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III.- Aproximación al alma: intento sistemático

El cristiano, que tiene que proponer al hombre de hoy la dignidad de la persona humana y su fundamentación, no puede olvidar la existencia de la demostración del alma humana, base también de la esperanza racional en el más allá. Por otro lado, el Magisterio ha afirmado contundentemente que el alma humana es irreductible a la materia y directamente creada por Dios. ¿No implica esto el deber de demostrar tales afirmaciones?

Cierto que cuando, por el camino de la demostración, se llega a la existencia de un principio espiritual e inmortal en el hombre y por ello distinto del principio de su corporalidad, en modo alguno pretendemos caer en el dualismo. Más adelante veremos la posibilidad de mantener la unidad personal del hombre en la distinción de cuerpo y alma.

La demostración tiene esta lógica: observamos que en el hombre hay operaciones espirituales e irreductibles a la materia. Esto no es posible si en el hombre no se da también un principio espiritual, la materia no puede producir operaciones espirituales. Dado que este principio es espiritual y no tiene partes extensas en el espacio, no puede descomponerse con la descomposición del cuerpo (inmortalidad). La tarea consiste por lo tanto en probar que en el hombre hay operaciones estrictamente espirituales e irreductibles a ella.

Conocimiento intelectual

El hombre tiene un conocimiento por el que percibe las manifestaciones sensibles de las cosas, pero al mismo tiempo trasciende dicho conocimiento en cuanto que percibe con su inteligencia la realidad en cuanto tal y dice: ahí hay una realidad. Este tipo de conocimiento va más allá de lo sensible y lo trasciende. Cuando el hombre afirma que percibe una realidad, lo hace con una intuición intelectual que prescinde en ese momento de toda nota sensible que configure dicha realidad. Es un conocimiento abstracto (abstrae de la materia) o espiritual. Es la base de todo conocimiento intelectual y es a partir de la captación de lo real en cuanto real como el hombre forma los demás conceptos abstractos. Conceptos como ser, verdad, bondad, belleza, persona y vida no tienen nada de materiales.

Debe haber, por lo tanto, en el hombre un principio que sea capaz de formar tales conceptos. Son conceptos que no tienen nada de extensión, de mensurable. En ellos no se puede distinguir una parte derecha y otra izquierda, prescinden de cualquier medida y están más allá del tiempo y del espacio. La bondad como virtud no es de ayer ni de hoy, ni de aquí ni de allí.

Otra cosa ocurre, en cambio, con la imagen, que es una representación sensible de las cosas materiales y posee, al menos, alguno de los atributos de la materia. La imagen que tengo hoy de la flor que vi ayer, la veo con los ojos de mi fantasía, con el color propio de su materia.

A esta flor la distingo de otra flor. La representación de esta flor en la imagen que tengo de ella es extensa (en ella puedo distinguir una parte derecha y otra izquierda) y la localizo en el tiempo y en el espacio. La representación de una imagen la tiene también el animal, el cual puede incluso experimentar asociaciones de imágenes y de sensaciones. De ahí el adiestramiento que hacemos de ellos.

Pero los animales no llegan al aprendizaje como tal, pues es un hecho espiritual que se realiza mediante la abstracción. Por ello ocurre que todo lo que el hombre aprende no lo transmite a sus hijos en la generación, no va encerrado materialmente en los genes. En cambio, todo lo que el animal conoce por instinto se comunica en la generación material. No así lo que haya aprendido por adiestramiento, es verdad; pero la prueba de que lo aprendido por adiestramiento se basa sólo en asociación de imágenes y sensaciones es que no lo podrá transmitir consciente y voluntariamente a sus descendientes. Ha sido «un aprendizaje» pasivo; un adiestramiento (por asociación de imágenes y sensaciones), no aprendizaje por el camino de una inteligencia de la que carece.

Lenguaje simbólico

Una consecuencia clara de este conocimiento intelectual es el lenguaje simbólico, es decir, el utilizar el símbolo de una palabra con el fin de designar con ella a una realidad concreta: yo llamo lápiz a lo que tengo en la mano ahora. En este lenguaje la palabra es símbolo de la cosa significada. La palabra es material, pero su significado es espiritual: un animal no captará nunca el significado de una palabra como verdad.

El lenguaje simbólico nace del hecho de que el hombre conoce las cosas en su realidad y busca un símbolo (nombre) que las represente. Si el hombre no tuviera la experiencia de las realidades en cuanto tales, no buscaría esa palabra denominativa y sólo poseería un lenguaje que, como en el caso de los animales, seria un lenguaje emotivo: resultado instintivo de la emoción o de la angustia, del hambre o del frío. Los animales no han desarrollado un lenguaje simbólico, no han puesto nombre a todas y cada una de las cosas, porque no las conocen como tales.

