conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Primera época.- Fundamentos de la Edad Media Epoca de los Merovingios » §39.- Alianza del Papado con los Francos. el Estado de la Iglesia. Ruptura con Bizancio » Periodo primero.- Florecimiento de la Iglesia en la Primera Edad Media en el Imperio Carolingio y Su Decadencia » §40.- Carlomagno. el Imperio Universal de Occidente.

II.- Obra Eclesiastica, Religiosa y Social de Carlomagno

Carlomagno reconoció la múltiple potencia social, espiritual y religiosa de la Iglesia y del cristianismo; supo emplearla con soberana maestría en la construcción de su obra.

1. Inmediatamente organizó los nuevos territorios conquistados. El territorio sajón fue primeramente asignado como zona de misión a varios antiguos obispados o monasterios; luego tuvo una serie de obispados propios: Bremen, Minden, Verdún, Paderborn, Münster, Halberstadt. Tanto aquí como en otras zonas Carlos actuó como señor de la Iglesia; su voluntad era acatada como una orden incluso en el ámbito eclesial.

En las antiguas zonas del imperio demostró Carlos el mismo interés por una administración eclesiástica regular, esto es, supo ver la enorme importancia de la «ley de la forma» para toda estructura política y espiritual, si se quiere que ésta sea duradera y válida para las grandes masas. Todas las iglesias, incluso las iglesias privadas, debían estar sometidas a un obispo, y los obispados por su parte unificados en una sede metropolitana. Entonces Colonia, Tréveris y Maguncia fueron elevados a la categoría de arzobispados y a Salzburgo se le confió la evangelización de las nuevas regiones ganadas por la victoria sobre los ávaros. (En el año 831, bajo Ludovico Pío, se añadirá Hamburgo-Bremen y en el año 968, bajo Otón el Grande, Magdeburgo. Estos seis arzobispados de Alemania existieron durante toda la Edad Media. De ellos dependieron en Alemania unos cuarenta obispados).

Los concilios que Carlomagno convocó y dirigió, y en cuyas discusiones tanto prácticas como teológicas él mismo intervenía a menudo, determinaron el marco ambiente de toda la vida cristiano-eclesiástica, prescribiendo su contenido y creando un contacto más estrecho entre cada uno de los obispados (fomentando así la unidad del espacio vital).

A los obispados se les devolvieron los bienes eclesiásticos que les había arrebatado el Estado bajo los predecesores de Carlomagno o se les ofreció una compensación. Además, Carlomagno se cuidó de que la Iglesia tuviera otros ingresos; para las necesidades de culto, por ejemplo, se instituyeron los diezmos.

2.Desde la Antigüedad cristiana hubo donaciones a iglesias y monasterios en distintas formas. Pero en el Medievo germánico, preferentemente agrario, ejercieron tal influencia en la vida eclesiástica y en su desarrollo, que podemos calificarlas no sólo de económicamente importantes, sino de religiosamente decisivas para el Medievo cristiano.

a) El que Carlomagno y, después de él, los reyes alemanes y emperadores romanos fueran llamados tutores o protectores de la Iglesia significó, también bajo este aspecto, algo más que un mero título honorífico: ¡este título fue expresión de un dominio real sobre las iglesias, abadías, etc., fundadas por el soberano que lo llevaba o por sus predecesores, y no menos sobre el Estado de la Iglesia e incluso sobre el propio papado (hasta Gregorio VII)!

Dentro de este marco organizativo debía florecer, tal era la voluntad de Carlomagno, una exuberante vida religiosa, eclesial e intelectual. Nadie hubo más insatisfecho que él con la letra de los acuerdos. Personalmente se preocupó de llevarlos a la práctica, y todo ello dentro de un plan determinado, del que también formaba parte imprescindible el control mediante visitadores. La mejor ilustración de esta actividad nos la ofrece la institución de los missi, que Carlos erigió en institución permanente. De ordinario, estos «mensajeros» reales aparecían de dos en dos: un conde y un obispo o abad (expresión del poder secular y espiritual del emperador). Su competencia no se limitaba a una vigilancia: administraban la justicia y restablecían el orden dondequiera que estuviera perturbado. Se interesaban de igual manera por la vida privada de los obispos y sacerdotes que por la administración regular de la justicia o la exactitud de los pesos y medidas. Examinaban a los seglares de su conocimiento del Credo y del Padrenuestro e investigaban su moral tributaria.

