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La evolución del evolucionismo (y II)

viene de → La evolución del evolucionismo (I)

¿Qué precursores tuvo Darwin?

El mismo año que nació Darwin (1809), Lamarck presentó en su Filosofía zoológica la idea básica del transformismo: las especies han ido apareciendo dentro de un proceso evolutivo en el que unas se transforman en otras. Se suponía que el mecanismo de transformación era la herencia de los caracteres adquiridos por los seres vivos en su esfuerzo por adaptarse al medio. Es clásico el ejemplo de la jirafa, que llegaría a tener un cuello tan largo a base de repetidos esfuerzos por alcanzar el alimento en las ramas de los árboles. Mediante esos esfuerzos, los vivientes desarrollarían los órganos más utilizados, y la transmisión hereditaria de ese nivel de desarrollo daría lugar a cambios que finalmente supondrían una nueva especie. Darwin se propuso explicar la razón de las semejanzas entre especies apelando al transformismo de Lamarck y a un proceso de selección natural, dentro de una descendencia ininterrumpida a partir de antepasados comunes.

¿Qué representa Darwin para la biología?

Por la superación de la generación espontánea y de la creación directa de cada especie, Darwin protagoniza en la Biología una revolución equivalente a la de Copérnico en Astronomía. Desde él se da por sentado que todas las especies son ramas de un mismo árbol de la vida y forman parte de un mismo proceso evolutivo. Tras esa intuición verdadera, Darwin se equivocó al identificar los resortes del proceso evolutivo.

¿Qué sostiene Darwin en el origen de las especies?

En la introducción a El origen de las especies, libro canónico sobre la evolución, Charles Darwin reconoce que estuvo equivocado durante años, cuando pensaba que cada especie había sido creada por separado: «Después del estudio más detenido y del juicio más desapasionado de que soy capaz, no puedo abrigar la menor duda de que la opinión que la mayor parte de los naturalistas mantuvieron hasta hace poco, y que yo mismo mantuve anteriormente, sobre que cada especie ha sido creada independientemente, es errónea». A continuación, Darwin declara su convencimiento de que las especies descienden unas de otras, y dedica todo el libro a argumentar esa hipótesis. Al final retoma esta idea: «Autores eminentísimos parecen estar completamente satisfechos con la teoría de que cada especie ha sido creada de forma independiente. A mi juicio, se aviene mejor con lo que conocemos de las leyes impresas en la materia por el Creador, el que la producción y la extinción de los habitantes pasados y presentes del mundo sean debidas a causas secundarias, como las que determinan el nacimiento y la muerte de los individuos».

¿Qué resortes, en concreto, propone Darwin?

Darwin intuyó la descendencia de todas las especies a partir de una primera forma de vida, como ramas de un tronco común, y propuso cuatro causas secundarias como resortes del cambio evolutivo:

  1. Adaptación al medio ambiente: en tamaño, color, fuerza, velocidad, morfología…
  2. Transmisión, por herencia, de los caracteres adquiridos por adaptación.
  3. Selección natural de los cambios más favorables.
  4. Gradualismo: la suma de muchos pequeños cambios produce una nueva especie.

¿Cómo valorar la adaptación al medio?

Tal y como observó Darwin en los pinzones de las islas Galápagos, la adaptación provoca pequeños cambios de tamaño, forma o color. No pasa, por tanto, de ser un maquillaje. Pero ningún maquillaje produce un cambio de especie. Nietzsche expresó perfectamente esta objeción cuando escribió que «Darwin sobreestima de modo absurdo la influencia del medio ambiente, porque el factor esencial del proceso vital es precisamente el tremendo poder de crear y construir formas desde dentro». Esta certera intuición ha sido plenamente confirmada por la genética y la biología molecular. Pero el evolucionismo fue formulado en el siglo XIX, cuando no se había inventado el microscopio electrónico y la célula se definía como un pequeño grumo de materia orgánica con membrana y núcleo. Así, el primer evolucionismo solo tuvo acceso a la morfología. Pero estudiar a un ser vivo por su forma externa es como valorar un vino por su botella. De hecho, mientras el primer evolucionismo lo sabía todo sobre la anatomía y la morfología, se le escapaba el propio ser vivo.

¿Qué es la herencia de caracteres?

