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Unas palabras sobre la gnosis
La actitud de queja y de rebeldía ante las normas no es patrimonio exclusivo de quienes se afilian a un grupo organizado de creencias gnósticas o neopaganas. El tipo de pensamiento gnóstico es hoy dominante en nuestra sociedad. La queja y la exigencia de derechos, vengan a cuento o no, la irritación que levanta cualquier mención a una verdad o a una norma ética universales (principalmente en el plano de la sexualidad y del aborto, pero también en cuanto al respeto a la propiedad o el deber de obediencia a las leyes) son síntomas de un modo de pensar que delata un no estar «a gusto» en el mundo en que vivimos.
La ética vagamente libertina combinada con un escepticismo dulce marcan el tono de nuestras sociedades occidentales de comienzos del siglo XXI. No son otra cosa que la máscara que oculta una gran decepción y una nostalgia. Nos han encerrado a cada uno en nuestra incuestionable independencia que no permite la intromisión de nuestros semejantes ni de la realidad misma de las cosas.
La mentira tiene el precio de la soledad de los pequeños placeres que sustituyen a la franca amistad con la vida -a través de la amistad con Dios-, a la que no repugna el sacrificio ni la dificultad inherentes a todo logro que valga la pena.
Esa ética «moderadamente libertina» nos cierra e impide que obtengamos lo que más anhelamos: el conocimiento y la amistad con nuestro Creador. Nos hemos vuelto tan mezquinos que no estamos dispuestos a considerar una relación seria con Dios porque barruntamos que eso nos exigiría honrar esa amistad, cumplir su voluntad. Resuenan en nuestras cabezas palabras estremecedoras nunca escuchadas pero que fueron dichas para siempre: «Sois mis amigos si hacéis lo que os mando»[12].
Este pensamiento se ha hecho tan familiar a nosotros que por una especie de ósmosis ha calado más profundamente de lo que nos percatamos. Incluso entre los cristianos, a los que, mediatizados por este pensamiento gnóstico, se les hace cada día más difícil reconocer el alcance radical de la Palabra de Dios y se refugian en «interpretaciones» que la reducen a palabras sin relevancia, a etiquetas que no nos distinguen de los demás agnósticos.
Se ha llegado a pensar que la verdad radical en la que se funda la fe cristiana, aquel «si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana es vuestra fe»[13], se puede reinventar también, de modo que no es infrecuente escuchar que la Resurrección de Cristo es un hecho «interior», queriendo decir con eso que no fue histórico: nunca sucedió en el plano real, pero sí en un plano místico y es precisamente en ese plano en el que hay que experimentarla y en el que es salvadora. Hay que haberse esforzado mucho para desvirtuar la razón hasta el punto de ser incapaz de distinguir un engaño tan patente.
Notas
[12] Evangelio de San Juan, 15, 14.
[13] Primera epístola de San Pablo a los Corintios, 15, 14.
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