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La verdad sobre El Código da Vinci (Parte Segunda).- Examen crítico de los argumentos del Código Da Vinci

En esta sección se someten a crítica los datos y argumentos que Dan Brown introduce en su novela. He elegido sólo algunos de los muchos pasajes del libro porque resultan especialmente significativos dentro del esquema del autor. Averiguaremos si pertenecen al mundo de la realidad o al de la ficción.

Por debajo de una trama vivaz y trepidante, los personajes de Brown protagonizan otra, más discreta y soterrada pero mucho más importante. Consiste en que dos de ellos, Langdon y Teabing, a través de sorprendentes revelaciones, modifican completamente la forma de pensar de Sophie en el curso de las veinticuatro horas que abarca la peripecia de la novela.

A primera vista El Código da Vinci es simplemente una historia de suspense, un thriller, con dos protagonistas, un hombre y una mujer, relativamente jóvenes, cultos, atractivos y atléticos. Los dos se ven obligados a protagonizar juntos una huida y una búsqueda, con numerosos contratiempos y sorpresas. Esa misma proximidad física de ambos hace que el lector vaya intuyendo una disimulada atracción entre ellos y al concluir la historia, la atracción se hace más clara y el final nos deja expectantes ante un inminente romance.

Pero el verdadero hilo conductor de esa historia es el misterio que los ha unido a través de la muerte violenta del abuelo de Sophie: la doctrina del Priorato de Sión.

Es decir, en realidad, en el mismo libro se superponen dos novelas: una de suspense y de acción, y un relato pedagógico o de tesis. La segunda narración está como envuelta en la primera. El thriller engancha y capta la atención del lector, mientras que la narración pedagógica aprovecha esa disposición del lector para introducirlo en un universo espiritual novedoso.

El relato pedagógico, o de tesis, narra una «conversión»: Sophie comienza la jornada ignorante de todas las ideas que profesaba su difunto abuelo y pocas horas después acaba identificándose con ellas. El profesor Langdon, al que luego se unirá el millonario Teabing, no tiene relación familiar con el conservador Sauniére (abuelo de Sophie), pero comparte con él sus convicciones más profundas. Langdon y Teabing son los encargados de iniciar a Sophie en el pensamiento de ellos y de su abuelo.

Curiosamente, en los dos relatos entrecruzados los personajes ocupan papeles diversos: en el thriller romántico, sir Leigh Teabing es un desaprensivo que engaña a Langdon y a Sophie, y al final llega incluso a intentar matarlos. En el relato moral subyancente, Langdon y Teabing en realidad son un solo personaje desdoblado en dos que, mano a mano, se turnan en la tarea de instruir a Sophie. Desde el punto de vista de ese relato subyacente, los discursos de Langdon y de Teabing podrían ser pronunciados por un solo personaje, y ambos son el alter ego del autor, mientras que Sophie no es la atractiva y seductora mujer protagonista de una emocionante aventura sino que representa al lector que va iniciándose en el secreto. El relato de ficción no puede ser analizado desde nuestro punto de vista, pero no ocurre lo mismo con el relato educativo.

Aquí, pues, nos centraremos en ese relato de la «conversión» de Sophie, porque las pruebas y argumentos que sus compañeros le muestran para persuadirla pueden servir también para causar la perplejidad -cuando no también conversiones análogas a la de Sophie- entre los lectores de carne y hueso.

Hay, de entrada, un aspecto censurable en el modo de realizar la superposición de los dos géneros literarios. Tanto más cuando hay que reconocer que Brown consigue plenamente lo que ansian todos los escritores: forjar una trama que mantenga la atención y el interés del lector, forzándole a devorar página tras página sin que la intriga decaiga durante la mayor parte del libro. Aunque no hay nada de ilegítimo en el recurso de Brown de unir dos géneros en una sola obra, el autor se excede cuando no respeta la naturaleza de cada uno. Mientras reconoce ser un creyente de las doctrinas que profesa y quiere transmitir, mantiene al lector en la ignorancia de cuándo habla en clave de ficción y cuándo lo hace con el propósito de revelar una verdad. De este modo consigue decir y no decir al mismo tiempo. Insinuar, crear una sensación imprecisa en el lector al que ha turbado con las sospechas que ha vertido sobre sus convicciones.

Sin embargo, Brown deja claro en sus declaraciones al margen de la novela que concede valor de prueba a los datos que incluye en El Código.

Son datos relativos al culto a la diosa (su presencia en los Juegos Olímpicos, su pervivencia subterránea bajo las estructuras cristianas, en los merovingios, en la casa de Bouillon...), o sobre la sabiduría secreta de los iniciados en el culto (saben las implicaciones en la naturaleza del número phi, o «divina proporción»), o sobre las intenciones de los cristianos (el asesino Silas), o sobre misterios cuya clave sólo conocen los iniciados (los 666 paneles de la pirámide del Louvre, los mensajes secretos de Leonardo en La última cena...), o simplemente datos ocultos de la historia.

Arriesguémonos a saber qué razones tienen los adoradores de la diosa.

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