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Principio de Causalidad (I): Formulación del principio

A veces se suele formular el principio de causalidad de la siguiente manera: «todo efecto tiene causa»; formulación poco feliz porque encierra una evidente tautología. Decir que todo efecto tiene causa es decir que todo efecto es efecto.

El principio de causalidad lo podríamos formular así: «todo lo que no tiene en sí la razón de su ser la tiene en otro». Entendido así, el principio de causalidad resulta un derivado del principio de razón suficiente: «todo ente tiene en sí, o fuera de sí, la razón de su ser». Aunque no entramos ahora en la discusión de cuál de los dos es el primero.

El principio de causalidad es un primer principio y, como todos los primeros principios, es evidente. Por ser evidente, es indemostrable, y para captar su sentido, basta recorrer sus términos. Su negación nos conduce al absurdo. Veámoslo. Si el principio de razón suficiente no fuera verdadero, de modo que un ente no tuviera en sí ni fuera de sí la razón de su existencia, el ser y la nada se encontrarían en las mismas condiciones: tanto la nada como el ser no tendrían razón de ser, lo cual es absurdo. La nada no tiene razón de ser, pero el ser la tiene. Asimismo, negando el principio de causalidad, podríamos afirmar que el ente contingente, es decir, el que no tiene en sí la razón de su existencia, es incausado. Pero esto equivaldría a decir que, como ente contingente, no tendría en sí la razón última de su ser, y al mismo tiempo, como incausado, tampoco la tendría fuera de sí. Por lo tanto, no la tendría en modo alguno, lo cual es lo mismo que decir que no es.

Con estas reflexiones llegamos a la conclusión de que la casualidad como ausencia de causa no existe. Pongamos un ejemplo: salgo de casa a las doce de la mañana y me cae una teja y digo: ¡qué causalidad, esta teja tenía que caer a las doce! Sin embargo esta teja no ha caído por casualidad, ha caído porque tenía tales centímetros fuera del alero, porque estaba suelta y porque ha soplado viento de determinada intensidad. Sencillamente ha habido unas causas que en ese momento yo desconocía y por ello hablo de casualidad. De ahí que Poincaré decía bien al observar que la casualidad es el nombre que le damos a nuestra ignorancia.

Así pues, no se puede hablar de casualidad como ausencia de causa. El principio de que todo lo que no tiene en sí la razón de su ser la tiene en otro es un principio evidente cuya negación nos lleva al absurdo.

Pasamos ahora a ver algunas objeciones que se han propuesto contra el principio de causalidad. Quien niega la existencia de Dios sabe que, atacando este principio, se ataca la certeza que podemos tener de su existencia.

Con todo, antes de entrar en materia, recordemos que el principio de causalidad puede ser entendido a dos niveles: causalidad configurativa y causalidad creativa; con otro nombre: causalidad física o causalidad metafísica. La causalidad física o configurativa la podríamos enunciar así: «todo fenómeno físico que no tiene en sí la razón de sus propiedades específicas como tal fenómeno, la tiene en otro». Por ejemplo, el fenómeno físico de una enfermedad, el que un miembro de mi cuerpo presente una forma anormal, tiene o puede tener como causa un virus determinado.

La causalidad metafísica la podríamos enunciar así: «todo ente que, en cuanto ente, no se explica por sí mismo, debe a otro la razón de su existencia».

Como se ve, la causalidad física y la metafísica se basan en el mismo principio, pero, mientras la primera nos proporciona la causa próxima de un fenómeno físico, la segunda nos proporciona la causa última de una realidad en cuanto realidad. Pasamos ahora a presentar las principales objeciones que se han hecho al principio de causalidad.

A) Hume

Hume ha pasado a la historia como intérprete empirista del principio de causalidad. Los empiristas, por negar toda distinción entre el conocimiento sensible y el intelectual, no reconocen a la mente humana la capacidad de suministrar a la conciencia realidades absolutas y leyes objetivas. La experiencia humana, nos dicen, no nos ofrece más que objetos concretos, cosas y sucesiones de cosas sin un lazo causal y necesario que las ligue. Si nuestra mente descubre en una mera sucesión un lazo causal, ello se debe a la ilusión de nuestra mente, a la costumbre. Al ver repetirse ciertas sucesiones de fenómenos, nace en nosotros la ilusión de que entre ellos hay un lazo causal. Pero, en realidad, la relación de causa sólo existe en nuestra fantasía. La experiencia no nos proporciona un lazo necesario de causalidad, sino una mera sucesión de fenómenos concretos. A esta afirmación del empirismo podemos responder de múltiples formas.

Ante todo, es preciso responder que la negación del principio de causalidad se opone al sentido común. Si no existe causalidad alguna, si no hay un influjo entre causa y efecto, ¿por qué castigamos a los malos y premiamos a los buenos? Si no hay causalidad, es totalmente ilógico que haya imputabilidad de actos. Sin el principio de causalidad, todo el orden moral y social se vendría abajo. Lo mismo tendríamos que decir de nuestra vida cotidiana: si no hay una causa de mi enfermedad, no buscaría el curarla con la medicina adecuada. El sentido común nos lleva a basarnos siempre en el principio de causalidad.

