» bibel » Documentos » Juan Pablo II » Exhortaciones Apostólicas de Juan Pablo II » Ecclesia in Africa » Capítulo II.- La Iglesia en África
I.- Breve historia de la evangelización en el continente
30. El día de la apertura de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, primera reunión de ese tipo en la historia, los Padres sinodales recordaron algunas de las maravillas realizadas por Dios en la historia de la evangelización en África. Es una historia que se remonta a la época del nacimiento mismo de la Iglesia. La difusión del Evangelio tuvo fases diversas. Los primeros siglos del cristianismo vieron la evangelización de Egipto y de África del Norte. Una segunda fase, relativa a las regiones del continente situadas al sur del Sahara, tuvo lugar en los siglos XV y XVI. Una tercera fase, caracterizada por un esfuerzo misio nero extraordinario, se inició en el siglo XIX.
Primera fase
31. En un mensaje a los Obispos y a todos los pueblos de África sobre la promoción del bienestar material y espiritual del continente, mi venerado predecesor Pablo VI evocó con memorables palabras el glorioso esplendor del pasado cristiano de África: «Pensamos en las Iglesias cristianas de África, cuyo origen se remonta a los tiempos apostólicos y está ligado, según la tradición, al nombre y predicación del evangelista Marcos. Pensamos en la pléyade innumerable de santos, mártires, confesores y vírgenes que pertenecen a ellas. En realidad, desde el siglo II al siglo IV la vida cristiana en las regiones septentrionales de África fue intensísima e iba en vanguardia tanto en el estudio teológico como en la expresión literaria. Nos vienen a la memoria los nombres de los grandes doctores y escritores, como Orígenes, san Atanasio, san Cirilo, lumbreras de la escuela alejandrina, y en la otra parte de la costa mediterránea africana, Tertuliano, san Cipriano, y sobre todo san Agustín, una de las luces más brillantes de la cristiandad. Recordemos a los grandes santos del desierto, Pablo, Antonio, Pacomio, primeros fundadores del monaquismo, difundido después, siguiendo su ejemplo, en Oriente y Occidente. Y, entre tantos otros, no queremos dejar de nombrar a san Frumencio, llamado Abba Salama, que, consagrado obispo por san Atanasio, fue apóstol de Etiopía».37 Durante estos primeros siglos de la Iglesia en África, algunas mujeres dieron también testimonio de Cristo. Entre ellas se debe mencionar particularmente a las santas Felicidad y Perpetua, a santa Mónica y a santa Tecla.
«Estos luminosos ejemplos, como también las figuras de los santos Papas de origen africano Víctor I, Melquíades y Gelasio I, pertenecen al patrimonio común de la Iglesia; y los escritos de los autores cristianos de África son todavía hoy fundamentales para profundizar, a la luz de la Palabra de Dios, en la historia de la salvación. En el recuerdo de las antiguas glorias del África cristiana, queremos expresar nuestro profundo respeto por las Iglesias con las que no estamos en plena comunión: la Iglesia griega del Patriarcado de Alejandría, la Iglesia copta de Egipto y la Iglesia etiópica, que tienen de común con la Iglesia católica el origen y la herencia doctrinal y espiritual de los grandes Padres y Santos no sólo de su tierra, sino de toda la antigua Iglesia. Ellas han trabajado y sufrido mucho por mantener vivo el nombre cristiano en África a través de las vicisitudes de los tiempos».38 Estas Iglesias dan todavía hoy testimonio de la vitalidad cristiana que reciben de sus raíces apostólicas, particularmente en Egipto y en Etiopía y, hasta el siglo XVII, en Nubia. En el resto del continente comenzaba entonces otra etapa de la evangelización.
Segunda fase
32. En los siglos XV y XVI, la exploración de la costa africana por parte de los portugueses fue acompañada pronto por la evangelización de las regiones de África situadas al sur del Sahara. Este esfuerzo afectaba, entre otras zonas, a las regiones del actual Benín, Santo Tomé, Angola, Mozambique y Madagascar.