b) Carlos se cuidó de que los estímulos dados fuesen duraderos y se transmitiesen a la posteridad; por eso creó también escuelas. En todas las catedrales e iglesias conventuales tuvo que erigirse una. La mayoría de ellas debían enseñar únicamente cosas elementales. Pero otras tuvieron metas más elevadas; constituyeron una especie de academia o seminario para las nuevas generaciones de clérigos y laicos[7]. Las más importantes fueron las escuelas palatinas de Aquisgrán, Fulda San Galo, Corbeya y Tours.

c) Carlos tenía un personal interés por la cultura. Como es natural, sus colaboradores tuvo que buscarlos primeramente fuera del país. Los dos más importantes se los trajo de Italia: Paulo el diácono, el historiador de los longobardos, y Alcuino († 804), su «ministro de instrucción», a quien encontró en Parma. Este anglosajón trajo a la corte carolingia toda la cultura de la época, que había alcanzado gran altura precisamente en la Iglesia inglesa. Aunque Alcuino no fue un espíritu creativo, se cuidó esforzadamente de conservar para los siglos posteriores, tanto en el campo de la dogmática, de la exégesis y de la liturgia como de otras ciencias, una gran cantidad de conocimientos (brindando así grandes posibilidades de continuidad). Sus dos alumnos más aventajados fueron Eginardo[8] y Rabano Mauro († 856). Alcuino murió en Tours, uno de los más importantes centros de su actividad.

d) Carlomagno también hizo que los monasterios se incorporasen a este proceso de renacimiento espiritual. Incluso es preciso decir que según él los monasterios debían ser no tanto planteles de vida religiosa como focos de cultura económica, científica y artística. Ante todo reactivó fuertemente el trabajo de transcripción de manuscritos, una tarea modesta, sí, pero de inconmensurable alcance y de inapreciable influencia durante toda la Edad Media. Sin Carlomagno muchos documentos de la literatura clásica se hubieran perdido irremisiblemente para la humanidad. Sin aquel trabajo de transcripción apenas hubiera podido desarrollarse entonces y en los siglos posteriores el contacto vivo y la fecundación espiritual recíproca de los distintos monasterios y las diversas sedes episcopales, de la vida teológica al uno y al otro lado de los Alpes.

3. La evolución discurrió orgánicamente, pues recogió y aprovechó lo más valioso de los tiempos precedentes gracias a la intuición y la fuerza de voluntad de la figura genial de Carlomagno. Lo que Dehio nos dice de las sugerencias de Carlomagno en el campo del arte tiene valor general: «Carlomagno, obligando a su pueblo franco a la recepción de lo antiguo, no sólo sacó de su punto muerto todo el arte teutónico, sino todo el arte occidental. Su nombre es el primer nombre individual que hay que consignar en la historia del arte alemán, y a juzgar por los efectos que de él dimanaron, el mayor. Ningún artista ha alcanzado la altura de este no-artista en ese sentido».

Naturalmente, como no podía por menos de ser en esta primera época, el resultado no superó los límites del grado elemental. En efecto, Carlomagno no creó una cultura popular verdaderamente profunda, sino el «renacimiento carolingio». Además, su obra se basó en exceso en la sola y exclusiva personalidad individual del emperador. Para muchas de sus creaciones su muerte significó la pérdida de casi toda posibilidad de vida. Y, sin embargo, ¡cuántas semillas preciosas -que producirían su fruto en un futuro lejano- germinaron de esta siembra a lo largo del siglo que siguió a este renacimiento de la cultura latina fecundada por el espíritu germánico! Una vez muerto Carlomagno, se originó una especie de contienda sobre la necesidad o utilidad de una formación accesible a todos. Mientras que el partido más fuerte quería reservar esta posibilidad sólo para los clérigos y monjes, por la otra parte se impusieron, de una forma cuando menos pasable, las llamadas «escuelas externas».

Pero lo que ante todo hizo perdurar lo sustancial al menos de los admirables estímulos de Carlos, fue la verdad cristiana regularmente predicada y su presentación en la liturgia, así como la teología de los monasterios y las escuelas. En aquella reacción no debemos pasar por alto la fuerza de interiorización monástico-espiritual de aquí emanada.

Carlos se preocupó también de la vida directamente religiosa tanto en los conventos como en las parroquias.

