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II.- Supresion de la Compañia de Jesus

1. En todos los grandes conflictos eclesiásticos del siglo XVII fue la Compañía de Jesús el blanco de los más radicales ataques. Explicación: la Compañía de Jesús era una congregación rigurosamente centralizada, adicta al papado y enemiga abierta de las nuevas tendencias. Por su misma esencia, la Compañía de Jesús se convirtió en el gran enemigo de la Ilustración, lo que no excluye que también algunos teólogos jesuitas pagaran su tributo al espíritu ilustrado del siglo XVIII. En ocasiones no fueron capaces de sustraerse a la influencia de su enemigo, el jansenismo, y, con mayor razón, no todos se vieron libres de galicanismo.

2. Esta hostilidad fundamental contra los jesuitas se vio agravada por una serie de importantes factores, algunos de los cuales provenían de la propia Iglesia. Mencionaremos los siguientes:

a) El extraordinario poder de los jesuitas dentro y fuera de la Iglesia aclara muchas cosas. Los jesuitas habían concentrado en sus manos una gran parte de la enseñanza religiosa. Muchos de sus miembros, como confesores de los príncipes, ejercían una gran influencia en la política (sobre todo en la corte de Luis XIV), y por ello se habían atraído el odio de amplios sectores. La Corona española había otorgado tan grandes privilegios a las «reducciones» del Paraguay, regidas por los jesuitas, que con frecuencia se hablaba del «Estado de los jesuitas». Los negocios del padre La Valette (más tarde expulsado de la Compañía) en La Martinica, y una serie de donaciones desusadamente ricas proporcionaron también un importante poderío económico a la Compañía, algunos de cuyos miembros se vieron envueltos en negocios no siempre conforme con el espíritu de la Iglesia.

b) El influjo persistente de los revolucionarios ataques de Pascal o, mejor, la hostilidad del jansenismo, expresada en una gran literatura polémica. El jansenismo, después de haber sido condenado (§ 98), había progresado en Bélgica, España, Austria e Italia, extendiendo por el mundo entero la hostilidad contra los jesuitas.

c) Hubo múltiples puntos de fricción, provenientes del carácter mismo de la Compañía. Debido a la expansión y a su creciente poder, las tensiones aumentaron. Apareció frecuentemente la superbia jesuítica, tan lamentada por el historiador de la Compañía, Giulio Cesare Cordara († 1785: peculiare vitium nostrum, id est superbia), que con las exageraciones de algunos miembros creaban graves dificultades a toda la Compañía.

3. Esta evolución se había visto favorecida anteriormente por las opiniones hostiles a la fe de una parte de los pensadores de la Ilustración. La configuración autónoma de un nuevo derecho público dio un nuevo impulso al proceso. En él no se daba cabida a una Iglesia universal, no existiendo más que ciudadanos pertenecientes a esta o aquella confesión y vinculados a comunidades locales. El Estado reivindica también como suyo todo derecho sobre semejante «Iglesia». En esta pretensión intervienen al mismo tiempo un fuerte egoísmo económico y la convicción de que el Estado es responsable del bien común de la nación y de todos sus ciudadanos, de «su mejoramiento interno, de la moralidad..., de la legalidad externa». Para ello el Estado utiliza o, mejor, controla a las Iglesias y al clero, con el fin de eliminar los abusos y supersticiones, como a menudo se indica.

Por desgracia los jansenistas no se dieron cuenta de lo mucho que favorecían la causa de los frívolos incrédulos. Una vez más, la desobediencia a la Iglesia y el rigorismo produjeron un resultado distinto del pretendido. En vez de renovar la grandeza y el rigor de la Iglesia primitiva, los aniquilaron. Voltaire lo advirtió con claridad y lo decía sin rebozos: esperaba que los dos partidos de la Iglesia se aniquilasen mutuamente.

a) Las sombras en la actividad de la Compañía de Jesús han sido acentuadas a menudo, pero más a menudo todavía han sido exageradas con un odio ciego. Podemos admitir tranquilamente los defectos (§ 88). Pero estos defectos no son, con todo, casuales, sino que, en múltiples aspectos, radican en las peculiares características de la Compañía: en su activismo, su concepto de la obediencia, ciertos detalles de su método pedagógico (vigilancia secreta, delación), en su sentido político (para el que el claro reconocimiento del momento histórico tiene mucho menos valor que la defensa a ultranza de lo establecido), en su método misional de la acomodación, método necesario y fundamentalmente digno de elogio, pero que creó a la Compañía grandes enemigos en la misma curia pontificia, como ya hemos visto (cf. § 94, 6). Las consecuencias más funestas que se achacan a los jesuitas pertenecen a su peculiarísima teología moral (con el probabilismo, § 98, 2b). A pesar de sus injustas exageraciones, la opinión de Pascal es en parte correcta en este punto. La perspectiva probabilista, valiosa en lo pastoral, llevó de hecho a muchos a teorías laxas en la doctrina y en las decisiones individuales, que acarrearon a la Compañía la enemistad de personas de profunda religiosidad. Las lamentaciones y testimonios de los dos generales de la Compañía Tirso González de Santalla (1687-1705), en el memorial presentado en 1702 al papa Clemente XI, y Michelangelo Tamburini (1706-1730), al igual que el Decreto de la Inquisición del 26 de junio de 1680, son especialmente claros, sin olvidar las condenaciones del laxismo por la curia en 1656, 1666, 1679 y 1690.

