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Capítulo III.- Evangelización e Inculturación

Misión de la Iglesia

55. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15). Éste es el mandato que, antes de subir al Padre, Cristo resucitado dejó a los Apóstoles: «Ellos salieron a predicar por todas partes...» (Mc 16, 20).

«La tarea de la evangelización de todos los hombres, constituye la misión esencial de la Iglesia (...). Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar».69 La Iglesia, nacida de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce, es a su vez enviada, «depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada (...). La Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma». En lo sucesivo, «la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva».70 Como el Apóstol de los gentiles, la Iglesia puede decir: «Predicar el Evangelio (...) es un deber que me incumbe. Y !ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Cor 9, 16).

La Iglesia anuncia la Buena Nueva no sólo a través de la proclamación de la palabra que ha recibido del Señor, sino también mediante el testimonio de la vida, gracias al cual los discípulos de Cristo dan razón de la fe, de la esperanza y del amor que hay en ellos (cf. 1 Pe 3, 15).

Este testimonio que el cristiano da de Cristo y del Evangelio puede llegar hasta el sacrificio supremo: el martirio (cf. Mc 8, 35). En efecto, la Iglesia y el cristiano anuncian a Aquel que es «señal de contradicción» (Lc 2, 34). Proclaman a «un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Cor 1, 23). Como he dicho antes, además de los ilustres mártires de los primeros siglos, África puede gloriarse de sus mártires y santos de la época moderna.

La evangelización tiene por objeto «transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad».71 En el Hijo único, y por medio de Él, se renovarán las relaciones de los hombres con Dios, con los demás hombres, con la creación entera. Por eso el anuncio del Evangelio puede contribuir a la transformación interior de todas las personas de buena voluntad que tienen el corazón abierto a la acción del Espíritu Santo.

56. Testimoniar el Evangelio con la palabra y con las obras: ésta es la consigna que la Asamblea Éspecial para África del Sínodo de los Obispos ha recibido y transmite ahora a la Iglesia del continente. «Seréis mis testigos» (Hch 1, 8): esto es lo importante, éstos deberán ser en África los frutos del Sínodo en cada ámbito de la vida humana.

La Iglesia en África, tierra que ha llegado a ser «nueva Patria de Cristo»,72 nacida de la predicación de valientes Obispos y sacerdotes misioneros, ayudada eficazmente por los catequistas —«esa multitud tan benemérita de la obra de las misiones entre los gentiles»—,73 es ya responsable de la misión en el continente y en el mundo: «Áfricanos, sois ya misioneros de vosotros mismos», decía en Kampala mi predecesor Pablo VI.74 Ya que la gran mayoría de los habitantes del continente africano no han recibido aún el anuncio de la Buena Nueva de la salvación, el Sínodo recomienda que se favorezcan las vocaciones misioneras y pide que se fomenten y se apoye activamente el ofrecimiento de oraciones, sacrificios y ayudas concretas en favor del trabajo misionero de la Iglesia.75

Anuncio

57. «El Sínodo recuerda que evangelizar es anunciar por medio de la palabra y la vida la Buena Nueva de Jesucristo, crucificado, muerto y resucitado, camino, verdad y vida».76 A África, apremiada en todas partes por gérmenes de odio y violencia, por conflictos y guerras, los evangelizadores deben proclamar la esperanza de la vida fundamentada en el misterio pascual. Justo cuando, humanamente hablando, su vida parecía destinada al fracaso, Jesús instituyó la Eucaristía, «prenda de la gloria eterna»,77 para perpetuar en el tiempo y en el espacio su victoria sobre la muerte. Por esto la Asamblea Éspecial para África, en este período en que el continente africano bajo algunos aspectos está en situaciones críticas, ha querido presentarse como «Sínodo de la resurrección, Sínodo de la esperanza (...). ¡Cristo, nuestra esperanza, vive y nosotros también viviremos!».78 ¡África no está orientada a la muerte, sino a la vida!

