conoZe.com » Leyendas Negras » Código Da Vinci » La verdad sobre El Código da Vinci. » La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Segunda).- Examen crítico de los argumentos del Código Da Vinci

XI.- El Gran Maestre, Magdalena y «Q»

El Gran Maestre indiscreto y su nieta, la ingenua

Capítulo 58, página 306:

Sophie «recordó a un airado sacerdote que en una ocasión había aparecido en casa de su abuelo y se había puesto a aporrear la puerta.

»-¿Vive aquí Jacques Sauniére? -le había preguntado, mirándola desde las alturas cuando le abrió la puerta-. Quiero hablar con él sobre el artículo que ha escrito. -El sacerdote blandía un periódico.

»[...] Sophie se fue corriendo a la cocina y empezó a hojear el diario matutino. Encontró el nombre de su abuelo en un artículo de la segunda página. Lo leyó. No lo entendió todo, pero parecía que el gobierno francés, accediendo a las presiones de los curas, había aceptado prohibir la exhibición de una película americana llamada La última tentación de Cristo, en la que Jesús tenía relaciones sexuales con una señora llamada María Magdalena. Y su abuelo decía que la Iglesia se equivocaba y se mostraba arrogante al prohibir aquella película».

[En el capítulo 9 nos hemos enterado de que Sophie Neveu tiene 32 años cuando transcurre la novela].

Aquí hay cosas muy raras. Primeramente, Jacques Sauniére era supuestamente el Gran Maestre del super secreto Priorato de Sión. Ni los más profundos conocedores de las sociedades secretas y del mundo de los símbolos, ni los expertos «buscadores del Grial» sabían cuál era su identidad. «La identidad real del conservador, así como la de sus tres sénéchaux era casi tan sagrada como el secreto que guardaban» (prólogo). Hemos visto como sor Sandrine, pese a pertenecer a los escalafones más bajos del priorato, llevaba una vida discreta bajo la apariencia de una piadosa monja. Sin embargo, quien más celoso tenía que ser de su misión, quien bajo ningún concepto debía permitir que se asociara su nombre al secreto del culto a la diosa, es quien viola la norma de la discreción y mete la pata de la forma más burda. Vemos que cuando arrecia la polémica en torno a la película de Martin Scorsese, La última tentación de Cristo, Sauniére, escribe un artículo firmado con su propio nombre en la segunda página de un periódico, y tercia en la disputa, calentando el ambiente. No parece el hombre para una misión tan secreta, pues no es capaz de hacer que otro firme el artículo.

Pero además, Sauniére debía de ser un tanto mentiroso y no debía de tener demasiada credibilidad. ¿Cómo se le ocurre escribir en un periódico francés que el gobierno había prohibido la película accediendo a las presiones «de los curas»? La película se estrenó en 1989 en Francia y no hubo ningún impedimento por parte de las autoridades galas. Hubo, sí, numerosos actos de protesta protagonizados por cristianos que se sentían ofendidos por las falsedades que recogía la película, pero cualquier francés en aquel momento podía ver que la película estaba en cartelera, pese a lo que decía Sauniére. Así que también Sauniére era un charlatán.

La «ingenua» Sophie Neveu no parece más inocente que su abuelo y que sus dos amigos. Primero, Sophie evoca el episodio del supuesto enfrentamiento entre el sacerdote y su abuelo como si ella fuera una niña y no supiera qué estaba sucediendo. Si mientras se desarrolla la novela Sophie tiene 32 años (1999-2001), el suceso tuvo lugar cuando ella tenía 20 ó 22 años. Cuesta creer que después de la entrevista con el furioso cura, Sophie le preguntara cándidamente a su abuelo: «¿Tú crees que Jesucristo tenía novia?» (página 307). Sophie sigue haciéndose deliberadamente la tonta cuando en la página 304 se escandaliza ante la afirmación de Teabing de que María Magdalena estaba casada con Jesús: «¿Cómo dice?», responde asombrada la nieta de Sauniére, diez o doce años después de haber hablado con su abuelo del asunto. Claro que la respuesta a esta sorpresa es ya conocida. Teabing le dice a Sophie que el matrimonio de Jesús y María Magdalena «está documentado históricamente». La documentación a la que se refiere es su retorcida interpretación de un cuadro de Leonardo, pintado entre 1495 y 1497.

En algún momento que desconocemos la Iglesia prohibió el nombre de Magdalena

Capítulo 60, página 316:

Teabing, a Sophie: «Como la Iglesia prohibió su nombre, Magdalena empezó a conocerse a través de seudónimos, el Cáliz, el Santo Grial o la rosa. [...] La rosa está relacionada con la estrella de cinco picos, el pentáculo de Venus, y con la Rosa náutica. Por cierto, que la palabra rosa en inglés, francés y alemán, entre otras lenguas, es rose.

»-Rose -añadió Langdon- es un anagrama de Eros, el dios griego del amor sexual».

Desde el principio la Iglesia dio culto a los santos, a los que «morían en el Señor».

Entre ellos ocupó lugar nada desdeñable Santa María Magdalena. Desde muy antiguo y hasta hoy, la Iglesia latina festeja su memoria en el día 22 de julio. Su culto se extendió muchísimo, sobre todo durante la Edad Media, por toda Europa.

Decir que la Iglesia «prohibió su nombre» es un disparate, puesto que siguiendo una antiquísima y piadosa costumbre cristiana ha sido y es habitual que a muchas recién nacidas se les imponga el nombre de María Magdalena en el bautismo. Muchas religiosas elegían ese nombre al entrar en el convento y al menos catorce santas llevan el nombre de Magdalena en memoria de la santa penitente.

