conoZe.com » bibel » Espiritualidad » Vidas de Cristo » La Historia de Jesucristo (por Bruckberger - 1964) » Segunda Parte.- La Vida de Jesucristo

VII.- La Circuncisión

15. No son los judíos quienes inventaron la circuncisión, pero hay que reconocer que le dieron en su religión y en su vida social un lugar tan eminente que, en nuestro lenguaje moderno, el término de "circunciso" es prácticamente sinónimo de judío, con un matiz peyorativo, por otra parte, que ya veremos si está justificado. Los judíos, con todo, no modificaron la significación general del rito de la circuncisión, que, en una sociedad primitiva, manifiesta la pertenencia al clan. En la sociedad primitiva, en que el clan (genos) era a la vez la realidad religiosa y social, suprema, fuera de la cual nadie tenía derecho a nacer, vivir y morir, el clan reconocía oficialmente con la circuncisión a un varón de su linaje, y tomaba posesión de él.

Desde Aristóteles a los etnólogos contemporáneos, se ha estudiado mucho esta estructura social primitiva que es el clan, anterior y aun opuesta a la estructura de la ciudad. Aristóteles juzgaba que el clan era una estructura social inferior y bárbara; para él, sólo la ciudad albergaba entre sus murallas la razón, la civilización y las leyes. Hoy asistimos en el mundo entero a la liquidación, que parece definitiva, de la estructura social del clan, en el Yemen, por ejemplo, en el Tíbet, en África. El clan ya no es más que el residuo de una evolución social e histórica que parece irreversible.

No obstante, para quienes lo estudian, el clan siempre ha sido una estructura social fascinante, aunque bárbara, pues el clan es esencialmente racista; la fuente de su orden no es la razón humana o la ley, sino sólo la voluntad del jefe de la raza. El objetivo del clan es principalmente biológico; es la supervivencia de la raza, su arraigo, su despliegue. Para describirlo y simbolizarlo, vienen naturalmente al espíritu las imágenes elementales de la vida, imágenes vegetales, un árbol con sus raíces profundas en la tierra y sus múltiples ramas extendidas en el cielo, pero todas unidas a un tronco único.

A mi juicio, el clan no sólo es racista, sino que también es esencialmente místico en sentido de que toda su actividad y toda su vida se vinculan a una fuente divinizada y adorada. En el clan no hay distinción clara entre la religión, la disciplina familiar, el honor colectivo, la gloria del nombre, la solidaridad de la sangre, el interés biológico de la raza, la propiedad colectiva del suelo, del rebaño o de la tienda. Se adora el origen del clan, es decir, el antepasado fuente de la raza. El patriarca, mientras vive, o a falta de él, el hijo mayor, es a la vez sacerdote, jefe de guerra, rey y juez.

Todos los valores del clan, religión, honor, bienes terrestres, protección de las armas, se transmiten por la generación con la continuidad racial. En el interior de esa sociedad elemental en que todo queda imbricado, la tumba del antepasado, la simiente de cada hombre, el seno materno de cada mujer, tienen un carácter a la vez equivalente y sagrado: son la raíz, el grano y el suelo del árbol soberbio del clan.

En tal contexto, la circuncisión que marca el sexo del recién nacido en señal de pertenencia al clan y de incorporación solemne a su religión, a su honor, a su nombre, a su tradición, a su historia, y a sus esperanzas, no tiene nada de vulgar. Nuestras sociedades modernas, a la vez puritanas y obsesionadas de erotismo, son las que ya no tienen ninguna comprensión profunda ni respeto por las realidades sexuales y la santidad del acto de la generación.

Sociedad bárbara, dice Aristóteles, porque no está regida por las leyes, sino por la voluntad de uno solo, que, siendo hombre, no es forzosamente razonable. Lo que Aristóteles no preveía era que Dios mismo se hiciera jefe del clan. Entonces esa sociedad primitiva y bárbara, aun siguiendo tal como es, asumida por Dios en su peculiar plano, propiamente sobrenatural, emerge muy por encima de todos los clanes, de todas las ciudades humanas y de todas las civilizaciones, porque la justicia de Dios suple toda ley, aun la más justa, y su sabiduría suple toda civilización, aun la más refinada. Eso es exactamente lo que pasó aquí. Esto es lo que dijo Dios a Abraham, jefe y fundador del clan hebreo: "Estableceré mi Alianza entre tú y yo, y tu raza después de ti, de generación en generación, una alianza perpetua, para ser tu Dios y el de tu raza después de ti".

