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Capítulo I.- Un momento eclesial histórico
9. «Esta Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos es un acontecimiento providencial, por el que debemos dar gracias al Padre omnipotente y misericordioso mediante su Hijo en el Espíritu Santo, y glorificarlo».(8) Con estas palabras los Padres sinodales, durante la primera Congregación general, abrieron solemnemente el debate relativo al tema del Sínodo. En una ocasión precedente, yo mismo había ya expresado una convicción semejante, reconociendo que «la Asamblea especial es un acontecimiento eclesial de suma importancia para África, un kairós, un momento de gracia, en el que Dios manifiesta su salvación. Toda la Iglesia está invitada a aceptar plenamente este tiempo de gracia, a recibir y difundir la Buena Nueva. El esfuerzo de preparación para el Sínodo no sólo servirá para el buen desarrollo de la celebración sinodal, sino que ya desde ahora redundará en beneficio de las Iglesias locales que peregrinan en África, cuya fe y testimonio se refuerzan, haciéndolas cada vez más maduras».(9)
Profesión de fe
10. Este momento de gracia se concretó ante todo en una solemne profesión de fe. Congregados alrededor de la Tumba de Pedro para la inauguración de la Asamblea especial, los Padres del Sínodo proclamaron su fe, la fe de Pedro que, respondiendo a la pregunta de Cristo: «¿También vosotros queréis marcharos?», dice: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 67-69). Los Obispos de África, en quienes la Iglesia católica hallaba aquellos días una particular expresión junto a la Tumba del Apóstol, reafirmaron que creían firmemente que la omnipotencia y la misericordia del único Dios se han manifestado sobre todo en la Encarnación redentora del Hijo de Dios, Hijo que es consustancial al Padre en la unidad del Espíritu Santo y que, en esta unidad trinitaria, recibe en plenitud gloria y honor. Ésta es nuestra fe —afirmaron los Padres— ésta es la fe de la Iglesia, ésta es la fe de todas las Iglesias locales que, diseminadas por el continente africano, caminan hacia la casa de Dios.
Esta fe en Jesucristo se manifestó de modo constante, con fuerza y unanimidad, en las intervenciones de los Padres del Sínodo a lo largo de la Asamblea especial. Firmes en esta fe, los Obispos de África confiaron su continente a Cristo Señor, convencidos de que sólo Él, con su Evangelio y su Iglesia, puede salvar a África de las dificultades actuales y curarla de sus numerosos males.(10)
11. Al mismo tiempo, con ocasión de la apertura solemne de la Asamblea especial, los Obispos de África proclamaron públicamente su fe en «la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica».(11) Estos atributos indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia «no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades».(12)
Todos aquellos que tuvieron el privilegio de asistir a la celebración de la Asamblea especial para África se alegraron de ver que los católicos africanos van asumiendo cada vez más responsabilidades en sus Iglesias locales y se esfuerzan por comprender mejor lo que significa ser simultáneamente católico y africano. La celebración de la Asamblea especial manifestó al mundo entero que las Iglesias locales de África tienen un puesto legítimo en la comunión de la Iglesia, tienen derecho a conservar y desarrollar «sus propias tradiciones, sin quitar nada al primado de la Sede de Pedro, que preside toda la comunidad de amor, defiende las diferencias legítimas y al mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino que más bien la favorezcan».(13)
Sínodo de resurrección, Sínodo de esperanza
12. Por un singular designio de la Providencia, la solemne inauguración de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos tuvo lugar el segundo domingo de Pascua, es decir, al concluir su octava. Los Padres Sinodales, reunidos aquel día en la Basílica Vaticana, eran conscientes del hecho de que la alegría de su Iglesia brotaba del mismo acontecimiento que colmó de alegría los corazones de los Apóstoles el día de Pascua: la resurrección del Señor Jesús (cf. Lc 24, 40-41). Eran profundamente conscientes de la presencia en medio de ellos del Señor resucitado, que les decía como a los Apóstoles: «¡Paz a vosotros!» (Jn 20, 21.26). Eran conscientes de su promesa de que permanecería con su Iglesia para siempre (cf. Mt 28, 20) y, por tanto, también durante todo el desarrollo de la Asamblea sinodal. El clima pascual en el que la Asamblea especial inició su trabajo, con sus participantes unidos en la celebración de su fe en Cristo resucitado, evocaba espontáneamente en mi espíritu las palabras dirigidas por Jesús al apóstol Tomás: «Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20, 29).
