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3. Tratados polémicos
1. La prescripción de los herejes (De praescriptione haereticorum)
El tratado De praescriptione haereticorum demuestra, mejor que ningún otro escrito de Tertuliano, su profundo conocimiento del Derecho romano. Con él se proponía Tertuliano resolver de una vez para siempre todas las controversias entre los católicos y todos los herejes, poniendo en juego el argumento técnico de la praescriptio. Se trata de una objeción jurídica que permite al defensor detener el curso del proceso en la forma en que lo ha presentado el demandante. Este argumento lleva al sobreseimiento de la causa. Se le llama así porque tal objeción había eme presentarla por escrito antes (praescribere) que la intentio en la formula del proceso. El objeto en litigio entre la Iglesia y sus adversarios son las Escrituras. Según Tertuliano, el oponente ni siquiera puede hacer uso de ellas en la disputa, porque hay una praescriptio que excluye toda argumentación: no puede hacer uso de la Biblia por la sencilla razón de que la Biblia no es suya:
Hemos llegado, pues, al (punto esencial) de nuestra posición; éste es el punto al que queríamos llegar y que hemos preparado en el preámbulo de nuestro discurso que acabamos de leer (c.1-14), para poner hoy fin a la lucha a que nos invitan nuestros adversarios. Se arman con las Escrituras y, con esta insolencia, impresionan de pronto a algunos. En el combate fatigan a los fuerte?, triunfan de los débiles y siembran inquietud en el corazón de los indecisos. Por esto tomamos esta decisión contra ellos antes de dar ningún otro paso: negarles el derecho a discutir sobre las Escrituras. Este es su arsenal; pero antes de sacar armas de él hay que examinar a quién pertenecen las Escritura?, a fin de que no pueda usarlas nadie que no tenga derecho a ellas (15).
El mismo Apóstol sancionó (1 Tim. 6,3.4; Tit. 3,10) esta exclusión de los herejes del uso de las Escrituras (c.16). Los herejes no hacen uso de las Escrituras, sino que abusan de ellas (c.17). Para la fe de los débiles se sigue gran peligro de cualquier discusión sobre la Sagrada Escritura con estos adversarios. Por otra parte, estas conversaciones nunca consiguen convencer al disidente (c.18). La Biblia pertenece solamente a los que poseen la regla de la fe. La cuestión es: "¿De dónde ha emanado, por quién, cuándo y a quién ha sido entregada esta doctrina (disciplina), que hace cristianos? Porque donde veamos ciertamente la verdad de la doctrina y de la fe cristianas, allí indudablemente se hallan también las verdaderas Escrituras, la verdadera interpretación, las verdaderas tradiciones cristianas" (c.20). En el capítulo 22, como ha demostrado J. Stirnimann, Tertuliano enuncia las dos praescriptiones que privan de su base a los sistemas heréticos:
La primera praescriptio es:
Cristo envió a los Apóstoles como predicadores del Evangelio. Por consiguiente, fuera de los que han recibido este encargo de Cristo, nadie más debe ser recibido como predicador del Evangelio.
La segunda praescriptio es:
Los Apóstoles fundaron las iglesias, les anunciaron el Evangelio y les confiaron la misión de anunciarlo a los demás. Por consiguiente, "lo que predicaron los Apóstoles, es decir, lo que Jesucristo les reveló, no se puede probar, como voy a prescribir ahora, más que por las iglesias que fundaron los Apóstoles... Por el contrario, toda otra doctrina que esté en contradicción con la verdadera de las iglesias, de los Apóstoles, de Jesucristo y de Dios debe ser considerada como falsa de antemano" (c.21).