Es necesario, pues, «que la nueva evangelización esté centrada en el encuentro con la persona viva de Cristo».79 «El primer anuncio debe tender, por tanto, a hacer que todos vivan esa experiencia transformadora y entusiasmante de Jesucristo, que llama a seguirlo en una aventura de fe».80 Tarea, ésta, singularmente facilitada por el hecho de que «el africano cree en Dios creador a partir de su vida y de su religión tradicional. Está, pues, abierto también a la plena y definitiva revelación de Dios en Jesucristo, Dios con nosotros, Verbo hecho carne. Jesús, Buena Nueva, es Dios que salva al africano (...) de la opresión y de la esclavitud».81

La evangelización debe abarcar «al hombre y a la sociedad en todos los niveles de su existencia. Se manifiesta en diversas actividades, en particular en aquéllas tomadas específicamente en consideración por el Sínodo: anuncio, inculturación, diálogo, justicia y paz, medios de comunicación social».82

Para que esta misión se logre plenamente es necesario actuar de modo que «en la evangelización el recurso al Espíritu Santo sea insistente, para que se realice un continuo Pentecostés, en el que María, como en el primero, tenga su lugar».83 En efecto, el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad completa (cf. Jn 16, 13) y le permite ir al encuentro del mundo para testimoniar a Cristo con segura confianza.

58. La palabra que sale de la boca de Dios es viva y eficaz, no vuelve nunca a Él de vacío (cf. Is 55, 11; Hb 4, 12-13). Es necesario, pues, proclamarla sin descanso, insistir «a tiempo y a destiempo... con toda paciencia y doctrina» (2 Tm 4, 2). La Palabra de Dios escrita, confiada en primer lugar a la Iglesia, «no puede interpretarse por cuenta propia» (2 Pe 1, 20); corresponde a la Iglesia ofrecer su interpretación auténtica.84

Para hacer que la Palabra de Dios sea conocida, amada, meditada y conservada en el corazón de los fieles (cf. Lc 2, 19.51), es necesario intensificar los esfuerzos para facilitar el acceso a la Sagrada Escritura, especialmente mediante traducciones completas o parciales de la Biblia, realizadas en lo posible en colaboración con las demás Iglesias y Comunidades eclesiales y acompañadas con guías de lectura para la oración, el estudio en familia o en comunidad. Se debe promover además la formación bíblica del clero, religiosos, catequistas y laicos en general; preparar adecuadas celebraciones de la Palabra; favorecer el apostolado bíblico con la ayuda del Centro Bíblico para África y Madagascar y de otras estructuras semejantes, que se han de fomentar a todos los niveles. En resumen, se procurará poner la Sagrada Escritura en las manos de todos los fieles desde la infancia.85

Urgencia y necesidad de la inculturación

59. Los Padres sinodales han señalado en varias ocasiones la importancia particular que para la evangelización tiene la inculturación, es decir, el proceso mediante el cual «la catequesis "se encarna" en las diferentes culturas».86 La inculturación comprende una doble dimensión: por una parte, «una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo» y, por otra, «la radicación del cristianismo en las diversas culturas humanas».87 El Sínodo considera la inculturación como una prioridad y una urgencia en la vida de las Iglesias particulares para que el Evangelio arraigue realmente en África;88 «una exigencia de la evangelización»;89 «un camino hacia una plena evangelización»;90 uno de los desafíos mayores para la Iglesia en el continente a las puertas del tercer milenio.91

Fundamentos teológicos

60. «Pero, al llegar la plenitud de los tiempos» (Gal 4, 4), el Verbo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, Hijo único de Dios, «se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre».92 Es el misterio sublime de la Encarnación del Verbo, misterio que tuvo lugar en la historia: en circunstancias de tiempo y espacio bien definidas, en medio de un pueblo con una cultura propia, que Dios había elegido y acompañado a lo largo de toda la historia de salvación con el fin de mostrar, mediante cuanto obraba en él, lo que quería hacer por todo el género humano.

Demostración evidente del amor de Dios hacia los hombres (cf. Rm 5, 8), Jesucristo, con su vida, con la Buena Nueva anunciada a los pobres, con su pasión, muerte y gloriosa resurrección, llevó a cabo la remisión de nuestros pecados y nuestra reconciliación con Dios, su Padre y, gracias a Él, nuestro Padre. La Palabra que la Iglesia anuncia es precisamente el Verbo de Dios hecho hombre, Él mismo sujeto y objeto de esta Palabra. La Buena Nueva es Jesucristo.