13. En efecto, ha sido el Sínodo de la resurrección y de la esperanza, como declararon con alegría y entusiasmo los Padres sinodales en las primeras frases de su Mensaje dirigido al Pueblo de Dios. Son palabras que gustosamente hago mías: «Como María Magdalena, la mañana de la Resurrección, y los discípulos de Emaús, con corazón ardiente e inteligencia iluminada, la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos proclama: ¡Cristo, nuestra esperanza, ha resucitado! Se ha encontrado con nosotros, ha caminado con nosotros. Nos ha explicado las Escrituras y nos ha dicho: "Yo soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1, 17-18) (...). Y, como san Juan en Patmos, en tiempos especialmente difíciles, recibió profecías de esperanza para el pueblo de Dios, también nosotros anunciamos un mensaje de esperanza. En este momento en que tantos odios fratricidas, provocados por intereses políticos, desgarran a nuestros pueblos; en este momento en que el peso de la deuda externa o de la devaluación los agobia, nosotros, los Obispos de África, junto con todos los que participan en este santo Sínodo, unidos al Santo Padre y a todos nuestros hermanos en el episcopado que nos han elegido, queremos pronunciar una palabra de esperanza y de consuelo con respecto a ti, Familia de Dios que estás en África; con respecto a ti, Familia de Dios esparcida por el mundo: ¡Cristo, nuestra esperanza, vive y nosotros también viviremos!».(14)
14. Exhorto a todo el Pueblo de Dios en África a acoger con espíritu abierto el mensaje de esperanza que le dirigió la Asamblea sinodal. Los Padres del Sínodo, plenamente conscientes de ser portadores de las expectativas no sólo de los católicos africanos, sino también de todos los hombres y mujeres de aquel continente, durante sus discusiones afrontaron con claridad los múltiples males que oprimen el África de hoy. Analizaron toda la complejidad y extensión de lo que la Iglesia está llamada a realizar para favorecer el deseado cambio, pero lo hicieron con una actitud libre de pesimismo o desesperación. A pesar del panorama prevalentemente negativo que hoy presentan numerosas regiones de África y de las tristes experiencias que no pocos países atraviesan, la Iglesia tiene el deber de afirmar con fuerza que es posible superar estas dificultades. Ella debe fortalecer en todos los africanos la esperanza en una verdadera liberación. Su confianza se fundamenta, en última instancia, en la conciencia de la promesa divina, que nos asegura que nuestra historia no está cerrada en sí misma, sino que está abierta al Reino de Dios. Por esto ni la desesperación ni el pesimismo pueden justificarse cuando se piensa en el futuro tanto de África como de las demás partes del mundo.
Colegialidad afectiva y efectiva
15. Antes de comenzar a tratar los diversos argumentos, quisiera poner de relieve que el Sínodo de los Obispos es un instrumento muy propicio para favorecer la comunión eclesial. Cuando, hacia el final del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI instituyó el Sínodo, indicó claramente que una de sus finalidades esenciales sería la de expresar y promover, bajo la guía del Sucesor de Pedro, la comunión recíproca de los Obispos de todo el mundo.(15) El principio subyacente a la institución del Sínodo de los Obispos es simple: cuanto más fuerte es la comunión de los Obispos entre sí, más enriquecida resulta la comunión de la Iglesia en su conjunto. La Iglesia en África es testigo de la verdad de estas palabras, porque ha hecho la experiencia del entusiasmo y de los resultados concretos que han acompañado los preparativos de la Asam blea del Sínodo de los Obispos dedicada a ella.
