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Capítulo VII.- «Seréis mis Testigos hasta los Confines de la Tierra»

127. Durante la Asamblea especial, los Padres sinodales examinaron a fondo la situación africana en su conjunto, con objeto de alentar un testimonio de Cristo cada vez más concreto y creíble dentro de cada Iglesia local, de cada nación, de cada región, y del continente africano entero. En todas las reflexiones y recomendaciones hechas por la Asamblea especial se percibe el deseo predominante de testimoniar a Cristo. He visto en ello el espíritu de cuanto dije a un grupo de Obispos en África: «Respetando, preservando y fortaleciendo los valores particulares y ricos de herencia cultural de vuestro pueblo, estaréis en condición de conducirlo hacia una mejor comprensión del misterio de Cristo, que ha de ser vivido en las experiencias nobles, concretas y cotidianas de la vida africana. No se trata de adulterar la Palabra de Dios, o de vaciar de su poder a la cruz (cf. 1 Cor 1, 17), sino más bien de llevar a Cristo al centro mismo de la vida africana y de elevar toda la vida africana a Cristo. De este modo no sólo el cristianismo será relevante para África, sino que el mismo Cristo será africano en los miembros de su Cuerpo».243

Abiertos a la misión

128. La Iglesia en África no está llamada a dar testimonio de Cristo sólo en el continente; en efecto, a ella se dirige también la palabra del Señor resucitado: «Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Precisamente por esto, durante las discusiones sobre el tema del Sínodo, los Padres evitaron cuidadosamente toda tendencia de aislamiento de la Iglesia en África. En todo momento la Asamblea especial se mantuvo en la perspectiva del mandato misionero que la Iglesia ha recibido de Cristo para testimoniarlo en el mundo entero.244 Los Padres sinodales reconocieron la llamada que Dios dirige a África para que desarrolle con pleno derecho, a escala mundial, su misión en el plano de salvación del género humano (cf. 1 Tm 2, 4).

129. Precisamente en función de este sentido de la catolicidad de la Iglesia, los Lineamenta de la Asamblea especial para África declaraban: «Ninguna Iglesia particular, ni siquiera la más pobre, puede ser dispensada de la obligación de compartir sus recursos espirituales, temporales y humanos con las demás Iglesias particulares y con la Iglesia universal (cf. Hch 2, 44-45)».245 Por su parte, la Asamblea especial señaló la responsabilidad de África para la misión «hasta los confines de la tierra» con los siguientes términos: «La frase profética de Pablo VI —"Africanos, estáis llamados a ser misioneros de vosotros mismos"— debe entenderse así: "sois misioneros para el mundo entero" (...). Se ha lanzado una llamada a las Iglesias particulares de África para la misión más allá de los límites de sus propias diócesis».246

130. Aprobando con gozo y reconocimiento esta declaración de la Asamblea especial, deseo repetir a todos mis hermanos Obispos de África lo que decía años atrás: «La obligación que tiene la Iglesia de África de ser misionera en su propio seno y de evangelizar el continente exige la cooperación entre las Iglesias particulares en el ámbito de cada país africano, entre las diferentes naciones del continente y también de otros continentes. De este modo África se integrará plenamente en la actividad misionera».247 En una llamada precedente, dirigida a todas las Iglesias particulares, de reciente o antigua fundación, ya decía que «el mundo va unificándose cada vez más, el espíritu evangélico debe llevar a la superación de las barreras culturales y nacionalistas, evitando toda cerrazón».248

La valiente determinación manifestada por la Asamblea especial, de comprometer a las jóvenes Iglesias de África en la misión «hasta los confines de la tierra», refleja el deseo de seguir, lo más generosamente posible, una de las importantes directrices del Concilio Vaticano II: «Para que este celo misionero florezca entre los naturales del país es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Pues la comunión con la Iglesia universal se consumará en cierto modo cuando también ellas participen en la actividad misionera para con otras naciones».249

Solidaridad pastoral orgánica

131. Al comienzo de esta Exhortación he indicado que, al anunciar la convocatoria de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, tenía en perspectiva la promoción de «una solidaridad pastoral orgánica en todo el territorio africano e islas adyacentes».250 Tengo el gusto de constatar cómo la Asamblea especial persiguió valientemente este objetivo. Los debates en el Sínodo manifestaron la premura y generosidad de los Obispos para esta solidaridad pastoral y para compartir sus recursos con los demás, incluso estando ellos mismos necesitados de misioneros.