Como «la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14), así la Buena Nueva, la palabra de Jesucristo anunciada a las naciones, debe penetrar en el ambiente de vida de sus oyentes. La inculturación es precisamente esta penetración del mensaje evangélico en las culturas.93 En efecto, la Encarnación del Hijo de Dios, por ser total y concreta, fue también encarnación en una cultura específica.94

61. Teniendo presente la relación estrecha y orgánica entre Jesucristo y la palabra que anuncia la Iglesia, la inculturación del mensaje revelado tendrá que seguir la «lógica» propia del misterio de la Redención. En efecto, la Encarnación del Verbo no constituye un momento aislado sino que tiende hacia «la Hora» de Jesús y el misterio pascual: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). «Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Este anonadamiento de sí mismo, esta kénosis necesaria para la exaltación, itinerario de Jesús y de cada uno de sus discípulos (cf. Flp 2, 6-9), es iluminador para el encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio. «Cada cultura tiene necesidad de ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual».95

Es mirando al misterio de la Encarnación y de la Redención como se debe hacer el discernimiento de los valores y de los antivalores de las culturas. Como el Verbo de Dios se hizo en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, así la inculturación de la Buena Nueva asume todos los valores humanos auténticos purificándolos del pecado y restituyéndolos a su pleno significado.

La inculturación tiene también profundos vínculos con el misterio de Pentecostés; gracias a la efusión y acción del Espíritu, que unifica dones y talentos, todos los pueblos de la tierra, al entrar en la Iglesia, viven un nuevo Pentecostés, profesan en su propia lengua la única fe en Jesucristo y proclaman las maravillas que el Señor ha realizado en ellos. El Espíritu, que en el plano natural es la fuente originaria de la sabiduría de los pueblos, guía con una luz sobrenatural a la Iglesia hacia el conocimiento de toda la Verdad. A su vez la Iglesia, asumiendo los valores de las diversas culturas, se hace «sponsa ornata monilibus suis», «la novia que se adorna con sus aderezos» (cf. Is 61, 10).

Criterios y ámbitos de la inculturación

62. Es una tarea difícil y delicada, ya que pone a prueba la fidelidad de la Iglesia al Evangelio y a la Tradición apostólica en la evolución constante de las culturas. Por ello los Padres sinodales observaron: «Ante los rápidos cambios culturales, sociales, económicos y políticos, nuestras Iglesias locales deben trabajar en un proceso de inculturación siempre renovado, respetando los dos criterios siguientes: la compatibilidad con el mensaje cristiano y la comunión con la Iglesia universal (...). En todo caso se tratará de evitar cualquier sincretismo».96

«Como camino hacia una plena evangelización, la inculturación trata de preparar al hombre para acoger a Jesucristo en la integridad de su propio ser personal, cultural, económico y político, para la plena adhesión a Dios Padre y para llevar una vida santa mediante la acción del Espíritu Santo».97

Al dar gracias a Dios por los frutos que los esfuerzos de la inculturación han dado ya en la vida de las Iglesias del continente, particularmente en las antiguas Iglesias orientales de África, el Sínodo ha recomendado «a los Obispos y a las Conferencias Episcopales que tengan en cuenta que la inculturación engloba todos los ámbitos de la vida de la Iglesia y de la evangelización: teología, liturgia, vida y estructura de la Iglesia. Todo esto muestra la necesidad de una búsqueda en el ámbito de las culturas africanas en toda su complejidad». Precisamente por eso el Sínodo ha invitado a los Pastores «a aprovechar al máximo las múltiples posibilidades que la disciplina actual de la Iglesia establece ya al respecto».98

Iglesia como Familia de Dios

63. El Sínodo no sólo ha hablado de la inculturación, sino que también la ha aplicado concretamente, asumiendo como idea-guía para la evangelización de África la de Iglesia como Familia de Dios.99 En ella los Padres sinodales han reconocido una expresión de la naturaleza de la Iglesia particularmente apropiada para África. En efecto, la imagen pone el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza.100 La nueva evangelización tenderá pues a edificar la Iglesia como Familia, excluyendo todo etnocentrismo y todo particularismo excesivo, tratando de promover por el contrario la reconciliación y la verdadera comunión entre las diversas etnias, favoreciendo la solidaridad y el compartir tanto el personal como los recursos de las Iglesias particulares, sin consideraciones indebidas de orden étnico.101 «Es de desear que los teólogos elaboren la teología de la Iglesia-Familia con toda la riqueza contenida en este concepto, desarrollando su complementariedad mediante otras imágenes de la Iglesia».102

