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I.- La Conversion de los Sajones

1. Al comienzo de las contiendas guerreras de Carlos con los sajones quedaba muy poco, y ello, además, no era esencial, del trabajo misionero de los evangelizadores anglosajones (Suidberto, Evaldo, Bonifacio) y de la misión de los tiempos de Pipino, realizada con fines excesivamente políticos (especialmente en los territorios que se habían hecho y seguían siendo francos).

Si las primeras expediciones guerreras de Carlos contra los sajones tuvieron fines puramente políticos, como veremos, las posteriores estuvieron íntimamente ligadas a la misión. La problemática y hasta la misma tragedia de las guerras sajonas de Carlomagno no pueden ser juzgadas objetivamente si perdemos de vista el carácter puramente político del punto de partida y el carácter preferentemente político del objetivo final (unión de las tribus teutónico-germanas y seguridad contra los eslavos que presionaban detrás).

2. La conjunción de las consideraciones religiosos y políticas en orden a realizar la unidad del imperio se basa en la elemental «visión» ¿e que la religión es la fuerza más profunda de los hombres y de los pueblos; de que, en consecuencia, una auténtica y duradera unidad política sólo es posible cuando se fundamenta en la unidad de la religión. Esto es válido sobre todo para pueblos jóvenes[2]. A comienzos del Medievo era evidente para los príncipes cristianos que la cristianización debía seguir a toda conquista. Omitirla habría parecido algo enteramente falto de sentido; habría estado en contradicción con el concepto fundamental de los germanos cristianizados, para quienes la vida política y religiosa debía formar un todo, y en contradicción también con el sentido de la conversión de Clodoveo, con toda la historia posterior de los francos y, más tarde, con el sentido de la idea imperial; igualmente, en fin, habría estado en contradicción con la naturaleza exclusivista del cristianismo, basada en el mandato misionero de Jesús.

Por lo que se refiere a la misión sajona en particular, su realización revela claramente la intuición que Carlos tuvo de la necesidad histórica de la cristianización de la Germania, dado que por otra parte había que poner un contrapeso al Islam, que amenazaba. Europa (Ranke).

Tras varios tratados de paz con los sajones, en los que para nada se habló de conversión, bautismo y evangelización, la misión de los sajones se convirtió en «misión del rey» y, desgraciadamente, también en «misión de la espada», en un sentido perjudicial para la causa cristiana.

3. Para entender el desarrollo de la misión sajona es preciso recordar: a) Que los «sajones» no formaban un pueblo unitario, sino una agrupación no muy estrecha de diferentes tribus sajonas, que hasta cierto punto habían perdido su independencia en aras de una federación grupal. La consecuencia fue que la evangelización de las distintas tribus no discurrió de modo homogéneo. Más bien la diversidad de necesidades se exteriorizó en una desigualdad de actitudes tanto hacia el cristianismo como hacia el Imperio franco. Parte de los ostfalianos, por ejemplo, que eran vecinos de los eslavos paganos, abrazaron el cristianismo[3] antes que los westfalianos, cuyos vecinos inmediatos y contrarios eran los francos, cristianos pero políticamente muy peligrosos, b) Un segundo y decisivo factor: la rivalidad entre la nobleza y el pueblo. Preocupados por su propio poder, los señores se pusieron en seguida de parte de Carlomagno. La resistencia contra él, con todas sus largas luchas, fue llevada a cabo esencialmente por el pueblo, bajo la dirección del noble westfaliano Widukindo.

Ya en el primer año de luchas sangrientas (772) cayó la Irminsul, el santuario del árbol sacro nacional sajón. Por vez primera (por lo menos en la medida en que las fuentes nos permiten constatarlo con certeza), política y misión se mezclaron en el tratado de paz del año 776: los jefes sajones sometidos y su séquito se prestaron al bautismo. En el campo de la organización eclesiástica se llevó entonces a cabo un importante trabajo, tal vez demasiado rápido, de profundización y ulterior difusión del cristianismo entre los sajones, mediante la construcción de templos, la elección de sacerdotes idóneos y la cura de almas, todo ello con la participación directa, más aún, bajo la dirección de Carlomagno.

Por diversos motivos, entre los cuales fue sin duda el más importante el ansia de libertad de los sajones, hubo en los años siguientes repetidas sublevaciones bajo la dirección de Widukindo. Las incursiones vindicativas que se llevaron a cabo acarrearon efectivamente graves daños al cristianismo: tanto en su propio territorio, donde los sajones, sin ningún miramiento, trataron de aniquilarlo con todo tipo de medios violentos, como en las zonas del Imperio franco donde hacían sus incursiones. Pese a lo cual, tras la victoria de Carlomagno en el año 779, pudo reemprenderse el trabajo de evangelización: la misión hizo progresos considerables hasta el año infausto del 782.

En este año los sajones atacaron el ejército franco, que marchaba contra los eslavos serbios (victoria de los sajones en el Süntel). Se llegó a tal aniquilación de todo lo que era cristiano, que bien puede hablarse de una verdadera persecución cristiana. Se obligó a los bautizados a renegar de la nueva fe, y no faltaron muertes y asesinatos de cristianos seglares y sacerdotes.