Queda aún por demostrar que la doctrina católica tiene su origen en la tradición de los Apóstoles. He aquí la prueba: "Estamos en comunión con las iglesias apostólicas, porque nuestra doctrina no difiere en nada de la suya. Esta es nuestra garantía de verdad" (c.21). Estos hechos y sus consecuencias constituyen una refutación perfecta de todas las sectas heréticas. Estrictamente hablando, ya no hay necesidad de prestar atención a las controversias particulares. Nos encontramos en el caso de un defensor que ha rechazado al demandante por la praescriptio y ha eliminado de esta manera toda ulterior consideración de los argumentos de este último. Tertuliano, sin embargo, se declara dispuesto "a conceder por un rato la palabra a sus adversarios" (c.22). Así responde a sus objeciones. La primera es que los autores antiguos no habían transmitido fielmente la verdad, porque ignoraban ciertas cosas o porque no comunicaron a todos todo lo que sabían (c.22-26). La segunda objeción supone que las iglesias han sido infieles en la transmisión del depósito de la fe (c.27). Sería una presunción creer que la revelación tuvo que esperar a que un hereje le diera la libertad y que, durante ese intervalo, el Evangelio se ha corrompido. La verdad viene siempre antes que el error. La existencia anterior de la Iglesia es un sello de su pureza (c.29). La parábola de Cristo muestra que la buena semilla ha sido sembrada antes que la cizaña estéril, lo cual indica que la enseñanza transmitida al principio viene del Señor y es verdadera, mientras que las opiniones introducidas más tarde son extrañas y falsas. El principio de la prioridad de la verdad (Principalitas veritatis) y la aparición relativamente tardía de la falsedad (posteritas mendacitatis) están en contra de las herejías (c.31). La Iglesia no ha tolerado jamás ninguna alteración de las Escrituras, mientras que la oposición las ha corregido y mutilado (c.38). Hay poca diferencia entre la herejía y el paganismo; las dos demolen y destruyen, las dos han nacido de Satanás (c.40). La conducta de los herejes es infame, porque han perdido todo temor de Dios (c.41-44). En la conclusión hay una declaración (c.44) que implica que el De praescriptione forma solamente una especie de introducción general a la que debían seguir poco después varios tratados sobre los distintos errores: "En efecto, de momento nuestro tratado no ha hecho más que tomar posiciones generales contra las herejías, mostrando que deben ser refutadas mediante praescriptiones concretas, justas y necesarias, sin recurrir a las Escrituras. Por lo demás, si Dios nos da su gracia, prepararemos las respuestas a algunas de estas herejías en tratados separados."
De praescriptione haereticorum es, por mucho, el escrito más acabado, el más característico y el más precioso de Tertuliano. Las principales ideas de este tratado le han granjeado una estima y admiración perdurables. Aunque no se le puede asignar una fecha determinada, es evidente que su composición se remonta a una época en que su autor estaba aún en las mejores relaciones con la Iglesia católica, probablemente hacia el año 200.
Un catálogo de treinta y dos herejías, añadido al final del De praescriptione (c.46-53), es considerado generalmente como un simple sumario del Syntagma de Hipólito. E. Schwartz cree, sin embargo, que este apéndice representa un tratado antiorigenista, compuesto en griego por el papa Ceferino o uno de sus presbíteros y traducido al latín por Victoriano de Pettau (cf. p.685).
2. Contra Marción (Adversus Marcionem).
El tratado Contra Marción es, por mucho, la obra más extensa de Tertuliano. Es uno de aquellos "tratados separados" contra las herejías, que había prometido al final del De praescriptione. Tiene gran importancia, porque representa la principal fuente para el conocimiento de la herejía de Marción (cf. p.256-260). En conjunto comprende cinco libros. El primero refuta el dualismo que, según Marción, existe entre el Dios del Antiguo y el Dios del Nuevo Testamento; prueba que tal oposición es incompatible con la noción misma de Dios. "La verdad cristiana nos enseña claramente este principio: Dios no es Dios si no es uno. Aquel en cuya existencia creemos nos dice que no sería Dios si no fuera uno... Tiene que ser único necesariamente el ser que representa la grandeza suprema, porque debe ser sin igual; de lo contrario, no sería soberanamente grande" (1,3). El Creador del mundo es, pues, idéntico al Dios bueno, como demuestra el libro segundo. El tercero trata de la cristología de Marción. Contra su pretensión de que el Mesías profetizado en la Antigua Alianza no habría venido aún, Tertuliano demuestra que el Cristo que apareció en la tierra no es otro que el Salvador proclamado por los profetas y enviado por el Creador. El cuarto y quinto libros contienen un comentario critico del Nuevo Testamento de Marción, probando que no existen contradicciones entre el Antiguo y Nuevo Testamento y que incluso los mismos textos del Nuevo Testamento de Marción refutan sus doctrinas heréticas. Por eso, consagra el cuarto libro al Evangelio de Marción y el quinto a su Apostolicon (texto de las epístolas de San Pablo, según Marción).
El tratado tuvo ya una historia interesante en vida de Tertuliano, como revelan sus propias palabras:
Todo lo que hemos podido aducir contra Marción en tiempos pasados, no debe tenerse en cuenta. Nos disponemos a escribir una nueva obra en lugar de la antigua. Habiendo escrito el primer opúsculo con demasiado apuro, lo he sustituido con un tratado más completo. Pero con este segundo tratado ha ocurrido que, antes de publicarlo, lo he perdido por fraude de un hermano que ahora es apóstata. Este lo copió en parte, con muchas erratas, y lo hizo publico. Y así surgió la necesidad de corregir esta obra. He aprovechado la ocasión que me ofrecía esta nueva edición para introducir algunas adiciones. Así, pues, el texto actual - el tercero, pues sustituye al segundo, pero que en adelante debe considerarse el primero y no el tercero - exigía un prefacio para calmar la inquietud del lector si, por ventura, ha caído en sus manos en alguna de las formas que se ha divulgado (1,1).
