conoZe.com » Leyendas Negras » Código Da Vinci » La verdad sobre El Código da Vinci. » La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Segunda).- Examen crítico de los argumentos del Código Da Vinci

XIII.- Astros y sexo

Ay, esos cristianos que creen a pies juntillas en los horóscopos...

Capítulo 62, página 332:

«Langdon sintió un escalofrío. Las profecías astrológicas nunca le habían interesado demasiado ni se había fiado de su credibilidad, pero sabía que había gente en la Iglesia que las seguía a pies juntillas.

»-La Iglesia llama a este período de transición "el Fin de los Días". [...] No se refieren al fin del mundo, sino más bien al final de la presente era, la de Piscis, que empezó en la época del nacimiento de Cristo, se desarrolló en el transcurso de dos mil años y ha terminado con el milenio que hemos dejado atrás. Y ahora hemos entrado en la Era de Acuario, el Fin de los Días ha llegado».

De nuevo una afirmación gratuita, sin ningún fundamento: «Había gente en la Iglesia que las seguía a pies juntillas [las profecías astrológicas]». Los cristianos saben que Jesucristo explícitamente nos aparta de tales especulaciones. Todo intento de averiguar acontecimientos futuros por vía de predicciones, oráculos y «profecías» astrológicas es incompatible con la fe del cristiano y es una tentación de no vivir la confianza en la Providencia de Dios. El Catecismo de la Iglesia católica señala que «todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios; la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone "desvelan" el porvenir. La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de videncia, o el recurso a mediums encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de amoroso temor que debemos solamente a Dios» (número 2116).

Por supuesto la Iglesia no llama con ningún nombre a «este período de transición» del que habla Brown, ni cree que existan cambios de eras, ni la de Acuario, ni la de Piscis, ni la del mono. El Hijo de Dios anunció que llegaba el Reino de Dios y el único cambio sustancial que ya esperamos los cristianos es el de su Segunda Venida antes del fin de los tiempos.

Brown quiere hacer creer al lector que la misma Iglesia participa de la superstición de los cálculos astrológicos, error del que hubiera salido con una sencilla consulta a un catecismo. Pero eso quizás le hubiera estropeado la tarde.

Hay que ver lo que inventan algunos hombres para camelar a las mujeres

Capítulo 74, página 383:

Langdon le explica a Sophie que el rito sexual que él llama Hieros Gamos «no tenía nada que ver con el erotismo. Se trataba de un acto espiritual. Históricamente, el acto sexual era una relación a través de la que el hombre y la mujer experimentaban a Dios. En la antigüedad se creía que el hombre era espiritualmente incompleto hasta que tenía conocimiento carnal de la divinidad femenina. La unión física con la mujer era el único medio a través del cual el varón podía llegar a la plenitud espiritual y alcanzar finalmente la gnosis, el conocimiento de lo divino. Desde los días de Isis, los ritos sexuales se consideraban los únicos puentes que tenía el hombre para dejar la tierra y alcanzar el cielo.

»-Mediante la comunión con la mujer -prosiguió Langdon-, el hombre podía alcanzar un instante de climax en el que su mente quedaba totalmente en blanco y veía a Dios».

Una breve explicación, porque el asunto es de una grosería que produce vergüenza.

Ni Brown ni ninguno de los -lamentablemente- crecientes adeptos a esta religión feminista pueden aducir una sola prueba de lo que dice respecto al sexo como acto espiritual en «la antigüedad». Nunca existió el culto a «la diosa», a «la divinidad femenina», como se explicará más abundantemente en la tercera parte.

Nunca se ha encontrado rastro de una sociedad en la que «el acto sexual era una relación a través de la que el hombre y la mujer experimentaban a Dios», más que en la fantasía hipererotizada de algunos contemporáneos, que alimentan una extraña nostalgia respecto de un fantasioso edén de cópulas irresponsables e irreprochables. Las prácticas sexuales desenfrenadas han formado parte de cultos, demoníacos e irracionales, tanto en Grecia como en Roma y otros pueblos, y hasta hoy, en los que no se perseguía ninguna perfección espiritual, sino el puro deleite físico y si se quiere una sensación de poder totalmente mundana y justificada con un ritual «religioso». Pueblos como los cananeos conocieron la prostitución sagrada, pero eso prueba el nivel de postración moral al que llegaron. De hecho, muchos judíos, que eran vecinos de los cananeos, muchas veces se dejaban caer por sus prostíbulos «sagrados» para holgar con sus hierodulas, pecado que no escapaba a los enojados ojos de los hebreos piadosos y a la reprensión del mismo Yahveh, por boca de sus profetas[15].

