conoZe.com » Historia de la Iglesia » Historia de la Iglesia » II.- Edad Media: El Periodo Romano-Germánico » Cuarta época.- La Baja Edad Media Disolucion de los Factores Especificamente Medievales y Aparicion de Una Nueva Edad

§65.- Ultima Lucha entre el Papado y el Imperio. Nueva Concepcion del Estado Independiente

1. La caída de Bonifacio VIII y el exilio de Aviñón señalaron, efectivamente, el fin de la supremacía papal específica del Medievo. Ya hemos visto cómo, a pesar de todo, ninguno de los dos contrincantes renunció propiamente a sus reivindicaciones. Especialmente el papado, convertido en francés, intentó continuar imponiendo sus reivindicaciones universales frente al imperio. Esto es aplicable de modo especial a Juan XXII (1316-1334). Pero ya sabemos por qué, naturalmente, ni Enrique VII ni su sucesor Luis de Baviera (1314-1347) estuvieron dispuestos a renunciar a sus reivindicaciones de hegemonía sobre Italia precisamente durante este papado. A esto se añadió el hecho (como consecuencia de las controversias con Felipe el Hermoso) de que la nueva idea del Estado independiente triunfó: superficie de fricción bastante para llevar otra vez a la guerra a los entonces jefes del Occidente.

2. En esta lucha, de entrada, el papado se halló en una posición claramente desfavorable. Desfavorable no sólo por su debilidad política, sino por sus achaques internos. Buena muestra de ellos fue la llamada discusión teórica de la pobreza, bajo el pontificado de Juan XXII.

Para suavizar la tensión entre la corriente rigorista (espirituales) y la moderada en la orden de los franciscanos, se buscó una salida diciendo que el derecho de propiedad de los bienes donados a la orden pertenecía a la Santa Sede y que la orden sólo tenía el derecho de usufructo (§ 57). La corriente rigorista rechazó esta distinción como no genuina, lo que nuevamente dio ocasión a que Juan XXII publicase una bula contra los Vraticelli, denominación que entonces apareció por vez primera (1318). La idea de que Cristo y los apóstoles poseyeron bienes personales y comunes ya había sido rechazada por toda la orden, en el Capítulo general de Perusa (1322), como doctrina no católica; renunció al derecho de propiedad de la Santa Sede sobre el patrimonio de la orden y declaró herética la frase: «Cristo y los apóstoles no tuvieron ningún derecho de uso sobre las cosas necesarias»; esto provocó una fuerte tensión entre él y los franciscanos. Con no poco trabajo se consiguió la sumisión de la mayoría de la orden. Pero una considerable minoría, entre la que se encontraban las cabezas directivas, no vaciló en acusar al papa de herejía. Tres importantes miembros de la orden, entre ellos el general Miguel de Cesena y Guillermo de Ockham (§§ 62, 68), se acogieron a la protección del enemigo del papa, Luis de Baviéra (1328). Con ello, la controversia interna «franciscanos-papa» se convirtió en un factor de la trascendental lucha entre el papa y el emperador.

3. El anciano Juan XXII, de recta moral personal, pero de natural dominador y financiero, quiso restablecer el poder pontificio en Italia. Al designar Luis de Baviera vicarios imperiales para Italia, entró en lucha con él, lucha que el emperador prosiguió hasta su muerte (1347), incluso en los siguientes pontificados. El papa Juan mantuvo las mismas anacrónicas reivindicaciones de Bonifacio VIII. Luis se había atribuido la autoridad suprema en Italia sin haber sido coronado emperador. Cuando Juan XXII le suspendió por esta causa, Luis declaró a su vez que el papa había sido ilegalmente elegido y apeló a un Concilio General, como única representación de toda la Iglesia, y a un futuro papa legalmente elegido (apelación de Sachsenhausen [1324]). Luis fue excomulgado inmediatamente y a su territorio se le aplicó el interdicto (1324). La respuesta del bávaro fue la «deposición» del papa, decidida en una asamblea del «pueblo romano», por herejía (relacionada con su declaración sobre la pobreza de Cristo), la exaltación de un espiritual como antipapa (Nicolás V [1328-1330, † 1333] fue el último antipapa imperial) y la coronación de su propia persona de manos del antipapa (1328). Como en otros tiempos Felipe IV, también ahora Luis encontró aliados entre el clero y entre los seglares que defendieron su causa contra el papa (el canciller de Luis, Ulrico el Salvaje).

