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§118.- La Piedad Catolica en el Siglo XIX

1. La vida de la Iglesia es, en el sentido más profundo de la palabra, vida de gracia, cuya expresión directa es la piedad. Por ello la historia de la Iglesia debería ser ante todo historia de la piedad, historia de la realización del reino de Dios (o mejor, del esfuerzo por conseguir esa realización), historia de la lucha de la Iglesia, comunitaria o individual, por conseguirla, sin olvidar, como es lógico, las deficiencias habidas en esta lucha. En esto queda todavía mucho por hacer. Pero, por su misma naturaleza, la vida de la gracia es un misterio; la vida de oración es difícilmente constatable; su núcleo íntimo es muy difícil de ser captado. Por eso sólo de un modo insuficiente se puede dar solución a la tarea que nos impone la historia de la Iglesia como historia de la piedad. Para evitar conclusiones erróneas es necesario advertir que la vida religiosa íntima es mucho más rica, y por eso también mucho más problemática que lo que nuestra exposición puede manifestar. Pero esta misma riqueza no debe dar pie al teólogo para olvidar un hecho fundamental: toda la historia de la Iglesia se mueve entre la primera y la segunda venida del Señor; es decir, que su presencia entre nosotros, que es una presencia real, ha de ser entendida también con perspectiva escatológica. El lema que hemos puesto como encabezamiento de este libro (Jn 1,5) adquiere aquí una importancia especial: la luz brilla en la tiniebla y en todo hombre, pero aún no ha llegado el día en que su triunfo sea completo.

2. También en esta tarea especial de exponer la piedad de nuestra época, la cercanía de los hechos acrecienta la dificultad (cf. § 108). Por extraño que parezca, estamos mucho mejor informados sobre la piedad de siglos remotos que sobre la de nuestros contemporáneos. La piedad auténtica guarda siempre sus secretos. Las noticias de tiempos pasados, transmitidas a través de las obras más eminentes, nos desvían fácilmente y nos llevan a una descripción inexacta de la real correlación de fuerzas. El diagnóstico de todos los tiempos puede muy bien expresarse sintéticamente en aquella frase de Lutero: «Un cristiano es una ave rara» (1526). Por otra parte, las prácticas y ejemplos de piedad que hemos aprendido en nuestra casa paterna, en la iglesia, en los devocionarios, en la biblioteca de nuestros padres y en nuestra propia práctica nos colocan suficientemente cerca de esta vida íntima de los siglos pasados como para reconstruir de alguna manera la atmósfera en que se formó y se desarrolló.

3. El gran número de peculiaridades de la vida de piedad apenas nos permite hacer una ligera alusión a ellas. Es más importante captar y valorar lo que es característico. Como el cristiano, por su misma esencia, es oyente de la buena nueva, el fundamento de su piedad (católica) es la Iglesia, que se anuncia por el sacramento y la palabra, es decir, por su liturgia y su pastoral. La predicación pertenece esencialmente, por lo mismo, tanto a una como a otra.

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