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1. Obras históricas
1. La Crónica
Entre sus primeras composiciones hay una que comúnmente se llama Crónica; su autor la llama Χρονικοί κανόνες και έπιτομή παντοδαπης ιστοριας Ελλήνων τε και βαρβάρων (Ecl. proph 1,1; Hist. eccl. 1,1,6). La escribió hacia el año 303. Consta de dos partes: la primera, que en realidad es la introducción, contenía breves resúmenes de la historia de los caldeos, basada en extractos de Alejandro Polistor, Abideno y Josefo; de los asirios, siguiendo a Abideno, Castor, Diodoro y Cefalión; de los hebreos, a base del Antiguo Testamento, Josefo y Clemente de Alejandría; de los egipcios, siguiendo a Diodoro, Maneto y Porfirio; de los griegos, según Castor, Porfirio y Diodoro; y de los romanos, según Dionisio de Halicarnaso, Diodoro y Castor.
La segunda parte estaba compuesta de cuadros sincrónicos, dispuestos en columnas paralelas (χρονικοί κανόνες) y acompaρados de notas señalando los principales acontecimientos de la historia universal, y especialmente de la sagrada. Eusebio escogió como punto de partida el año del nacimiento de Abrahan (2016-2015) antes de Cristo y dividió toda la historia en cinco periodos: desde Abrahán hasta la toma de Troya; desde la caída de Troya hasta la primera Olimpíada; desde la primera Olimpíada hasta el año segundo del reinado de Darío; desde el año segundo del reinado de Darío hasta la muerte de Cristo; desde la muerte de Cristo hasta el año 303 después de Cristo. La finalidad que se proponía Eusebio era probar que la religión judía, cuya continuación legítima es el cristianismo, era más antigua que ninguna otra. Esta idea no era nueva en absoluto. Ya en el siglo II, los apologistas, con el mismo fin, habían tratado de demostrar la gran antigüedad de Moisés. Además, a principios del siglo III, Julio Africano (cf. vol.1 p.430) había basado en el mismo principio sus Crónicas, que constituyen la primera historia sincrónica del mundo. No cabe duda de que Eusebio tomó como modelo la obra de Africano y encontró allí gran parte de sus materiales, aunque no lo diga expresamente. Con todo, la obra de Eusebio es muy superior, no sólo porque sigue en casi todo a autores mejores y más antiguos, sino porque tiene un método más crítico. Su principal ventaja respecto de sus predecesores está en haber liberado del milenarismo a la crónica cristiana. Con su datación de los acontecimientos bíblicos pretende probar que el sistema seguido por Africano es equivocado y carece de valor científico. No quiere empezar con Adán y con la caída, porque nadie sabe cuánto tiempo permaneció el hombre en el paraíso, y también porque el texto de las cifras que se dan en la Biblia sólo es sano y seguro a partir del tiempo de Abrahán. Advertimos aquí el juicio de un autor avezado a la crítica textual.
El original griego ha desaparecido, fuera de algunos fragmentos y extractos. La totalidad del texto sólo se ha conservado n una traducción armenia del siglo VI. La segunda parte existe, además, en una versión latina preparada por Jerónimo en Constantinopla el año 380. Pero ni la edición armenia ni la latina se basan en el original, sino en una revisión que continuaba más allá del año 303, hasta el año 20 del reinado de Constantino. Además, Jerónimo no se contentó con dar la obra de Eusebio tal como estaba, sino que la amplió añadiendo gran número de datos sobre historia general, y especialmente sobre historia romana, y poniéndola al día, es decir, continuándola desde el año 325 hasta el 378, año de la muerte de Valente. Bajo esta forma llegó al Occidente la Crónica y dominó toda la historiografía de la Edad Media. Es uno de los libros básicos sobre los que se ha apoyado enteramente la investigación del pasado de la humanidad.
2. La Historia eclesiástica
La obra que ha hecho inmortal a Eusebio ha sido su Historia de la Iglesia (Εκκλησιαστική ιστορία). En su forma actual comprende diez libros, que cubren el perνodo que va desde la fundación de la Iglesia hasta la derrota de Licinio (324) y mando único de Constantino. No debe entenderse mal el título, como si el propósito de Eusebio fuera el registrar las vicisitudes y aun el desarrollo de la Iglesia desde los comienzos hasta su época. No pretende dar una narración completa y equilibrada; mucho menos trata de exponer ordenada y razonadamente la expansión y el crecimiento del cristianismo. Su obra constituye más bien una colección extremadamente rica de hechos históricos, documentos y extractos de un crecido número de escritos de la Iglesia primitiva. Explica en la introducción el orden que ha seguido en la recopilación del material:
Me he propuesto consignar por escrito las sucesiones de los santos Apóstoles, cubriendo el periodo que se extiende desde nuestro Salvador hasta nosotros: el número y carácter de los acontecimientos que se registran en la historia de la Iglesia; el número de aquellos que, bien sea de palabra o por escrito, fueron los mensajeros de la palabra de Dios en cada generación; asimismo los nombres, número y época de aquellos que. llevados por el deseo de innovación hasta los límites extremos del error, se proclamaron a sí mismos introductores de la falsa gnosis, haciendo cruel estrago en el rebaño de Cristo, como lobos rapaces, A esto añadiré el destino que le ha tocado a toda la nación de los judíos desde el momento de su complot contra nuestro Salvador; además, el número, naturaleza y fechas de los ataques que los paganos han desencadenado contra la Palabra divina y el carácter de aquellos que en una época y otra combatieron por causa de dicha Palabra hasta el punto de derramar sangre y sufrir torturas; otro sí, los martirios de nuestros propios días y la ayuda que a todos olios dispensó misericordiosa y bondadosamente nuestro 1 Salvador. Empezaré, pues, por la primera dispensación de Dios respecto de nuestro Salvador y Señor, Jesucristo. Pero, aun así, pido para el proyecto la benevolencia de los bondadosos, pues reconozco que está por encima de nuestras fuerzas el cumplir la promesa de un modo completo y perfecto, pues somos los primeros en abordar esta empresa, como caminantes en camino solitario jamás hollado por plantas humanas.
