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§42.- Evangelizacion de las Regiones Limitrofes del Norte, Este y Sudeste del Occidente

1. Es un hecho histórico muy significativo que la Iglesia, aun en épocas de decadencia, jamás se haya dado por satisfecha con defender simplemente su existencia, sino que más bien se haya esforzado siempre por ampliar su radio de acción con la evangelización de los paganos. Esta prueba de fuerza interior la dio la Iglesia también en la época poscarolingia.

a) Dado el escaso nivel cultural y el primitivismo naturalista de aquellos pueblos, en su proceso de evangelización desempeñó sin duda un papel muy importante e incluso decisivo el poder político, es decir, el ejemplo o el mandato y a veces hasta la coacción del príncipe converso. Si bien es cierto que en este tiempo el poderoso impulso propagandístico dado por Carlomagno a la Iglesia alemana aún seguía siendo uno de los grandes pilares de la actividad misionera, hemos de hacer hincapié en que después de su muerte faltó esa poderosa fuerza, esa figura única y sobresaliente, capaz de presentar a los caudillos y príncipes paganos la superioridad de lo cristiano de forma sugestiva (incluso desde el punto de vista político), de ofrecerles un incentivo material por su acercamiento al cristianismo y de preparar así el camino de los misioneros cristianos. La situación había cambiado mucho en contra del cristianismo. Así, la misión fue, o forzosamente tuvo que ser, un espejo de la disolución general.

El proceso no fue unitario. Las tendencias particularistas dentro de la Iglesia, como hemos visto, no estaban en el fondo del todo superadas. La estrecha unión de las iglesias particulares con las diversas partes del imperio trajo consigo que la rivalidad secesionista se extendiese también al campo de las misiones. Y no solamente paralizó las fuerzas misioneras como tales, sino que también condicionó las reacciones de los pueblos que entraban en contacto con la Iglesia, los cuales, al aceptar el cristianismo, no querían perder su libertad.

b) Como consecuencia de la tendencia, antes indicada, de exaltación del poder de los metropolitanos (§ 41, II), hubo lamentables desavenencias. Poderosos centros eclesiales alemanes (Bremen, Salzburgo) quisieron desconectar prácticamente a Roma de la evangelización de sus regiones limítrofes. Sería antihistórico condenar sin más estas tendencias (ciertamente no carentes de peligro) como antieclesiales. La autonomía de las iglesias particulares y de las distintas regiones eclesiásticas era entonces incomparablemente mayor que lo fue luego en el siglo XIII, en los tiempos de Aviñón, después del Concilio de Trento e incluso hoy; el proceso de centralización de las Iglesias en torno a Roma, a pesar de Bonifacio, Carlomagno y Nicolás I, todavía se hallaba en su fase inicial. Los siglos en que se asentaron las bases del Medievo, vistos en conjunto, deben su desarrollo al centro de Roma sólo en una mínima parte. Gregorio I no tuvo durante mucho tiempo un sucesor de su misma categoría, capaz de continuar su programa de Iglesia universal. Fue el Norte (por ejemplo, mediante Bonifacio) el que buscó al papado. Pero luego, en los siglos IX y X, el interés de los papas por una Iglesia universal, como ya sabemos, fue decididamente escaso (a pesar de algunas fórmulas de tonos universalistas, procedentes de los tiempos de Nicolás I). No obstante, aun en medio de esta extraordinaria disolución, podemos constatar en todo papa una sorprendente seguridad de ser el «centinela supremo».

En la evangelización de los pueblos orientales desempeñó un papel muy importante esa rivalidad que ya conocemos y que tanta trascendencia tuvo para la historia eclesiástica y civil: la lucha contra Roma de la Iglesia greco-bizantina bajo el eminente patriarca Focio (contra Nicolás y sus inmediatos sucesores). Esta lucha de competencias hizo que una parte de los eslavos (serbios, búlgaros, rusos) cayese bajo el influjo de la Iglesia griega (y con ello, más tarde, también en el cisma) y bajo el influjo de la cultura bizantina: un hecho de graves consecuencias políticas, culturales y religiosas para la historia de Occidente hasta hoy. Para emitir un juicio objetivo es preciso tener en cuenta que la idea de unidad del universalismo romano, de suyo, propendía fácilmente a la uniformidad y no siempre tuvo suficiente comprensión para valorar la pluralidad religiosa, teológica y cultural dentro de la unidad.