Pero, aun cuando condenemos todos estos defectos, tenemos también que comprobarlos y comprenderlos. Ocurre justamente que ciertas grandes obras no pueden ser llevadas a cabo si no es mediante el empleo de cierta aspereza o parcialidad. Por otra parte, es imposible que una Orden que, para servir a su elevado programa, participa en todos los problemas, pequeños o grandes, del nombre, de las comunidades humanas, del mundo, de la política, de la familia, de la Iglesia, de la economía (dejando al margen los movimientos artísticos, por los que apenas sintió interés; cf., sin embargo, § 93), no tropiece fácilmente con otros y no llegue a crearse conflictos consigo misma.

b) Sin embargo, debemos repetir una vez más lo que ya hemos afirmado: en su obra científica y pedagógica la Compañía tuvo durante el siglo XVIII un considerable retraso con respecto a las necesidades de la nueva época. Mantuvo el escolasticismo en lugar de la discusión con las fuerzas espirituales de la época desde el punto de vista de la ciencia positiva, de la filosofía y de la teología. Adoptó una postura cerrada, en lugar de fomentar una educación para la prueba (§ 88). Con razón se ha dicho que en las filas de los teólogos de la Compañía no hay, efectivamente, ningún nombre sospechoso de heterodoxia, pero que también es difícil encontrar entre ellos ninguna cabeza espiritual-mente destacada.

4. Los promotores directos de la lucha por la supresión de los jesuitas fueron todos ministros ilustrados de las cortes católicas latinas (despotismo ilustrado). Los sucesos utilizados como pretexto para esa persecución fueron en gran parte exagerados y existen además reservas muy serias acerca de la buena fe de las fuerzas que impulsaban la lucha.

La supresión de los jesuitas en Portugal, donde la persecución comenzó en 1759, bajo el gobierno de Pombal (cf. el principio del § 102, donde aludimos a la supresión de los jesuitas por las cortes de Madrid y Nápoles en 1767), es sencillamente una vergüenza para la cultura, pues para ello se inventaron calumnias y se realizaron crueldades increíbles (secuestros, destierros, arrestos en fortalezas). La supresión de la Compañía en Francia[2] (1764) revela una vez más hasta qué punto algunos príncipes de la Iglesia habían sucumbido a la idea de la iglesia nacional. Tampoco hay que olvidar el papel nada limpio que en todo esto jugó la Pompadour.

Una presión general ejercida por Portugal y por las cortes borbónicas de España, Francia, Nápoles y Parma (Francia y Nápoles habían llegado incluso a ocupar zonas de los Estados de la Iglesia) consiguió que, finalmente en 1773, Clemente XIV decretase la supresión de toda la Orden con el Breve Dominus ac redemptor noster. El general de la Compañía, Lorenzo Ricci, fue confinado en el Castillo de Sant'Angelo, donde murió en 1775. La Compañía siguió subsistiendo de hecho en Silesia, con Federico II, y en la Polonia rusa con Catalina II, incluso de derecho. Tras haber sido restablecida con carácter particular en alguno de los países mencionados, fue luego restaurada con carácter general por Pío VII en 1814.

5. La disolución de la Compañía de Jesús es una muestra fehaciente del grado de impotencia en que se encontraba la curia pontificia frente a las potencias nacionales católicas de aquella época. Esa supresión constituyó un grave daño para la Iglesia, la ruina de múltiples instituciones educativas y un notable debilitamiento de las fuerzas misioneras.

Notas

[2] Ya en 1761 las Constituciones de la Compañía habían sido declaradas incompatibles con la legislación estatal por el Parlamento. En 1762 se decretó expresamente la disolución de la Compañía en todo el país. Las negociaciones por parte de Francia con vistas a una reforma de la Compañía en sentido de iglesia estatal fueron rechazadas por el papa Clemente XIII: Sint ut sunt, aut non sint («que sean como son o, si no, que no sean»).

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