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Thetahealing, o el curanderismo vestido de secta (y II)
→Thetahealing, o el curanderismo vestido de secta (I)
No faltan tampoco algunos toques en la más pura sintonía con esa especie de movimiento ideológico que se ha denominado New Age. Stibal narra un encuentro personal con Jesucristo, en el cual le muestra una visión completa de su paso por la Tierra. «Entonces –continúa su narración– le pregunté sobre el final del mundo, y cuándo llegaría. Lo que vi no es lo que hubiera esperado. Vi nacer al mundo a unos niños especiales. Era el nacimiento de esos niños especiales lo que iba a ser el fin del mundo tal como lo conocemos, y esos niños eran el nuevo comienzo». Ella misma los llama los hijos de la Nueva Era.
En el desarrollo de montajes como el de Thetahealing, la vida –o más bien las leyes– les empuja poco a poco a subrayar el elemento religioso frente al que podríamos denominar científico. A la vez, la curación prometida se va desplazando también poco a poco al área de problemas psicológicos o espirituales frente a los físicos. Aquí es más fácil prometer bienestar y obviar los posibles fracasos: siempre se puede alegar que el cliente no colabora suficientemente –le falta fe en el saneamiento, por ejemplo–.
Thetahealing lleva pocos años en funcionamiento, y puede apreciarse, si se sigue su pista, esa evolución. Con el tiempo, son más las cautelas legales que se adoptan, sin llamar la atención sobre ello, como el que Stibal ya no firme como titulada o que se solicite consentimiento escrito para el tratamiento, o bien que los resultados anunciados sean más altisonantes pero menos concretos.
A la vez, el reclamo acaba siendo más o menos el de la Cienciología y los gurús hindúes: unas sesiones de masaje y sauna, contar al detalle todo lo que preocupa o inquieta, y hacer unos ratos de meditación son un recurso bastante seguro para conseguir sentirse mejor en el inicio, y poder así afirmar que el método funciona. El problema es que ahí se queda la cosa, no hay más, salvo que uno quiera hacerse la ilusión de que está contribuyendo al nacimiento de una nueva humanidad.
Si fuera verdad lo que han proclamado de modo tan contundente, ni Hubbard se habría muerto ni Vianna Stibal sería hoy una señora gordita en la que se nota –como en todo el mundo– el paso de los años. Ella puede decir –lo hizo– que se sentía más joven cuando entró en el séptimo plano de la existencia, pero el resto de los mortales lo que ve es que una cosa es sentirse algo y otra distinta serlo en verdad. La mucha palabrería no debería hacer perder de vista lo evidente.
Todo el recubrimiento científico de Thetahealing es algo postizo, por mucho que se barajen conceptos que sí pertenecen a la neurofisiología, como las ondas theta. Todo lo que pretende aportar thetahealing como original e innovador tiene una única fuente: las supuestas revelaciones de la divinidad a Vianna Stibal. De hecho, si en sus libros y exposiciones se prescindiera de todo el ropaje científico, todo quedaría igual.
La ciencia tiene su propia metodología, tanto para descubrir como para comprobar, y al respecto no se aporta nada que no se supiera de antemano y no hubiera servido más que para conseguir un poco más de relajación, algo desde luego positivo pero muy alejado de sanaciones milagrosas, y mucho menos del surgir de una nueva humanidad. Los testimonios pueden estar muy bien, pero requieren comprobación, son manipulables, y en todo caso resulta sospechoso que constituyan la única fuente de respaldo acerca de unos avances terapéuticos que, de ser ciertos, revolucionarían la medicina.
Si pasamos del terreno de la ciencia al de la religión, puede pensarse que es el mismo Dios el que adoran los cristianos, los judíos y los musulmanes, aunque vendría bien hacer algunas matizaciones. Pero lo que resulta insostenible es que ese Dios es el del budismo y el hinduismo. La diferencia fundamental es que, para los primeros, Dios trasciende al universo visible, mientras que para los segundos es inmanente al mismo.