Esa alianza llega a la sustitución. Dios se hace jefe de ese clan, su verdadero patriarca, su antecesor confesado y adorado; su voluntad santa es la única ley de supervivencia de ese clan, y la obediencia a ese jefe es la única ley de honor de ese clan. Tal voluntad de Dios, tal obediencia al verdadero Dios, se convierten en el interés supremo del clan, al que tiene que sacrificarlo todo; se convierten en su bien común, su protección, su defensa, en lo que le mantiene unido como pueblo de Dios. Dios dijo "de generación en generación": y, en efecto, por la generación se transmiten, con la vida, todos los bienes materiales y espirituales, la religión y el honor del clan. La pertenencia al clan es aquí, al mismo tiempo que racista, pura, simple y verdaderamente mística, porque el patriarca supremo del clan es el verdadero Dios.

En realidad, la pertenencia a Dios a través del clan de Abraham es mucho más auténtica y profunda de lo que uno se imagina. Parece que es la simiente de Abraham lo que transporta la Palabra de Dios, su Promesa, su vocación, su llamada, de generación en generación, de suerte que esa Palabra es engendradora del clan, igual, o más bien al mismo tiempo, que el acto de generación. Se ve cómo la Encarnación de la Palabra de Dios, sin socorro de ningún progenitor masculino, sino directamente por el Espíritu Santo, en las entrañas de una hija de Israel, está en la línea de fundación de ese clan. La Palabra transportada por ese río se detiene un día y eleva su tienda en la ribera. Desde entonces, si había un varón de Israel y del clan de Abraham que debiera hacerse circuncidar, era Jesús, más que ningún otro. Nadie mejor que él, que era la Palabra en persona, pertenecía a ese clan.

En todos los clanes, había identidad entre la religión y el honor de la raza; Cristo es a la vez el honor la religión de su raza, lo es sustancialmente. Cada clan marchaba con su Dios. Pero antes de Abraham, ningún clan había pretendido que su dios fuera el único y verdadero Dios, creador del cielo y de la tierra y de toda la raza humana, y que todos los demás dioses, los de los demás clanes, fueran falsos dioses, dioses ciegos, dioses sordos e impotentes, dioses muertos, dioses de impostura.

Querría hacer aquí una pregunta a los judíos ortodoxos: como vosotros, creo que el Dios del clan de Abraham es el único Dios verdadero y que no hay más Dios que él. ¿No es verosímil que, en un momento dado de la historia humana, el carácter materialmente racista de esa religión, la vuestra, debiera estallar, o más bien trasladarse al plano espiritual? Esa transposición a un plano universal, por lo demás, está conforme con la bendición derramada sobre Abraham, pues todas las naciones habían de ser benditas en él. La Palabra de Dios es simiente de salvación para todos los hombres de todas las razas. Es verdad que vuestra raza ha conservado por sí sola esa palabra de salvación durante milenios. Y la sigue conservando, pero esta vez para el mundo entero, porque Jesucristo es esa Palabra encarnada, y a la vez sigue siendo de vuestra raza y de vuestro clan por su cuerpo, que los cristianos adoramos en la Eucaristía.

No hay ninguna duda de que, tras la solemne alianza con Dios, la tribu de Abraham siguió siendo un clan, con la significación primitiva y bárbara que el genos tiene para Aristóteles. Pero, en la jerarquía de los valores objetivos y concretos, es infinitamente más digno y honorable pertenecer al clan del verdadero Dios que a la ciudad de Solón. Abraham había abdicado directamente entre las manos de Dios todas las prerrogativas del jefe de clan, y en especial la suprema prerrogativa que es el derecho de vida y muerte y gracia sobre todos los miembros de su clan. Tal es el sentido del famoso sacrificio de Abraham, al menos su sentido literal e inmediato.

Que Israel siempre siguiera siendo un clan, es evidente por la constante referencia hecha en su historia al Dios de los patriarcas, al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Que yo recuerde, a pesar del lugar eminente de Moisés como profeta y como legislador, nunca se dice en la Biblia "Dios de Moisés". En cuanto legislador, Moisés, como Solón, ya está en una ciudad, pero los fundadores del clan son y siguen siéndolo los patriarcas. Cuando Israel invoca al Dios de los patriarcas, va más allá de la ciudad y de su ley, invoca su más profunda pertenencia y su más alto honor, su honor anterior y primero de ser el clan de Dios. Y eso lo era aun antes de que se escribiera una sola línea de la Thora. Por eso me parece que centrar toda la religión de Israel en la Thora es un empobrecimiento de la antigua religión de Israel.

El cristianismo ha retenido de Israel ese aspecto de un rito bárbaro y auténtico, en que el único Dios verdadero es a la vez patriarca, rey, sacerdote y juez del clan. Creo que se puede decir que, del judaísmo al cristianismo, se cambia de ciudad y de ley, pero no se cambia de clan.