El 7 de junio de 1992, domingo de Pentecostés, al conmemorar los 500 años de la evangelización de Angola, en Luanda dije entre otras cosas: «Los Hechos de los Apóstoles describen por su nombre a los habitantes de los sitios que tomaron parte directamente en el nacimiento de la Iglesia por el soplo del Espíritu Santo: "todos los oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios" (Hch 2, 11). Hace quinientos años a ese coro de lenguas se añadieron los pueblos de Angola. En aquel momento, en vuestra patria africana, se renovó el Pentecostés de Jerusalén. Vuestros antepasados oyeron el mensaje de la Buena Nueva, que es la lengua del Espíritu. Sus corazones acogieron por primera vez esta palabra e inclinaron su cabeza en la fuente del agua bautismal, en la que el hombre, por obra del Espíritu Santo, muere con Cristo crucificado y renace a una vida nueva en su resurrección (...). Ese mismo Espíritu fue el que impulsó a aquellos hombres de fe, los primeros misioneros, que en 1491, llegaron hasta la desembocadura del río Zaire, en Pinda, iniciando una auténtica epopeya misionera. Fue el Espíritu Santo, que obra a su modo en el corazón de los hombres, quien movió al gran rey del Congo Nzinga- a-Nkuwu a pedir misioneros para anunciar el Evangelio. Fue el Espíritu Santo quien animó la vida de aquellos primeros cuatro cristianos angoleños que, al regresar de Europa, dieron testimonio del valor de la fe cristiana. Después de los primeros misioneros, vinieron muchos más de Portugal y de otros países de Europa, para continuar, ampliar y consolidar la obra comenzada».39
Durante este período se erigieron un cierto número de sedes episcopales y una de las primicias de esta acción misionera fue la consagración en Roma, en 1518, por parte de León X, de Don Enrique, hijo de Don Alfonso I, rey del Congo, como obispo titular de Útica. Don Enrique llegó a ser así el primer obispo autóctono del África negra.
En aquella época, exactamente en el año 1622, el Papa Gregorio XV erigió con carácter estable la Congregación De Propaganda Fide con el fin de organizar y desarrollar mejor las misiones.
Por diversas dificultades, la segunda fase de la evangelización de África se concluyó en el siglo XVIII con la extinción de casi todas las misiones en las regiones al sur del Sahara.
Tercera fase
33. La tercera fase de evangelización sistemática de África comenzó en el siglo XIX, período caracterizado por un esfuerzo extraordinario, llevado a cabo por los grandes apóstoles y animadores de las misiones africanas. Fue un período de rápido crecimiento, como muestran claramente las estadísticas presentadas a la Asamblea sinodal por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.40 África respondió muy generosamente a la llamada de Cristo. En estos últimos decenios numerosos países africanos han celebrado el primer centenario del comienzo de su evangelización. Verdaderamente el crecimiento de la Iglesia en África, de cien años a esta parte, es una maravilla de la gracia de Dios.
La gloria y esplendor del período contemporáneo de la evangelización en África quedan ilustrados de modo admirable por los santos que el África moderna ha dado a la Iglesia. El Papa Pablo VI tuvo oportunidad de manifestar con elocuencia esta realidad al canonizar a los mártires de Uganda en la Basílica de san Pedro, con ocasión de la Jornada Misionera Mundial de 1964: «Estos mártires africanos vienen a añadir a ese catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África (...). El África, bañada por la sangre de estos mártires, primicias de la nueva era —y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto—, resurge libre y redimida».41
34. La serie de santos que África da a la Iglesia, serie que es su mayor título de honor, continúa creciendo. Cómo no mencionar, entre los más recientes, a Clementina Anwarite, virgen y mártir de Zaire, que beatifiqué en tierra africana en 1985, a Victoria Rasoamanarivo, de Madagascar, y a Josefina Bakhita, de Sudán, beatificadas también durante mi pontificado. Y cómo no recordar al beato Isidoro Bakanja, mártir de Zaire, que tuve el privilegio de elevar al honor de los altares durante la Asamblea especial para África?
«Otras causas están en curso. La Iglesia en África debe encargarse de redactar su propio martirologio, añadiendo a las magníficas figuras de los primeros siglos (...) los mártires y los santos de los últimos tiempos».42
Ante el formidable crecimiento de la Iglesia en África durante los últimos cien años, ante los frutos de santidad alcanzados, hay una sola explicación posible: todo eso es don de Dios, ya que ningún esfuerzo humano habría podido realizar una obra semejante en un período tan breve relativamente. Sin embargo, no hay lugar para un triunfalismo humano. Recordando el esplendor glorioso de la Iglesia en África, los Padres sinodales quisieron celebrar sólo las maravillas obradas por Dios para la liberación y la salvación de África.