El mismo sentido común nos alecciona, por otra parte, descubriendo relaciones muy constantes que no responden al principio de causalidad. Por ejemplo, no hay relación más constante que la relación día-noche, y sin embargo, nadie afirma que la noche sea causa del día o viceversa.

Así pues, en contra de lo que dicen Hume y los empiristas, no toda relación constante nos produce la sensación ilusoria de la causalidad. El mismo sentido común nos hace distinguir la diferencia entre un tipo de relación y otro.

Si pasamos ahora al ámbito de la ciencia, veremos cómo toda ella se elabora basándose en el principio de causalidad. La ciencia analiza cada uno de los procesos físicos, químicos y orgánicos, descubriendo entre ellos la relación de causalidad. La ciencia, como recuerda bien Tresmontant, no nos habla de mera concomitancia de fenómenos, sino de comunicación de energía e información entre los cuerpos. Tomemos dos ejemplos propuestos por Tresmontant.

Nace un ser humano: la ciencia moderna no nos dirá que este nacimiento se debe a la mera sucesión de un espermatozoide y de un óvulo. Todo lo contrario, descubrirá que la generación se debe a una intrínseca información del óvulo por el espermatozoide. El mensaje genético que contiene el espermatozoide se combina con el que contiene el óvulo. De ello nace un nuevo código genético, una nueva información. La causalidad aquí es la comunicación intrínseca de un mensaje, de una información.

En el caso de la fotosíntesis nos encontramos también no con una mera sucesión de fenómenos, sino con una intrínseca comunicación de energía, que, proveniente del sol, es ab­sorbida por la clorofila, de modo que la energía luminosa se convierte en energía química, que se utiliza para reducir el anhídrido carbónico captado de la atmósfera, formándose así la glucosa. Hay todo un proceso que consiste en una interna comunicación de energía.

Pero es más, la ciencia nos dice que podemos prever el resultado de determinados fenómenos, porque puede llegar a descubrir las propiedades esenciales de las cosas.

La ciencia avanza en parte por hipótesis (y en esto damos la razón a Popper), pero en la ciencia no todo es hipótesis. Cuando el hombre llega a descubrir las propiedades esenciales de las cosas, (las del cobre, por ejemplo), puede establecer una tesis: tales propiedades, en determinadas circunstancias, producen tales efectos. Y el hombre puede captar la ley interna de las cosas porque es capaz de abstraer de lo particular y de llegar, mediante este proceso abstractivo, a la naturaleza de las mismas, conociendo de esta forma el principio general o la ley que las rige. ¿Por qué, por ejemplo, no conviene la leche de vaca a un niño recién nacido? Porque las moléculas que constituyen la leche de vaca, proteínas, grasas y enzimas diversas, no poseen la misma constitución o estructura que la leche humana. Las moléculas de la leche de mujer se hallan adaptadas a la bioquímica propia de un niño de pecho. En cambio, las moléculas de la leche de vaca no lo están. Esto es una tesis, y no una hipótesis. Es algo basado en la naturaleza misma de las cosas. Y es una tesis, como decimos, no porque hasta ahora no haya sido descalificada (según el principio de Popper), sino porque la estructura interna, la naturaleza de las moléculas de la leche de mujer presenta una configuración determinada y específica.

Es conociendo la naturaleza determinada de las cosas como llegamos a conocer sus propiedades esenciales. Precisamente el valor de la inducción es éste. La inducción no es la verificación de 100 ó 100.000 casos, sino el hallazgo de las propiedades esenciales de las que dimana el valor universal de una ley. Por supuesto que hay todavía propiedades desconocidas que, si intervienen en determinados casos, harán que las conocidas no produzcan los efectos acostumbrados, pero el que nuestro conocimiento sea perfectible no quiere decir que sea esencialmente falsificable y que no hayamos llegado ya de hecho al conocimiento de ciertas leyes universales por haber conocido ya propiedades esenciales de las cosas.

Nos basta observar cómo la ciencia no se contenta con la observación de los fenómenos, sino que intenta llegar al descubrimiento de la naturaleza específica de cada cosa y, cuando consigue determinar cuál es la configuración intrínseca de algo, puede predecir sin duda los efectos que se producen. Se sabe, por ejemplo, que el cianuro mata al hombre, y no porque sea una verdad aún no descalificada, sino porque se conocen las moléculas y características propias de este veneno. No creo que se atreva nadie a descalificar esta verdad por la ingestión del mismo. Por supuesto que, si en determinados casos, quizá no produce tal efecto mortal, será porque han intervenido otras causas, no porque sea falsa o falsificable que el cianuro mata al hombre.