Por su parte, el papa condenó al emperador como hereje y predicó la cruzada contra «ese bávaro». La gran lucha papa-emperador había sobrepasado sus límites, agotándose radicalmente en el uso de los medios. El imperio era un mero título y las respectivas reivindicaciones papales sólo eran reminiscencias. Ni el emperador estaba en condiciones de quebrantar definitivamente la posición eclesiástica del papa ni éste la situación política del emperador. Los antiguos esquemas ya no se ajustaban más que a medias a la nueva situación. Y los medios del poder eclesiástico, pese a la integridad personal del papa, estaban excesivamente gravados por categorías mundanas.

Cuando el rey francés, muerto ya Juan XXII, logró impedir un tratado de paz entre la curia y Luis de Baviera, los príncipes electores (de Maguncia, Tréveris, Colonia, Palatinado, Sajonia, Brandeburgo, Bohemia), reunidos en la Unión electoral de Rense (1338), declararon que el rey alemán elegido por ellos no necesitaba ningún tipo de confirmación ulterior. Para nada se mencionó al papa: la soberanía papal del Medievo había desaparecido definitivamente. Fue sin más abandonada, lo mismo que en otro tiempo, en las leyes reguladoras de la elección papal, los derechos imperiales alemanes habían sido simplemente relegados. Pero los verdaderos actores no fueron ni el rey ni el emperador, sino los poderes particulares. Simultáneamente, pues, el poder de la monarquía alemana había disminuido notablemente y, en cambio, el de los príncipes electores particulares había aumentado.

4. La decisión de Rense significó para Alemania (esta idea ya se había impuesto en Francia y en Inglaterra)[21] la victoria de la convicción de que el poder político nacional era efectivamente independiente del papa. La última etapa de esta evolución fue la «Bula de Oro» de Carlos IV (1356), en la que fueron elevadas a ley del imperio las decisiones del año 1338, que rechazaban tácitamente las reivindicaciones papales. Ya conocemos los antecedentes de esta nueva idea del Estado (la idea imperial de los Hohenstaufen; el concepto del Estado de Federico II; las teorías de Felipe el Hermoso y de sus «legistas»)[22].Su desarrollo científico quedó plasmado tanto en los escritos polémicos político-sociales de Ockham, que se había refugiado en la corte de Luis (y que había calificado de hereje al papado de Aviñón, cf. § 67), como en el escrito Defensor pacis, compuesto por dos antiguos profesores de París que en 1327 también se habían acogido a Luis de Baviera: Marsilio de Padua y Juan de Jandún.

Como quiera que se enjuicie el efecto producido por este libro y el de los escritos político-eclesiásticos de Ockham, en el desarrollo de la historia del espíritu uno y otros tuvieron un significado revolucionario. Defensor pacis defendía no solamente la legítima idea de un Estado independiente, sino también su poder absoluto en cuestiones eclesiásticas; no solamente la inmediata procedencia divina del cargo de obispo, sino que los obispos tienen el mismo poder directo de Cristo que el papa y que el Concilio ecuménico (¡convocado por el poder temporal!) es la suprema instancia de la Iglesia. La funesta semilla de este libro no germinó, sin embargo, antes de los siglos XV y XVI: fue la base de la teoría conciliar (§ 66); las ideas que en él se desarrollan constituyeron luego las principales armas de los reformadores en su lucha contra el papado. Mucho más tarde, los mismos pensamientos siguieron alentando en el galicanismo, josefinismo y febronianismo.

La gran lucha tocaba realmente a su fin. Pero no se halló ninguna solución. Había fracasado la idea papal típica de la alta Edad Media. El Estado respondió con una reacción hostil e intentó apoderarse de la Iglesia: el pensamiento se torna en parte herético.

¿La responsabilidad? Es múltiple. Pero también se debe a que durante mucho tiempo la ideología hierocrática había sido en exceso el modelo de la curia romana.

Notas

[21] Para Francia, cf. la evolución descrita en la época de Felipe IV y de Aviñón. La Iglesia inglesa en la segunda mitad del siglo XIV pasó a depender enteramente del rey y su unión con Roma era muy débil, poco más que un símbolo.

[22] Ya anteriormente, en el año 1281, el canónigo de Colonia, Alejandro de Roes, había exigido que el papa tuviera en cuenta las nuevas reivindicaciones nacionales.

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