«Ésta ha sido la obra del Señor,
una maravilla a nuestros ojos» (Sal 118117, 23).
«Ha hecho en mi favor maravillas el Pode- roso,
Santo es su nombre» (Lc 1, 49).
Homenaje a los misioneros
35. El espléndido crecimiento y las realizaciones de la Iglesia en África se deben en gran parte a la heroica y desinteresada dedicación de los misioneros. Esto es reconocido por todos. En efecto, la tierra bendita de África está sembrada de tumbas de valientes heraldos del Evangelio.
Cuando los Obispos de África se encontraron en Roma para la Asamblea especial eran muy conscientes de la deuda de gratitud que su continente tiene con sus antepasados en la fe.
En el discurso dirigido a la primera Asamblea del S.C.E.A.M. en Kampala, el 31 de julio de 1969, el Papa Pablo VI hizo referencia a esta deuda de gratitud: «Vosotros, los africanos, sois ya los misioneros de vosotros mismos. La Iglesia de Cristo está, en verdad, plantada en esta tierra bendita (cf. Decr. Ad gentes, 6). Pero tenemos que cumplir un deber: el de recordar a cuantos en África, antes que vosotros, y hoy todavía con vosotros, predicaron y predican el Evangelio, como nos amonesta la Sagrada Escritura: "Recordaos de vuestros antecesores que os han anunciado la palabra de Dios y, considerando el fin de su vida, imitad su fe" (Hb 13, 7). Se trata de una historia que no debemos olvidar y que confiere a la Iglesia local la nota de su autenticidad y de su nobleza, la nota "apostólica"; ella es un drama de caridad, de heroísmo, de sacrificio, que hace grande y santa, desde su origen, a la Iglesia africana».43
36. La Asamblea especial saldó dignamente esta deuda de gratitud cuando, con ocasión de su primera Congregación general, declaró: «Aquí conviene rendir un sentido homenaje a los misioneros, hombres y mujeres de todos los Institutos religiosos y seculares, y a todos los países que, a lo largo de los casi dos mil años de evangelización del continente africano (...) se han dedicado intensamente a transmitir la antorcha de la fe cristiana (...). Precisamente por eso, nosotros, los felices herederos de esta maravillosa aventura, queremos dar gracias a Dios en esta solemne circunstancia».44
En el Mensaje al Pueblo de Dios los Padres sinodales renovaron con vigor el homenaje a los misioneros, pero no olvidaron rendir homenaje a los hijos e hijas de África, especialmente a los catequistas y a los intérpretes, que colaboraron con ellos.45
37. Gracias a la gran epopeya misionera, de la que el continente africano ha sido escenario sobre todo durante los últimos dos siglos, hemos podido encontrarnos en Roma para celebrar la Asamblea especial para África. La semilla esparcida a su tiempo ha producido frutos abundantes. Mis Hermanos en el episcopado, hijos de los pueblos de África, son un testimonio elocuente de esto. Junto con sus sacerdotes, llevan ya sobre sus espaldas gran parte del trabajo de la evangelización. Lo atestiguan también los numerosos hijos e hijas de África que ingresan en las antiguas Congregaciones misioneras o en los nuevos Institutos nacidos en tierra africana, llevando en sus manos la antorcha de la consagración total al servicio de Dios y del Evangelio.
Arraigo y crecimiento de la Iglesia
38. El hecho de que en casi dos siglos el número de católicos en África haya crecido rápidamente constituye por sí mismo un resultado notable desde cualquier punto de vista. Elementos como el sensible y rápido aumento del número de las circunscripciones eclesiásticas, el crecimiento del clero autóctono, de los seminaristas y de los candidatos en los Institutos de vida consagrada y la progresiva extensión de la red de catequistas, cuya contribución a la difusión del Evangelio entre las poblaciones africanas es bien conocida confirman, en particular, la consolidación de la Iglesia en el continente. De fundamental importancia es el alto porcentaje de Obispos nativos, que constituyen ya la Jerarquía en el continente.
Los Padres sinodales pusieron de relieve los numerosos y muy significativos pasos dados por la Iglesia de África a nivel de inculturación y de diálogo ecuménico.46 Las notables y meritorias realizaciones en el campo de la educación son reconocidas universalmente.