132. Quiero dirigir a este respecto una especial palabra a mis hermanos Obispos, que «son directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del Colegio episcopal, ya sea como Pastores de las Iglesias particulares».251 En la dedicación cotidiana al rebaño a ellos confiado, no deben perder nunca de vista las necesidades de la Iglesia en su conjunto. Como Obispos católicos han de sentir la «preocupación por todas las Iglesias» que abrasaba el corazón del Apóstol (cf. 2 Cor 11, 28). Deben sentirla sobre todo cuando reflexionan y deciden juntos, como miembros de las respectivas Conferencias Episcopales, las cuales, mediante los organismos de coordinación a nivel regional y continental, pueden percibir y evaluar mejor las urgencias pastorales que surgen en otras partes del mundo. Los Obispos realizan además una eminente expresión de solidaridad apostólica en el Sínodo: éste, «entre los asuntos de importancia general, deberá tener en cuenta especialmente la actividad misionera, deber supremo y santísimo de la Iglesia».252

133. La Asamblea especial, además, hizo notar justamente que, para organizar una solidaridad pastoral de conjunto en África, es necesario promover la renovación de la formación de los sacerdotes. Nunca se meditarán bastante las palabras del Concilio Vaticano II al afirmar que «el don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación los prepara no para una misión limitada y reducida, sino para una misión amplísima y universal de salvación "hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8)».253

Por este motivo yo mismo exhorté a los sacerdotes a «estar concretamente disponibles al Espíritu Santo y al Obispo, para ser enviados a predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país. Esto exigirá en ellos no sólo madurez en la vocación, sino también una capacidad no común de desprendimiento de la propia patria, grupo étnico y familia, y una particular idoneidad para insertarse en otras culturas, con inteligencia y respeto».254

Estoy profundamente agradecido a Dios al constatar que, en número creciente, sacerdotes africanos han respondido a la llamada para ser testigos «hasta los confines de la tierra». Espero ardientemente que este tipo de respuesta sea promovido y consolidado en todas las Iglesias particulares de África.

134. Es también motivo de gran consuelo saber que los Institutos misioneros, presentes en África desde hace mucho tiempo, «acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las jóvenes Iglesias que han fundado»,255 permitiendo a estas mismas Iglesias que participen en la actividad misionera de la Iglesia universal. Asimismo, manifiesto mi reconocimiento a los nuevos Institutos misioneros que han surgido en el continente y que hoy envían a sus miembros ad gentes. Se trata de un crecimiento providencial y maravilloso que manifiesta la madurez, vitalidad y dinamismo de la Iglesia que está en África.

135. Quiero hacer mía de modo particular la explícita recomendación de los Padres sinodales para que se establezcan las cuatro Obras Misionales Pontificias en cada Iglesia particular y en cada País, como medio para realizar una solidaridad pastoral orgánica en favor de la misión «hasta los confines de la tierra». Obras del Papa y del Colegio episcopal, ocupan justamente «el primer lugar, pues son medios para infundir a los católicos, ya desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de ayudas en favor de todas las misiones según las necesidades de cada una».256 Un fruto significativo de su actividad «es suscitar vocaciones ad gentes y de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en las jóvenes. Recomiendo vivamente que se oriente cada vez más a este fin su servicio de animación».257

Santidad y misión

136. El Sínodo ha reafirmado que todos los hijos e hijas de África están llamados a la santidad y a ser testigos de Cristo en todas las partes del mundo. «La historia nos enseña que la evangelización se realiza, bajo la acción del Espíritu Santo, sobre todo a través del testimonio de caridad y del testimonio de santidad».258 Por esto, deseo repetir a todos los cristianos de África las palabras que escribí hace unos años: «Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad (...). Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión (...). El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo "anhelo de santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana».259

