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2. Tratados
1. De sacerdotio
No hay obra de Crisóstomo que se conozca mejor y que se haya traducido con más frecuencia y editado más veces que sus seis libros Sobre el sacerdocio. Poros años después de la muerte de Crisóstomo. Isidoro de Pelusio declaraba: "No hay ninguno que haya leído este libro y no haya quedado herido por el amor divino. Muestra el sacerdocio como algo augusto V difícil de alcanzar, y enseña cómo se ha de cumplir sin reproche. Porque lo compuso Juan, el sabio intérprete de los misterios de Dios, luz de la Iglesia de Bizancio y de la Iglesia entera, y lo hizo con tanta delicadeza, densidad y precisión, que todos aquellos que ejercen el sacerdocio como Dios manda o lo tratan con negligencia encuentran aquí retratadas sus virtudes o sus faltas" (Ep. 1,156). A juicio de Suidas (Lex. 1, 1023), sobrepasa a todos los demás escritos de Crisóstomo en sublimidad de pensamiento, pureza de dicción, suavidad y elegancia de estilo. Efectivamente, siempre se le ha considerado como un clásico del sacerdocio y uno de los mejores tesoros de la literatura patrística.
La obra misma no aporta ningún dato para determinar la fecha. Sócrates Hist. eccl. 6,3) lo asigna al período en que era diácono (381-386). De todos modos, el año 392 lo levó ya Jerónimo (De vir. ill. 129). El tratado adopta la forma de un diálogo entre Crisóstomo y su amigo Basilio; el primero trata de justificar su conducta con ocasión del nombramiento de ambos como obispos el año 373. Basilio había informado a Crisóstomo que estaba dispuesto a seguir cualquier camino que tomara, bien sea declinando aquella dignidad, bien sea sometiéndose a ella; pero le rogaba que lo hicieran ambos de común acuerdo. Dejando a su compañero bajo la impresión de que aceptaba su sugerencia, Crisóstomo esquivó la carpa sin comunicarle al otro su resolución. Entre tanto, dijeron a Basilio que Crisóstomo había aceptado y le indujeron a hacer lo mismo. Cuando se enteró de que Crisóstomo le había engañado, se sintió muy herido. Los últimos capítulos del libro primero describen la indignación de Basilio y las primeras frases de la defensa de Crisóstomo, que se convierten en una discusión sobre el sacerdocio en su más alto grado, el oficio episcopal. En el segundo libro continúa la defensa demostrando que su manera de obrar fue para bien de su amigo y de su grey, que obtuvo tan buen pastor en su persona. En cuanto a él, esquivó esta carga, porque un oficio así requiere un alma grande y noble y está lleno de dificultades y peligros. No fue por insultar a sus electores por lo que huyó él, sino porque estaba profundamente convencido de su fragilidad. Aunque él nunca lo vaya a admitir, la virtud y la caridad ardiente de Basilio le hacen sobremanera apto para esa elevada dignidad. En el libro tercero refuta a quienes sospechan que declinó esta dignidad por soberbia y vanagloria, demostrando que los que así piensan no tienen una concepción verdadera del sacerdote. Esto le lleva a hablar, en uno de los pasajes más bellos, sobre la grandeza del sacerdocio:
El sacerdocio, sí es cierto que se ejerce sobre la tierra, pero pertenece al orden de las instituciones celestes, y con mucha razón. Porque no fue un hombre, no un ángel o arcángel, no otra potestad alguna creada, sino el Paráclito mismo quien ordenó este ministerio e hizo que hombres vestidos aún de carne pudieran ejercer oficio de ángeles. Por lo cual, el sacerdote ha de ser tan puro como si se hallara en los cielos en medio de aquellas angélicas potestades... Imagínate, te ruego, que tienes ante los ojos al profeta Elías; mira la ingente muchedumbre que lo rodea, las víctimas sobre las piedras, la quietud y silencio absoluto de todos y sólo el profeta que ora, v, de pronto, el fuego que baja del cielo sobre el sacrificio. Todo esto es admirable y nos llena de estupor. Pues trasládate ahora de ahí y contempla lo que entre nosotros se cumple, y verás no sólo cosas maravillosas, sino algo que sobrepasa toda admiración. Aquí está en pie el sacerdote, no para hacer bajar fuego del cielo, sino para quo descienda el Espíritu Santo, y prolonga largo rato su oración no para que una llama desprendida de lo alto consuma las víctimas, sino para que descienda la gracia sobre el sacrificio y, abrasando las almas de todos los asistentes, las deje más brillantes que