Aunque los católicos sean sólo el catorce por ciento de la población africana, las instituciones católicas en el campo de la sanidad representan el diecisiete por ciento del total de las estructuras sanitarias de todo el continente.
Las iniciativas emprendidas con valentía por las jóvenes Iglesias de África para llevar el Evangelio «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8) son sin duda dignas de mención. Los Institutos misioneros surgidos en África han crecido numéricamente y han comenzado a ofrecer misioneros no sólo a los países del continente, sino también a otras regiones de la tierra. Sacerdotes diocesanos de África, cuyo número está creciendo lentamente, comienzan a estar disponibles, durante períodos limitados, como sacerdotes fidei donum, en otras diócesis, pobres de personal, en su nación o en otras. En las provincias africanas de los Institutos religiosos de derecho pontificio, tanto masculinos como femeninos, ha aumentado también el número de sus miembros. De este modo la Iglesia se pone al servicio de los pueblos africanos; acepta además participar en el «intercambio de dones» con otras Iglesias particulares en el ámbito de todo el Pueblo de Dios. Todo esto manifiesta, de manera evidente, la madurez alcanzada por la Iglesia en África: esto es lo que ha hecho posible la celebración de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos.
Qué ha llegado a ser África?
39. Hace menos de treinta años, no pocos países africanos se independizaban de las potencias coloniales. Esto suscitó grandes esperanzas en lo relativo al desarrollo político, económico, social y cultural de los pueblos africanos. Aunque «en algunas naciones no se haya aún consolidado, desgraciadamente, la situación interna, y la violencia haya reinado o reine alguna vez, esto no puede dar lugar a una condena general que se extienda a todo un pueblo o toda una nación, o peor todavía, a todo un continente».47
40. Cuál es, sin embargo, la situación real del conjunto del continente africano hoy, especialmente desde el punto de vista de la misión evangelizadora de la Iglesia? Los Padres sinodales, a este propósito, se preguntaron en primer lugar: «En un continente saturado de malas noticias, de qué modo el mensaje cristiano constituye una Buena Nueva para nuestro pueblo? En medio de una desesperación que lo invade todo, dónde están la esperanza y el optimismo que transmite el Evangelio? La evangelización promueve muchos de los valores esenciales que tanta falta hacen al continente: esperanza, paz, alegría, armonía, amor y unidad».48
Después de haber señalado, justamente, que África es un inmenso continente con situaciones muy diversas y que por tanto es necesario evitar las generalizaciones tanto al evaluar los problemas como al sugerir las soluciones, la Asamblea sinodal constató con dolor: «Una situación común es, sin duda, el hecho de que en África abundan los problemas: en casi todas nuestras naciones hay una miseria espantosa, una mala administración de los escasos recursos de que se dispone, una inestabilidad política y una desorientación social. El resultado está ante nuestros ojos: miseria, guerras, desesperación. En un mundo controlado por las naciones ricas y poderosas, África se ha convertido prácticamente en un apéndice sin importancia, a menudo olvidado y descuidado por todos».49
41. Para muchos Padres sinodales el África de hoy se puede parangonar con aquel hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó; cayó en manos de salteadores que lo despojaron, lo golpearon y se marcharon dejándolo medio muerto (cf. Lc 10, 30-37). África es un continente en el que innumerables seres humanos —hombres y mujeres, niños y jóvenes— están tendidos, de algún modo, al borde del camino, enfermos, heridos, indefensos, marginados y abandonados. Ellos tienen necesidad imperiosa de buenos Samaritanos que vengan en su ayuda.
Por mi parte, deseo que la Iglesia continúe paciente e incansablemente su obra de buen Samaritano. En efecto, durante un largo período, regímenes hoy desaparecidos pusieron a dura prueba a los africanos y debilitaron su capacidad de reacción: el hombre herido debe reencontrar todas las fuerzas de su propia humanidad. Los hijos e hijas de África tienen necesidad de presencia comprensiva y de solicitud pastoral. Hay que ayudarles a recobrar sus energías, para ponerlas al servicio del bien común.