No se puede leer sin estremecimiento que «la unión física con la mujer era el único medio a través del cual el varón podía llegar a la plenitud espiritual y alcanzar finalmente la gnosis, el conocimiento de lo divino», cuando precisamente lo que se ha asociado siempre con la lucidez religiosa ha sido la continencia sexual, mucho antes del cristianismo (p.e. los pitagóricos, los estoicos, las vestales...). Los festivales pánicos y dionisíacos en los que los partícipes se involucraban en orgiásticas prácticas eran rituales basados precisamente en el miedo y la angustia que produce la vida sin comunicación con Dios. De Pan, el dios griego de los pastores, que aterrorizaba a los caminantes y a quien atribuían los ruidos tenebrosos en los montes, procede la palabra pánico. Ese mismo dios era el que auspiciaba el recurso a los aspectos más instintivos como forma de huir del sinsentido cotidiano y de la imposibilidad de dar razón del mal en la vida.

«Mediante la comunión con la mujer -prosiguió Langdon-, el hombre podía alcanzar un instante de climax en el que su mente quedaba totalmente en blanco y veía a Dios». Una vez más, ningún indicio, ni aun somero, de que esta afirmación de Langdon tenga el menor fundamento real. Ni sombra. Pero eso sí, encaja perfectamente con la mentalidad autoindulgente y cobarde de la sociedad en que vivimos. Cobarde, porque agradece cualquier coartada -por alucinante que sea- que le permita justificar una vida banal y sin responsabilidad moral. Nada agrada más a ciertas mentes que poder hablar de sus bajezas convirtiéndolas en virtudes.

Afirmar que al dejar la mente en blanco se ve a Dios es una machada descomunal. El sexo usado de forma alienante conduce a una vida obsesiva y no precisamente racional. Un dios que hubiera creado una criatura racional y luego le pidiera que para unirse a él silenciara su razón sería un ser macabro y cruel. Dios nos ha hecho inteligentes y ha creado un mundo que se puede comprender, según la medida de nuestra inteligencia, y la unión con Dios pasa por nuestra aproximación intelectual y afectiva a Él. Por conocerle y amarle.

Eso no quiere decir que el sexo sea algo malo, sino que tiene su función propia. Del mismo modo en que comer no es algo malo y no por ello sirve como vía unitiva con Dios.

Nótese otra vez, así como en la explicación siguiente, cómo Langdon en el fondo está pensando siempre en el apetito sexual del varón, y que tiene una concepción instrumental del cuerpo femenino. Suena a una torpe fantasía masculina para seducir a mujeres crédulas.

Brown no ve más que sexo por todas partes, incluso donde menos debe

Capítulo 74, página 384:

«Los alumnos judíos de Langdon siempre se quedaban boquiabiertos cuando en clase explicaba que la tradición hebrea primitiva incluía ritos sexuales. "Y en el Templo, nada menos". Los primeros judíos creían que el sanctasanctórum en el Templo de Salomón albergaba no sólo a Dios, sino a su poderosa equivalente femenina, la diosa Shekinab. Los hombres que buscaban la plenitud espiritual acudían al templo a visitar a las sacerdotisas -o hierodulas-, con las que hacían el amor y experimentaban lo divino a través de la unión carnal. El tetragrámaton judío YHWH -el nombre sagrado de Dios- derivaba en realidad de Jehová, una andrógina unión física entre el masculino Jah y Havah, el nombre prehebráico que se le daba a Eva».

Continúa la grosera fantasía del autor. A las clases de Langdon debían de acudir los chicos más impresionables e inclinados a abrir la boca de todo Harvard. Uno se pregunta que si tan feminista era el pretendido culto de que habla aquí, ¿qué hacían las mujeres «que buscaban la plenitud espiritual» ésa? Vaya una forma de llamar a la rijosidad: «necesidad de plenitud espiritual».

Es un disparate y machista, además.