plata acrisolada... Pues quien atentamente considera qué cosa sea estar un hombre envuelto aún de carne y sangre, y poder, no obstante, llegarse tan cerca de aquella bienaventurada y purísima naturaleza, ése podrá comprender bien qué tan grande sea el honor que la gracia del Espíritu otorgó a los sacerdotes. Porque por manos del sacerdote se cumplen no sólo los misterios dichos, mas también otros que en nada les van en zaga, ya en razón de su dignidad en sí, ya en orden a nuestra salvación. En efecto, a moradores de la tierra, a quienes en la tierra tienen aún su conversación, se les ha encomendado administrar los tesoros del cielo, y han recibido un poder que ni a ángeles ni a arcángeles concedió Dios jamás. Porque no se les dijo a éstos: "Lo que atareis sobre la tierra será también atado en el cielo, y lo que desatareis sobre la tierra será desatado en el cielo" (Mt 18,18). Cierto que los que ejercen autoridad en el mundo tienen también poder de atar; pero es sólo los cuerpos. La atadura del sacerdote toca al alma misma y penetra los cielos. Lo que los sacerdotes hacen aquí abajo, Dios lo ratifica allá arriba, y la sentencia de los siervos es confirmada por el Señor...
Porque éstos son, éstos, los que espiritualmente nos engendran, los que por el bautismo nos dan a luz. Por ellos nos revestimos de Cristo y nos consepultamos con el Hijo de Dios y nos hacemos miembros de aquella bienaventurada cabeza. De suerte que los sacerdotes debieran merecernos más reverencia que los magistrados y reyes y hasta fuera justo tributarles honor mayor que a nuestros mismos padres. Porque éstos nos engendran por la sangre y la voluntad de la carne; mas aquellos son autores de nuestro nacimiento de Dios, de la regeneración bienaventurada, de la libertad verdadera y de la filiación divina por la gracia (3,4-6: BAC 169,645-9, trad. D. Ruiz Bueno).
Todo esto sirve para probar que nadie le debiera censurar por haber hurtado el cuerpo a una dignidad tan elevada. El mismo San Pablo tembló y quedó aterrado cuando consideró el sacerdocio. La razón es que un sacerdote necesita ser excepcionalmente virtuoso y santo. Sobre todo debería quedar desterrada de su alma la ambición. Debería ser muy sabio y prudente, cauto y clarividente, paciente y tolerante, aun cuando se le censure e insulte. Si esto vale para un simple sacerdote, cuánto más para un obispo.
El libro cuarto habla de la suerte terrible que espera a quienes entran en el estado clerical conscientes de su indignidad y de aquellos que, en contra de su voluntad, se ven forzados a aceptarlo aunque estén desprovistos de las cualidades necesarias, especialmente para predicar. Para ser buen predicador, el sacerdote tiene que estar provisto de los conocimientos que se requieren para responder a los ataques de todos los griegos, judíos y herejes, sobre todo de los maniqueos y de los secuaces de Valentino, Marción, Sabelio y Arrio. Un ejemplo radiante bajo este aspecto es San Pablo, quien era notable no sólo por sus milagros, sino también por su elocuencia.
Al libro quinto se le podría llamar un manual de predicadores, pues en él discute el autor el gran esfuerzo y diligencia que deben poner en su oficio, así como de los peligros que éste encierra. Un buen predicador debe despreciar la adulación, si es que tiene éxito, y no debería caer en la envidia si otros consiguen mayores aplausos que él. Su finalidad primera debería ser agradar a Dios. No le deberían turbar ni la crítica desfavorable ni la falta de estima.
El libro sexto contrapone la vida activa a la contemplativa. Es muy digno de notarse que Crisóstomo, que no había escatimado nunca sus alabanzas a la vida contemplativa y que había vivido varios años como ermitaño, dé aquí la preferencia a la primera, porque exige mayor magnanimidad. Las dificultades y los peligros de la vida monástica no se pueden comparar con los del apostolado sacerdotal. La vida de un monje no es una prueba de virtud tan grande como la de un buen prelado. Es mucho más fácil salvar el alma propia que salvar las de los demás. Los sacerdotes son responsables aun de los pecados de los demás, mientras que los monjes sólo tienen que responder de los propios. Por eso la vida activa requiere mucha mayor perfección que la contemplativa. Por todas estas razones, Crisóstomo se siente incapaz de afrontar las responsabilidades y peligros del oficio episcopal.
