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7. Cartas

Sus cartas debieron de ser numerosísimas, a juzgar por la enorme participación que tuvo en las disputas de su tiempo. Sin embargo, han desaparecido casi todas. Por muy extraño que parezca, nunca se hizo, al parecer, ningún esfuerzo por recoger su correspondencia para formar una colección.

Hasta nosotros sólo han llegado completas tres cartas: la carta en que dedica su De ecclesiastica theologia a Flaccilo, la que escribió a Carpiano, una especie de introducción a sus Cánones evangélicos y, por fin, la que dirigió a su propio pueblo de Cesarea al concluirse el concilio de Nicea.

La última la incluyó Atanasio, como apéndice, en su defensa de la definición de Nicea De decretis Nicaenae Synodi escrita hacia el año 350 (cf. supra, p.63). Sócrates (Hist. eccl. l,8,35s), Teodoreto (Hist. eccl. 1,12,1) y Gelasio (Conc. Nic. II 35,1) la copiaron evidentemente de Atanasio. Eusebio informa a su iglesia acerca de lo ocurrido en el concilio y trata de justificar su propia conducta, especialmente su consentimiento al homoousios, para evitar que saquen una impresión falsa de habladurías y rumores. Copia luego un extenso escrito que, según dice, leyó él en una de las sesiones en presencia del emperador. Después de declarar brevemente que se adhiere irrevocablemente a la fe en que fue bautizado, copia un símbolo bautismal, que parece ser el de la Iglesia de Cesarea. Sigue luego una breve explicación teológica de sus artículos y la declaración de que así ha sido su fe y predicación en el pasado. Se creyó anteriormente que el motivo que le movió a someter el símbolo de Cesarea al concilio fue el de proponer una base para que pudiera redactarse un nuevo símbolo; pero ahora parece cierto que lo hizo para asegurar la rehabilitación de su propia ortodoxia, que habían puesto en tela de juicio en el concilio de Antioquía celebrado con anterioridad, aquel mismo año.

Después del documento, Eusebio continúa con su carta:

Una vez que hicimos esta profesión de fe, nadie dio, lugar a discusión. Antes que ningún otro, nuestro piadosísimo emperador atestiguó que era enteramente ortodoxa. Confesó, además, que ésos eran sus propios sentimientos y aconsejó a todos que la admitieran y subscribieran sus artículos y les dieran su asentimiento, después de introducir sólo una palabra, homoousios, que explicó diciendo que no ha de entenderse en el sentido de las afecciones del cuerpo, ni como si el Hijo subsistiera por vía de división u otra separación del Padre (4).

Pero el concilio, eso pretexto de añadir consubstancial, redactó la fórmula siguiente." Y copia luego Eusebio el texto del símbolo de Nicea con sus anatemas. Termina su carta explicando cómo "resistió hasta el último minuto, porque nos disgustaban esas declaraciones que diferían de las nuestras"; pero al final firmó, después de haber examinado cuidadosamente las palabras de la nueva fórmula. Dado que no existen actas oficiales del concilio, esta carta constituye una de nuestras fuentes más autorizadas sobre lo ocurrido en Nicea y sobre la dudosa postura de Eusebio.

Quedan unas citas de otras cartas alusivas a la controversia arriana, que escribió Eusebio antes del concilio. Eusebio de Nicomedia (teodoreto, Hist. eccl. 1,5), en su carta a Paulino de Tiro, menciona una carta a Alejandro de Alejandría en la cual Eusebio de Cesarea intercedía en favor de Arrio (cf. supra, p.200). Las actas del concilio segundo de Nicea, del 787, contienen una larga cita de otra carta anterior al mismo Alejandro de Alejandría, en la que Eusebio empleaba en defensa de Arrio el símbolo que éste sometió al sínodo de Nicomedia (Conc. Nic. II Act. 6: mansi, SS. Conc. Coll. 13,316-7). Según estas actas, Eusebio escribió a Alejandro varias veces en favor de la doctrina de Arrio. Atanasio (De syn. 17) habla de una carta de Eusebio al obispo Eufrantión de Balaneae, en Siria, por el tiempo del concilio de Nicea, donde "no tenía escrúpulo en decir que Cristo no era verdadero Dios" (Mansi, 1.c., 317).

Por último, en una nota a Constancia, hermana de Constantino y esposa de Licinio, Eusebio, en sus últimos años, la censuró por desear hacerse con un retrato de Cristo. La carta acusa tendencias iconoclastas, en cuanto que se opone, como a una costumbre pagana, no sólo a que se veneren tales imágenes, sino a que se hagan. Por esta razón, los herejes del siglo VIII la adujeron para justificar su propia condenación de las imágenes. Nicéforo de Constantinopla (+ 826) la criticó duramente e incluyó varios pasajes en su Antirrhetica (Pitra, Spicil. Solesm. I 383s); estos mismos pasajes se encuentran también en las actas del concilio segundo de Nicea (mansi, 1.c., l3,313.317); a esta circunstancia debemos que hayan llegado hasta nosotros.

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