También ahora, como entonces, me dirijo a los cristianos de las Iglesias jóvenes llamando la atención sobre su responsabilidad: «Hoy sois vosotros la esperanza de la Iglesia, que tiene dos mil años: siendo jóvenes en la fe, debéis ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y valentía, con generosa entrega a Dios y al prójimo; en una palabra, debéis tomar el camino de la santidad. Sólo de esta manera podréis ser signos de Dios en el mundo y revivir en vuestros países la epopeya misionera de la Iglesia primitiva. Y seréis también fomento de espíritu misionero para las Iglesias más antiguas».260

137. La Iglesia que está en África comparte con la Iglesia universal «la sublime vocación de realizar, en primer lugar en sí misma, la unidad del género humano más allá de las diferencias étnicas, culturales, nacionales, sociales y de otro género, con objeto de mostrar precisamente la caducidad de estas diferencias, abolidas por la cruz de Cristo».261 La Iglesia, respondiendo a su vocación de ser en el mundo el pueblo redimido y reconciliado, contribuye a promover una coexistencia fraterna entre los pueblos, superando las diferencias de raza y de nacionalidad.

Teniendo en cuenta la específica vocación confiada a la Iglesia por su divino Fundador, pido con insistencia a la Comunidad católica que está en África que ofrezca ante toda la humanidad un testimonio auténtico del universalismo cristiano que brota de la paternidad de Dios. «Todos los hombres creados en Dios tienen el mismo origen; sea cual fuere su dispersión geográfica o el acento de sus diferencias a lo largo de la historia, están destinados a formar una sola familia según el designio de Dios establecido "desde el principio".262 La Iglesia en África está llamada a ir por amor al encuentro de cada ser humano creyendo con fuerza que «el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre».263

De modo particular, África debe ofrecer su propia contribución al movimiento ecuménico, cuya urgencia he vuelto a señalar recientemente en la Carta encíclica Ut unum sint, en vista del tercer milenio.264 En efecto, África puede desarrollar también un papel importante en el diálogo entre las religiones, sobre todo cultivando relaciones intensas con los musulmanes y favoreciendo un atento respeto hacia los valores de la religión tradicional africana.

Practicar la solidaridad

138. Testimoniando a Cristo «hasta los confines de la tierra», la Iglesia en África debe estar firmemente convencida del «valor positivo y moral» que supone la «conciencia creciente de la interdependencia entre los hombres y entre las naciones. El hecho de que los hombres y mujeres, en muchas partes del mundo, sientan como propias las injusticias y las violaciones de los derechos humanos cometidos en países lejanos, que posiblemente nunca visitarán, es un signo más de que esta realidad es transformada en conciencia, que adquiere así una connotación moral».265

Confío en que los cristianos de África sean cada vez más conscientes de esta interdependencia entre los individuos y entre las naciones, y que estén preparados para responder a ello practicando la virtud de la solidaridad. El fruto de la solidaridad es la paz, bien tan precioso para los pueblos y las naciones de cualquier parte del mundo. En efecto, precisamente a través de medios capaces de promover y reforzar la solidaridad, la Iglesia puede ofrecer una contribución específica y determinante a una verdadera cultura de la paz.

139. Al entrar en relación sin discriminaciones con los pueblos del mundo mediante el diálogo con las diversas culturas, la Iglesia acerca los unos a los otros y les ayudas a asumir, en la fe, los auténticos valores de los demás.

Dispuesta a cooperar con todo hombre de buena voluntad y con la comunidad internacional, la Iglesia en África no busca ventajas para sí misma. La solidaridad que manifiesta «tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación».266 La Iglesia trata de contribuir a la conversión de la humanidad, llevándola a abrirse al plan salvífico de Dios mediante el testimonio evangélico, acompañado por la actividad caritativa al servicio de los pobres y los últimos. Y cuando realiza esto, no pierde nunca de vista la primacía de lo transcendente y de las realidades espirituales que constituyen las primicias de la salvación eterna del hombre.

Durante los debates sobre la solidaridad de la Iglesia para con los pueblos y las naciones, los Padres sinodales han sido plenamente conscientes, en todo momento, de que «hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo» y que, sin embargo, «el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios».267 Precisamente por esto, la Iglesia en África está convencida —y el trabajo de la Asamblea especial lo ha mostrado claramente— que la espera del retorno final de Cristo «no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional»,268 puesto que las condiciones terrenas influyen en la peregrinación del hombre hacia la eternidad.

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