La herencia de los caracteres adquiridos era la esencia del transformismo, postulado antes de Darwin por Lamarck. Hoy se sabe que se trata de una hipótesis falsa, pues dichos caracteres no se incorporan al patrimonio genético y, por tanto, no se transmiten de padres a hijos. Se sabe desde que se conocen los genes, cuando se difundieron los estudios de Mendel, hacia 1900. Pero Darwin había muerto veinte años antes, sin sospechar que los caracteres adquiridos no se heredan. Si hubiera vivido un poco más, Darwin no habría sido darwinista.

¿Y el gradualismo en el registro fósil?

Darwin estaba convencido de que «el número de eslabones intermedios entre las especies actuales y las extinguidas tuvo que haber sido inconcebiblemente grande». En cuyo caso, por lógica, se estarían descubriendo constantemente fósiles de formas de transición. Pero sucede justamente lo contrario: todo lo que se descubre son especies bien definidas, que han aparecido y desaparecido súbitamente, como por arte de magia, no al final de una cadena de eslabones. La ausencia de formas de transición entre las especies ya desconcertó a Darwin: «Si las especies han descendido unas de otras mediante una fina gradación de pasos imperceptibles, ¿por qué no vemos por todas partes un sinfín de formas de transición? ¿Por qué no se encuentra toda la Naturaleza en amontonada confusión, en lugar de presentar especies bien definidas? La investigadora Lynn Margulis reconoce que nunca se ha visto un cambio de especie; que nunca se ha podido provocar en el laboratorio; que apenas se conocen formas intermedias entre dos especies; y que el registro fósil, como se sabe, presenta con frecuencia lo contrario: la aparición y desaparición súbita de especies bien definidas.

¿Qué papel juega la selección natural en la evolución?

Darwin pensó que, en esencia, el mecanismo de la evolución se podía resumir en dos conceptos: variación con selección. Como se sabe, aportó pruebas de embriología, anatomía comparada y paleontología. Pero siempre –por honestidad intelectual– dejó claro que sus pruebas no eran concluyentes: «Yo creo en la selección natural no porque pueda probar –en ningún caso particular– que haya convertido una especie en otra, sino porque me permite explicar correctamente (al menos, eso creo) muchos hechos de clasificación, embriología, morfología, descendencia…».

¿Cómo valora Karl Popper la selección natural?

El problema de la selección natural es –como ya se ha dicho– que jamás se ha observado un salto de especie, ni tampoco se ha podido predecir. Y la ciencia necesita que las demostraciones confirmen las suposiciones. Por otra parte, la selección natural parece un proceso evidente e irrefutable, porque establece que sobreviven los individuos más aptos para sobrevivir. Pero semejante afirmación plantea un grave problema, pues –como ha observado Karl Popper– se parece demasiado a una tautología (a=a), y con tautologías no se hace ciencia. Además, la selección natural no introduce novedades, pues opera sobre lo que previamente ha sufrido una mutación. Es por tanto, un agente pasivo y externo, como una red que atrapa unos peces y deja libres a otros, pero no los engendra. La selección natural es responsable –si se me permite la comparación– de lo que queda en pie en una ciudad que ha sufrido, a lo largo de los siglos, guerras, inundaciones, terremotos e incendios. En cierto sentido, lo que ha quedado en pie es una ciudad. Pero la causa de sus edificios actuales no son esas desgracias, sino los ingenieros y arquitectos que los levantaron. El acueducto de Segovia ha pasado la prueba de la selección natural, pero no ha sido levantado por la selección natural.

¿Hacia dónde ha evolucionado el darwinismo?

Hoy, la molécula de ADN proporciona la prueba más convincente de la evolución biológica. El ADN de todos los seres vivos está formado por el mismo alfabeto químico: secuencias de los nucleótidos adenina, citosina, guanina y timina. El hecho de que todas las reacciones químicas de todas las células sigan los mismos mecanismos metabólicos habla claramente de un origen común. En este sentido, la concordancia entre las proteínas de especies muy diferentes, como las bacterias y los seres humanos, es realmente asombrosa. Y el porcentaje de genoma idéntico entre dos especies es mayor cuanto más cercanas están en la escala evolutiva. Esa similitud también nos dice que esas especies han evolucionado de un ancestro común.

¿Hay alternativas al darwinismo?