En su forma actual, el tratado representa la tercera edición, ya que la primera era demasiado superficial y la segunda fue robada. Tertuliano afirma que en la última revisión hizo adiciones, que, según J. Quispel, comprenden los libros IV y V. Es probable que la primera edición constara solamente del libro I; en la segunda edición, en la que tenía intención de tratar el tema con más amplitud, añadió el libro II; al hacer la redacción final, en la que refundió todo el tratado, amplió el libro I para formar los libros I y II, y añadió los libros IV y V.
El libro III utiliza como fuente principal el Diálogo de Tritón de Justino y el Adversus haereses de Ireneo. Para el libro IV, Tertuliano empleó las Antitheses de Marción y la edición marcionita del Nuevo Testamento, comparándolas con el texto católico. Esta parte es, pues, muy importante para la historia del texto bíblico. Harnack sostuvo que Tertuliano tenía a su disposición versiones latinas de la obra de Marción; pero por el hecho de citar palabras griegas tomadas de las Antitheses queda eliminada esta opinión, al menos por lo que se refiere a esta obra. J. Ouispel va más lejos y demuestra que las citas bíblicas, tanto del texto marcionita como del católico, fueron traducidas por el mismo Tertuliano y no dependen de una versión ya existente. Esta afirmación vale también para el libro V, que trata de la edición de las Epístolas de San Pablo hecha por Marción. Esto no excluye la posibilidad de que Tertuliano conociera la existencia de alguna traducción católica de la Biblia y la consultara ocasionalmente. Pero lo cierto es que su texto difiere considerablemente tanto del de Cipriano como del de la Vurgata.
El autor nos da la noticia (1,15) de que el libro I fue escrito en el año decimoquinto del emperador Severo, o sea el 207. Los demás fueron siguiendo a intervalos breves, a excepción del último, compuesto después del De resurrectione, que cita (5,10). Esto nos sitúa alrededor del año 212; esta fecha explica el montañismo de algunos pasajes (1,29; 3,24; 4,22).
Por Eusebio (Hist. eccl. 4,24) sabemos que Teófilo de Antioquía escribió también un tratado Contra Marción, que desgraciadamente se ha perdido. Podría ser que Tertuliano hubiera utilizado esta obra para su libro II.
3. Contra Hermógenes (Adversus Hermogenem).
No fue Tertuliano el primero en escribir contra el pintor gnóstico Hermógenes, de Cartazo. Le precedió en este cometido, según dice Eusebio (Hist. eccl. 4,24), Teófilo de Antioquía con su obra Contra la herejía de Hermógenes. Es posible que Tertuliano haya conocido esta obra, que no se conserva, y se haya servido de ella. Hermógenes opinaba que la materia es eterna, igual a Dios; ponía, pues, dos dioses. Esta doctrina, según Tertuliano (1,1), la dedujo de la filosofía de los paganos: "Abandonando a los cristianos por los filósofos, a la Iglesia por la Academia y por el Pórtico, ha aprendido de los estoicos a colocar la materia en el mismo nivel que Dios, como si hubiera existido desde siempre, sin haber nacido ni haber sido creada. Según él, no habría tenido ni principio ni fin. Dios se habría servido luego de ella para crear todas las cosas." Tertuliano refuta a Hermógenes en 45 capítulos, haciendo al mismo tiempo una brillante defensa de la doctrina cristiana de la creación. Demuestra en primer lugar (c.1-18) que la noción misma de Dios excluye la hipótesis de la eternidad de la materia. Hace luego un examen crítico de la interpretación que da Hermógenes de la Escritura (c.19-34). Expone, para terminar, las contradicciones que se hallan en sus especulaciones sobre la esencia y los atributos divinos de la materia eterna (c.35-45). Las primeras frases del tratado aluden al De praescriptione. Por consiguiente, fue compuesto en el año 200. En su De anima, Tertuliano dice varias veces que había publicado otra obra contra Hermógenes sobre el origen del alma De censu animae, que no se ha conservado.
4. Contra los valentinianos (Adversus Valentinianos)
El libro Contra los valentinianos es un comentario cáustico de la doctrina de los gnósticos valentinianos. El contenido y la distribución misma de la materia del libro prueban su estrecha dependencia del tratado Adversus haereses de Ireneo. También debe algo a Justino Mártir, a Milcíades y a Próculo:
Nadie podrá acusarnos de haber inventado nuestros documentos. En efecto, han sido publicados ya, bien sean las opiniones en sí mismas o bien su refutación, en obras escritas por personas que sobresalían por su santidad y su talento. No quiero hablar solamente de los que han vivido en la época precedente, sino aun de los contemporáneos de los heresiarcas mismos: por ejemplo, Justino, filósofo y mártir; Milcíades, el sofista de las iglesias; Ireneo, el investigador exacto de todas las doctrinas; nuestro Próculo, modelo de casta ancianidad y de elocuencia cristiana. Yo quisiera seguirlos muy de cerca en toda obra sobre la fe y particularmente en ésta (5).