En otras palabras, las religiones orientales son panteístas. Puede discutirse sobre si estamos hablando de un Dios personal. Para las grandes religiones monoteístas, la respuesta es afirmativa. Para el budismo claramente no lo es. En el hinduismo encontramos variantes, pues en algunos casos lo entienden como una especie de alma universal con un cierto carácter personal, aunque esté poco precisado conceptualmente y no carezca de ambigüedad, cosa por lo demás habitual en los panteísmos.
El de Stibal es una fuerza cósmica, que por sus características es impersonal, ya que puede ser compartido por quienes alcancen la cúspide de su iluminación, convertidos así –el término lo emplea ella– en «cocreadores». No es muy diferente de la Madre Tierra de moda en el neopaganismo. Sin embargo, en las obras de Vianna Stibal lo encontramos tanto con esos rasgos, como entablando un diálogo continuado, algo que solo puede hacerse con un ser personal. Los gurús hindúes presentan todos ese peculiar sincretismo tan propio de sus creencias: cualquier expresión de la divinidad es válida… siempre que se entienda a su modo, como una encarnación de la fuerza cósmica suprema.
Ellos mismos suelen presentarse como seres divinizados por contener en grado superior esa energía que les proporciona la «conciencia cósmica». Pueden de esta manera alegar que son una encarnación de la divinidad o unos seres particularmente iluminados por ella. Pero lo que ninguno se atreve a hacer es reivindicar un diálogo de tú a tú con esa divinidad. No son particularmente rigurosos, pero por lo menos llegan a comprender que eso supone la admisión de un Dios personal que arruina sus doctrinas. Stibal no parece darse mucha cuenta de ello.
De todos modos, hay elementos en Stibal que son tan ajenos a las religiones orientales como lo son a las monoteístas, y pertenecen más bien a la corriente New Age. El primero es que la técnica sustituye a la ascética. Se podrá decir que también hay y ha habido gurús venidos de la India que hacían promesas parecidas a las de Thetahealing recurriendo a técnicas sin esfuerzo, como por ejemplo el «burbujeante bienestar» de Maharishi.
Sin embargo, en estos últimos se trata sobre todo de un reclamo, puesto que en la medida en que se avanzaba en sus cursos el iniciado se introducía en un mundo de meditación y ascesis que requería bastante esfuerzo por su parte. En Thetahealing no hay nada más detrás del reclamo. Nada del auténtico yoga, una práctica que va mucho más allá de una gimnasia psicofísica, pues supone una continua lucha para desprenderse de todo lo sensible para fundirse con el infinito y pasar así al nirvana.
Pero la diferencia más importante se refiere a la meta final, que es el aspecto más determinante de las religiones. En Oriente se trata de esa fusión con el infinito que hace perder la propia identidad al sujeto, que, caso de no conseguirlo, sufrirá una reencarnación con toda la carga negativa de las anteriores vidas –el karma– que tendrá que superar. En Stibal hay un final al más puro estilo de la Nueva Era, declaradamente tal. Aunque evita declararse explícitamente como la profetisa que introduce al mundo en la nueva humanidad –y de paso salva a la actual de la inminente hecatombe–, no hay más remedio de concluir eso cuando se leen sus escritos. Es la ilusión propia del neopaganismo contemporáneo: la salvación, e incluso la eternidad, intramundanas.
En resumen, ¿qué encontramos en Thetahealing? La respuesta es que un curanderismo revestido de un ropaje pseudocientíifico, unas ideas prestadas de las religiones orientales, una utopía de estilo New Age, e incluso alguna noción cristiana. Todo ello metido dentro de un caldero del que resulta una amalgama muy poco coherente, pero revisado una y otra vez para sonar cada vez más convincente, y para protegerse de posibles pleitos. Quizás pueda decirse que a poco que se analice salta por los aires. Pero ni la clientela lo analiza ni su propaganda está dirigida a ello: sencillamente, se emocionan… y lo compran.
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