A esta falta de objetivo y finalidad yo la llamo frustración existencial, es decir, la no-realización del deseo de sentido tan profundamente arraigado en nosotros. Yo opongo este deseo de sentido al deseo de poder, tal como lo plantea la psicología individual de Adler en la forma del afán de valimiento. También enfrento el deseo de sentido a otro tercer deseo, el deseo de placer, de cuyo predominio está convencido el psicoanálisis de Freud al hablar del principio del placer. En el caso de las neurosis de domingo, vemos claramente que en el momento en que el deseo de sentido queda vacío y sin realizarse, el deseo de placer compensa la falta de sentido existencial del hombre y se la oculta a la conciencia. Un trabajo de Plügge, internista de Heidelberg, demuestra que la frustración existencial en general, y la neurosis de domingo en particular, pueden acabar en la muerte, en la muerte voluntaria, en el suicidio. Plügge comprobó en cincuenta casos de intento de suicidio que éstos no se debían ni a una enfermedad, ni a la pobreza, ni a conflictos profesionales o de otro tipo, sino que, sorprendentemente, la causa era otra: la falta de esperanza, la falta de contenido que se refleja en el aburrimiento, es decir, el fracaso del deseo humano, de la búsqueda humana de un auténtico sentido existencial.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=8017 el 2009-01-21 17:39:19