Tertuliano se refería probablemente a los escritos antiheréticos de Justino, Milcíades y Próculo, que se perdieron. El tratado consiste en 39 capítulos. La introducción (1-6) produce la impresión de una mayor independencia. El autor expone aquí el carácter esotérico del valentinianismo; lo compara con los misterios de Eleusis y descubre por ambas partes el mismo deseo de hacer adeptos y la misma multiplicación de sectas. Alude (c.26) a su tratado Contra Hermógenes y manifiesta su intención de escribir más tarde una obra más importante sobre el mismo tema. Llama a ésta "la primera arma con que nos armamos para nuestro encuentro" (c.3); más tarde la llama "esta pequeña obra en la que nos propusimos exponer sencillamente este misterio" (c.6). "Debo dejar para más tarde - dice - toda discusión y contentarme de momento con una simple exposición... Que el lector la considere como la escaramuza que precede a la batalla" (ibid.).
5. Sobre el bautismo (De baptismo).
Esta obra es de suma importancia para la historia de la liturgia de la iniciación y de los sacramentos del bautismo y confirmación. No es solamente la primera obra sobre la materia, sino el único tratado anteniceno sobre un sacramento. Pertenece a la categoría de los escritos antiheréticos, porque su composición se debe a los ataques de una tal Quintilla, de Cartago, miembro de la secta de Cayo, que ponía objeciones de tipo racionalista y "arrastró en pos de sí a muchos fieles con su doctrina sumamente venenosa, proponiéndose ante todo destruir el bautismo" (c.1). Tertuliano le contesta con este pequeño tratado de veinte capítulos, en el que habla como un maestro a sus catecúmenos: "Un tratado sobre esta materia no será del todo inútil para instruir tanto a los que están todavía en un estadio de formación como a los que, satisfechos con su fe sencilla, no investigan los fundamentos de la tradición, y, debido a su ignorancia, poseen una fe que está a merced de todas las tentaciones" (1).
Una de las objeciones era, evidentemente, ésta: ?¿Cómo puede un baño corporal en el agua efectuar la limpieza del alma y la salvación de la muerte eterna?? Por eso, el primer capítulo se abre con esta exclamación: ?¡Dichoso sacramento el del agua (cristiana), que lava los pecados de nuestra pasada ceguera y nos engendra a la vida eterna!? Y termina con esta comparación: ?Mas nosotros, pececitos, que tenemos nuestro nombre de nuestro pez (ιΧΘΥλ), Jesucristo, nacemos en el agua y no tenemos otro medio de salvación que permaneciendo en esta agua saludable.? El que Dios se valga de medio tan ordinario no debe escandalizar a un hombre carnal, porque El tiene la costumbre de elegir las cosas humildes y sin pretensiones para llevar a cabo sus planes (c.2). El agua fue, desde el principio del mundo, un elemento preferido de Dios y fuente de vida (c.3), y fue santificado por el Creador y escogido como vehículo de su poder (c.4). Aquí nos enteramos accidentalmente de que ya entonces se practicaba en la Iglesia del África la consagración de la fuente del agua bautismal:
Todas las clases de agua, en virtud de la antigua prerrogativa de su origen, participan en el misterio de nuestra santificación, una vez que se haya invocado sobre ellas a Dios. El Espíritu baja inmediatamente del cielo y se posa sobre las aguas, santificándolas con su presencia, y, así santificadas, se impregnan del poder de santificar a su vez (c.4).
Desde el principio del mundo, cuando el Espíritu volaba sobre el abismo, el agua ha sido considerada siempre como un símbolo de purificación y la morada de la actividad sobrenatural. Los ritos paganos, que no son otra cosa que imitaciones diabólicas del sacramento, y las mismas creencias populares atestiguan esta verdad (c.5). No es el mero lavado físico el que confiere la gracia, sino el gesto sagrado junto con la fórmula trinitaria (c.6). Inmediatamente después del bautismo sigue la unción (c.7), luego la confirmación, que confiere el Espíritu Santo por la imposición de las manos (c.8).