16. Con ocasión de mi primer encuentro con el Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos reunido con vistas a la Asamblea especial para África, indiqué la razón por la cual había parecido oportuno convocar esta Asamblea: la promoción de «una solidaridad pastoral orgánica en todo el territorio africano y en las islas adyacentes».(16) Con esta expresión pretendía englobar los fines y objetivos principales hacia los que debería orientarse la Asamblea especial. Para expresar mejor mis expectativas, añadí que las reflexiones preparatorias de la Asamblea deberían referirse a «todos los aspectos importantes de la vida de la Iglesia en África y, en particular, incluir la evangelización, la inculturación, el diálogo, la solicitud pastoral en lo social y los medios de comunicación social».(17)
17. Durante mis visitas pastorales a África, me he referido con frecuencia a la Asamblea especial para África y a los objetivos principales para los cuales había sido convocada. Cuando participé por primera vez, en suelo africano, en una reunión del Consejo del Sínodo, no dejé de subrayar mi convicción de que una Asamblea sinodal no puede reducirse a una consulta sobre cuestiones prácticas. Su verdadera razón de ser está en el hecho de que la Iglesia no puede crecer si no es fortaleciendo la comunión entre sus miembros, comenzando por sus Pastores.(18)
Cada Asamblea sinodal manifiesta y desarrolla la solidaridad entre quienes presiden las Iglesias particulares en el cumplimiento de su misión más allá de los límites de las respectivas diócesis. Como enseña el Concilio Vaticano II, «los Obispos, como legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio episcopal, han de ser siempre conscientes de que están unidos entre sí y mostrar su solicitud por todas las Iglesias. En efecto, por institución divina y por imperativo de la función apostólica, cada uno junto con los otros Obispos es responsable de la Iglesia».(19)
18. El tema que he asignado a la Asamblea especial —«La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año 2000. "Seréis mis testigos" (Hch 1, 8)»— manifiesta mi deseo de que esta Iglesia viva el período de tiempo hasta el Gran Jubileo como un «nuevo Adviento», tiempo de espera y preparación. En efecto, considero la preparación para el año 2000 como una de las claves de interpretación de mi pontificado.(20)
Las Asambleas sinodales celebradas en estos casi treinta años —las Asambleas Generales y las especiales continentales, regionales o nacionales— se sitúan todas en esta perspectiva de preparación del Gran Jubileo. El hecho de que la evangelización sea el tema de todas estas Asambleas sinodales muestra cómo hoy está viva en la Iglesia la conciencia de la misión salvífica que ha recibido de Cristo. Esta toma de conciencia se manifiesta con particular evidencia en las Exhortaciones apostólicas postsinodales dedicadas a la evangelización, a la catequesis, a la familia, a la penitencia y reconciliación en la vida de la Iglesia y de toda la humanidad, a la vocación y misión de los laicos, a la formación de los presbíteros.
En plena comunión con la Iglesia universal
19. Desde el inicio de la preparación de la Asamblea especial ha sido mi vivo deseo, plenamente compartido por el Consejo de la Secretaría General, procurar que este Sínodo fuera auténticamente africano, sin equívocos. Al mismo tiempo, era de fundamental importancia que la Asamblea especial se celebrara en plena comunión con la Iglesia universal. Efectivamente, la Asamblea ha tenido siempre en cuenta a la Iglesia universal. Recíprocamente, cuando llegó el momento de publicar los Lineamenta, invité a mis Hermanos en el Episcopado y a todo el Pueblo de Dios disperso por el mundo a recordar en la oración a la Asamblea especial para África y a sentirse comprometidos en las actividades promovidas para este evento.
Esta Asamblea, como he afirmado frecuentemente, tiene notable importancia para la Iglesia universal, no solamente por el interés que su convocatoria ha suscitado por todas partes, sino también por la naturaleza misma de la comunión eclesial que transciende toda frontera de tiempo y lugar. De hecho, la Asamblea especial ha inspirado muchas oraciones y buenas obras con las que los fieles y las comunidades eclesiales de los otros continentes han acompañado el desarrollo del Sínodo. No hay duda de que, en el misterio de la comunión de los santos, éstos lo hayan sostenido también con su intercesión desde el cielo.
Cuando dispuse que la primera fase de los trabajos de la Asamblea especial se tuviera en Roma, lo hice para subrayar aún más claramente la comunión entre la Iglesia que está en África y la Iglesia universal, para evidenciar el compromiso de todos los fieles en favor de África.
20. La solemne concelebración eucarística de apertura del Sínodo, que presidí en la Basílica de san Pedro, puso de relieve la universalidad de la Iglesia de modo maravilloso y conmovedor. Esta universalidad, «que no es uniformidad sino comunión de diferencias compatibles con el Evangelio»,(21) ha sido vivida por todos los Obispos. Como miembros del cuerpo episcopal que sucede al Colegio de los Apóstoles, todos eran conscientes de haber sido consagrados no solamente para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo.(22)
Doy gracias a Dios Omnipotente por la ocasión que nos ha dado de experimentar, gracias a la Asamblea especial, lo que significa una auténtica catolicidad. «Por la fuerza de esta catolicidad, cada grupo aporta sus dones a los demás y a toda la Iglesia».(23)
Un mensaje oportuno y creíble
21. Según los Padres sinodales, la cuestión principal que la Iglesia en África debe afrontar consiste en describir con toda la claridad posible lo que ella es y lo que debe realizar en plenitud, para que su mensaje sea oportuno y creíble.(24) Todas las discusiones de la Asamblea se han referido a esta exigencia verdaderamente esencial y fundamental, un auténtico desafío para la Iglesia en África.
