» Ética Natural » Bioética » La identidad dinámica del embrión y los límites a la investigación biológica
1. El movimiento en el viviente
La actividad vital más elemental de intercambio con el medio es la nutrición, en la que se especializan una parte de las células constitutivas de la identidad del embrión. En la nutrición operan todavía la continuidad y gradualidad de los movimientos cinéticos transitivos, pero con el signo cambiado en razón de su condición de movimiento viviente. En vez de la plasmación sucesiva hacia fuera de una configuración, como acontece cuando se construye un edificio, el viviente desustancializa el alimento, al incorporarlo a su dinamismo intrínseco; lo descodifica, transformándolo en energía vital distribuida entre sus distintas funciones. En la nutrición la materia asimilada deja de ser sustancia inerte de partida para pasar a ser organismo-en-actividad en virtud de la acción del organismo sobre ella. De este modo, el paso de la kínesis a la praxis consiste en reemplazar la pasión, que es correlativa de la acción transeúnte, por la apropiación progresiva, merced a la cual se conserva práxicamente el carácter procesual del movimiento cinético.
Como dice Zubiri: «Cuando asimilo un grupo molecular procedente del entorno…, este grupo continúa siendo singular y específicamente lo que era fuera del organismo. Pero el resultado de la asimilación consiste en integrar la estabilidad de estos grupos moleculares a la actividad unitaria del organismo. En la medida en que esto acontece, las sustancias químicas, sin dejar de ser lo que son, quedan convertidas en estructuras de un ser vivo, y las propiedades físico-químicas de aquellas quedan eo ipso convertidas todas ellas en propiedades biológicas; el peso mismo es entonces una propiedad biológica»[1].
Así pues, con el metabolismo tiene lugar la manufacturación de los constituyentes del organismo a partir del alimento[2]. Y para proveerse la planta de la energía que consume en esta transformación, la obtiene de la energía solar mediante la fotosíntesis, y la mayor parte de los animales la toman de productos orgánicos por oxidación.
Mientras la nutrición es una actividad determinada de intercambio y reposición, el crecimiento es la operación por la que se afirma constitucionalmente la identidad dinámica del embrión. El crecimiento no es, pues, una actividad que se añada a su identidad —porque el viviente no posee una individualidad previamente delimitada desde el exterior[3]—, sino que su individualidad consiste en la diferenciación orgánica de su identidad o de su sí mismo, hasta el límite que este sí mismo señala. El crecimiento viviente se efectúa por duplicación celular —excepto en el caso del sistema nervioso— a partir de las proteínas de los cromosomas, las cuales dan la orden para la producción de las enzimas, alojadas en el citoplasma y catalizadoras de las reacciones químicas por las que se lleva a cabo el recambio de las células. Para que del dinamismo del viviente resulte su crecimiento ordenado se requiere la coordinación en el espacio y en el tiempo de los millones de acciones celulares y moleculares en que se desmembra su actividad unitaria.
La nutrición hace posible el crecimiento y le da su medida, pero como a su vez el crecimiento lo es por diferenciación de un sistema dinámico, compuesto de múltiples subsistemas moleculares y atómicos, se puede decir también que la necesidad de renovación de los componentes del sistema —a la que se debe
el crecimiento— es lo que insta al intercambio nutritivo. En este caso no tiene sentido decir que la transformación del input del sistema en output sea entrópica o que consuma energía, porque el aprovechamiento metabólico del input es lo mismo que su conversión energética; a lo que más se parece es a la alimentación del automóvil mediante la gasolina, sobre todo si por un momento imaginamos el imposible de que fuera el mismo automóvil el que provocara la combustión de la gasolina, sin necesidad de mezclarla con los líquidos infl amables que tiene en depósito. Este proceso se inicia con la embriogénesis.