Se me perdonará si subrayo fuertemente el carácter tribal, bárbaro y primitivo de la religión judeocristiana. Hay que pensar en tantos libros de apologética que, por el contrario, ponen en evidencia el carácter moral, civilizador, legislativo, administrativo, humanitario, democrático y aun socialista o socializante del cristianismo. Cierto que reconozco el valor de civilización del cristianismo, pero a veces no está mal mostrar su rostro nocturno un poco amedrentador. Pues, en definitiva, desde el sacrificio de Abraham en la montaña hasta el sacrificio de la Cruz y hasta el Juicio Final, esta religión no parece ser constantemente tranquilizadora y sedante.

No se me diga que ese aspecto tribal y primitivo no es de actualidad; que, por lo demás, hace mucho que la humanidad civilizada ha superado el estadio del clan; quiero distinguir. Admito que nuestras sociedades modernas ya no tienen la estructura social del clan. Sin embargo, hemos visto con nuestros ojos los estragos que todavía puede hacer el racismo en virtud de una mística de clan. La imagen patriarcal del Padre todavía es capaz de impresionar a los pueblos; lo vemos muy bien. Pero, más que de la sociedad, se trata de la estructura íntima del hombre. No creo que la invención artística auténtica y la poesía, tengan otra fuente en el hombre que aquella en que antaño se alimentaba la mística del clan. Y estoy seguro de que, para que la vida espiritual y religiosa del hombre se expansione e incluso se defina, necesita sentirse apuntalada por todas partes por la estricta jerarquía y el código trágico del clan. Las grandes órdenes religiosas, con la importancia mística del patriarca en cada una de las antiguas órdenes, han guardado la estructura del clan.

En nota marginal a mi tema, me parece notable que los métodos del psicoanálisis apelen a tantas nociones e imágenes-fuerzas que pertenecen al universo del clan. También encuentro notable que sea un médico judío quien haya puesto a punto esos métodos, y quien los haya descubierto. Su tradición nacional le había iniciado por naturaleza en las más profundas realidades del clan. Sé muy bien lo que el psicoanálisis toca de más profundo e inalienable en el hombre, y me gustaría que un psicoanalista que también fuera etnólogo trazara el paralelo entre las realidades del clan y las descubiertas por el psicoanálisis. Sé también que a ciertos pobres hombres fatigados por el absurdo de las ciudades modernas, aislados y desplazados en esas ciudades, que se pasan la vida buscando un padre, y que incluso intentan hallarlo a veces a través del suicidio, hay que darles de Dios una imagen diversa de la de un superjefe de policía que hace reglamentos y mantiene el orden público; una imagen diversa de la de un Presidente de consejo de administración que distribuye dividendos; una imagen diversa de la de un gran compadre, bobo a fuerza de ser nuestro cómplice, al que se le puede decir todo, tras haberse permitido hacer no importa qué y no importa cómo.

El Evangelista Lucas nos dice, pues, que, según la tradición de Israel, el Niño fue circuncidado ocho días después de su nacimiento, y que se le dio el nombre indicado por el ángel, Jesús. Así, el hijo de María entró oficialmente en el clan de los patriarcas, el clan de Abraham, de Isaac y de Jacob, el clan del Dios de Israel. Así quiso asumir todas las responsabilidades del clan, su honor, sus tradiciones, su historia, su religión, su Dios único y celoso, y aquello sobre lo que estaba fundado el clan de Abraham, la alianza con ese Dios. Jesús quiso aceptar también plenamente a su raza, y, lo que no es menos importante, ser aceptado por ella, decirse y ser reconocido hijo de Abraham.

En ese día de su circuncisión, según los hombres, Jesús no era sino un judío más. Pero ese judío, entre todos los hijos de Abraham, tendría la pretensión de llevar más allá que todos los demás la vocación de su pueblo, hasta realizar plenamente en sí mismo la alianza de Dios con su pueblo. Reivindicaría para él las prerrogativas supremas del jefe de clan, el derecho de vida y muerte llevado mucho más lejos que nunca antes de él, porque él resucitaría los muertos; el derecho de gracia como nadie lo había ejercido jamás, y la suprema judicatura.

Con la circuncisión, Jesús comienza históricamente su vida terrestre en el interior de un clan oriental. Es un compromiso definitivo en ese clan el que toma posesión del niño, asumiendo ese nuevo destino en la continuidad de su raza y de su honor. Ese acto solemne de iniciación en el clan de Abraham, plantea una cuestión sobre toda la vida, la muerte y la actividad de Jesús. Esa vida, esa muerte, esa actividad, pertenecen ante todo al clan. Jesús, ¿fue apóstata de su clan? ¿Le fue fiel? Si le fue fiel, ¿en qué sentido? Si no traicionó, ¿en qué sentido sirvió a su honor y mantuvo su solidaridad? ¿Cómo llegó a ser jefe de ese clan, el Dios-Héroe de que hablaba Isaías?

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