El paso del mar Rojo, el agua que brotó de la roca (c.9) y el bautismo de San Juan (c.10) prefiguraban la iniciación cristiana. El autor contesta luego a la objeción de que el bautismo no es necesario para la salvación, porque Cristo no administró personalmente este sacramento (c.11). A continuación se ocupa de la cuestión siguiente: Si nadie puede alcanzarla vida eterna sin el bautismo, ¿cómo pudieron salvarse los Apóstoles, siendo así que ninguno de ellos lo recibió, excepto Pablo? (c.12). El bautismo no era necesario antes de la resurrección del Señor (c.13). La declaración de San Pablo de que él no había sido mandado a bautizar (1 Cor. 1,17) hay que entenderla correctamente (c.14). Hay solamente una regeneración, la de la Iglesia (c.15). Tertuliano niega la validez del rito de los herejes, sin entrar en más detalles, porque, dice, de esto trató ya más ampliamente en un tratado escrito en griego (c.15). No hay más que una excepción a la necesidad de recibir el bautismo de agua: esta excepción es el martirio, al que llama "segundo bautismo," el "bautismo de sangre" (c.16). Habla de dos bautismos, "que manaron juntos de la herida del costado abierto (de Cristo), porque los que creen en su sangre tienen todavía que lavarse en el agua, y los que han sido lavados en el agua tienen que llevar todavía sobre sí su sangre" (ibid.). El ministro ordinario del bautismo es el obispo; los presbíteros y diáconos pueden también administrarlo, pero jamás sin la autorización del obispo (c.17). Pueden darlo también los seglares, "porque lo que reciben todos en el mismo grado, pueden darlo de la misma manera... Siendo el bautismo un don que Dios distribuye a todos, todos pueden administrarlo... Baste al laico usar de esta facultad en caso de necesidad, cuando lo exijan las circunstancias de lugar, tiempo y persona. Entonces la urgencia del peligro de ésta justifica el atrevimiento de aquél, porque sería culpable de la pérdida de un hombre quien rehusara el socorro que está en su mano" (ibid.). El sacramento no debe administrarse a la ligera. Debe examinarse antes con diligencia la fe del candidato. Por esta razón Tertuliano no ve con buenos ojos el bautismo de los niños:
Es, pues, preferible diferir el bautismo según la condición, las disposiciones y la edad de cada uno, sobre todo tratándose de niños pequeños. ¿Por qué exponer a los padrinos, fuera del caso de necesidad, al peligro de faltar a las promesas en caso de muerte o de quedar defraudados por la mala naturaleza que se va a desarrollar? Es verdad que Nuestro Señor ha dicho: "Dejad que los pequeñuelos vengan a mí." Que vengan, pues, pero cuando sean ya mayores; que vengan, pero cuando tengan edad para ser instruidos, cuando hayan aprendido a conocer a qué vienen. Que se hagan cristianos cuando sean capaces de conocer a Jesucristo. ¿Por qué esta edad de la inocencia tiene que correr tan apresuradamente a la remisión de los pecados? (c.18).
Pascua y Pentecostés son las fiestas litúrgicas señaladas para la celebración del bautismo, aunque puede administrarse en cualquier fecha. Puede haber diferencia en la solemnidad, pero la gracia que se recibe es siempre la misma (c.19). El último capítulo trata de la preparación para la recepción del sacramento.
El tratado está exento de toda huella de montañismo. Muestra un gran respeto hacia la autoridad eclesiástica: "la hostilidad al episcopado es la madre de todos los cismas" (c.17). Debió de ser escrito durante el primer período de Tertuliano, quizás entre los años 198 y 200.
6. Scorpiace.
Scorpiace, o antídoto contra la mordedura de los escorpiones, es el título de un corto tratado de quince capítulos. Es una defensa del martirio contra los gnósticos, a quienes compara con los escorpiones. Pretenden que no es necesario el sacrificio de la propia vida, ni lo exige Dios. Tertuliano sostiene, en cambio, que es el deber de todo cristiano cuando no hay otra manera de evitar la participación en la idolatría. Ya en el Antiguo Testamento debía preferirse la muerte a la apostasía (c.2-4). Es una blasfemia decir con los gnósticos que esta. opinión convierte a Dios en un asesino. El martirio es un nuevo nacimiento y alcanza para el alma la vida eterna. Hay una alusión (c.1) que indica que el tratado fue escrito durante una persecución, probablemente en la de Scápula, el año 213.
7. Sobre la carne de Cristo (De carne Christi).
El tratado De carne Christi y el siguiente De resurrectione carnis están íntimamente ligados. Entre los dos aportan una prueba irrefutable de la resurrección de la carne. En vez de admitir este dogma, los herejes negaron la realidad del cuerpo de Cristo, renovando así los errores docetistas. En el De resurrectione carnis, Tertuliano alude al presente tratado y lo llama De carne Domini adversas quattuor haereses - título que es más preciso que el actual - porque la obra va dirigida contra cuatro sectas gnósticas, la de Marción, la de Apeles, la de Basílides y la de Valentín. En el primer capítulo expone su plan: "Examinemos la substancia corporal del Señor, porque, en cuanto a su substancia espiritual, todo el mundo está de acuerdo. Ahora tratamos de su carne, de su verdad, de su naturaleza. Se pregunta si ha existido, de dónde vino, de qué clase era. Si llegamos a demostrar estos puntos, habremos establecido al mismo tiempo la ley de nuestra propia resurrección." Todo el tratado está dedicado a responder a esas cuestiones. Primeramente prueba Tertuliano que Cristo nació realmente; que su nacimiento era posible y se realizó efectivamente. Jesús vivió y murió en una carne verdaderamente humana. Así queda refutado el docetismo de Marción. Cristo no tornó su naturaleza de los ángeles, aunque se le llama Ángel del Señor, ni de las estrellas, como pretendía Apeles, ni de ninguna otra substancia espiritual, como quería Valentín, sino que se hizo en todo semejante a nosotros, a excepción del pecado. Sin embargo, no nació de semen humano; así, pues* ni la carne del primer Adán ni la del segundo Adán conocieron padre terreno:
Porque si el primer Adán fue formado de la tierra, es justo concluir que el segundo Adán, como dice el Apóstol, ha sido formado por Dios como espíritu vivificante de la tierra, es decir, de una carne que no llevaba como la nuestra la mancha de una generación humana (c.17).