El Templo de Salomón, como su nombre indica, fue levantado por el hijo del rey David. Eso quiere decir que, adoptemos la cronología que queramos, el pueblo hebreo tendría para entonces más de mil años y contaba con la Torah, el Pentateuco. Llamar a los contemporáneos de Salomón «los primeros judíos» es una enormidad. Ningún documento hebreo, ni anterior ni posterior a esta época, refiere la existencia de ritos sexuales en el Templo, lo que sí recogen es que algo así hubiera sido considerado una abominación y una profanación intolerable[16]. En el templo nunca existieron esas sacerdotisas-prostitutas de que habla Brown, y nada resulta más repugnante a la mentalidad judía que afirmar que se puede lograr la unión con Dios por esa vía.

El concepto de Shekinah o Sequina aparece varias veces en el Antiguo Testamento[17]. Aunque, en realidad, lo que significa está constantemente en la Biblia: «la presencia de Dios» o la «gloria de Dios», que en ocasiones se manifiesta, llena, a los hombres, sus moradas.

El judío era estrictamente monoteísta. Rezaba todos los días la oración Shemá: «Recuerda Israel, el Señor es tu Dios, sólo Él es Dios». La concepción dualista de Dios es propia de las corrientes gnósticas, judías o cristianas, pero choca de frente con la fe en el Dios único.

El concepto de Shekinah como personalización femenina de Dios o incluso como «diosa» no sólo no se puede atribuir a los «primeros judíos», sino que no aparece hasta la codificación de la Kábala, ¡en el siglo XI después de Cristo! En este compendio de enseñanzas gnósticas se enseña que en Dios hay dos «partes»: lo que Dios es en sí mismo y su manifestación. En Sof y las emanaciones de los diez Sefirot. El principio femenino del Sefirot es llamado Shekinah. En cualquier caso, este tipo de Kábala es una desviación del judaismo antiguo y nada tiene que ver con la época del templo.

El tetragrámaton -palabra griega que significa «cuatro letras»- YHVH o YHWH es la palabra hebrea para designar a Dios. Pero es tan sagrada que no puede pronunciarse. Cuando se leía la Escritura y aparecía el nombre de YHVH, el lector pronunciaba «Adonai», o «Elohim», el Señor.

Según el experto Langdon, «YHWH -el nombre sagrado de Dios- derivaba en realidad de Jehová, una andrógina unión física entre el masculino Jah y Havah, el nombre prehe-bráico que se le daba a Eva». ¿Cuánto hay de verdad en esto? La palabra Jehová es resultado de una confusión surgida a finales de la Edad Media, en ambientes cristianos. Es decir, más de tres mil años después de que el tetragrámaton comenzara a usarse en el pueblo de Israel. Resulta un poco difícil decir que YHWH derivase de Jehová, que no es otra cosa que una mala interpretación por parte de intérpretes cristianos de las notaciones masoréticas. El hebreo escrito no tiene vocales y para facilitar la lectura de los textos, un grupo de gramáticos judíos se preocupó -entre otras tareas para preservar los textos- de hacer pequeñas anotaciones en las que se indicara al lector qué vocales debía intercalar entre las consonantes para asegurar la exacta pronunciación tradicional. En hebreo, tradición se dice masora, y a estos expertos se les conoce como «masoretas». En la palabra YHWH, como no debía pronunciarse, los masoretas intercalaron las vocales de «Adonai», o de «Elohim», para recordar al lector que debía decir estas palabras al llegar al tetragrámaton. Ningún estudiante de una escuela rabínica se hubiera equivocado en esta tarea. Pero en ambiente cristiano, casi mil quinientos años después del nacimiento de Cristo, aunque se conocían los textos masoréticos se había llegado a perder esa tradición rabínica, con lo que pudo darse el error de leer YHWH con las vocales de «Elohim» o de «Adonai» (YaHoWaH). El resultado fue un neologismo, algo así como «Jahovah» o «Jehová», en lugar de Yahveh. La palabra Jehová sólo se usó entre los cristianos después del siglo XVI y hasta comienzos del siglo XX. Pero nunca fue usada por los judíos. Una vez más, nada de nada.

Notas

[15] Os 4, 10-14.

[16] Deut 23, 18.

[17] Éx 24, 16-17; Ez 1, 28; Ez 43, 1-5.

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