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V.- Moral personalista

La categoría más al uso en cierta teología moral de actualidad es la de moral personalista, pero entendiendo la persona como desligada de la naturaleza, es decir, se trataría de una concepción de persona que se hace a sí misma, en una dinámica de autorrealización, de una persona que construye y recrea los valores; no una persona que obedece a una ley abstracta y extrínseca. Dice así Urdánoz comentando esta orientación:

«La persona humana es desligada de la naturaleza. La moral clásica se centraba en la realidad de nuestra naturaleza, de cuyas tendencias al bien y repulsa de los males contrarios se derivan los principios de la ley natural. Mas la nueva visión personalista se funda en la sola persona humana como centro y lugar de los valores humanos. De su comprensión han de emanar los criterios de valoración moral» . Y continúa el teólogo dominico: «Esta moral personalista por fuerza se ha de configurar como autónoma y subjetivista, que rechaza toda heteronomía y aun la misma «teonomía»; la persona humana se daría a sí misma su ley. Es verdad que los nuevos moralistas, a fuer de católicos, consideran también a la «persona» abierta a los otros y abierta también a la trascendencia. Pero a este Dios trascendente más bien se le contempla a la manera deísta y según el modelo de Kant, como el guardián que respalda desde fuera el orden natural, garantizando el premio de la felicidad» .

Decíamos anteriormente que, en la moral, había tenido lugar un giro antropocéntrico basado en una autonomía moral. Pues bien, M. Vidal en este sentido sostiene que la ética racional ha de basarse en la autonomía de la persona humana. La ética ha de fundarse en la racionalidad ética al margen de toda heteronomía. Sólo en un momento posterior cabe que el hombre religioso, desde la fe, dé un sentido religioso a esa ética y una dimensión ulterior de diálogo con Dios.

Este momento autónomo de la ética que postula la racionalidad crítica es, según Vidal, un personalismo de alteridad política: un personalismo que corrige, en la alteridad, la visión individualista y abstracta del personalismo y que requiere vivir el compromiso humano en la mediación política. El cris­tiano añade a esta racionalidad crítica la dimensión religiosa en cuanto que el hombre, por la fe, establece una referencia última a Dios.

Hay, pues, una ética racional, una autonomía laica, no religiosa que el cristiano puede también vivir desde la fe. «La autonomía de la razón humana y la afirmación del valor absoluto del hombre son base suficiente para la formulación de la ética humana no religiosa». Cabe una ética civil establecida por el consenso de las fuerzas políticas y confesionales, de modo que lo específico de la moral cristiana es el carácter dialogal con Cristo. La fe no es una alternativa a la racionalidad crítica. sino que lo específico del ethos cristiano hay que buscarlo en el orden de la cosmovisión religiosa y crítica que aporta y no en los contenidos concretos de la moral. Es así como se vive el momento autónomo (racional) y el heterónomo (por la fe), insertando la fe en el mundo secular y autónomo. El proyecto cristiano es vivir desde la fe la autonomía humana.

Volviendo al momento autónomo del compromiso ético, éste ha de basarse en el valor de la persona y no en una naturaleza abstracta que imponga leyes inmutables y obligatorias, fundamentando así un fanatismo y un legalismo moral. El concepto de «naturaleza humana normativa» se basa, o bien en un modelo ontológico-abstracto o bien en otro físico-biológico, que ha planteado hoy serios problemas y que nos impide seguir hablando de «ley natural».

Hay que volver a la singularidad del hombre y de la persona humana, superando un orden fijo e inmutable («participación de la ley eterna») y superando el modelo de la ley natural como mediación, para encarnar el ethos en una orientación de personalismo de alteridad política (clave de la racionalidad crítica), al que el cristianismo puede añadir la dimensión religiosa y crítica.

«Se coloca así a la persona como centro de las categorías morales básicas» en una orientación personalista que supera la moral de los actos por una de opción fundamental y de actitudes. «Dentro de las categorías morales, la persona es el contenido primero y fundamental del que derivan todos los demás». Ello no significa, recuerda Vidal, caer en el subjetivismo radical, dado que hay un elemento objetivo en el ejercicio del orden moral: el valor mora.

La dimensión objetiva de la cualidad específica del valor radica en su sentido referencial al hombre. El valor es valor, en definitiva, por su referencia al hombre. «Lo específico del valor moral está en el compromiso intencional del sujeto, el cual subjetiviza tanto la dimensión subjetiva como la di­mensión objetiva de la acción moral. Esto quiere decir que lo formal del valor moral viene dado por las referencias de las estructuras humanas de subjetivización, de libertad, de intencionalidad y de responsabilidad».

En último término, el dilema objetividad-subjetividad se soluciona cuando caemos en la cuenta de que la «persona es el lugar adecuado de lo moral y, consiguientemente, el contenido nuclear del valor moral. Hemos de advertir, sin embargo, que al hablar de persona, nos referimos al «universo personal», a la persona en cuanto ser relacional y en cuanto mediada por las estructuras».

Nada, por lo tanto, de una moral natural que se impone en su inmutabilidad y universalidad abstractas desde fuera de la persona; la moral, el ethos, nace del juicio de la autorrealización de la persona en relación con los demás y en la mediación de las estructuras. La norma moral será la expresión del valor moral, sin olvidar que no se puede valorar la norma como un absoluto, pues no traduce todo el sentido del valor. Por ello es por lo que el cristianismo relativiza la norma. Las normas externas tienen sólo una función secundaria en la moral. Los juicios de moral, en consecuencia, son orientaciones de valor, de modo que debe ser revisada la doctrina tradicional de lo intrínsecamente malo.

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