Esto supone una profunda reflexión sobre el patrimonio bíblico y tradicional que el Concilio Vaticano II ha recogido en la Constitución dogmática Lumen gentium. El admirable texto expone la doctrina sobre la Iglesia recurriendo a imágenes, sacadas de la Sagrada Escritura, como Cuerpo místico, Pueblo de Dios, templo del Espíritu, rebaño y redil, casa en la que Dios mora con los hombres. Según el Concilio, la Iglesia es esposa de Cristo y madre nuestra, ciudad santa y primicia del Reino futuro. Es necesario tener en cuenta estas sugestivas imágenes al desarrollar, según la indicación del Sínodo, una eclesiología centrada en el concepto de Iglesia-Familia de Dios.103 Se podrá entonces apreciar en toda su riqueza y densidad la afirmación de la que parte la Constitución conciliar: «La Iglesia es en Cristo como el sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».104

Campos de aplicación

64. En la práctica, sin prejuicio alguno por las tradiciones propias de cada Iglesia, latina u oriental, «se debe tender a la inculturación de la liturgia, teniendo cuidado de no cambiar nada de los elementos esenciales, de modo que el pueblo fiel pueda comprender y vivir mejor las celebraciones litúrgicas».105

El Sínodo ha afirmado además que, incluso cuando la doctrina es difícilmente asimilable a pesar de un largo período de evangelización, o bien, cuando su práctica supone serios problemas pastorales, sobre todo en la vida sacramental, es necesario permanecer fieles a la enseñanza de la Iglesia y, al mismo tiempo, respetar a las personas en la justicia y con verdadera caridad pastoral. Partiendo de este principio, el Sínodo ha expresado el deseo de que las Conferencias Episcopales, en colaboración con las Universidades y los Institutos católicos, creen comisiones de estudio, especialmente sobre el matrimonio, la veneración de los antepasados y el mundo de los espíritus, con objeto de examinar a fondo todos los aspectos culturales de estos problemas desde el punto de vista teológico, sacramental, ritual y canónico.106

Diálogo

65. «La actitud de diálogo es el modo de ser del cristiano tanto dentro de su comunidad, como en relación con los demás creyentes y con los hombres y mujeres de buena voluntad».107 El diálogo se ha de practicar ante todo dentro de la Iglesia- Familia, a todos los niveles: entre Obispos, Conferencias Episcopales o Asambleas de la Jerarquía y Sede Apostólica, entre las Conferencias o Asambleas Episcopales de las diferentes naciones del mismo continente y las de los demás continentes y, en cada Iglesia particular, entre el Obispo, presbiterio, personas consagradas, agentes pastorales y fieles laicos; así como entre los diversos ritos dentro de la misma Iglesia. El S.C.E.A.M. procurará tener «estructuras y medios que garanticen el ejercicio de este diálogo»,108 en particular para favorecer una solidaridad pastoral orgánica.

«Los católicos, unidos a Cristo mediante su testimonio en África, están invitados a desarrollar un diálogo ecuménico con todos los hermanos bautizados de las demás Confesiones cristianas, a fin de lograr la unidad por la que Cristo oró, y de este modo su servicio a las poblaciones del continente haga el Evangelio más creíble a los ojos de cuantos y cuantas buscan a Dios».109 Este diálogo podrá concretarse en iniciativas como la traducción ecuménica de la Biblia, la profundización teológica de uno u otro aspecto de la fe cristiana, o incluso ofreciendo juntos un testimonio evangélico a favor de la justicia, la paz y el respeto de la dignidad humana. Para esto se procurará crear comisiones nacionales y diocesanas de ecumenismo.110 Juntos, los cristianos son responsables de dar testimonio del Evangelio en el continente. Los progresos del ecumenismo tienen también como objetivo hacer que este testimonio sea más eficaz.