Tanto la ocasión histórica del diálogo, tal como se presenta en el libro primero, como la forma misma de diálogo, más parecen ficción que realidad y sirven solamente para proporcionar al autor un marco para su tema principal - la grandeza y las responsabilidades del sacerdocio -. No han tenido éxito hasta ahora los esfuerzos hechos para identificar al Basilio del diálogo. Crisóstomo no le menciona nunca en ninguna de sus obras, ni siquiera en sus cartas. Se han sugerido los nombres de Basilio el Grande, Basilio de Seleucia y Basilio de Rafanea, con preferencia a favor de este último; pero sigue siendo extraño que no haya quedado ni la más ligera huella de una amistad tan íntima en ningún escrito posterior y en ninguna carta de Crisóstomo. Ni Paladio ni Sócrates mencionan el incidente de la elección y consagración de Basilio. Parece ser que, en su narración introductoria y en todo el tratado, Crisóstomo tomó como modelo la Or. 2 De fuga (cf. supra, p.256) de Gregorio Nacianceno, donde éste defiende su fuga del sacerdocio. Hay muchos detalles, aun en la misma manera de tratar el tema, en que Crisóstomo parece tributario de Gregorio, aun cuando le supere en profundidad de pensamiento y en sublimidad de tono.
2. Sobre La Vida Monástica.
Algunos tratados están dedicados a defender la vida monástica. Los más antiguos son las Paraeneses ad Theodorum lapsum (PG 47,277-316), dos exhortaciones a su amigo Teodoro, más tarde obispo de Mopsuestia, que había cedido a los encantos de cierta mujer llamada Hermione y encontraba fastidio en la vida monástica (cf. supra, p.420). Sólo la primera adopta la forma convencional; la segunda tiene la forma de una epístola. Las dos pertenecen a la época en que el mismo Crisóstomo era todavía un anacoreta. Al mismo período pertenecen los dos libros De compunctione (περί κατανύξεως; PG 47, 393-422); el libro primero está dedicado al monje Demetrio; el segundo, al monje Stelequio. Crisóstomo describe la naturaleza y necesidad de la compunción verdadera.
Los tres libros Adversus oppugnatores vitae monasticae atacan a los enemigos del monaquismo y tratan de persuadir a los padres cristianos que manden a sus hijos a los monjes para su educación superior y su formación moral (PG 47,319-386). La obra entera, compuesta entre los años 378 y 385, tiene reminiscencias de la filosofía popular y de la retórica. El paralelo que se establece en el libro segundo (6) entre un monje y un rey deriva de un tópico estoico y está más completamente desarrollado en el breve ensayo Comparatio regis et monachi (PG 47,387-392), que constituye como la réplica cristiana a la comparación de Platón entre un filósofo y un tirano en el libro noveno de su Politeia.
3. Sobre la virginidad y la viudez
El libro De virginitate (PG 48,533-596) es, en su mayor parte (c.24-84), una interpretación minuciosa de las palabras del Apóstol (1 Cor 7,38) de que el matrimonio es cosa buena, pero la virginidad, mejor; Crisóstomo alude a esta obra en sus homilías sobre la primera a los Corintios (19,6), que pronuncio más tarde en Antioquía.
Poco después de consagrado patriarca de Constantinopla (397), Crisóstomo publicó dos cartas pastorales; las dos tratan del problema de los Syneisaktoi o virgines subintroductae. es decir, de los hombres y mujeres ascetas que vivían bajo el mismo techo. La primera, Adversus eos qui apud se habent virgines subintroductas (PG 47,495-514), va dirigida a los clérigos y condena la costumbre que seguían algunos sacerdotes de tener en sus casas vírgenes consagradas, pretendiendo vivir con ellas como con hermanas espirituales. La segunda, Quod regulares feminae viris cohabitare non debeant (PG 47,513-532), insiste en que las mujeres canónicas (αικανονικαί) no deben admitir hombres que residan permanentemente con ellas bajo el mismo techo. Crisóstomo admite que no ha habido en realidad muchas ofensas, pero advierte que el escándalo tiene que surgir inevitablemente. A pesar de que los dos tratados respiran gran celo apostólico por la reforma del clero, sin embargo, su lenguaje es muchas veces duro y mordaz, llegando a comparar dichas casas con lupanares. Paladio refiere que ?esto causó gran indignación en aquellos del clero que no tenían amor de Dios y ardían en pasiones? (19).