Tertuliano señala la falta de honradez de los gnósticos, que decían que Cristo no recibió absolutamente nada de la Virgen, que nació "por" o "en," pero no "de" la Virgen. Para mejor defender su verdadera y real maternidad. Tertuliano llega a negar la virginitas in partu (c.23). Defiende con tanto ardor la realidad de la humanidad de Cristo, que llega a afirmar que era feo:
Su cuerpo ni siquiera tenía belleza humana, cuanto menos la gloria celeste. Aunque los profetas no nos hubiesen dicho nada de su apariencia miserable, sus mismos sufrimientos e ignominias que sufrió lo proclamarían (c.9).
Detrás de esta opinión están algunos pasajes del Antiguo Testamento (Is. 52,14; 53,2). La comparten con Tertuliano muchos Padres antenicenos. Al final del tratado. Tertuliano anuncia el opúsculo De resurrectione carnis: "Me falta ahora defender, en otro opúsculo, la resurrección de nuestra propia carne. Cierro, pues, el presente tratado, que es como un prólogo general que prepara el camino, puesto que nos ha hecho ver de qué clase era el cuerpo que resucitó en Cristo" (c.25). La fecha de composición de ambos tratados tiene que ser muy próxima, quizás entre los años 210 y 212.
8. La resurrección del cuerpo (De resurrectione carnis).
En la introducción (c.1-2) se mencionan todos los que negaron la resurrección de la carne, paganos, seduceos y herejes, y se demuestra la inconsistencia de sus enseñanzas. La recta razón confirma este artículo de la fe. En efecto, el cuerpo fue creado por Dios, redimido por Cristo, y debe ser juzgado juntamente con el alma al fin del mundo (c.3-15). Luego refuta las objeciones (c.16-17). Pero todo esto no es más que los fundamentos: "Hasta aquí mi intención ha sido, mediante observaciones preliminares, poner las bases para la defensa de todas las Escrituras que prometen la resurrección de la carne" (c.18). Así, pues, el verdadero argumento del tratado es: la resurrección del cuerpo según el Antiguo y el Nuevo Testamento (c.18-55). El examen de los pasajes bíblicos va precedido de un estudio sobre la manera de interpretar rectamente el lenguaje figurado de las Escrituras. La última parte (c.56-63) trata de la condición del cuerpo después de la resurrección, de su integridad y su identidad con el actual. El párrafo final revela la inclinación del autor hacia el montañismo: "Por este motivo El ha disipado todas las incertidumbres de los tiempos pasados y todas las pretendidas parábolas, por una explicación clara y manifiesta del misterio, por medio de la nueva profecía que brota a raudales del Paráclito" (63).
9. Contra Práxeas (Adversas Praxean).
La serie de escritos polémicos termina con el tratado Adversas Praxean, escrito por Tertuliano probablemente hacia el 213. Por este tiempo había pasado ya a los montañistas, porque acusa a Práxeas no sólo de errores sobre la Trinidad, sino también de oponerse a la nueva profecía. Le hace responsable de la condenación de Montano y de sus secuaces por el obispo de Poma, a pesar de que éste había dado anteriormente su aprobación:
Práxeas fue el primero que trajo de Asia a Roma este género de perversidad herética. Era hombre de carácter inquieto, hinchado por el orgullo de haber sido confesor, sólo por algunos momentos de fastidio que padeció durante algunos días en la cárcel. En aquella ocasión, aun cuando "hubiese entregado su cuerpo al fuego, de nada le habría servido" (1 Cor. 13,3), porque no tenía caridad. Había resistido a los dones de Dios y los había destruido. El obispo de Roma había reconocido los dones proféticos de Montano, de Frisca y de Maximila. Con este reconocimiento había devuelto su paz a las iglesias de Asia y de Frigia, cuando Práxeas, urdiendo falsas acusaciones contra los mismos profetas y contra sus iglesias y recordándole la autoridad de los obispos que le habían precedido en la sede (de Roma), le obligó a revocar las cartas de paz que había expedido ya y le hizo renunciar a su propósito de reconocer los carismas. Práxeas, pues, prestó en Roma un doble servicio al demonio: echó afuera la profecía e introdujo la herejía; puso en fuga al Paráclito y crucificó al Padre (c.1).