66. «El compromiso del diálogo debe abarcar también a los musulmanes de buena voluntad. Los cristianos no pueden olvidar que muchos musulmanes tratan de imitar la fe de Abraham y vivir las exigencias del Decálogo».111 A este respecto, el Mensaje del Sínodo destaca que el Dios vivo, Creador del cielo y de la tierra y Señor de la historia, es el Padre de la gran familia humana que formamos. Como tal, quiere que demos testimonio de Él respetando los valores y las tradiciones religiosas propias de cada uno, trabajando juntos para la promoción humana y el desarrollo en todos los niveles. Lejos de querer ser aquél en cuyo nombre unos eliminan a otras personas, Él compromete a los creyentes a trabajar juntos al servicio de la justicia y la paz.112 Se pondrá, pues, particular atención en que el diálogo islamo-cristiano respete por ambas partes el ejercicio de la libertad religiosa, con todo lo que esto comporta, incluidas también las manifestaciones exteriores y públicas de la fe.113 Cristianos y musulmanes están llamados a comprometerse en la promoción de un diálogo inmune de los riesgos derivados de un irenismo de mala ley o de un fundamentalismo militante, y levantando su voz contra políticas y prácticas desleales, así como contra toda falta de reciprocidad en relación con la libertad religiosa.114

67. En cuanto a la religión tradicional africana, un diálogo sereno y prudente podrá, por una parte, proteger de influjos negativos que condicionan la misma forma de vida de muchos católicos y, por otra, asegurar la asimilación de los valores positivos como la creencia en el Ser Supremo, Eterno, Creador, Providente y justo Juez que se armonizan bien con el contenido de la fe. Éstos pueden ser vistos como una preparación al Evangelio, porque contienen preciosas semina Verbi capaces de llevar, como ya ha ocurrido en el pasado, a muchas personas a «abrirse a la plenitud de la Revelación en Jesucristo por medio de la proclamación del Evangelio».115

Por tanto, es necesario tratar con mucho respeto y estima a quienes se adhieren a la religión tradicional, evitando todo lenguaje inadecuado e irrespetuoso. A este fin, en los centros de formación sacerdotal y religiosa se deben impartir oportunos conocimientos sobre la religión tradicional.116

Desarrollo humano integral

68. El desarrollo humano integral —desarrollo de todo hombre y de todo el hombre, especialmente de quien es más pobre y marginado en la comunidad— constituye el centro mismo de la evangelización. «Entre evangelización y promoción humana —desarrollo, liberación— existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la Redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?».117

De ese modo, el Señor Jesús, cuando inauguró su ministerio público en la sinagoga de Nazaret, eligió para ilustrar su misión el texto mesiánico del Libro de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto que me ha ungido el Señor. A anunciar la Buena Nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is, 61 1-2).

El Señor se considera, pues, como enviado para aliviar la miseria de los hombres y combatir toda forma de marginación. Ha venido a liberar al hombre; ha venido a tomar nuestras flaquezas y a cargar con nuestras enfermedades: «De hecho todo el ministerio de Jesús está orientado a atender a cuantos, entorno a Él, estaban marcados por el sufrimiento: personas que sufrían, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos, mudos (cf. Mt 8, 17)».118 «No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan debatidas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo»:119 la liberación que la evangelización anuncia «no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios».120

Afirma justamente el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, al buscar su propio fin salvífico, no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz reflejada en cierto modo sobre todo el mundo, especialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona humana, e impregna de un sentido y una significación más profunda la actividad cotidiana de los hombres. La Iglesia cree que de esta manera, por medio de cada uno de sus miembros y de toda su comunidad, puede contribuir mucho a humanizar más la familia de los hombres y la historia».121 La Iglesia anuncia y comienza a realizar el Reino de Dios siguiendo las huellas de Jesús, porque «la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios».122 Así «el Reino es fuente de plena liberación y de salvación total para los hombres: con éstos, pues, la Iglesia camina y vive, realmente y enteramente solidaria con su historia».123

69. La historia de los hombres asume su auténtico sentido en la Encarnación del Verbo de Dios, que es el fundamento de la dignidad humana restaurada. El hombre ha sido redimido por medio de Cristo, «Imagen de Dios invisible, generado antes de toda criatura» (Col 1, 15); más aún, «el Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre».124 Cómo no exclamar con san León Magno: «¡Cristiano, toma conciencia de tu dignidad!».125

Anunciar a Cristo es, pues, revelar al hombre su dignidad inalienable, que Dios ha rescatado mediante la Encarnación de su Hijo único. El Concilio Vaticano II prosigue así: «Al haberse confiado a la Iglesia la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, ella misma descubre al hombre el sentido de su propia existencia, es decir, la verdad íntima sobre el hombre».126