El breve tratado Ad viduam iuniorem (PG 48,399-410), escrito probablemente hacia el año 380, trata de consolar a una viuda joven por la pérdida de su esposo, Terasio. El opúsculo De non iterando coniugio, que aconseja a las viudas en general que permanezcan como están (1 Cor 7,40), publicado muchas veces como apéndice del anterior, probablemente es de la misma fecha.
4. Acerca de la educación de los hijos
En ninguna otra obra presenta Crisóstomo sus ideas de educación en una forma tan condensarla como en el tratado titulado De inani gloria et de educandis liberis. Parece extraña a primera vista la combinación de estos dos temas en un mismo libro. La primera parte del libro, que es la más corta, Sobre la vanagloria, trata del vicio principal de Antioquía, el lujo y el libertinaje. La segunda parte, Sobre la educación de los hijos, se propone proteger a la juventud contra vicios tan peligrosos, enseñando a los padres la manera recta de educar a los hijos e hijas. La transición del primer tema al secundo la presenta el autor como natural, puesto que la raíz más profunda de toda corrupción es la falta de formación moral de la generación futura (15): "La maldad se hace difícil de arrancar porque nadie les habla acerca de la virginidad, nadie les dice una palabra sobre la castidad, nadie sobre el desprecio de las riquezas y de la gloria, nadie les recuerda las promesas que tenemos en las Escrituras" (17). Urge a los padres consideren la educación de los hijos como su función más ida y santa y que les proporcionen las riquezas verdaderas del alma antes que las terrenas. Deben formar a sus hijos e hijas, no para el tiempo, sino para la eternidad. Este librito tiene un interés duradero como documento para la historia de la pedagogía cristiana, aunque Crisóstomo presta poca atención al progreso intelectual del niño y no pretende tener conocimientos psicológicos profundos.
Es muy corto el número de manuscritos que contienen este tratado. Las ediciones de Fronton du Duc, Savile, Montfaucon y Migne no lo incluyen. Lo editó por vez primera el dominico F. Combefis el año 1656. agregando una traducción latina. John Evelyn publicó en 1659 una versión inglesa, pero omitiendo los primeros dieciséis párrafos sobre la vanagloria. Como Montfaucon y Migne lo rechazaron como espurio, quedó en olvido otra vez, hasta que Haidacher despertó de nuevo el interés con la publicación de su traducción alemana. En la introducción probaba que son completamente injustificadas todas las dudas acerca de su autenticidad. Su temprana muerte en 1908 le impidió publicar una nueva edición crítica del texto griego, que salió en 1914 por obra de F. Schulte. Tanto Haidacher como Schulte apoyaban sus conclusiones favorables a la autenticidad del librito en sus muchas semejanzas con los escritos reconocidos como auténticos de Crisóstomo, especialmente en la semejanza en la selección de las palabras, en la estructura de las cláusulas, en el lenguaje figurativo empleado y en la recurrencia de los temas favoritos. La comparación de la introducción del tratado con la homilía 10 sobre la Epístola a los Efesios era particularmente convincente para Haidacher, quien asigna ambas obras a Antioquía y al año 393.
Combefis y Schulte basaron sus ediciones en un solo manuscrito: Codex Parisinus Gr. 764 saec.X-XI, anteriormente en la biblioteca del cardenal Mazarini. Si bien Schulte afirma que buscó en vano otras copias, existía un segundo manuscrito, que descubrió A. Papadopulos-Kerameus en 1881 y describió en un catálogo impreso en 1885: el Codex Lesbiacus 42, de fines del siglo X o principios del XI, fol.92v a fol.118r. Al parecer, la publicación de Kerameus pasó inadvertida, pues en 1929 C. Baur se arrogaba el mérito de haber descubierto este segundo manuscrito.