Si las precedentes incursiones vindicativas de los sajones contra los francos, a pesar de suponer una ruptura de los solemnes compromisos de paz contraídos, pudieron tal vez ser absueltos del baldón de deslealtad, ahora eso ya no era posible: la apuesta del juego era demasiado alta. Prescindiendo de que Widukindo no actuaba ya en nombre de todos los sajones, sino como jefe de una facción, y como tal organizó un levantamiento contra sus mismos compañeros de tribu, lo principal fue lo siguiente: Carlomagno se encontró combatiendo contra los eslavos para defender el territorio franco-teutónico. En esta lucha, decisiva para toda la obra de Carlos (y para la suerte de Europa), los sajones, quebrantando otra vez la palabra empeñada, le atacaron por la retaguardia. La terrible respuesta que en el colmo de la exasperación se dio a esta grave forma de infidelidad política fue el horripilante día de Verdún del año 782. Era el castigo reservado a los insurrectos y asesinos. Hablar aquí de mártires de la fe es del todo contrario a la objetividad del caso.

No obstante, cuando Carlomagno, tras una previa investigación, mandó ajusticiar en un solo día a los 4.500 (?) sajones entregados por sus propios compañeros de tribu, cometió una acción ignominiosa, inexcusable e indigna de un cristiano y, mucho más, de un príncipe cristiano. Cometió una crueldad que hasta hoy mancilla su nombre. Además perjudicó al cristianismo. Porque la respuesta a Verdún fue, como no podía ser de otro modo, el estallido de una ciega insurrección, esta vez en todo el territorio; de nuevo bajo la dirección de Widukindo tuvieron lugar los más sangrientos levantamientos de toda la guerra, que duraron desde el año 783 hasta la victoria de los francos en el 785.

La acción de Carlos en Verdún, que no fue aprobada ni entre sus más allegados (Alcuino) ni por el papa[4] quedó moralmente compensada en parte por su reconciliación con Widukindo, que estrechó la mano del gran rey de los francos y se hizo bautizar en el 785. Carlomagno fue su padrino. En las luchas posteriores que siguieron hasta el año 804, y que también fueron harto desastrosas para la misión, Widukindo no volvió a tomar parte.

El bautismo de Widukindo, naturalmente, fue para la misión de los sajones un acontecimiento capital; con él quedó asegurada (aunque no completa) su conversión definitiva. La conversión de los sajones fue asimismo un suceso importantísimo para la historia universal, porque los sajones, que al aceptar el cristianismo lo hicieron creativamente, fueron luego los protagonistas del futuro político-eclesiástico: mediante el nuevo Imperio teutón, que llegaría cien años después.

De lo dicho se deduce que la misión sajona, en su esencia, únicamente pudo afianzarse gracias a la sangrienta victoria de Carlomagno. En este sentido, la conversión de los sajones se efectuó en buena parte bajo graves presiones (no faltaron frecuentes deportaciones forzosas). El punto culminante de esta «misión de la espada» se alcanzó con la promulgación de una ley general de Carlomagno, que debía regular y proteger la evangelización en la Sajonia franca y, entre otras cosas, establecía la pena de muerte para quienes rechazasen el bautismo[5] (también para quienes quebrantasen el ayuno, incinerasen los cadáveres y cometiesen robos sacrilegos[6]). Si bien esta ley supone que el cristianismo ya se había impuesto en general y, por tanto, sólo pretendía en sustancia proteger su existencia, ejerció, no obstante, sobre las conciencias una coacción de todo punto inadmisible. Desgraciadamente la Iglesia franca como tal, a excepción de algunos reproches de algunos obispos, no hizo en el fondo absolutamente nada contra esta «misión de la espada».

Junto a todo esto, sin embargo, no hay que olvidar lo siguiente: 1) por lo que respecta a Carlos, las susodichas medidas no debían servir exclusivamente a sus fines políticos; en ellas se manifestaba también en parte el deber de conciencia cristiano-eclesiástica de un creyente a la par que corresponsable de la difusión del cristianismo. La predicación de la fe cristiana era para él una cuestión de conciencia; 2) gran parte de los sajones fue ganada para el cristianismo por la vía pacífica, sin métodos violentos, y 3) el resultado en su conjunto fue una verdadera conversión interna. La magnitud de la insurrección, a la postre inútil, pero agudizada en su desarrollo precisamente por las tensiones políticas entre francos y sajones y no tanto por motivos de conciencia, y, en fin, el saberse sometidos después de una insurrección sin precedentes, en la que habían apostado todo a la carta de la victoria, aumentaron proporcionalmente también la vivencia de la magnitud de la fuerza cristiana triunfante. La larga oposición y la dura lucha contra la nueva fe retrasaron su reconocimiento; pero, cuando éste llegó, lo hicieron mucho más profundo y duradero.

Con la victoria sobre los longobardos (774/787), con la erección de la Marca hispánica (795), con la victoriosa guerra de los ávaros (791/796) y con la sumisión de los sajones, el Imperio franco alcanzó una extensión imponente; la mayor parte del Occidente continental quedaba unida bajo una sola mano, y este imperio era cristiano. Pero es preciso estudiar un poco más a fondo este término «cristiano» en relación con la personalidad de Carlomagno y su obra eclesiástica.

Notas

[2] Las civilizaciones envejecidas tratan eventualmente de buscar un sustitutivo de la religión.

[3] Conversión de Hessi, jefe de los ostfalos, diez años antes del bautismo de Widukindo. Murió monje en el año 804.

[4] Las funciones religiosas en acción de gracias por la victoria, ordenadas a toda la cristiandad, no implican la aprobación de aquel hecho.

[5] Pero es significativo que no fuera esta decisión, sino la exigencia de los diezmos para la Iglesia entre los sajones (como en un primer tiempo entre todos los germanos) la que diera lugar a la más violenta oposición.

[6] La valoración de un castigo tan severo no debe hacerse partiendo de nuestra mentalidad moderna. También los sajones infligían la pena capital con suma facilidad por transgresiones políticas o del culto.

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