Dotado de esta incomparable dignidad, el hombre no puede vivir en condiciones de vida social, económica, cultural y política infrahumanas. Éste es el fundamento teológico de la lucha por la defensa de la dignidad personal, por la justicia y la paz social, por la promoción humana, la liberación y el desarrollo integral del hombre y de todos los hombres. Por ello, considerando esta dignidad, el desarrollo de los pueblos —dentro de cada nación y en las relaciones internacionales— debe realizarse de manera solidaria, como afirmaba del modo más apropiado mi predecesor Pablo VI.127 Precisamente en esta perspectiva podía decir: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz».128 Se puede, pues, afirmar con razón que «el desarrollo integral supone el respeto de la dignidad humana, la cual sólo puede realizarse en la justicia y la paz».129

Ser la voz de quienes no tienen voz

70. Animados por la fe y la esperanza en la fuerza salvífica de Jesús, los Padres del Sínodo concluyeron sus trabajos renovando el compromiso de aceptar el desafío de ser instrumentos de salvación en los distintos ámbitos de la vida de los pueblos africanos. «La Iglesia —declararon— debe continuar ejerciendo su papel profético y ser la voz de quienes no tienen voz»,130 para que en todas partes se reconozca la dignidad humana a cada persona y el hombre sea siempre el centro de todos los programas de gobierno. «El Sínodo (...) interpela la conciencia de los jefes de Estado y de los responsables del bien público, para que garanticen cada vez más la liberación y el desarrollo armónico de sus poblaciones».131 Sólo con estas condiciones se construye la paz entre las naciones.

La evangelización debe promover iniciativas que contribuyan a desarrollar y ennoblecer al hombre en su existencia espiritual y material. Se trata del desarrollo de todo hombre y de todo el hombre, considerado no sólo de modo aislado, sino también y especialmente en el marco de un desarrollo solidario y armonioso de todos los miembros de una nación y de todos los pueblos de la tierra.132

En suma, la evangelización debe denunciar y combatir todo lo que envilece y destruye al hombre. «Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, corresponde también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consis tencia y la fuerza de su motivación más alta».133

Medios de comunicación social

71. «Desde siempre Dios se caracteriza por su voluntad de comunicación. Lo realiza de modos diversos. Da el ser a todas las criaturas animadas o inanimadas. Establece particularmente con el hombre relaciones privilegiadas. "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1, 1-2)».134 El Verbo de Dios es, por su naturaleza, palabra, diálogo y comunicación. Ha venido a restaurar, de una parte, la comunicación y las relaciones entre Dios y los hombres, y, de otra, las de los hombres entre sí.

Los medios de comunicación social han llamado la atención del Sínodo bajo dos aspectos importantes y complementarios: como un universo cultural nuevo y naciente, y como un conjunto de instrumentos al servicio de la comunicación. Constituyen desde el inicio una cultura nueva que tiene su lenguaje propio y sobre todo sus valores y contravalores específicos. En este sentido tienen necesidad, como todas las culturas, de ser evangelizados.135

En efecto, en nuestros días los medios de comunicación social constituyen no sólo un mundo, sino una cultura y una civilización. Y la Iglesia es enviada también a llevar la Buena Nueva de la salvación a este mundo. Los heraldos del Evangelio deben, pues, penetrar en ellos para impregnarse de esta nueva civilización y cultura, con el fin de servirse oportunamente de la misma. «El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una "aldea global". Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales».136

La formación para el uso de los medios de comunicación social es una necesidad, no sólo para quien anuncia el Evangelio, que debe entre otras cosas poseer el estilo de la comunicación, sino también para el lector, el receptor y el telespectador que, formados para comprender este tipo de comunicación, deben saber asumir sus aportaciones con discernimiento y espíritu crítico.

En África, donde la tradición oral es una de las características de la cultura, esta formación tiene una importancia capital. Este tipo de comunicación debe recordar a los Pastores, especialmente a los Obispos y sacerdotes, que la Iglesia es enviada a hablar, a predicar el Evangelio mediante la palabra y los gestos. Ella no puede, pues, callar, bajo el riesgo de incumplir su misión; a menos que, en ciertas circunstancias, el silencio mismo sea un modo de hablar y de testimoniar. Debemos, pues, anunciar siempre a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tm 4, 2), pero teniendo como objetivo edificar en la caridad y en la verdad.

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