conoZe.com » Leyendas Negras » Código Da Vinci » La verdad sobre El Código da Vinci. » La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Segunda).- Examen crítico de los argumentos del Código Da Vinci

XII.- Merovingios

Sorprendente precisión para alguien que no sabe nada

Capítulo 60, página 318:

«-¿Y esos cuatro arcones con documentos son el tesoro que los caballeros templarios encontraron bajo el Templo de Salomón?

»-Exacto».

No existe ningún documento que lo sugiera ni siquiera hay ningún indicio que nos haga pensar que los templarios excavaran el Templo de Salomón y encontraran esos cuatro arcones de que habla Teabing, ni el sarcófago de la Magdalena, como dirá más adelante.

Ahora bien, según Teabing, esos arcones contienen la única prueba de que esos arcones existen. Teabing confiesa que no los ha visto, ni ha visto ninguno de los supuestos documentos. Entonces, ¿cómo sabe de qué está hablando? ¿Cómo sabe que lo que hallaron no fueron los tesoros de la reina de Saba o la fórmula de la Coca-Cola?

Aquí conviene que los merovingios sean descendientes de Jesús, y que París sea fundada por aquéllos

Capítulo 60, página 319:

«El linaje de Cristo se perpetuó en secreto en Francia hasta que, en el siglo v, dio un paso osado al emparentar con sangre real francesa, iniciando el linaje conocido como la Casa Merovingia.

»-Los merovingios fundaron París.

»-Sí, ésa es una de las razones por las que la leyenda del Grial es tan rica en Francia».

No sabemos cómo ese fantástico linaje de Cristo entroncó con los descendientes de Meroveo ni cuándo sucedió tal cosa. Obviamente, la historia no recoge ningún episodio semejante, ni podemos deducirlo por ningún indicio. Pero hay más, los francos, hasta llegar a Clovis -Clodoveo-, eran un pueblo germánico muy particular. A diferencia de otras grandes tribus germánicas no habían entrado en contacto con el cristianismo, ni en su versión ortodoxa ni con el arrianismo. Los otros dos pueblos bárbaros que dominaban también la antigua Galia romana, los visigodos y los burgundios, eran arrianos. La población galo-romana de estas regiones era, sin embargo, en su mayoría católica.

Según Brown, el linaje de Cristo emparenta con la sangre real francesa e inicia la casa de los merovingios. Supuestamente, a partir de entonces, hasta llegar a Dagoberto II, todos los reyes franceses son descendientes carnales de Jesús. Menos de cien años después de ese misterioso y fantasioso entronque, el más famoso de los merovingios, Clodoveo -que se había casado con Clotilde, princesa católica borgoñona- vence en la batalla de Tolbiac tras ver una «señal en el cielo». Pocos años después, el 25 de diciembre de un año en torno al 500, Clodoveo se bautiza junto con unos 3.000 guerreros fieles. Clodoveo fue gran amigo de San Remigio, obispo de Reims, y de San Avito, obispo de Vienne. Tras la conversión de Clovis, la Iglesia merovingia (franca y galo-romana) comienza una decidida labor de evangelización de las tribus francas. La cristianización de los francos se culminaría en el siglo VII. Los misioneros católicos celtas poblaron la Galia de monasterios que seguían la regla de San Columbano y los benedictinos hicieron lo mismo con la regla de San Benito. El reino franco se convirtió en un potente foco de irradiación de la fe católica... durante el reinado de la dinastía merovingia.

Parece muy extraño que Clodoveo, que según Brown descendía carnalmente de Jesús, no sólo casara con una princesa católica -que no dejó nunca de catequizarle hasta que lo convirtió-, sino que pidiera solemnemente el bautismo y que adoptara como religión oficial del reino el cristianismo. Hay que darse cuenta de que si alguien no tenía necesidad de fingir, ése era Clodoveo. Procedía de una familia de gran prosapia pagana. Su pueblo era pagano como él. Sólo los pobladores galo-romanos eran católicos, pero sabía bien, por sus parientes los visigodos que se podía dominar a una población local católica sin necesidad de congraciarse con su religión. Para más inri, todos los pueblos germánicos que le rodeaban al sur y al sudoeste eran arríanos. Vemos que no necesitaba de ello, pero si Clodoveo hubiera querido hacer un cálculo pragmático para decidir su estrategia «religiosa», hubiera optado por cerrar filas con sus «primos» los visigodos y los burgundios, que eran arríanos... y curiosamente, los arríanos son «cristianos» que no creen que Jesús fuera de naturaleza divina.

Brown no conoce la historia de Europa más que de oídas, está claro. Cree él que se ha «apropiado» de los merovingios, y por lo tanto, le conviene a sus propósitos decir que «los merovingios fundaron París». Una vez más, eso no probaría ni insinuaría nada extraño. El problema es que la capital francesa tiene un origen muy anterior. Unos setecientos años anterior. En el siglo III a.C., en la actual región de París, se estableció la tribu de los parisios (parisii). Los romanos trascribieron su nombre como Lutetia Parisiorum, algo así como «la Lutecia de los parisinos».