Fueron de gran importancia sus esfuerzos por introducir la Regla de san Benito. Mandó preparar una colección de sermones modélicos para los párrocos, para que la predicación fuese más fructífera. Hizo traer de Roma libros litúrgicos. Alcuino reelaboró el Rituale Romanorum, que, a su vez, fue aceptado por Roma, y aún hoy, en buena parte, está en vigor. La celebración litúrgica, un medio excelente, tal vez el más importante para la educación del pueblo inculto, durante toda la Edad Media, fue embellecida con el canto. Se renovó la penitencia pública por delitos graves, se recomendó encarecidamente la confesión. Para las transgresiones de determinados mandamientos de la Iglesia (por ejemplo, la prohibición de la carne en los días de abstinencia) se estableció incluso la pena de muerte. A los seglares se les exigía un mínimo de formación religiosa. La caridad se organizó de forma más fija (las leyes de Carlomagno prescriben taxativamente que una parte de los bienes de la Iglesia se ha de emplear para los pobres).

4. Para estas diversas actividades fueron de suma importancia los cinco viajes que Carlos hizo a Italia, cuatro de los cuales le llevaron a Roma, que continuaba siendo, pese a los saqueos de los godos y longobardos, la ciudad, rodeada de un esplendor único desde el punto de vista artístico, litúrgico-religioso y hasta político. Aún se mantenían en pie muchos templos, palacios y otras magníficas creaciones del arte antiguo en mármol y bronce. Rávena mostraba la sublime fascinación de sus mosaicos, en los que podía admirarse a la vez una parte de la excelsa y sagrada dignidad imperial de la Roma oriental. En los templos de estas ciudades la liturgia desplegaba una magnificencia y solemnidad diferente de los del Norte rural. Para el capacitadísimo soberano, que procedía de las cortes de Austrasia, hubo de ser como el contacto con una nueva vida. Sin estas visitas, en las cuales sin duda el plasmador del naciente Occidente también se vio impresionado por la avanzada cultura del Oriente (¡Rávena!), no hubiera surgido la catedral de Aquisgrán, que había de ser, como la de Santa Sofía de Bizancio, la Iglesia palatina y estatal de Carlos (modelo inmediato: San Vital de Rávena). Tampoco hay que infravalorar la impresión que estos viajes producirían en el séquito de Carlomagno.

a) No es preciso insistir en los muchos «beneficios» que las ya indicadas disposiciones del emperador proporcionaron a la Iglesia. Los altos títulos religiosos que se le concedieron y de los que volveremos a hablar son también una muestra de reconocimiento por este aspecto de su obra.

Mas ya en el reino merovingio, desde Clodoveo, se había establecido un cierto derecho de intervención en los asuntos eclesiásticos. Los reyes francos, desde su bautismo, figuraron como los paladines natos de la fe católica. Cuando los obispos francos y luego el mismo papa Esteban ungieron a Pipino, aquel encargo se convirtió, más allá de los convenios jurídicos estipulados, en un «derecho» objetivamente sagrado.

Carlos entendió su obra también en este sentido; más aún, como un mandato especial e inmediato de Dios de dirigir al pueblo cristiano. Y en este aspecto, como ya hemos dicho, no sólo fue servidor de la Iglesia, sino también su señor, y a veces de modo violento.

b)Sin embargo, esta obstinada inclusión de la Iglesia en el programa general de Carlos estuvo plenamente justificada desde el punto de vista histórico. Con su idea del reino universal (occidental) por la gracia de Dios, Carlos dio por vez primera configuración universal a uno de los objetivos principales de la Iglesia del Medievo (crear la unidad cristiana occidental). Esto resultó luego tan importante, más aún, tan imprescindible para la actuación de la Iglesia medieval, que a su lado las injustificadas intrusiones de Carlos apenas tienen relevancia histórica. Más aún: desde su concepto de monarquía universal, la completa división de poderes entre lo espiritual y lo político hubo de parecerle absolutamente inviable.

Además, entre los papas de aquel tiempo no hubo ninguna personalidad capaz de llevar a cabo la tan gigantesca como inaplazable tarea acometida por Carlomagno, aparte de que el papado carecía de los medios políticos y económicos necesarios para ello.

c)Esta justificación general de fondo debe ser aún delimitada con algunas consideraciones. Carlos confirió por sí mismo, soberanamente, casi todas las sedes episcopales y abadías (incluso a seglares). Es cierto que era muy exigente con los candidatos (a quienes sometía a severos y repetidos exámenes), pero lo que ante todo exigía de los investidos era el servicio al Estado (alistamiento en el ejército; participación personal en la guerra; hospitalidad al rey en sus viajes).

Pero, a pesar de todo, Carlos no fue un representante del cesaro-papismo (§ 21). No pretendió suprimir los derechos de la Iglesia, sino subordinarlos totalmente al Estado en beneficio de toda la comunidad. Basándose en san Agustín, deseaba que la Iglesia y el mundo pudieran hallarse en la unidad de la civitas Dei, en la cual corresponde a lo espiritual el primado sobre lo secular. Aquí encontramos notables afinidades con la concepción papal. Posteriormente, con Gregorio VII, este concepto dará un giro a favor de la hierocracia papal.