Libertad

El hecho de la libertad es algo espiritual en el hombre. En efecto, libertad significa autodeterminación, ausencia por lo tanto de determinación tanto interna como externa. Es éste un concepto muy querido de la cultura actual.

Si yo me autodetermino, eso quiere decir que no estoy determinado materialmente por los genes que he recibido de mis padres. Los genes me pueden condicionar, sin duda, me dan una mayor o menor capacidad craneal, pero no me pueden determinar, en el sentido de que soy yo el que determino hacer esto o aquello. Hay en mí, por lo tanto, algo radicalmente irrepetible y singular, algo que no proviene de mis padres y donde radica el santuario sagrado de toda persona humana.

Tengo la experiencia de que en mí hay un yo irrepetible e inédito, con una libertad por estrenar. Mientras los animales son copias de sus padres, nosotros no lo somos. Hay en nosotros algo inédito y no sujeto a la determinación de los genes.

Pero tampoco me determina el influjo que recibo de fuera. Estoy determinado en lo que se refiere al conocimiento sensible, pero el hombre no sólo tiene una relación mecánica con lo sensible, no solo experimenta el influjo de lo sensible y lo material por los sentidos. pues tiene también un conocimiento intelectual de las cosas por el que las distingue de sí, se suelta y distancia de ellas, de modo que puede elegirlas para sus fines. El animal no se distancia de las cosas materiales en cuanto cosas y así no puede elegirlas. Sus movimientos son siempre los mismos. Su historia no es historia sino vida vegetativa, vida animal.

Progreso

El progreso es otra de las manifestaciones espirituales del hombre. El animal no ha progresado en absoluto a lo largo de la historia. Las abejas siguen fabricando la miel como en tiempos de Virgilio. ¿Por qué progresa el hombre?

Sencillamente, el hombre es capaz de abstraer de los modos particulares de las cosas, y llegar, mediante un proceso abstractivo, a la naturaleza de las mismas, conociendo por inducción el principio general o la ley que las rige. La inducción no es un silogismo, dice Verneaux , sino una intuición intelectual, que capta en lo sensible una esencia o unas relaciones necesarias. Y está claro que, cuando se conoce la ley interna de las cosas, el progreso surge inmediatamente.

Arte

Imaginemos que entramos en una caverna y dudamos de si en ella habitó el hombre prehistórico. En un primer momento, no descubrimos más que piedras removidas en el suelo y lechos de hojas secas. De ello sólo no podemos deducir la existencia del hombre en la caverna. Pero, en un momento dado, descubrimos pintadas en la pared imágenes de bisontes. Inmediatamente concluimos la presencia histórica del hombre en esa cueva. ¿Por qué llegamos a esa conclusión? Sencillamente, porque no se puede pintar un bisonte si previamente no se tiene el concepto de bisonte. El arte es un fenómeno espiritual.

Digamos que el animal no hace nada más allá de lo que sea útil para su vida. Jamás llegará a la contemplación, al disfrute desinteresado de la belleza, a la contemplación de algo que no se traduzca en utilidad inmediata.

Ética

La ética supone en el hombre la existencia de la conciencia, es decir, el convencimiento de que debe actuar de acuerdo con el bien moral. Ahora bien, esto significa captar el bien en cuanto bien y ello es un acto de espiritualidad.

Más todavía, la conciencia supone que capto la verdad. Si cometo un crimen por el que castigan a otra persona inocente, siento el remordimiento de mi conciencia, porque la condenación de ese inocente va contra la verdad real de los hechos como yo la conozco. La conciencia es un instrumento de la verdad.

Religión

Los animales carecen de religión, es un hecho incuestionable. Y ello es así porque el fenómeno de la religión es un hecho radicalmente espiritual. Supone en el hombre una tendencia al infinito que sólo surge tras la constatación de que las cosas de este mundo no le satisfacen plenamente. En efecto, el hombre hace proyectos en los que cifra su felicidad, y una vez que los logra, tiene que volver de nuevo a proyectar nuevas ilusiones. Así es la vida humana: una insatisfacción que nos conduce constantemente a la búsqueda de más sin que en este mundo podamos encontrar el todo que nos llene plenamente. Esta tendencia al infinito es un hecho espiritual que no se encontrará nunca en los animales, dado que ellos quedan saturados por la satisfacción de sus necesidades materiales.

Pero la religión no se funda sólo en la tendencia al infinito, pues también el hombre puede llegar a un conocimiento de Dios como creador de todo. Este conocimiento indudablemente es espiritual, pues Dios no es una magnitud empíricamente verificable.