2. Como impulsor especialmente efectivo de la misión nórdica entre los daneses y suecos, fue célebre ya desde los primeros tiempos san Anscario († 865) de Corbeya, el «apóstol del Norte». También a el le dio el programa Gregorio IV (827-844); le consagró obispo (tras muchos años de actividad misionera) y le nombró legado papal para Suecia, Dinamarca y el país de los eslavos. Su trabajo se vio obstaculizado por las incursiones de los vikingos y las rivalidades de los pretendientes a la corona de Dinamarca. Nuevamente se confirmó la antigua experiencia de todas las misiones germanas: que una misión sin protección política no podía tener estabilidad alguna. En Dinamarca el cristianismo comenzó a difundirse bajo el reinado del rey Haraldo, quien tras una estancia en Ingelheim, en la corte de Ludovico Pío, había sido bautizado el año 826 en san Albano, cerca de Maguncia. Pero estos logros iniciales en Dinamarca y Suecia, pese a Anscario y sus enormes esfuerzos, volvieron a perderse hasta comienzos del siglo X. La definitiva cristianización también estuvo en este caso íntimamente relacionada con la ascensión política de Alemania y con el avance o estabilización de sus fronteras: nuevamente fue necesario el apoyo del poder político.

3. Los célebres hermanos Metodio († 885) y Cirilo († 869), provenientes de una distinguida familia de oficiales griegos, intentaron ganarse a todo el mundo eslavo para el cristianismo. Su obra (en Moravia) se vio acompañada y obstaculizada por la lucha de facciones nacionalistas orientales contra las pretensiones romanas y alemanas, y viceversa.

Los comienzos de su actividad misionera en Moravia se vieron afectados por la tensión este-oeste: dado que Radislavo, príncipe de Moravia, no quería saber nada de los misioneros francos orientales, se dirigió a Constantinopla en demanda de misioneros, y el patriarca Focio envió a Moravia en el año 863 a los dos hermanos. El papa Nicolás I, ya molesto por la incursión de los griegos en Bulgaria (cf. § 40), se opuso decididamente a la actuación de los misioneros griegos en una zona que indiscutiblemente pertenecía a la Iglesia occidental y exigió que Cirilo y Metodio acudieran a Roma a justificarse. Aunque eran amigos de Focio, obedecieron. La naturalidad con que esto sucedió puede estimarse como señal de que, a pesar del creciente distanciamiento, aún no había desaparecido en absoluto la conciencia de la unidad eclesial. Metodio, además, fue consagrado, por el papa Adriano, obispo y metropolitano de Sirmio en la Panonia. Aquí se enfrentó con la tenaz competencia de la Iglesia bávara: el metropolitano consagrado por el papa, no sin antes haber sido maltratado corporalmente, fue encerrado en un convento, del cual sólo pudo ser liberado después de muchos años por el papa Juan.

Estos apóstoles de los eslavos fundaron iglesias de marcado carácter nacional y crearon una liturgia eslava. Los romanos, pero mucho más los francos, se alzaron indignados contra esta «innovación» (la indignación duró largo tiempo): fuera de las tres lenguas consagradas por la inscripción de la cruz, latín, griego y hebreo, ninguna otra lengua es adecuada para la liturgia. Pero finalmente, tras superar graves dificultades, la lengua eslava fue reconocida como lengua apta para el culto.

