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Conclusión

Hacia el nuevo milenio cristiano

140. Reunidos en torno a la Virgen María como para un nuevo Pentecostés, los miembros de la Asamblea especial examinaron a fondo la misión evangelizadora de la Iglesia en África en el umbral del tercer milenio. Concluyendo esta Exhortación apostólica postsinodal, en la cual presento los frutos de esta Asamblea a la Iglesia que está en África, en Madagascar y en las islas adyacentes, y a toda la Iglesia católica, doy gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha concedido el privilegio de vivir este auténtico «momento de gracia» que ha sido el Sínodo. Manifiesto mi vivo agradecimiento al Pueblo de Dios en África por cuanto ha hecho por la Asamblea especial. Este Sínodo ha sido preparado con celo y entusiasmo, como demuestran las respuestas al cuestionario, adjunto al documento preliminar (Lineamenta), y las reflexiones recogidas en el documento de trabajo (Instrumentum laboris). Las comunidades cristianas de África han rezado con fervor por el éxito de los trabajos de la Asamblea especial. Y se puede decir que ésta ha sido bendecida generosamente por el Señor.

141. Ya que el Sínodo ha sido convocado para permitir a la Iglesia en África que asuma, de la manera más eficaz posible, su misión evangelizadora con vistas al tercer milenio cristiano, invito con esta Exhortación al Pueblo de Dios en África —Obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos— a mirar decididamente hacia el Gran Jubileo, que se celebrará dentro de pocos años. Para todos los pueblos de África la mejor preparación al nuevo milenio consistirá en el firme compromiso de poner en práctica con gran fidelidad las decisiones y orientaciones que, con la autoridad apostólica de Sucesor de Pedro, presento en esta Exhortación. Son decisiones y orientaciones que se inscriben en la genuina línea de las enseñanzas y directrices de la Iglesia y, en particular, del Concilio Vaticano II, que ha sido la principal fuente de inspiración de la Asamblea especial para África.

142. Mi invitación al Pueblo de Dios que está en África, para que se prepare al Gran Jubileo del año 2000, quiere ser también una vibrante llamada a la alegría cristiana. «El gran gozo anunciado por el Ángel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo (cf. Lc 2, 10) (...). Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del ángel Gabriel y su Magníficat era ya el himno de exultación de todos los humildes. Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y culmen de la historia: la venida a la tierra del Emmanuel, Dios con nosotros».269

Es el bimilenario de dicho acontecimiento, lleno de alegría, lo que nos preparamos a celebrar con el próximo Gran Jubileo. África, que «es, en cierto sentido, la "segunda patria" de Jesús de Nazaret, (el cual) como niño pequeño encontró refugio precisamente en África contra la crueldad de Herodes»,270 está llamada a la alegría. Al mismo tiempo, «todo deberá mirar al objetivo prioritario del Jubileo, que es el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos».271

143. A causa de las numerosas dificultades, crisis y conflictos que conllevan tanta miseria y sufrimiento en el continente, hay africanos tentados a veces de pensar que el Señor los ha abandonado, que ¡los ha olvidado (cf. Is 49, 14)! «Y Dios responde con las palabras del gran Profeta: "Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido. Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada" (Is 49, 15-16). Sí, en las palmas de las manos de Cristo, ¡traspasadas por los clavos de la crucifixión! El nombre de cada uno de vosotros (Africanos) está escrito en esas manos. Por tanto, decimos con gran confianza: "El Señor mi fuerza, escudo mío, en El confió mi corazón y he recibido ayuda: mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón" (Sal 28 [27], 7)».272

Oración a María, Madre de la Iglesia

144. Agradecido por el don de este Sínodo, me dirijo a María, Estrella de la evangelización, y, mientras se acerca el tercer milenio, a Ella confío África y su misión evangelizadora. A Ella me dirijo con los pensamientos y sentimientos expresados en la oración que mis hermanos Obispos compusieron al final de la sesión de trabajo del Sínodo en Roma:

¡Oh María!, Madre de Dios

y Madre de la Iglesia,

gracias a ti, en el día de la Anunciación,

al alba de los tiempos nuevos,

todo el género humano, con sus culturas,

se alegró de descubrir

que podía recibir el Evangelio.

En vísperas de un nuevo Pentecostés

para la Iglesia en África,

Madagascar e islas adyacentes,

el Pueblo de Dios con sus Pastores

se dirige a ti y contigo implora:

que la efusión del Espíritu Santo

haga de las culturas africanas

lugares de comunión en la diversidad,

transformando a los habitantes

de este gran continente

en generosos hijos de la Iglesia,

que es Familia del Padre,

Fraternidad del Hijo,

Imagen de la Trinidad,

germen e inicio en la tierra

de aquel Reino eterno

que tendrá su plenitud

en la Ciudad cuyo constructor es Dios:

Ciudad de justicia, de amor y de paz.

Dado en Yaundé, Camerún, el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1995, decimoséptimo de mi Pontificado.

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