En este período de fundamentación, y aún bajo el reinado de Carlos, tales tendencias no significaban todavía un peligro especialmente grave. Pero cuanto en el régimen unitario universal de Carlos fue inevitable históricamente, con el tiempo tenía que resultar sumamente peligroso: fatalmente tenía que obstaculizar el libre desarrollo de la vida eclesial, es decir, con la mezcla de ambas esferas no se podían satisfacer las exigencias de la vida de la Iglesia. La futura diferenciación de las dos partes habría de demostrar cuán perjudiciales podían o debían resultar luego los principios establecidos por Carlos para bien de la Iglesia.

Esto trasciende, bajo otro aspecto, la participación de Carlos en el desarrollo histórico: también la jerarquía, por su parte, vivía en función de una idea de unidad universal. Así como el soberano Carlos la puso al servicio de lo cultural y político, así también el papado, siguiendo su propio programa (de dirigir directamente toda la realidad), sucumbía a la secularización, pese a haber alcanzado ya la libertad.

d)En un orden de cosas más fundamental, aún fue más grave que Carlos decidiera por sí mismo en las disputas dogmáticas. Ya hemos dicho que intervenía personalmente en los debates de los concilios imperiales por él convocados y dirigidos; pero esto era ya de derecho usual desde mucho tiempo atrás en el Imperio franco.

Más complicado es el caso de la lucha contra las imágenes, donde Carlos trató de imponer su criterio equivocado al papa Adriano I (772-795). El séptimo Concilio general de Nicea (787), en el cual el papa se hallaba representado por dos legados, se había pronunciado a favor de la veneración de las imágenes. En los llamados Libri carolini (790-792) y luego en el Concilio de Francfort (794), en el cual el papa también participó mediante dos legados, Carlos rechazó esta doctrina. Por cierto que la decisión estuvo basada en una insuficiente traducción del texto griego de las decisiones del Concilio de Nicea. Además no se debe pasar por alto el contexto político-eclesiástico: el concilio, según la antigua tradición, había invitado al papa, patriarca de Occidente, pero premeditadamente había dejado a un lado al rey, señor efectivo del imperio en Occidente. Carlos se sintió herido en sus derechos, que la propia Iglesia romana no negaba al emperador romano oriental.

Además, Carlos se presentaba como protector de la fe ortodoxa. Por aquel entonces había atravesado los Pirineos la herejía de Félix de Urgel, una especie del conocido adopcionismo de los primitivos tiempos cristianos (§ 16). En Roma no se prestó ninguna atención a la herejía. Carlos, entre tanto, ordenó a Alcuino que la refutase y la hizo condenar en diversos concilios franco-imperiales, incluso en el de Francfort (794).

e)El punto más peligroso de la postura político-eclesial de Carlos fue la exagerada orientación cultural que imprimió a la vida eclesiástica.

Se produjo así un «cierto encubrimiento de las tareas propias de la Iglesia, porque la Iglesia fue considerada más bien como una institución cultural, a la que en primer término se pedía el fomento de la ciencia, el arte y la economía, dejando atrás sus tareas puramente religiosas» (Schnürer). ¡Un primer memento, una premonición de la triste caída que habría de venir más tarde! Porque aquí (a pesar de una notable sobriedad espiritual) se exageraron tanto ciertas concepciones materialistas de lo religioso y lo cristiano (que estaban profundamente arraigadas en el pensamiento germánico y siempre constituyeron una tentación para el pueblo rudo tanto de la primera como de la alta Edad Media), que fácilmente se pudo caer en una unilateralidad canonista y pelagianizante.

Es preciso subrayar otra vez la inevitable fatalidad de este desarrollo. Difícilmente puede uno imaginarse un desarrollo distinto en lo fundamental. La función cultural y la función eclesiástica aún no estaban separadas; la concepción de base era común al emperador y a la Iglesia, y eso fue lo que hizo que por ambas partes (no obstante la gran diferencia de su naturaleza interna, como veremos) aumentase la confusión y la amenaza recíproca.

Notas

[7] La Schola palatina de Aquisgrán estaba destinada preferentemente a la instrucción de los funcionarios. Tours tenía una orientación teológica. Ambas sirvieron de modelo para otras escuelas. También adquirieron gran importancia, aparte de la nombradas en el texto, por ejemplo, Reichenau y Corbeya.

[8] Autor de la Vita Caroli, escrita entre el 817 y el 830.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=4950 el 2006-07-21 11:59:23