Es verdad que «el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: Él es quien impulsa a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación».(25) Pero, reafirmada esta verdad, la Asamblea especial ha querido añadir justamente que la evangelización es también una misión que el Señor Jesús ha confiado a su Iglesia, bajo la guía y potencia del Espíritu. Es necesaria nuestra cooperación mediante la oración ferviente, una gran reflexión, proyectos adecuados y la disponibilidad de los recursos.(26)
El debate sinodal sobre el tema de la oportunidad y credibilidad del mensaje de la Iglesia en África implicaba una reflexión sobre la credibilidad misma de los anunciadores de dicho mensaje. Los Padres han afrontado la cuestión de modo directo, con profunda sinceridad, sin ninguna concesión. De esto ya se había ocupado el Papa Pablo VI que, con palabras memorables, había recordado: «Se ha repetido frecuentemente en nuestros días que este siglo siente sed de autenticidad. Sobre todo con relación a los jóvenes, se afirma que éstos sufren horrores ante lo ficticio, ante la falsedad, y que además son decididamente partidarios de la verdad y la transparencia. A estos signos de los tiempos debería corresponder en nosotros una actitud vigilante. Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos».(27)
Por esto, con referencia a la misión evangelizadora de la Iglesia en el campo de la justicia y de la paz, yo mismo señalé: «Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna».(28)
22. ¿Cómo no considerar aquí que la octava Asamblea plenaria del S.C.E.A.M., celebrada en Lagos (Nigeria), en 1987, ya había tomado en consideración con notable claridad la cuestión de la credibilidad y oportunidad del mensaje de la Iglesia en África? Dicha Asamblea había declarado que la credibilidad de la Iglesia en África dependía de Obispos y sacerdotes capaces de dar un testimonio ejemplar, siguiendo las huellas de Cristo; de religiosos realmente fieles, auténticos testigos por su modo de vivir los consejos evangélicos; de un laicado dinámico con padres profundamente creyentes, educadores conscientes de su responsabilidad, dirigentes políticos animados por un profundo sentido moral.(29)
Familia de Dios en camino sinodal
23. Dirigiéndome el 23 de junio de 1989 a los miembros del Consejo de la Secretaría General, insistí mucho en la participación del Pueblo de Dios, a todos los niveles, especialmente en África, en la preparación de la Asamblea especial. «Si se prepara bien, dije, la sesión del Sínodo permitirá implicar a todos los sectores de la comunidad cristiana: individuos, pequeñas comunidades, parroquias, diócesis e instituciones locales, nacionales e internacionales».(30)
Entre el inicio de mi Pontificado y la inauguración de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, he podido realizar diez viajes pastorales a África y Madagascar, visitando treinta y seis Naciones. Con ocasión de los viajes apostólicos sucesivos a la convocatoria de la Asamblea especial, el tema del Sínodo y el de la necesidad para todos los fieles de prepararse a la Asamblea sinodal han estado siempre presentes de manera preeminente en mis encuentros con el Pueblo de Dios en África. También he aprovechado las visitas ad limina de los Obispos de aquel continente para solicitar la colaboración de todos en la preparación de la Asamblea especial para África. Además, en tres ocasiones diversas he tenido sesiones de trabajo, junto con el Consejo de la Secretaría General, en suelo africano: en Yamoussoukro (Costa de Marfil) en 1990, en Luanda (Angola) en 1992 y en Kampala (Uganda) en 1993, siempre para invitar a los africanos a participar de manera activa y conjunta en la preparación de la Asamblea sinodal.
24. La presentación de los Lineamenta en Lomé (Togo) el 25 de julio de 1990, con ocasión de la novena Asamblea General del S.C.E.A.M., significó sin duda una etapa nueva e importante del iter preparatorio de la Asamblea especial. Se puede decir que la publicación de los Lineamenta puso en marcha decididamente los preparativos para el Sínodo en todas las Iglesias particulares de África. La Asamblea del S.C.E.A.M. en Lomé compuso una Plegaria por la Asamblea especial y pidió que se recitara, tanto en público como en privado, en todas las parroquias africanas hasta la celebración del Sínodo. Esta iniciativa del S.C.E.A.M. ha sido verdaderamente feliz y no ha pasado inadvertida en la Iglesia universal.
