» bibel » Otros » Jean Guitton » Retrato de Marta Robin » 8.- La experiencia mística en la evolución
Lo anormal y lo subnormal
Hasta aquí he dejado de lado un problema capital, muy frecuentemente pasado por alto, pero que estaba presente en mi espíritu cada vez que visitaba a Marta: cómo explicar en su caso, y en el de muchos otros seres excepcionales, que las más elevadas formas de pensamiento, acción y oración tengan como condición un estado desastroso del psiquismo o del cuerpo. Para hablar más claro, ¿en qué medida un desequilibrio inferior puede favorecer un equilibrio superior?
Que el genio y la locura tengan oculta relación no lo ignoramos. Virgilio había expresado la vacilación de la inteligencia ante este extraño fenómeno cuando hacía decir a Niso dirigiéndose a Eurialo: "¿Son los dioses quienes nos dan este ardor, o el indomable deseo hace de cada uno un dios? (Dine hunc ardorem mentibus addunt / An sua cuique deus fit dira cupido?)" Lo mismo había expresado Baudelaire: «¿Vienes del más alto cielo o brotas del abismo? (Viens-tu du ciel profond ou sors-tu de l'abîme?)".
Tal era el problema que había de plantear Freud. El que lo resuelva esclarecerá el misterio de nuestro ser.
Con este espíritu voy a considerar las experiencias de Châteauneuf. En Marta tenían lugar fenómenos desconcertantes que hasta hoy la ciencia humana ha descuidado tanto por método como por principio. Es probable que pronto los examinará bajo nueva luz. En los hechos que se refieren a Marta serán interpelados los teólogos, los sabios y los filósofos. Cada uno responderá según su especialidad. Se relacionarán, sin duda, estos fenómenos con conjuntos más vastos, con leyes más fundamentales, con los conceptos aún mal definidos de la "gracia o naturaleza". Desde hace siglos los teólogos explican estos hechos por medio de conceptos religiosos. En el orden de la gracia todos los estados que conoció Marta han sido desde hace tiempo enumerados, nombrados, inscritos, clasificados jerárquicamente. Pero la gracia no destruye la naturaleza, la conserva y la informa. Y en nuestros días los mecanismos de la naturaleza —que, con frecuencia, en la Edad Media se atribuían al diablo— nos son mejor conocidos. No será, pues, despreciar a Marta, sino por el contrario comprenderla mejor, poner a la luz el lugar que ocupan estos fenómenos místicos en una filosofía general de la evolución.
Como decía Leibniz: "Las cosas inferiores existen en las superiores de una manera más noble que como existen en ellas mismas". Todo sucede, en efecto, como si el ser humano, inmerso desde el principio en la naturaleza, sometido a las leyes del cosmos, se evadiese, en cuanto le es posible, de estas servidumbres, tendiendo a disminuir su dependencia, a liberarse de sus coacciones, como si tendiera, por medio de una organización más y más compleja, a hacer crecer su autonomía.
Hace falta añadir que todo ocurre como si estas elevaciones fueran tanto más intensas cuanto más surgen de una desintegración más radical. Como ha hecho notar el Dr. Larcher, los tres votos monásticos de castidad, pobreza y obediencia acercan al asceta al niño. El ayuno le asemeja a un niño de pecho, el ayuno total a un recién nacido antes del corte del cordón umbilical, la apnea, decir, la ausencia de respiración, le asemeja al feto antes de nacer, la parada circulatoria, a un embrión de menos de cuatro meses, la "biostasis" le asemeja a un óvulo sin cambios antes de la fecundación. Pero estas "mortificaciones" que parecerían ir contra corriente, recapitulan al revés las diferentes fases del desarrollo. Nos encontramos en un campo aún mal explorado, salvo por algunos individuos hindúes o cristianos que se han esforzado en resistir al dolor o en retardar la muerte, no mediante técnicas médicas sino por un esfuerzo moral de ascesis. ¿Qué es, en efecto, un asceta sino el hombre que disminuye las funciones que le adaptan a la existencia a fin de hacer brotar otras que le puedan preadaptar a una vida más libre y más elevada? Por la castidad y la continencia disminuye la influencia de la función reproductora. Por el ayuno controla la nutritiva. Da jaque a la dispersión de la vida mundana por el silencio. Frena su independencia sometiéndose a los maestros que libremente se ha dado.
En apariencia su esfuerzo va en contra del impulso de la evolución, ya que es una vuelta al estado original; pero esto es sólo en apariencia.