En honor de la santa, unos sabrosos dulces típicos de España y de Francia llevan su nombre aún hoy: las tradicionales «magdalenas». De haber sido proscrito su nombre, y de ser ciertas las fantasías de Teabing, las magdalenas se llamarían «rosas», o por ejemplo «suspiros de rosa», que no estaría mal, pero no es verdad.

No existe ningún documento que asocie las palabras cáliz, grial, o rosa con María Magdalena. Claro que con decir que la Iglesia los ha destruido sistemáticamente (ver cuarta parte de este libro), Brown puede inventarse cualquier fantasía.

Cualquier persona que conozca algo de latín sabe que las lenguas europeas actuales conservan una inmensa cantidad de palabras de origen latino. En el caso de rosa, la mayor parte conservó tal cual la forma latina en nominativo: rosa (italiano, español, portugués), mientras que en otras lenguas tuvo ligeras variantes, como el rose que menciona Brown. Ahora bien, establecer una relación entre eros y rose, diciendo que uno es anagrama del otro es no entender nada ni de anagramas ni de lingüística. Es muy ilustrativo de la forma de pensar que tiene el autor. Según él, la adopción de la palabra rose obedece a un secreto deseo de establecer una relación con eros. Los creyentes en las teorías de la conspiración siempre piensan que hay secretos designios en las cosas más corrientes de la vida, lo que implica una inteligencia conspiratoria y desconocida que va dejando señales para los iniciados, en los lugares más insospechados. Según Brown, los alemanes, franceses e ingleses de la Alta Edad Media «eligieron» rose en lugar de rosa, para honrar a Eros. Se ve que eran más refractarios a la doctrina católica que los españoles o los italianos. Lástima que además de ser algo disparatado, en la época en que alborean las lenguas modernas Eros fuera conocido en Occidente por su nombre latino, Cupido, y sólo en el Renacimiento se difundiera relativamente entre las clases ilustradas la mitología griega.

Aquí aparece «Q»

Capítulo 60, página 318:

Teabing habla de los supuestos «documentos del Sangreal»: «Circulan rumores de que en el tesoro también está incluido el documento "Q" del que hasta el Vaticano admite su existencia. Supuestamente se trata de un libro con las enseñanzas de Jesús escritas tal vez de su puño y letra».

«Circulan rumores», «supuestamente», «escritas tal vez de su puño y letra»... ¿Afirma Brown algo en concreto? No, pero pese a rodear el texto de vaguedades y ambigüedades, el lector pasa por este párrafo y le queda la sensación de que efectivamente se está hablando de un documento escrito por el mismo Jesucristo y que el mismo Vaticano acepta que existe.

Basta con asomarse un momento a un estudio contemporáneo sobre los evangelios sinópticos para encontrarse mencionada «la hipótesis Q». Se trata de eso, de un intento de explicación del origen desde el punto de vista literario de los evangelios, concretamente los de San Lucas y San Mateo. Esta hipótesis pretende explicar las concordancias y disonancias entre los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas). Consiste en postular que los evangelios de Mateo y Lucas «dependen» en cuanto a sus fuentes, de una supuesta fuente anterior que llamamos «Q» y del Evangelio de Marcos. «Q» no es ningún nombre secreto, es la inicial de la palabra alemana quelle, «fuente», y, nunca nadie ha visto «Q», porque esta hipótesis no se basa en el hallazgo de ningún fragmento, sino en las características intrínsecas de los Evangelios de Mateo y Lucas, que recogen pasajes y palabras que no fueron incluidos en Marcos. Es más, para tener alguna pretensión de validez, «Q» debería ser una fuente oral, no escrita. Debería ser una supuesta colección de dichos de Jesús transmitidos de palabra, no por escrito, lo cual permitiría considerarlo como una «fuente» y no como un texto plagiado por Lucas y por Mateo.

Para los estudiosos que elaboraron esta hipótesis, resultaría muy conveniente que dichos evangelios dependieran de una fuente previa común, que llamamos «Q», lo cual explicaría ciertas semejanzas. Nada más. «Q», como tal, no existe.

Esta hipótesis comenzó a esbozarse a comienzos del siglo XIX, en el ámbito protestante alemán, y actualmente ha alcanzado una enorme difusión entre los investigadores. De todos modos, cualquier estudioso sabe que hay un abismo entre una hipótesis que explicara un problema y una prueba cierta de que esa explicación sea real. Además, «la hipótesis Q» sólo resuelve los problemas aparentemente. Es demasiado simplista y desprecia los aspectos que no concuerdan con ella y, por otra parte la hipótesis y el supuesto contenido de «Q» varía según quién sea el autor, precisamente porque es una respuesta muy problemática.

La teoría nació en un contexto histórico turbulento, el de la Kulturkampf de Otto von Bismark, cuyo principal enemigo era la Iglesia católica, y ese prejuicio anticatólico ha marcado la posteridad de la teoría[14].

Como hipótesis que es, ni la Santa Sede ni la Iglesia han confirmado la existencia de «Q», como pretende el personaje de Brown, para dar más fuerza a su argumento. Además la elaboración de la hipótesis «Q» no sólo prescinde de los datos de la fe respecto al origen sobrenatural de los evangelios, sino que ya en su origen nació en cierta confrontación contra la historicidad de los evangelios.

Notas

[14] David Laird Dungan. A History ofthe Synoptic Problem. Doubleday. 1999.

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