Discípulos del desterrado Metodio llevaron la liturgia eslava a Bulgaria. El papa Adriano, con amplia visión, la aceptó con unas insignificantes modificaciones (la epístola y el evangelio debían leerse en eslavo y en latín). La conveniencia de este método de acomodación se demostró en la lucha con Bizancio por la sucesiva evangelización de los búlgaros: las zonas con liturgia eslava permanecieron fieles a Roma.

Los croatas, asentados entre el Drave y el Save hasta el Adriático, fueron evangelizados hasta el año 800 desde Salzburgo, como ya antes lo habían sido los eslovenos de Carintia, Carniola y Estiria. En contraposición con la misión de la espada en la zona nororiental, la cristianización de la zona sudoriental, a cargo de los bávaros, se hizo mediante penetración pacífica.

4. Con Otón el Grande (936-973) hubo una vigorosa reavivación de la idea misionera. El trabajo misionero de la Iglesia alemana fue llevado a cabo conforme a un plan: 1) hacia el norte: en la zona de Hamburgo, como ya vimos, ciudad erigida por Ludovico Pío, y luego tras su destrucción por los normandos, en Hamburgo-Bremen como punto de apoyo para la cristianización de los pueblos escandinavos; gran éxito alcanzó allí (aunque sólo más tarde, bajo León IX y Enrique IV) especialmente Adalberto I (hacia el 1000-1072), arzobispo de Hamburgo-Bremen, misionero de Mecklenburgo, Dinamarca, Escandinavia, Islandia y Groenlandia[39]. Su trabajo se vio obstaculizado en Escandinavia por diversas tendencias autonomistas eclesiásticas y en Mecklenburgo por la sublevación de los vendos paganos; 2) hacia el nordeste: la misión de los vendos (§ 50) entre el Elba, el Oder y el Saale; 3) hacia el este (Bohemia, Polonia); 4) hacia el sudeste (Hungría).

De extraordinaria importancia para toda la futura historia de la Iglesia en Alemania fue la elevación de Magdeburgo a arzobispado, por obra de Otón. La erección de esta provincia eclesiástica hizo que el centro de gravedad se trasladase hacia el este, en perjuicio de Maguncia, hasta entonces rectora en el orden político-eclesiástico.

La práctica del trabajo misionero tuvo que sufrir en todas partes (relativamente poco entre los vendos, mucho más entre los escandinavos) los contraataques del paganismo, que demostró una sorprendente vitalidad entre estos pueblos incultos y que en algunas tribus llegó a alzarse temporalmente con la victoria. La reacción pagana estuvo en ocasiones (por motivos políticos) indirectamente apoyada por la parte cristiana: el piadoso Enrique II, el Santo, se alió con los paganos liuticios, pero entre ellos no fomentó la misión, sino que, al contrario, les permitió tomar parte en sus excursiones guerreras llevando sus propios ídolos; no deshizo su alianza con ellos hasta que se convirtieron abiertamente en perseguidores de los cristianos.

También en Bohemia la cristianización fue al principio una consecuencia de la situación política. La primera misión la había hecho posible Carlomagno al someter a su dominio una parte de este territorio (805). A finales del siglo (cuando Bohemia pasó a depender de Moravia), se emprendió desde allí una conversión más profunda de todo el país, especialmente promovida por san Wenceslao († 929). Pero la Iglesia de Bohemia no tuvo estabilidad hasta que, con la ayuda de Otón, surgió el obispado de Praga (973); precisamente aquí las costumbres paganas se opusieron obstinadamente al enraizamiento del mensaje cristiano. El segundo obispo de esta diócesis, importantísima para el futuro, fue san Adalberto, el posterior apóstol de los prusianos († 997).

Desde Bohemia el cristianismo llegó a Polonia: un soberano polaco (Miecislao o Mieszko I) se casó en el 966 con una princesa de Bohemia.

El pueblo secundó la conversión de su príncipe en un rapidísimo proceso de cristianización. En esta evangelización, no obstante, también intervino la violencia. Los polacos recibieron el cristianismo en su forma romana, integrándose con ello en el Occidente y en su cultura. La erección de un arzobispado polaco propio en Gniezno (Gnesen) por obra de Otón III acarreó la separación de Polonia de la Iglesia alemana. Ya hacia el año 1000 tributaron los polacos el óbolo de san Pedro.