Para favorecer también la difusión de los Lineamenta, varias Conferencias Episcopales y diócesis los han traducido en su lengua como, por ejemplo, en suahili, árabe, malgache y otros idiomas. «Publicaciones, conferencias y simposios sobre los temas del Sínodo han sido organizados por diversas Conferencias Episcopales, Institutos de Teología y Seminarios, Asociaciones de Institutos de vida consagrada, algún periódico, importantes revistas, Obispos y teólogos».(31)
25. Doy gracias a Dios Omnipotente por la solicitud con la que han sido redactados los Lineamenta y el Instrumentum laboris(32) del Sínodo. Ha sido una tarea afrontada y desarrollada por africanos, Obispos y expertos, comenzando por la Comisión antepreparatoria del Sínodo, en enero y marzo de 1989. La Comisión fue relevada después por el Consejo de la Secretaría General de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, instituido por mí el 20 de junio de 1989.
Además, estoy profundamente agradecido al grupo de trabajo que ha preparado tan bien las liturgias eucarísticas para la apertura y la clausura del Sínodo. El grupo, compuesto por teólogos, liturgistas y expertos en cantos e instrumentos africanos de expresión litúrgica, hizo posible, según mi deseo, que dichas celebraciones tuvieran un evidente carácter africano.
26. Ahora debo añadir que la respuesta de los africanos a mi llamada para participar en la preparación del Sínodo fue verdaderamente admirable. La acogida dispensada a los Lineamenta, sea dentro como fuera de las comunidades eclesiales africanas, superó ampliamente toda previsión. Muchas Iglesias locales se han servido de los Lineamenta para movilizar a los fieles y, desde ahora, podemos decir sin duda que los frutos del Sínodo comienzan a manifestarse en un nuevo compromiso y en una renovada toma de conciencia de los cristianos de África.(33)
Durante las diversas fases de preparación de la Asamblea especial, numerosos miembros de la Iglesia en África —clero, religiosos, religiosas, laicos— han participado de manera ejemplar en el itinerario sinodal, «caminando juntos», poniendo cada uno los propios talentos al servicio de la Iglesia y orando juntos con fervor por el éxito del Sínodo. Más de una vez los mismos Padres del Sínodo señalaron, durante la Asamblea sinodal, que su trabajo se facilitaba gracias precisamente a la «preparación esmerada y meticulosa de este Sínodo, desarrollada con la colaboración activa de toda la Iglesia en África, en todos los niveles».(34)
Dios quiere salvar a África
27. El Apóstol de los Gentiles nos dice que Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2, 4-6). Puesto que Dios llama a todos los hombres a un único y mismo destino, que es divino, «debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual».(35) El amor redentor de Dios abraza a la humanidad entera, a toda raza, tribu o nación: por tanto, abraza también a las poblaciones del continente africano. La Providencia divina quiso que África estuviera presente durante la Pasión de Cristo en la persona de Simón de Cirene, obligado por los soldados romanos a ayudar al Señor llevando la Cruz (cf. Mc 15, 21).
28. La liturgia del domingo VI de Pascua de 1994, durante la solemne celebración eucarística para la conclusión de la sesión de trabajo de la Asamblea especial, me ofreció la ocasión de reflexionar sobre el designio salvífico de Dios respecto a África. Una de las lecturas bíblicas, tomada de los Hechos de los Apóstoles, evocaba un acontecimiento que puede ser considerado como el primer paso en la misión de la Iglesia hacia los paganos: la narración de la visita de Pedro, bajo el impulso del Espíritu Santo, a la casa de un pagano, el centurión Cornelio. Hasta ese momento el Evangelio había sido proclamado sobre todo entre los hebreos. Después de haber dudado no poco, Pedro, iluminado por el Espíritu, decidió ir a la casa de un pagano. Cuando llegó, tuvo la grata sorpresa de ver que el centurión esperaba a Cristo y el Bautismo. El libro de los Hechos de los Apóstoles refiere: «Los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios» (10, 45-46).
En casa de Cornelio, en cierto sentido, se reprodujo el milagro de Pentecostés. Pedro dijo entonces: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato... ¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» (Hch 10, 34-35.47).
Así comenzó la misión de la Iglesia ad gentes, cuyo principal heraldo sería Pablo de Tarso. Los primeros misioneros que llegaron al corazón de África se maravillaron, del mismo modo que los cristianos de los tiempos apostólicos, ante la efusión del Espíritu Santo.
29. El designio de Dios para la salvación de África está en los orígenes de la difusión de la Iglesia en el continente africano. Sin embargo, al ser la Iglesia, por voluntad de Cristo, misionera por su naturaleza, la Iglesia misma en África está llamada a asumir un papel activo al servicio del plan salvífico de Dios. Por esto he dicho frecuentemente que «la Iglesia en África es la Iglesia misionera y de misión».36
La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha examinado los medios mediante los cuales los africanos podrán realizar mejor el mandato que el Señor resucitado dio a sus discípulos: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19).
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