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IV.- Consejos Evangélicos
Economía de la Redención
9. Mediante la profesión se abre ante cada uno y cada una de vosotros el camino de los consejos evangélicos. En el Evangelio hay muchas exhortaciones que sobrepasan la medida del mandamiento, indicando no sólo lo que es "necesario", sino lo que es "mejor". Así, por ejemplo, la exhortación a no juzgar[42], a prestar "sin esperanza de remuneración"[43], a satisfacer todas las peticiones y deseos del prójimo[44], a invitar al banquete a los pobres[45], a perdonar siempre[46] y tantas otras. Si, siguiendo la Tradición, la profesión de los consejos evangélicos se ha concentrado sobre los tres puntos de la castidad, pobreza y obediencia, tal costumbre parece poner de relieve de modo suficientemente claro su importancia de elementos-clave y, en un cierto sentido, "compendio" de toda la economía de la salvación. Todo lo que en el Evangelio es consejo entra indirectamente en el programa de aquel camino, al que Cristo llama cuando dice: "Sígueme". Pero la castidad, la pobreza y la obediencia dan a este camino una particular característica cristocéntrica e imprimen a la misma un signo específico de la economía de la Redención.
Es esencial para esta "economía" la transformación de todo el cosmos a través del corazón del hombre, desde dentro: "La expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios... con la esperanza de que también ellas [las criaturas] serán libertadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios"[47]. Esta transformación es simultánea al amor que la llamada de Cristo infunde en el interior del hombre, con el amor que constituye la esencia misma de la consagración, la consagración del hombre y de la mujer a Dios en la profesión religiosa, sobre el fundamento de la consagración sacramental del bautismo. Podemos descubrir las bases de la economía de la Redención leyendo las palabras de la primera Carta de San Juan: "No al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre"[48].
La profesión religiosa pone en el corazón de cada uno y cada una de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, el amor del Padre: aquel amor que hay en el corazón de Jesucristo, Redentor del mundo. Este es un amor que abarca al mundo y a todo lo que en él viene del Padre y que al mismo tiempo tiende a vencer en el mundo todo lo que "no viene del Padre". Tiende por tanto a vencer la triple concupiscencia. "La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida" están en el hombre como herencia del pecado original, por cuya consecuencia la relación con el mundo, creado por Dios y dado en señorío al hombre[49], fue deformada en el corazón humano de diversas maneras. En la economía de la Redención los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia constituyen los medios más radicales para transformar en el corazón del hombre tal relación con "el mundo"; con el mundo exterior y con el propio "yo", el cual en cierto modo es la parte central "del mundo" en el sentido bíblico, si en él se enraíza lo que "no viene del Padre".
En el contexto de las frases citadas por la primera Carta de San Juan, no es difícil advertir la importancia fundamental de los tres consejos evangélicos en toda la economía de la Redención. En efecto, la castidad evangélica nos ayuda a transformar en nuestra vida interior lo que encuentra su raíz en la concupiscencia de la carne; la pobreza evangélica todo lo que tiene su raíz en la concupiscencia de los ojos; finalmente, la obediencia evangélica nos permite transformar de modo radical lo que en el corazón humano brota del orgullo de la vida. Hablamos aquí ex profeso de la superación como de una transformación, ya que toda la economía de la Redención se encuadra en el marco de las palabras, dirigidas por Cristo en la oración sacerdotal al Padre: "No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal"[50]. Los consejos evangélicos en su finalidad esencial sirven "para renovar la creación"; "el mundo", gracias a ellos, debe estar sometido al hombre y entregado a el, de manera que el hombre mismo sea perfectamente entregado a Dios.
Participación en el anonadamiento de Cristo
10. La finalidad interior de los consejos evangélicos conduce al descubrimiento de otros aspectos, que ponen de relieve su íntima relación con la economía de la Redención. Se sabe que ésta encuentra su punto culminante en el misterio pascual de Jesucristo, en el que se unen el anonadamiento mediante la muerte, y el nacimiento a una Vida nueva mediante la resurrección. La práctica de los consejos evangélicos lleva consigo un reflejo profundo de esta dualidad pascual[51]: la destrucción inevitable de todo lo que es pecado en cada uno de nosotros y su herencia, y la posibilidad de renacer cada día a un bien más profundo, escondido en el alma humana. Este bien se manifiesta bajo la acción de la gracia, a la cual la práctica de la castidad, pobreza y obediencia hace particularmente sensible el alma del hombre. La economía total de la Redención se realiza precisamente a través de esta sensibilidad a la misteriosa acción del Espíritu Santo, artífice directo de toda santidad. En este camino la profesión de los consejos evangélicos abre en cada uno de vosotros y vosotras, queridos Hermanos y Hermanas, un amplio espacio a la "criatura nueva"[52], que emerge en vuestro propio "yo" humano de la economía de la Redención y, a través de este "yo" humano, también en la dimensión interpersonal y social. Al mismo tiempo emerge pues en la humanidad como parte del mundo creado por Dios; de aquel mundo que el Padre amó "nuevamente" en el Hijo eterno, Redentor del mundo.
San Pablo dice de este Hijo que "a pesar de tener la forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres"[53]. La característica del anonadamiento contenida en la práctica de los consejos evangélicos es por consiguiente una particularidad completamente cristocéntrica. Y por esto también el Maestro de Nazaret indica explícitamente la Cruz como condición para seguir sus huellas. El que una vez dijo a cada uno de vosotros "Sígueme", ha dicho además: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (= camine tras mis huellas)[54]. Y lo decía a todos sus oyentes, no sólo a los discípulos. La ley de la renuncia pertenece, por consiguiente, a la misma esencia de la vocación cristiana. Sin embargo, pertenece de modo particular a la esencia de la vocación unida a la profesión de los consejos evangélicos. A los que se encuentran en el camino de esta vocación, hablarán también con un lenguaje comprensible aquellas difíciles expresiones que encontramos en la Carta a los Filipenses: por El "todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo y ser hallado en El"[55].
Renuncia pues -reflejo del misterio del Calvario- para "volver a encontrarse" más plenamente en Cristo crucificado y resucitado; renuncia, para reconocer en El plenamente el misterio de la propia humanidad y confirmarlo en el camino de aquel admirable proceso, del que el mismo Apóstol escribe en otro lugar: "mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día"[56]. De este modo la economía de la Redención transfiere el poder del misterio pascual al terreno de la humanidad, dócil a la llamada de Cristo a la vida de castidad, pobreza y obediencia, o sea a la vida según los consejos evangélicos.
Notas
[42] Cfr. Mt. 7, 1.
[43] Lc. 6, 35.
[44] Cfr. Mt. 5, 40-42.
[45] Cfr. Lc. 14, 13-14.
[46] Cfr. Mt. 6, 14-15.
[47] Rom. 8, 19-21.
[48] 1 Jn. 2, 15-17.
[49] Cfr. Gén. 1, 28.
[50] Jn. 17, 15.
[51] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae caritatis, 5.
[52] 2 Cor. 5, 17.
[53] Flp. 2, 6-7.
[54] Mc. 8, 34; Mt. 16, 24.
[55] Flp. 3, 8-9.
[56] 2 Cor. 4, 16.
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