Práxeas era, pues, como lo indican estas últimas palabras, un modelista o patripasiano, que identificaba al Padre con el Hijo. Según él, "el mismo Padre descendió a la Virgen, nació de ella, sufrió; El fue en realidad Jesucristo" (1). Cuando su doctrina se propagó por Cartago, Tertuliano la refutó con este tratado, que representa la contribución más importante del período anteniceno a la doctrina de la Trinidad. Su terminología es clara, precisa y justa; su estilo, vigoroso y brillante. El concilio de Nicea empleó un gran número de sus fórmulas; no es posible exagerar su influencia sobre tratados dogmáticos posteriores. Hipólito, Novaciano (cf. p.504 y 512), Dionisio de Alejandría y otros dependen de él. Agustín, en su magna obra De Trinitate, adoptó la analogía entre la Santísima Trinidad y las operaciones del alma humana que encontramos en el capítulo quinto del tratado de Tertuliano y consagró la mayor parte de los libros 8-15 a desarrollarla.
Después del capítulo introductorio sobre Práxeas y sus enseñanzas, el autor se ocupa de la doctrina católica de la Trinidad, llamándola unas veces obra o dispensación divina (oikonomia, dispositio). A fin de descartar temores y prejuicios populares, establece un paralelo entre esta doctrina y la teoría del Derecho romano que admitía varios imperatores, pero un solo imperium. El Estado es gobernado en virtud de un poder único e indiviso. Pero, como esta única autoridad no puede ejercer una actividad eficaz sobre un territorio tan vasto por medio de un solo individuo, el territorio fue dividido, pero no el poder. Cada emperador ejerce este poder único dentro del área a él señalada. De manera semejante, la monarquía divina sigue intacta en el dogma de la Iglesia. Viene luego una discusión sobre la generación del Hijo, llamado también Verbo y Sabiduría de Dios. Se citan pasajes bíblicos para probar la pluralidad de las divinas personas. Se aduce el testimonio del evangelio de San Juan para refutar la interpretación herética que daba Práxeas sobre algunos pasajes de la Escritura. Finalmente, el autor trata del Espíritu Santo o Paráclito, en cuanto se distingue del Padre y del Hijo. Pero esto no es más que el esquema del tratado. En sus 31 capítulos, Tertuliano desarrolla completamente la doctrina de la Trinidad; la discutiremos más adelante. Hay pasajes admirables, como el que sigue:
Son tres, pero no por la cualidad, sino por el orden; no por la substancia, sino por la forma; no por el poder, sino por el aspecto; pues los tres tienen una sola substancia, una sola naturaleza, un solo poder, porque no hay más que un solo Dios. Mas por razón de su rango, de su forma y de su aspecto, se les designa con los nombres Padre, Hijo y Espíritu Santo (c.2).
Demuestra Tertuliano que la relación que existe entre el Padre y el Hijo no destruye la monarquía divina, porque la diferencia no se funda en una división, sino en una distinción (c.9). Es el primer escritor latino que emplea trinitas como un término técnico (c.2ss).
Desgraciadamente, cuando emplea la distinción de las divinas Personas, no sabe evitar el conflicto del subordinacionismo.
10. Sobre el alma (De anima).
Después del Adversus Marcionem, el tratado De anima es la obra más extensa de Tertuliano. Pertenece a la serie de escritos antiheréticos; el autor manifiesta, al principio del capítulo tercero, que fueron los errores contemporáneos los que le movieron a componerlo. El calificarlo como "la primera psicología cristiana" puede desorientar sobre su verdadero carácter. No es una exposición científica, sino una refutación de doctrinas erróneas, como lo ha probado suficientemente J. H. Waszink. El propio Tertuliano lo consideraba como una continuación de su tratado anterior De censu animae, donde defendía el origen divino del alma contra Hermógenes; a esta obra alude el párrafo inicial del De anima. Declara que, una vez que ha discutido con Hermógenes sobre el origen del alma, quiere examinar las cuestiones que quedan; su discusión le obligará a tomar de nuevo las armas contra la filosofía. En el prefacio (c.1-3) niega todo valor a la declaración de Sócrates, que admitió la inmortalidad personal en el Phaedo de Platón. Una discusión sobre el alma debe recurrir a la revelación divina y no a los pensadores paganos, cuyos procedimientos son notorios, ya que mezclan afirmaciones verdaderas con argumentos falsos; merecen por ello el título de "patriarcas de los herejes." A continuación dedica la primera parte (c.4-22) a examinar las cualidades básicas del principio espiritual del alma. Aunque salida del aliento de Dios, tiene principio en el tiempo, y la opinión de Platón carece de fundamento (c.4). Causa, en cambio, sorpresa ver que el autor hace suya la teoría estoica que atribuye al alma naturaleza material: "Invoco también la autoridad de quienes, afirmando casi con nuestras propias palabras la esencia espiritual del alma - por cuanto aliento y espíritu son por su naturaleza muy afines entre sí -, no tendrán