No es ajena a la religión la conciencia que el hombre tiene de que la muerte contradice sus sentimientos y su deseo de vivir. Es el único animal que sabe que va a morir sin haberlo constatado aún empíricamente de sí mismo. Lo sabe por la inducción de una ley universal. Surge también en el hombre un deseo de inmortalidad que no vemos nunca aparecer en el animal.

IV. CONCLUSIÓN

Hay, por lo tanto, en el hombre actividades que son espirituales e irreductibles a la materia. Si la materia se define como aquello que tiene partes extensas en el espacio, lo espiritual lo definimos como aquello que trasciende lo material, como aquello que carece de partes extensas en el espacio. La realidad espiritual del alma no la vemos, no la podemos ver, sólo deducimos que existe porque hay en el hombre actividades espirituales en las que no coopera el cuerpo como causa. Espiritual e inmaterial en sentido estricto es aquello que trasciende intrínsecamente a la materia en el ser o en el obrar. La materia puede concurrir como condición (el conocimiento intelectual está condicionado por el conocimiento sensible) pero no como causa.

Ahora bien, si lo espiritual es simple, si carece de partes extensas en el espacio, no se puede disgregar y corromper como lo material y, por ello, es de naturaleza inmortal. Subsiste con independencia intrínseca de la materia y no depende intrínsecamente del cuerpo para poder subsistir.

El deseo de inmortalidad que hay en el hombre no es por sí solo una prueba de su inmortalidad. Es ciertamente un signo, pero no una prueba (un deseo no es una prueba) a no ser que el razonamiento lo llevemos hasta el final, es decir, a demostrar que tal deseo surge de un alma espiritual, pues entonces fundamos el deseo en la ontología del alma. Si en ese deseo vemos un signo del alma espiritual, entonces, apoyados en la ontología del alma, llegamos a Dios como creador de ésta y llegamos también a la inmortalidad del alma. Un deseo sólo es prueba desde una base metafísica. Dicho de otro modo, el deseo de inmortalidad que es siempre un signo de la misma, es prueba de inmortalidad si, junto con otros signos, inferimos la existencia de un alma inmortal en el hombre. Como dice Verneaux, hay que demostrar que ese deseo natural nace verdaderamente de una naturaleza inmortal para poder decir que es una prueba de inmortalidad.

Sobre el más allá del alma. Una pregunta que queda todavía por hacer es si el alma sola puede ser objeto de retribución plena después de la muerte. Indudablemente ningún cristiano afirmaría que la situación del alma separada en la escatología intermedia sea una situación definitiva. El alma goza ya de Dios, pero todavía no ha vencido la violencia de la muerte, que es el último enemigo en ser vencido (1 Co 15, 26). El alma separada es el resultado de una violencia, de una muerte de la que Dios había preservado a Adán y que, en la actual economía, es fruto v consecuencia de su pecado.

El alma separada está, pues, gozando de Dios como objeto de su disfrute, pero anhela participar de este disfrute con todo su ser. Con todo este yo espiritual que permanece después de la muerte puede subsistir, dado que el alma subsiste tras la muerte en virtud de su espiritualidad incorruptible. Es también un sujeto que conoce y ama, pues aunque carece del conocimiento sensible, recordemos que éste es aquí condición, pero no causa, del conocimiento intelectual. Si el hombre. que parte siempre de su conocimiento sensible para formar sus conceptos, lo trasciende sin embargo, ello se debe a un principio cognoscitivo distinto que es el intelecto. Continúa por tanto un yo personal, capaz de conocer y amar.

Digamos, por otro lado, que el alma creada, aun careciendo allí del tiempo físico, posee un tiempo psicológico, un movimiento, una transición y sucesión de actos. El alma humana, como finita, está sometida a la ley del tiempo, de la transición y sucesión de actos. Aun en la visión de Dios, el alma queda inmovilizada en el sentido de que ya tiene al infinito frente a ella. pero al mismo tiempo tiene que asimilarlo por medio de actos sucesivos. Dice Alfaro hablando de la visión beatífica del alma, que «conserva siempre la movilidad radical propia de la creaturalidad. Esta movilidad radical tiene su manifestación en la misma visión de Dios, pues ésta implica un acto vital de conocer y amar realmente distinto del entendimiento y de la voluntad creada (un tránsito de potencia a acto, un movimiento) y además permanece siempre potencial, en cuanto susceptible de un aumento gradual mediante un aumento del lumen gloriae; es siempre necesario subrayar estas diferencias, que distinguen siempre la inmovilidad imparticipable del Acto Puro de la inmovilidad supercreatural del entendimiento creado en la visión de Dios» .

Más adelante, cuando planteemos el problema de la persona humana, podremos completar lo dicho hasta aquí. Más que el alma humana, lo que perdura es la persona humana que radica en su ser espiritual (alma) aun cuando haya perdido su ser corporal que ha de recuperar al final de la historia.

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