El esfuerzo ascético puede compararse al esfuerzo del arquero, que tira de la cuerda del arco para acumular la energía que lanzará la flecha al espacio. Y, sin duda por esto los dos ciclos evolutivos, el progresivo (al que casi exclusivamente estudiamos) y el recesivo (al que nos olvidamos de observar) tienen una relación íntima mutuamente. Con tal de que esté purificada de todo dolorismo, se puede afirmar que la "mortificación" es vivificación, ya que aumenta la independencia del microcosmos en relación al macrocosmos, pues libera al hombre de muchas servidumbres, poniendo a su disposición ciertos poderes escondidos que le hacen más libre, es decir, más capaz de obedecer a Dios. En los grandes místicos esta regresión toma formas anormales que desarrollan capacidades nuevas de memoria, de percepción y adivinación.
Por esto, cuando yo preguntaba a Marta Robin sobre su estado agónico recogía sus respuestas a mis preguntas esperando que pudieran interesar a todos los espíritus, iluminando el inevitable paso de la muerte y lanzando destellos luminosos sobre la evolución de los seres después de la muerte. Supongamos que encuentro a un explorador lunar y le pregunto sobre cómo veía la tierra: yo tendría así la oportunidad de adquirir nuevos conocimientos sobre ella.
Desde análoga perspectiva se han estudiado los fenómenos que se producen en el momento de la muerte. Los que han rozado la muerte sin hundirse en ella han tenido la experiencia de un estado de "desincorporación" que puede permitir comprender las experiencias de ciertos místicos. El Dr. Moody, en su libro Life after Death, cita un gran número de testimonios. He conocido a algunos que han experimentado la pre—muerte, como Mauricio Genevoix, quienes me han confirmado que se puede tener en el momento de la muerte la impresión de estar desunido del cuerpo, como si éste fuera un objeto sobre el que se sobrevolara. A medida que la conciencia se transforma, alejándose del tiempo horizontal que supone antes, durante y después, se vuelven a ver de manera global y sincrónica los sucesos de la historia propia, que se despliega en una recapitulación huidiza como si fuera una película agradable.
Existen, por otra parte, mutaciones ascendentes. Cuando el ser viviente está ante una alternativa de vida o muerte sucede con frecuencia que la evolución da un salto hacia adelante. Ni siquiera la tortuga "cibernética" de Walter se resignaba a salvar un obstáculo por saltos más que cuando había agotado todas las posibilidades de rodearlo en el plano horizontal. Podemos imaginar que, pasados cincuenta mil años, la humanidad quizás se encuentre en una situación análoga, es decir, que deba elegir entre perecer o sobrevivir. O bien continuará su camino de igual modo que hoy y deberá afrontar la polución, la superpoblación, la guerra y la amenaza de la destrucción, o bien deberá pasar el umbral.
Pero ¿cómo se realizará este paso del umbral? ¿En qué medida un trastorno de nuestras funciones será favorable a este salto del umbral? Por decirlo más claro, ¿en qué medida una enfermedad mental, que es un estado anormal, podrá favorecer el desarrollo de facultades sobre—normales?
Bastará constatar que en los grandes artistas, especialmente en los músicos, sus deficiencias han sido fuente de su genio. Desde la más lejana antigüedad las "drogas" se han utilizado para introducirse en "paraísos artificiales". ¿No serán a veces los estados patológicos la condición para nuestro acceso a esos estados extraños y privilegiados, como llaves que de pronto nos abrieran el cuarto del tesoro? Los botánicos han podido así comparar la flor a una hoja mortecina. La belleza exacta de los pétalos, y más aún su perfume, que es análogo a la "esencia", ¿no precisarán la extenuación de la savia? En cualquier caso, los sabios y los santos han expresado sin cesar esta ley suprema de todo crecimiento: que es preciso que todo ser antes se deshaga, se destruya y, por decirlo así, se descomponga en este mundo, para que merezca ser recompuesto en un plano superior. La muerte, pues, sería una etapa para su renacimiento.
Solía considerar a Marta, tan moribunda, como si fuera un insecto a punto de transformarse, pasando de la vida a la Vida a través de una muerte provisional. En ella veía una muestra de esas mutaciones que pueden darse en la evolución de las especies, así como de la humanidad. Y en el límite extremo, (lo que sólo tiene sentido para un cristiano que reflexione sobreel misterio pascual) una imagen, un anuncio, una primera figura de la última mutación: la de la resurrección de los muertos. Entonces solía preguntarme si no sería necesario trastocar nuestras concepciones "los vivos y los muertos", y decir, como sugieren oscuramente muchos mitos, que todo ha comenzado por una primera catástrofe, que somos "hijos de Adán pecador" sub—normales, no vivientes todavía en plenitud; que la biología debe rematarse con un estudio de la victoria del viviente sobre la muerte, lo que podríamos denominar una tanatología[3].
Notas
[3] Ver el libro tan denso en intuiciones de Hubert Larcher: Puede la sangre vencer a la muerte, Gallimard 1957. Este capítulo debe mucho a las conversaciones y a textos inéditos del Dr. Larcher. Manifiesto mi reconocimiento.
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