Rémy Chauvin sugiere la hipótesis de dos programas evolutivos coordinados. A corto plazo, el ADN. A largo plazo, el auténtico programa evolutivo en sentido estricto, que no residiría en el genoma sino en el citoplasma. Se puede observar este viejo programa en las primeras fases del desarrollo embrionario, tan sorprendentemente análogas en todos los animales. Pero «no seamos hipócritas: todo programa supone la existencia de un programador, y ninguna acrobacia dialéctica puede llevarnos a esquivar esta dificultad. ¿Quién es el programador? No tengo respuesta para esta pregunta, aunque podemos imaginarlo».

¿La evolución excluye a Dios?

Un ejemplo cervantino: si yo pregunto en clase por qué se vuelve loco don Quijote, todos mis alumnos responden lo mismo: por leer demasiados libros de caballerías. La respuesta es correcta, por supuesto. Pero yo podría preguntar, a continuación: ¿Don Quijote se vuelve loco por leer libros de caballerías o porque quiere Cervantes? Está claro que el Universo se explica gracias a las fuerzas nuclear, electromagnética y gravitatoria. Pero también está claro que esa explicación no explica el origen de esas leyes.

¿Evolución y creación son compatibles?

Si el Universo es un conjunto de seres contingentes –que no tienen en sí mismos su razón de ser–, necesariamente ha tenido que ser creado. Crear no es transformar algo, sino producir radicalmente ese algo. La evolución, en cambio, se ocupa del cambio de ciertos seres que previamente existen. De esta forma se ve claro que la creación y la evolución no pueden entrar en conflicto, porque se mueven en dos planos y en dos cronologías diferentes. Una certera comparación de Ernst Jünger aclara esta cuestión: «La teoría de Darwin no plantea ningún problema teológico. La evolución transcurre en el tiempo; la creación, por el contrario, es su presupuesto. Por tanto, si se crea un mundo, con él se proporciona también la evolución: se extiende la alfombra y ésta echa a rodar con sus dibujos.

¿Cómo abordó este punto san Agustín?

San Agustín, hace 1.600 años, escribió lo que sigue: «Las simientes de los vegetales y de los animales son visibles, pero hay otras simientes invisibles y misteriosas mediante las cuales, por mandato del Creador, el agua produjo los primeros peces y las primeras aves, y la tierra los primeros brotes y animales, según su especie. Sin duda alguna, todas las cosas que vemos ya estaban previstas originariamente, pero para salir a la luz se tuvo que producir una ocasión favorable. Igual que las madres embarazadas, el mundo está fecundado por las causas de los seres. Pero estas causas no han sido creadas por el mundo sino por el Ser Supremo, sin el cual nada nace y nada muere».

¿Qué propone el darwinismo oficial?

Los darwinistas suelen ser contrarios a Darwin en este punto, pues el autor de El origen de las especies concluye su célebre libro afirmando que «la vida, con sus diferentes facultades, fue originariamente alentada por el Creador en unas cuantas formas o en una sola».

Al darwinismo oficial, sin embargo, le faltó tiempo para convertir la hipótesis evolucionista en la gran alternativa al origen creado del Universo y de la vida. Como un nuevo giro copernicano, la exclusión de la causalidad divina tuvo y tiene una inmensa importancia cultural, que justifica el empeño de miles de investigadores especializados y de profesionales capaces de conectar con el gran público: profesores y maestros, autores de libros de texto y programas televisivos, artistas de ilustraciones verosímiles y atractivas, reconstrucciones brillantes en museos…

En 1959 se celebró en Chicago el centenario de El origen de las especies. Julian Huxley, el orador más aplaudido, declaró que «la Tierra no fue creada: evolucionó. Y lo mismo hicieron los animales y las plantas, al igual que el cuerpo del ser humano, la mente, el alma y el cerebro». Algo muy parecido sostiene Richard Dawkins, zoólogo de Oxford, uno de los evolucionistas más mediáticos. Ninguno repara en que hablar de evolución creadora es una contradicción en los términos, y que la realidad nos muestra lo contrario: una creación evolutiva.

Francisco Ayala, Premio Templeton 2010, lo explica así: «Que una persona sea una criatura divina no es incompatible con el hecho de haber sido concebida en el seno de su madre y mantenerse y crecer por medio de alimentos. La evolución también puede ser considerada como un proceso natural a través del cual Dios trae las especies vivientes a la existencia de acuerdo con su plan».

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