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5. Panegíricos

Crisóstomo pronunció gran número de panegíricos de santos del Antiguo Testamento, tales como Job, Eleazar, los Macabeos y su madre; de algunos mártires, como Romano, Julián, Barlaam, Pelagia, Berenice, Prósdoce, y de mártires en general. Presentan interés particular los que predicó en honor de los santos obispos de Antioquía Ignacio, Babila, Filogonio, Eustaquio y Melecio. El panegírico sobre su maestro Diodoro de Tarso lo pronunció en presencia de éste.

Pero ningún panegírico suyo ha alcanzado la nombradla que han logrado las Homiliae 7 de laudibus S. Pauli, donde da una expresión entusiasta a su ilimitada admiración por el Apóstol de las Gentes. Aniano de Celeda, que las tradujo al latín entre los años 415 y 419, dice que no solamente retratan al gran Apóstol, sino que de algún modo se puede decir que le resucitan de los muertos, de suerte que viene a ser una vez más un modelo vivo de perfección cristiana. En el panegírico de introducción, Crisóstomo le alaba como la síntesis de todas las virtudes y le compara con las grandes figuras del Antiguo Testamento desde Abel hasta San Juan Bautista, para concluir diciendo que supera a cada uno de ellos en su propia excelencia. En el segundo demuestra con el ejemplo de Pablo hasta qué alturas extraordinarias puede subir la frágil naturaleza humana. El tercero describe los obstáculos que hubo de superar el Apóstol con su valor sin límites y con su caridad inagotable. El cuarto trata de su conversión en el camino de Damasco. Crisóstomo compara la reacción de Pablo ante la llamada de Dios con la de los judíos en cuanto pueblo, que permanecieron endurecidos en su infidelidad a pesar de haber sido testigos de muchos milagros. El quinto describe las debilidades del Apóstol, sobre las cuales triunfó tan gloriosamente. El sexto discute su temor ante la muerte, en el cual algunos, al parecer, veían un defecto. Crisóstomo explica que los síntomas de aversión física no empañan el lustre del valor auténtico; lo que cuenta es la resolución del alma. El último panegírico compara al portaestandarte de un ejército cualquiera con San Pablo, portaestandarte del Señor crucificado y Rey celestial, que llevó el emblema de la Cruz en su bandera a través del mundo entero.

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