Valores positivos de la cultura africana
42. África, no obstante sus grandes riquezas naturales, se encuentra en una situación económica de pobreza. Sin embargo posee una múltiple variedad de valores culturales y de inestimables cualidades humanas, que puede ofrecer a las Iglesias y a toda la humanidad. Los Padres sinodales han puesto de relieve algunos de estos valores culturales, que son ciertamente una preparación providencial para la transmisión del Evangelio; son valores que pueden favorecer una evolución positiva de la dramática situación del continente, y facilitar la recuperación global de que depende el auspiciado desarrollo de cada una de las Na- ciones.
Los africanos tienen un profundo sentido religioso, sentido de lo sacro, sentido de la existencia de Dios creador y de un mundo espiritual. La realidad del pecado en sus formas individuales y sociales está bastante presente en la conciencia de aquellos pueblos, y se siente también la necesidad de ritos de purificación y expiación.
43. En la cultura y tradición africanas, el papel de la familia está considerado generalmente como fundamental. El africano, abierto a este sentido de la familia, del amor y del respeto a la vida, ama a los hijos, que son acogidos con alegría como un don de Dios. «Todos los hijos e hijas de África aman la vida. Precisamente es el amor por la vida el que les manda atribuir una importancia tan grande a la veneración por los antepasados. Creen instintivamente que los muertos continúan viviendo y desean permanecer en comunión con ellos. De algún modo, no es ésta una preparación para la fe en la comunión de los Santos? Los pueblos de África respetan la vida que es concebida y nace. Se alegran de esta vida. Rechazan la idea de que pueda ser aniquilada, incluso cuando las llamadas "civilizaciones desarrolladas" quieren inducirlos a esto. Y las prácticas hostiles a la vida se les imponen por medio de sistemas económicos al servicio del egoísmo de los ricos».50 Los africanos manifiestan respeto por la vida hasta su término natural y reservan dentro de la familia un puesto a los ancianos y a los parientes.
Las culturas africanas tienen un agudo sentido de la solidaridad y de la vida comunitaria. No se concibe en África una fiesta que no sea compartida con todo el poblado. De hecho, la vida comunitaria en las sociedades africanas es expresión de la gran familia. Con ardiente deseo oro y pido que se ore para que África conserve siempre esta preciosa herencia cultural y nunca sucumba a la tentación del individualismo, tan extraño a sus mejores tradiciones.
Algunas opciones de los pueblos africanos
44. Aunque no hay que minimizar en absoluto los aspectos trágicos de la situación africana antes citados, vale la pena recordar aquí algunas realidades positivas de los pueblos del continente que merecen ser alabadas y alentadas. Por ejemplo, los Padres sinodales en su Mensaje al Pueblo de Dios han recordado con alegría el inicio del proceso democrático en tantos países africanos y han auspiciado que se consolide y desaparezcan pronto los obstáculos y resistencias al Estado de derecho, mediante la colaboración de todos los protagonistas y gracias a su sentido del bien común.51
Los «vientos de cambio» soplan con fuerza en muchos lugares del continente y el pueblo pide cada vez con más insistencia el reconocimiento y la promoción de los derechos y libertades del ser humano. Al respecto, señalo con satisfacción que la Iglesia en África, fiel a su vocación, está decididamente al lado de los oprimidos, de los pueblos sin voz y de los marginados. La animo firmemente a continuar dando este testimonio. La opción preferencial por los pobres es «una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia... Esta preocupación acuciante por los pobres —que, según la significativa fórmula, son "los pobres del Señor"— debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente algunas reformas necesarias».52
45. A pesar de la pobreza y de los pocos medios disponibles, la Iglesia en África tiene un papel de primer orden en lo referente al desarrollo humano integral; sus notables realizaciones en este campo son reconocidas frecuentemente por los gobiernos y por los expertos internacionales.
La Asamblea especial para África expresó su profundo agradecimiento «a todos los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad que trabajan en el campo de la asistencia y de la promoción humana con Caritas y otras organizaciones para el desarrollo».53 La asistencia que ellos, como buenos Samaritanos, dan a las víctimas africanas de las guerras y catástrofes, a los refugiados y prófugos, merece admiración, reconocimiento y apoyo por parte de todos.
Siento el deber de expresar viva gratitud a la Iglesia en África por el papel que ha desarrollado, a lo largo de los años, en favor de la paz y la reconciliación en no pocas situaciones de conflicto, desorden político o guerra civil.
Del director
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