Así, pues, la intención del autor era presentar: 1) las listas de los obispos de las comunidades más importantes; 2) los maestros y escritores cristianos; 3) los herejes; 4) el castigo del pueblo judío por parte de Dios; 5) las persecuciones de los cristianos; 6) los martirios y la victoria final de la religión cristiana. Este orden deja traslucir la intención apologética de toda la obra: suministrar la prueba de que ha sido Dios quien ha fundado la Iglesia y la ha guiado hasta su victoria final sobre el poder del Estado pagano.
Siendo su misma época un período en que acontecimientos históricos de grandísima importancia se sucedían unos a otros con gran rapidez, se vio obligado Eusebio, varias veces, a hacer adiciones al original para tener al día su principal obra. La Historia eclesiástica ha pasado, pues, por varias etapas que se ha dado en llamar ediciones. E. Schwartz contó cuatro y propuso la siguiente teoría: la primera, que comprendía los libros primero al octavo, apareció el año 312; la segunda, con la adición del libro noveno, el 315; la tercera añadió el libro décimo y apareció el año 317; la cuarta, que suprimió los pasajes que no iban bien con la damnatio memoriae de Licinio, reemplazándolos con la descripción de su caída, se publicó el año 325, al tiempo del concilio de Nicea. H. J. Lawlor ha presentado una hipótesis opuesta; según él, la obra en su forma primera habría aparecido mucho antes de lo que supone Schwartz. Las investigaciones más recientes favorecen la opinión de los que creen que los libros primero al séptimo se publicaron antes de que Diocleciano iniciara su persecución (303). La Historia eclesiástica logró en todas partes un gran éxito. Fue copiada tantas veces, que el texto de la última edición crítica se ha podido basar en siete manuscritos griegos del siglo IX al XI: tres de la Bibliothéque Nationale de París (Codex Parisinus 1430.1431.1432). dos de la Biblioteca Laurenciana de Florencia (Codex Laurentianus 70,7 y 70,20), uno de la Biblioteca de San Marcos de Venecia (Codex Marcianus 338) y uno de Moscú (Codex Mosquensis 50).
Han llegado hasta nosotros, por añadidura, tres traducciones. La más antigua es la siríaca, hecha probablemente en e siglo IV, que sirvió de base a una versión armenia antigua muy literal. La siríaca es mucho mejor que la traducción latina que hizo Rufino el año 403. Este, muchas veces, parafrasea el texto e interpreta erróneamente el original, pero tiene la ventaja de proseguir la historia hasta la muerte de Teodosio el Grande, el año 395, agregando otros setenta años. Ya hemos dicho que en todo el Occidente la Historia eclesiástica se conoció en esta traducción latina.
3. Los mártires de Palestina
Eusebio debió de publicar una colección de actas antiguas de mártires antes de escribir su Historia eclesiástica, pues en los libros cuarto y quinto se refiere a ellas repetidas veces. Esta preciosa obra se ha perdido. Hablando de los mártires de Palestina (Hist. eccl. 8,13,7) añade:
No nos toca a nosotros consignar por escrito los combates de quienes lucharon por el culto de Dios en el mundo entero y registrar detalladamente cada una de sus hazañas; deberían hacerlo quienes fueron testigos de los acontecimientos. Por mi parte, yo daré a conocer en otra obra los que yo he presenciado personalmente.
Eusebio cumplió su promesa. En su Mártires de Palestina nos describe los martirios de aquella provincia que él mismo presenció como testigo ocular. La obra ha llegado a nosotros en dos recensiones. En griego se conserva solamente la recensión más corta; se encuentra en cuatro manuscritos de la Historia eclesiástica (Codex Parisinus 1430, Codex Laurentianus 70,7 y 70,20, Codex Mosquensis 50), como apéndice al libro octavo. Eusebio la escribió probablemente poco después de la primera edición de su obra principal. El texto completo de U recensión larga se conserva sólo en una versión siríaca antigua. Quedan, sin embargo, algunos fragmentos de su texto griego.
Sigue el orden cronológico y cubre toda la duración de la persecución, desde el 303 hasta el 311. Gracias a esta obra acerca de la marcha de la persecución en Palestina y acerca del número de víctimas que allí hubo estamos mejor informados que de ninguna otra provincia del Oriente. Podemos distinguir las víctimas de la persecución de Diocleciano de las de Galerio y Maximino, cosa que es imposible en otras localidades. Durante el reinado de Diocleciano fueron sentenciados a muerte en Cesarea un grupo de doce cristianos capitaneados por el lector Procopio. Cuando Maximino sucedió a Diocleciano, la persecución se recrudeció. Maximino ordenó que se obligara a todos los ciudadanos a sacrificar y a comer de las carnes sacrificadas. El número de los que murieron mártires en este pequeño rincón del Imperio durante toda la persecución, desde el 303 hasta el 311, asciende a 83. El más famoso fue el presbítero Pánfilo, maestro y amigo de Eusebio. Los confesores fueron muchos más: "No puedo dar ahora el número incalculable de aquellos a quienes primeramente cortaron su ojo derecho con la espada y luego le cauterizaron con fuego, inutilizaron su pie izquierdo aplicando hierros candentes a las junturas y que después de esto fueron condenados a las minas de cobre de la provincia" (Hist. eccl. 8,12,10). Eusebio no oculta que en Palestina hubo algunos que se mostraron débiles y apostataron al primer asalto.
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