B) El principio de indeterminación

Recordemos el principio de indeterminación que Heisenberg descubrió en 1927. Según este principio, es imposible determinar a un tiempo y con exactitud la posición en el espacio de un electrón y su longitud de onda. Este principio hace que en el mundo subatómico no se puedan prever todos los fenómenos como ocurre en el mundo de la física superior, lo cual ha llevado a muchos científicos a reconocer las barreras que tiene hoy en día la ciencia.

Pero es el caso que no pocos han deducido de este principio de indeterminación la invalidez del principio de causalidad: en el mundo subatómico hay fenómenos totalmente imprevisibles, porque carecen de causa. Y esto es un paso ilegítimo que un científico no puede dar. Veámoslo.

Son muchos los que afirman la imposibilidad de conocer a un tiempo la situación y la longitud de onda de un electrón. Pero se debe a que la misma observación del electrón se realiza proyectando un haz de fotones que perturban el fenómeno observado y esto hace que sea imposible la medida exacta. Pongamos un ejemplo: si quiero sacar una fotografía de una superficie tersa de una piscina y no puedo hacerlo de otra manera que sumergiéndome a la vez en ella, es claro que resultaría imposible fotografiar la tersura de la piscina. Pues algo así ocurriría con la observación del electrón. Mi misma observación hecha con radiaciones de fotones, impediría la medida exacta y serena del objeto observado.

De todos modos, sea lo que fuere de esta explicación que acabamos de dar, es claro que un científico puede afirmar que, según el principio de indeterminación, la medida exacta se hace imposible; pero, como tal científico, no puede afirmar que hay cosas en sí indeterminadas, porque entonces estaría haciendo un juicio filosófico que no le compete como científico. El principio de indeterminación es un principio que se refiere a la técnica: para la técnica es imposible medir a la vez la posición y la longitud de onda de un electrón. Pero no se puede decir más. Como dice Riaza, más no se sigue del principio de indeterminación. Por ello el principio de causalidad no está contradicho por el principio de indeterminación. Las ciencias físicas, que pueden descubrir las propiedades esenciales de las cosas, no pueden hacer en cambio afirmaciones metafísicas como son las que corresponden a los primeros principios de la metafísica y que se sitúan en el tercer grado de abstracción (las ciencias físicas se sitúan en el primero).

C) Monod y la negación de la causalidad

Hagamos alusión al libro de Monod El azar y la necesidad, libro que se ha hecho famoso por la negación del principio de causalidad y por la defensa del azar.

Recordemos que, en el ejemplo que pusimos de la teja para hablar de la casualidad, decíamos que en este caso no había tal casualidad, sino una serie de factores que explicaban la caída. La teja no cae por casualidad, sino por unas leyes físicas.

Pues bien, Monod nos daría la razón en este caso, y diría que este tipo de azar es un azar operacional, un desconocimiento, en el fondo, de los factores que intervienen en él, pero, dice Mo­nod, hay un azar que podemos llamar esencial, en el cual se da una imprevisibilidad. Él mismo nos pone este ejemplo:

Imaginemos que, mientras el señor Dubois trabaja en la reparación de un tejado, pasa por la calle el señor Dupont. El señor Dubois suelta por inadvertencia el martillo, el cual cae sobre la cabeza del señor Dupont y lo mata. Estamos ante un acontecimiento totalmente imprevisible. Pues bien, esto es lo que ocurre, dice Monod, con las mutaciones genéticas que se dan en el proceso de autoduplicación del código genético: son totalmente imprevisibles, no tienen nada que ver, por lo tanto, con causas inmediatas o lejanas. Según Monod por estas mutaciones imprevisibles se ha originado el cambio de las especies, las cuales una vez logradas por el azar, se consolidan.

Aquí tenemos que responder a Monod lo mismo que decíamos sobre el principio de indeterminación. Un científico tendría que decir: hoy en día las mutaciones genéticas nos resultan totalmente imprevisibles. Y no puede decir más. Afirmar que estas mutaciones no tienen causa es entrar en un terreno filosófico que al científico en cuanto tal no le compete. El hecho es que Monod confunde imprevisibilidad técnica con incausalidad. De que una cosa sea técnicamente imprevisible deduce que no tiene causa, y esto es otro tema: es pasar del terreno técnico al filosófico. En el ejemplo que el mismo Monod pone, la caída del martillo es imprevisible; pero cualquiera puede comprobar que la caída del martillo tiene una causa: la inadvertencia del señor Dubois y la ley de la gravedad. Son cosas distintas.

El caso es que, desde el punto de vista técnico incluso, la ciencia sigue trabajando para encontrar la ley de las mutaciones genéticas. En ello, en descubrir la ley de las cosas, se basa el progreso de la ciencia.

Una vez que hemos establecido el principio de causalidad es cuando podemos abordar el tema de la existencia de Dios. Por medio de este principio llegamos a Dios con verdadera certeza, no llegamos a él simplemente por el impulso de nuestro sentimiento o por la tendencia de nuestra aspiración. La existencia de Dios se nos impone como una exigencia misma de la realidad que encontramos aquí.

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