dificultad en persuadirnos de que el alma es una substancia corporal" (c.5). Tertuliano refuta la teoría contraria de los platónicos y demuestra por el evangelio la corporeidad del alma. Se dedican sendos capítulos a estudiar la invisibilidad, la forma y el color del alma y a defender su unidad. Se trata así de la identidad del alma y del espíritu, de la inteligencia, que es una simple función del alma; se habla de sus partes o "potencias" y se discuten muchas otras cuestiones relativas a su homogeneidad. Contra la doctrina valentiniana de la inmutabilidad de la naturaleza humana, Tertuliano subraya la libertad de la voluntad. La segunda parte (c.23-37,4) estudia el origen del alma. Después de refutar primeramente las doctrinas heréticas que se derivan de la teoría platónica del olvido, se demuestra la inconsistencia de esta tesis filosófica. Los capítulos que signen son los más importantes para la antropología de Tertuliano. En ellos refuta la noción de la preexistencia del alma y de su introducción en el cuerpo después del nacimiento, probando que el embrión es ya un ser animado. Para Tertuliano, el cuerpo y el alma empiezan a existir simultáneamente:
¿Cómo es concebido un ser animado? ¿Las substancias del alma y del cuerpo se forman simultáneamente, o más bien la una precede a la otra en su formación natural? Nosotros sostenemos que las dos son concebidas, formadas, perfeccionadas simultáneamente, de la misma manera que nacen al mismo tiempo. En nuestra opinión, ningún intervalo separa la concepción de los dos, de suerte que se pueda atribuir prioridad a una sobre la otra. Juzgad el origen del hombre por su fin. Si la muerte no es otra cosa que la separación del alma y del cuerpo, la vida, que es opuesta a la muerte, no se podrá definir más que como la unión del cuerpo y del alma. Si la separación de las dos substancias se produce simultáneamente por la muerte, la ley de su unión nos obliga a concluir que la vida llega simultáneamente a las dos substancias. Nosotros creemos, pues, que la vida empieza con la concepción, porque sostenemos que el alma existe desde este momento, ya que la vida empieza a existir en el mismo momento y lugar que el alma (c.27).
Tertuliano distingue entre semen del cuerpo y semen del alma. Enseña que el acto de la generación produce al ser humano entero, cuerpo y alma. Así es que habla de un "semen que produce el alma y que fluye directamente del alma" (ibid.). De esta teoría se deduce la doctrina herética del traducianismo, que niega la creación directa e inmediata por Dios del alma individual. Tertuliano refuta a continuación la doctrina de la transmigración, tal como la enseñaron Pitágoras, Platón y Empédocles, y las herejías, con ella relacionadas, de Simón Mago y Carpócrates. Al final trata de la formación y cualidades del embrión. La tercera parte (c.37,5-58) responde a otras cuestiones relativas al alma, tales como su crecimiento, la pubertad y el pecado, el sueño, los sueños, la muerte y, finalmente, su suerte después de la muerte. Según Tertuliano, todos los espíritus permanecen en el Hades hasta la resurrección, a excepción de los mártires, que entran en el cielo inmediatamente. "La única llave que abre las puertas del paraíso es la sangre de tu propia vida" (c.55). Es aquí donde el autor se refiere al martirio de Perpetua, que ocurrió el 7 de marzo del año 202: "¿Cómo es que la heroica mártir Perpetua, en la revelación que tuvo del paraíso el día de su pasión, vio solamente a sus compañeros mártires, sino porque la espada de fuego, que guarda la entrada del paraíso, no permite entrar a nadie más que a los que han muerto en Cristo, y no a los que mueren en Adán?" (ibid.). Las almas que se encuentran en el Hades experimentan también castigos y consolaciones en el intervalo que media entre la muerte y el juicio, que son como la anticipación de una condenación o gloria ciertas.
La fuente principal del De anima de Tertuliano fue el tratado Sobre el alma (Πφΐ ψυχτ^), en cuatro libros, del médico Sorano de Efeso, quien, siguiendo a los estoicos, creía que el alma es corporal. Sorano, el miembro más eminente de la llamada escuela metódica, vivió en Roma a principios del siglo II. En su obra, que se ha perdido, no trataba solamente de medicina, que era su profesión. Le interesaban también las cuestiones de etimología y refutó las opiniones contrarias de los filósofos. El más citado de todos es Platón; vienen luego los estoicos. Aristóteles, a quien Tertuliano no cita jamás en los otros escritos, es citado doce veces en éste, al paso que a Heráclito se le cita siete veces y a Demócrito cuatro. El escritor más reciente es Arrio Dídimo de Alejandría, el filósofo oficial de Augusto.
En el curso de la exposición, Tertuliano hace más de una vez profesión de fe montañista, y adopta los puntos de vista del montañismo (c.9.45.58). La composición de esta obra hay que situarla, por lo tanto, entre los años 210 y 213.
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