«Ésa es una de las razones por las que la leyenda del Grial es tan rica en Francia», le confirma Teabing a Sophie. Bueno, quizás haya que intentar buscar otra razón, amigo Teabing.

Brown resuelve el enigma de la muerte de San Dagoberto II

Capítulo 60, página 320:

«¿Ha oído hablar del rey Dagoberto? [...]

»-Era un rey de Francia, ¿no? ¿No es aquél a quien apuñalaron en el ojo mientras dormía?

»-Exacto. Asesinado por el Vaticano y por Pipino de Heristal, que estaban confabulados. A finales del siglo VII. Con el asesinato de Dagoberto la dinastía merovingia prácticamente desapareció. Por suerte, su hijo, Sigeberto, logró escapar secretamente al ataque y perpetuó el linaje, que más tarde incluyó a Godofredo de Bouillon, fundador del Priorato de Sión».

Dagoberto II no es otro que San Dagoberto, rey. Hay que decir que fue rey de Austrasia, no de Francia, en cuyo territorio había otros dos reinos, también merovingios, Neustria y Borgoña. Curiosamente la historia (según Brown manipulada por los vencedores) nos muestra a un rey inteligente y bondadoso, muy cristiano y devoto. Llegó al trono siendo niño, pero una conspiración del mayordomo de palacio Grimoaldo lo arrancó de él. Por cierto, que para ser un descendiente de María Magdalena, se portó en todo como un perfecto católico y hasta se hizo consagrar rey por el obispo de Reims, San Rigoberto y fue amigo íntimo de San Wilfredo de York.

Dido, obispo de Poitiers, se llevó al niño a Irlanda, para protegerlo. Allí vivió varios años en un monasterio y recibió una esmerada educación católica. Veinte años después, volvió a ser llamado al trono, en el 676, siendo mayordomo de palacio Ebroíno, y permaneció en él hasta el 679, cuando fue asesinado. Pepino o Pipino de Heristal todavía no era mayordomo de Palacio y no consta que tuviera participación directa en la muerte de Dagoberto, aunque tampoco hay que excluirlo, dadas las costumbres de la época. Este Pipino era nieto de otro Pipino, de Landen, que también fue mayordomo real y fue un hombre de gran santidad, lo que le costó algunos disgustos con el abuelo de Dagoberto II, Dagoberto I, a quien reprochaba su vida adúltera. Pipino de Landen fue elevado a los altares, y recibe culto de beato.

Dagoberto II había sido un rey muy impopular entre los nobles (no así entre el pueblo), por lo que tenía numerosos adversarios en su propio entorno. Murió durante una cacería, y eso es lo que se sabe.

Respecto a la supuesta participación de «el Vaticano» en la muerte de San Dagoberto, la sola idea causa estupor y ni una sola de las fuentes insinúa nada al respecto. Dagoberto era un buen cristiano y fiel hijo de la Iglesia. Además, hacía varios decenios que el poder real descansaba en manos de los mayordomos de palacio, que en muchas ocasiones deponían a unos reyes e imponían a otros, de modo que los últimos merovin-gios han pasado a la historia como los reyes holgazanes.

A la muerte de Dagoberto todas las fuentes indican que no quedaron descendientes varones suyos, pues corrieron la misma suerte que su padre. La noticia que nos cuenta Brown relativa a la supervivencia de su hijo Segisberto por supuesto se basará en fuentes secretas. Dagoberto II tuvo cuatro hijos, y dos hijas suyas también son veneradas por la Iglesia como santas, Santa Herminia y Santa Adela.

Como ya se ha indicado antes, es falso que la familia de Godofredo de Bouillon fuera descendiente de Dagoberto. Ellos mismos, sin aportar más pruebas, se decían descendientes de Carlomagno, un Heristal, y hacían gala de ello.

Por último, un anacronismo en plena acusación de conspiración para el asesinato. Supuestamente, detrás de la muerte de San Dagoberto, según Brown, estaría «el Vaticano». Es interesante, y representativo de la vaguedad de las acusaciones de este autor, tan exhaustivamente documentado. Desde el siglo IV hasta comienzos del siglo XIV, la residencia de los Papas era el palacio del Laterano, que se incendia poco antes de que comenzara «la cautividad de Aviñón», el período en que los Papas residieron en esa ciudad del mediodía francés. A finales del siglo XIV, el papado vuelve a Roma y es cuando comienza a usarse la residencia del Vaticano. Sin embargo, la forma de referirse a la institución no es «el Vaticano» hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando los «unitarios» de Mazzini y de Garibaldi empiezan a llamar así a los Estados Pontificios. Es pues, una denominación reciente, anticlerical y que se refiere al gobierno temporal del Papa. A partir del pacto de Letrán, el 12 de febrero de 1929, la denominación internacional del Estado pontificio es «Ciudad del Vaticano». Pero para lo que nos interesa, no se puede hablar de «el Vaticano» a finales del siglo VIII. Para eso aún faltan algo más de mil años. La forma histórica para referirse al papado hubiera debido ser «la sede de Pedro», «la Santa Sede», o sencillamente, «el Papa».

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