5. Sobre el sufrimiento
Crisóstomo era solamente diácono cuando escribió los tres libros Ad Stagirium a daemone vexatum. Consuela a su amigo, el monje Stagirio, que se encontraba muy desesperado y en desolación espiritual. Crisóstomo trata de la finalidad de la adversidad y aconseja a Stagirio que descubra en sus propias tribulaciones la intervención amorosa de la divina Providencia. Los libros segundo y tercero repasan la historia del sufrimiento desde Adán hasta San Pablo para probar que precisamente los predilectos de Dios han pasado por las mayores tribulaciones.
Los otros dos tratados que tocan el problema de la miseria humana datan del período de su segundo destierro, entre el 405 y 406, y van dirigidos a sus amigos de la patria. En el primero, Quod nemo laeditur nisi a se ipso (PG 52,259-480), trata de probar que en realidad nadie puede dañar a otro si éste no coopera. Siempre y en todas partes queda en la mano de uno el evitar aquello que únicamente puede dañarle. En el segundo, Ad eos qui scandalizati sunt ob adversitates (PG 52, 479-528), consuela a los que se han escandalizado por la triste situación presente y por el aspecto tenebroso del futuro. Aunque las intenciones de Dios no estén claras para nosotros, las tristezas y adversidades que sobrevienen a los justos no deben inducirnos nunca a poner en tela de juicio el orden divino del mundo.
6. Contra paganos y judíos
A pesar de algunas dudas prolongadas, parecen ser auténticos estos dos tratados apologéticos. El primero, De S. Babyla contra Iulianum et Gentiles, compuesto hacia el año 382, muestra el triunfo victorioso de la religión cristiana y la decadencia del paganismo en la historia del obispo y mártir Babila de Antioquía, que murió en la persecución de Decio. Juliano el Apóstata había ordenado el año 362 que sus restos fueran sacados de la cueva de Dafne, cerca de Antioquía, y se restaurara allí el culto antiguo de Apolo. Pero el 24 de octubre del 362 se quemaba el famoso templo de Dafne y nueve meses después caía herido el mismo Juliano (26 de junio del 363). Crisóstomo ensalza ambos acontecimientos como una prueba del poder de San Babila y cita largos pasajes del discurso de Libanios (60) acerca del incendio del templo, calificando de necedad y chochez sus lamentaciones.
El segundo tratado, Contra Judaeos et Gentiles quod Christus sit Deus, es "una demostración a judíos y griegos de que Cristo es Dios por lo que se dice de El en muchos lugares en los profetas," según lo dice el título completo en griego. El autor prueba la divinidad de Cristo por el cumplimiento de las profecías del mismo Cristo y por las del Antiguo Testamento. Entre las primeras recalca especialmente las profecías sobre el poder irresistible de la religión cristiana y sobre la destrucción del templo de Jerusalén. Refiere que en la generación presente aquel rey que sobrepasó a todos los demás en iniquidad, Juliano, dio su aprobación a la reconstrucción del templo judío; pero, cuando se empezó la obra, se levantó luego desde los cimientos y ahuyentó a los judíos. La cruz, que era el símbolo de una muerte horrible, se ha convertido en objeto de bendición. "Los reyes deponen sus coronas y toman la cruz, símbolo de su muerte. La cruz aparece en sus púrpuras, la cruz en sus coronas, la cruz en sus oraciones, la cruz en sus armas, la cruz sobre la mesa sagrada. Y a todo lo ancho del mundo la cruz brilla más que el sol" (8). La victoria de Cristo ha sido completa: "Los reyes, los generales, los capitanes, los cónsules, los esclavos y los libres, las personas privadas, los sabios y los ignorantes, los bárbaros y toda clase de hombres y toda la tierra que baña la luz del sol, toda esta extensión está ocupada por su nombre y por su culto, para que aprendas el significado de aquellas palabras: "Y su descanso será glorioso" (Is 11,10). Y el lugar que recibió aquel cuerpo muerto, aunque pequeño y angosto, es más venerable que todas las cortes reales y más honorable que los mismos reyes" (11).
Probablemente el tratado es incompleto, pues termina bruscamente y Crisóstomo no cumple la promesa de hablar más adelante acerca de los judíos de manera más completa. Por el contenido y por la elocuencia, el tratado parece salido de su pluma. Hay varios pasajes que recuerdan otras obras suyas. Las opiniones se hallan divididas respecto de la fecha de su Composición. Bardenhewer (vol.3 p.348) lo pone hacia el año 387, mientras que Williams prefiere situarlo al principio de su diaconado (381).
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