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Introducción

1. La Iglesia que está en África celebró con alegría y esperanza, durante cuatro semanas, su fe en Cristo resucitado, en el curso de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos. Su recuerdo permanece aún vivo en toda la Comunidad eclesial.

Fieles a la tradición de los primeros siglos del Cristianismo en África, los Pastores de este continente, en comunión con el Sucesor del apóstol Pedro y los miembros del Colegio episcopal procedentes de otras regiones del mundo, celebraron un Sínodo que se presentó como acontecimiento de esperanza y de resurrección, en el momento mismo en que las vicisitudes humanas parecían más bien empujar a África hacia el desánimo y la desesperación.

Los Padres Sinodales, asistidos por cualificados representantes del clero, de los religiosos y del laicado, examinaron detenidamente y con realismo las luces y las sombras, los desafíos y las perspectivas de la evangelización en África, al aproximarse el tercer milenio de la fe cristiana.

Los miembros de la Asamblea sinodal me han pedido que dé a conocer a toda la Iglesia los frutos de sus reflexiones y de sus oraciones, de sus discusiones y de sus intercambios(1) Con alegría y gratitud al Señor he acogido esta petición, y hoy, en el momento mismo en que, en comunión con los Pastores y los fieles de la Iglesia católica en África, abro la fase celebrativa de la Asamblea especial para África, hago público el texto de esta Exhortación apostólica postsinodal, que es fruto de un trabajo colegial intenso y prolongado.

Pero antes de entrar en la exposición de cuanto se maduró durante el Sínodo, considero oportuno mencionar, aunque sea velozmente, las distintas fases de un acontecimiento tan decisivo para la Iglesia en África.

El Concilio

2. El Concilio Ecuménico Vaticano II puede considerarse ciertamente, desde el punto de vista de la historia de la salvación, como la piedra angular de este siglo, próximo ya a desembocar en el tercer milenio. En el marco de ese gran acontecimiento, la Iglesia de Dios que está en África vivió, por su parte, auténticos momentos de gracia. En efecto, la idea de un encuentro, bajo una forma u otra, de los Obispos de África para dialogar sobre la evangelización del continente, se remonta al período del Concilio. Aquel acontecimiento histórico fue verdaderamente el crisol de la colegialidad y una expresión peculiar de la comunión afectiva y efectiva del episcopado mundial. Los Obispos, en esa ocasión, trataron de señalar los instrumentos adecuados para compartir mejor y hacer más eficaz su solicitud por todas las Iglesias (cf. 2 Cor 11, 28) y comenzaron a proponer, con ese fin, las estructuras oportunas a nivel nacional, regional y continental.

El Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar

3. En este clima, los Obispos de África y Madagascar presentes en el Concilio decidieron crear un Secretariado General propio para coordinar sus intervenciones, de modo que se ofreciera en el aula, en cuanto fuera posible, un punto de vista común. Esta cooperación inicial entre los Obispos de África se institucionalizó después con la creación en Kampala del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (S.C.E.A.M.). Esto sucedió con ocasión de la visita del Papa Pablo VI a Uganda en julio y agosto de 1969, primera visita a África de un Pontífice de los tiempos modernos.

La convocatoria de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos

4. Las Asambleas generales del Sínodo de los Obispos, que se sucedieron periódicamente a partir de 1967, ofrecieron a la Iglesia que está en África preciosas oportunidades de hacer sentir su propia voz en el ámbito universal de la Iglesia. Así, en la II Asamblea general ordinaria (1971), los Padres Sinodales de África acogieron con alegría la oportunidad que se les presentaba de pedir una mayor justicia en el mundo. La III Asamblea general ordinaria sobre la evangelización en el mundo contemporáneo (1974) permitió examinar particularmente los problemas de la evangelización en África. En esa circunstancia los Obispos del continente presentes en el Sínodo publicaron un importante mensaje titulado «Promoción de la evangelización en la corresponsabilidad».(2) Poco después, durante el Año Santo de 1975, el S.C.E.A.M. convocó su propia Asamblea plenaria en Roma, para profundizar el tema de la evangelización.