Los húngaros paganos (un pueblo de jinetes que penetró en la antigua Panonia), que por largo tiempo constituyeron una grave tribulación para sus vecinos cristianos e incluso una amenaza para el Occidente cristiano, se mostraron más inclinados hacia el cristianismo tras la liberadora victoria de Otón I en Lechfeld (955)[40]. Su conversión, al fin, fue consecuencia de una misión regular (que partió principalmente de Passau). A pesar de todo, e incluso después de la enorme actividad del rey san Esteban († 1038), casado con la bienaventurada Gisela († hacia el 1060), hermana de Enrique II, todavía sobrevino un renacimiento del paganismo.

5. Fue indiscutible la actividad misionera de la Iglesia griega entre los rusos[41]. Es cierto que el trabajo de Focio y de Ignacio tuvo poco éxito. Pero desde el año 988 (conversión por razón de Estado, por mandato del gran príncipe Wladimiro [† 1015], y superficial al principio) los rusos comenzaron a depender eclesiásticamente de Constantinopla. En el tiempo que siguió, la Iglesia rusa estuvo estrechísimamente ligada al Estado (cesaropapismo, § 21); no obstante lo cual, durante siglos mantuvo una piedad muy profunda, netamente eslavo-mística; así ha logrado que la masa de sus fieles permaneciese preservada de la duda religiosa, hasta tal punto que no han sido pocos los que han resistido la prueba en las persecuciones y adversidades de la moderna Rusia bolchevique (véase también § 122, II). La gran oleada de la misión de los paganos en la primera Edad Media, en buena parte promovida en su aspecto religioso por el papado (Gregorio I, II y III, Zacarías, Gregorio IV), pero prácticamente realizada en Alemania por Bonifacio y Carlomagno y revigorizada por Otón el Grande, comenzó a decrecer en los siglos XI/XII. La causa fue la lucha entre el emperador y el papa, lucha que absorbió todas las fuerzas disponibles. Además, por lo menos en las zonas periféricas del imperio, si bien la organización eclesiástica estaba en su mayor parte concluida, la cristianización interna, por el contrario, era todavía escasa.

Mas a una con la inminente recuperación del papado (el mismo Bernardo fue un ferviente promotor del pensamiento misionero[42]) se experimentó un nuevo impulso, más profundo y penetrante que el del primitivo Medievo, puesto que estuvo sostenido por un renacimiento religioso. Más tarde, dentro de una situación general política y cultural completamente distinta, las únicas fuerzas impulsoras fueron el papado y el monacato, y no el poder político. Y así, siendo ya Europa en cierto modo cristiana -«cristiana» con las debidas reservas, que ya resaltaremos-, las fuerzas religiosas pudieron volverse creativamente hacia el exterior.

Notas

[39] De él hay que distinguir los posteriormente mencionados Adalberto de Magdeburgo († 981) y Adalberto de Praga († 997), ambos misioneros.

[40] La heroica defensa de Augsburgo, sostenida por el obispo Ulrico de Augsburgo († 973), hizo posible esta victoria. Ulrico es el primer santo que fue elevado a los altares en un proceso formal; esto sucedió por obra del papa Juan XV durante un sínodo lateranense en el año 993 (o sea, naturalmente antes de las severas prescripciones, sólo válidas a partir del año 1634).

[41] Una tentativa de Otón el Grande (960ss) de enviar a Rusia misioneros (el benedictino Adalberto, nombrado obispo de la nueva diócesis de Magdeburgo por Otón I) no tuvo éxito alguno.

[42] También se pueden formular reservas contra Bernardo por la cuestionable «misión» religiosa de las cruzadas; lo mismo vale para la aplicación de este método en la misión entre esclavos por parte de los caballeros teutónicos.

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