5. Posteriormente, de 1977 a 1983, varios Obispos, sacerdotes, personas consagradas, teólogos y laicos manifestaron el deseo de un Concilio o de un Sínodo africano, con el objetivo de evaluar la evangelización en África en vista de las grandes opciones que se deben adoptar para el futuro del continente. Acogí favorablemente y alenté la idea de una «coordinación bajo diferentes formas» de todo el episcopado africano, «a fin de examinar los problemas religiosos que se presentan al conjunto del continente».(3) Por ello, el S.C.E.A.M. se preocupó de buscar vías y medios para llevar a buen fin el proyecto de este encuentro continental. Se consultó a las Conferencias Episcopales y a cada Obispo de África y Madagascar, después de lo cual pude convocar una Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos. El 6 de enero de 1989, en el contexto de la solemnidad de la Epifanía —celebración litúrgica en que la Iglesia se siente más consciente de la universalidad de su misión y del consiguiente deber de llevar la luz de Cristo a todos los pueblos—, anuncié que había asumido esta «iniciativa de gran importancia para la difusión del Evangelio». Y precisé que lo había hecho acogiendo la petición, manifestada muchas veces y en momentos distintos por los Obispos de África, por sacerdotes, teólogos y exponentes del laicado, de que «se promueva una orgánica solidaridad pastoral en todo el territorio africano e islas adyacentes».(4)

Un acontecimiento de gracia

6. La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha sido un momento histórico de gracia: el Señor ha visitado a su pueblo que está en África. En efecto, este continente vive hoy lo que puede definirse un signo de los tiempos, un momento propicio, un día de salvación para África. Parece llegada la «hora de África», una hora favorable que invita con insistencia a los mensajeros de Cristo a bogar mar adentro y a echar las redes para la pesca (cf. Lc 5, 4). Como al inicio del cristianismo, el alto funcionario de Candace, Reina de Etiopía, feliz de haber recibido la fe mediante el bautismo, prosiguió su camino llegando a ser testigo de Cristo (cf. Hch 8, 27-39), del mismo modo hoy la Iglesia en África, llena de alegría y gratitud por la fe recibida, debe proseguir su misión evangelizadora, para atraer los pueblos del continente al Señor, enseñándoles a observar cuanto Él ha mandado (cf. Mt 28, 20).

A partir de la solemne liturgia eucarística inaugural que, el 10 de abril de 1994, celebré en la Basílica Vaticana junto con treinta y cinco Cardenales, un Patriarca, treinta y nueve Arzobispos, ciento cuarenta y seis Obispos y noventa Sacerdotes, la Iglesia, Familia de Dios,(5) pueblo de los creyentes, se congregó en torno a la Tumba de Pedro. Estaba presente África con la variedad de sus ritos, junto con todo el pueblo de Dios: danzaba manifestando su alegría, expresando su fe en la vida, al sonido de los tam-tam y de otros instrumentos musicales africanos. En esta ocasión, África sintió que era, según la expresión de Pablo VI, «una nueva patria de Cristo»,(6) tierra amada por el Padre eterno.(7) Por esto yo mismo saludé ese momento de gracia con las palabras del Salmista. «¡Este es el día que el Señor ha hecho, exultemos y gocemos en él!» (Sal 118117, 24).

Destinatarios de la Exhortación

7. Con esta Exhortación apostólica postsinodal, en comunión con la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, deseo dirigirme en primer lugar a los Pastores y a los fieles laicos, y también a los hermanos de las demás Confesiones cristianas, así como a cuantos profesan las grandes religiones monoteístas, en particular los seguidores de la religión tradicional africana, y a todos los hombres de buena voluntad que, de un modo u otro, se interesan por el desarrollo espiritual y material de África o tienen en sus manos los destinos de este gran continente.

Ante todo mi pensamiento se dirige naturalmente a los africanos mismos y a todos los que viven en el continente; pienso, en particular, en los hijos y las hijas de la Iglesia católica: Obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, catequistas y todos los que hacen del servicio a sus hermanos el ideal de su existencia. Deseo confirmarlos en la fe (cf. Lc 22, 32) y exhortarles a perseverar en la esperanza que viene de Cristo resucitado, venciendo toda tentación de desánimo.

Plan de la Exhortación

8. La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos examinó en profundidad el tema que le había sido propuesto: «La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año 2000: Seréis mis testigos (cf. Hch 1, 8)». Esta Exhortación tratará de seguir de cerca este mismo itinerario. Arrancará del momento histórico, verdadero kairós, en que se celebró el Sínodo, examinando sus objetivos, preparación y desarrollo. Se detendrá sobre la situación actual de la Iglesia en África, recordando las distintas fases del compromiso misionero. Además, afrontará los diferentes aspectos de la misión evangelizadora con los que la Iglesia debe contar en el momento presente: la evangelización, la inculturación, el diálogo, la justicia y la paz, los medios de comunicación social. La alusión a las urgencias y los desafíos que interpelan a la Iglesia en África a las puertas del año 2000, permitirá delinear las tareas del testigo de Cristo en África, de cara a una aportación más eficaz para la edificación del Reino de Dios. Así será posible individuar, al final, los compromisos de la Iglesia en África como Iglesia misionera: una Iglesia de misión que llega a ser ella misma misionera: «Seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

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