Asimismo, la diferenciación inherente al crecimiento del ser vivo comporta una mayor diferenciación también en el medio externo. Pues es un crecimiento tanto del organismo en su conjunto, que regula y armoniza los movimientos parciales, como de los órganos vitales inmutados desde fuera y desde dentro por determinados estímulos y que se reparten el trabajo del organismo. El individuo diferenciado se manifiesta, por tanto, en la organización de la estructura viviente, y no tanto en la sola información genética, la cual está íntegra por ejemplo en cada célula de la piel o en los dos gémelos unizigóticos[4].
Pero la fase terminal del crecimiento a este nivel orgánico, iniciado con la vida concebida, está en el sistema nervioso, cuyas células ya no se replican. Ahora la nueva modalidad de crecimiento es la potencialización de las formas: en vez de emplearse inmediatamente la forma viviente en el organismo, convierte al órgano en potencia cognoscitiva y lo hace receptivo a aquellas formas que llega a poseer sin tener que descodificarlas. La potencia contiene, así, un sobrante formal, que se actualiza en las operaciones cognoscitivas sensibles, al ser impresionadas sin mutación por las formas conocidas[5].
El análisis del funcionamiento de la estructura neurocerebral conduce a la tesis de que el crecimiento en este orden no se efectúa por integración de las partes en el todo, como ocurría a nivel orgánico, sino que consiste, al revés, en la liberación de las partes. En efecto, las sinapsis interneuronales pueden ser excitantes, tales que transmiten los impulsos nerviosos a las otras neuronas a través de las dendritas, o bien inhibidoras, que son las que comunican directamente con el soma de las otras neuronas; y como las dendritas terminan en el cuerpo neuronal, éste llega a ejercer el control sobre las excitaciones que parten de él a su paso por las dendritas[6]. De este modo, el sistema cerebral no busca una mayor totalización, sino que el término de su funcionamiento reside en potenciar las partes, en tanto que alcanzadas por la acción inhibidora de las otras neuronas sobre ellas.
Si en el crecimiento orgánico se produce un despliegue del conjunto y una mejor coordinación entre las partes en orden al todo, con la aparición del cerebro el dinamismo funcional adquiere autonomía respecto de la localización orgánica, especializándose en operaciones en unidad de coactualidad con el momento formal objetivo que ellas mismas destacan. La inhibición ejercida en la neurona hace posible atenuar la estimulación eficiente y la afección material del órgano en beneficio de la forma objetiva especificadora de los actos del sentir cognoscitivo ejercidos por el viviente.
Por tanto, a diferencia del vegetal, que se limita a recibir la estimulación, el animal libera el estímulo, que llega a funcionar como un signo de la conexión formalizada total en la que está, y correlativamente la unidad del viviente se patentiza, a este nivel, envuelta en el sentir y en la subsiguiente reacción. Así se recobra el viviente como totalidad desde los actos orgánicos. Como indica Zubiri: «Sentir es la respuesta biológica a la liberación del estímulo, una expresión de éste; por tanto, una vivencia del organismo animal. En su forma primaria y fundamental, sentir es sentirse en un determinado estado… El acto vital es el viviente expreso en su medio»[7]. También el embrión acusa las señales que se le envían desde la madre a través del trofoblasto y las retiene, reaccionando como un todo orgánico.
Junto a los progresos parciales en Neurología el otro gran avance en las Ciencias de la vida es el que ha experimentado la Biología molecular del desarrollo embrionario, sobre todo desde que Avery descubrió en 1944 que el ADN era el portador de la información genética, transformando así los supuestos de la Genética mendeliana. En relación con la individualidad del embrión, se hizo patente que no está preformada en el óvulo ni en el espermatozoide, sino que procede de un programa, que contiene las instrucciones al embrión y que solo las desarrolla a través de un proceso epigenético[8].
La observación de las capas germinales del zigoto en la fase de gástrula —ectodermo, mesodermo y endodermo— dio como resultado que no hay especificidad en cada capa, sino que son la disposición espacial de las células, sometidas a migraciones, y la interacción con las otras células lo que determina los caracteres fenotípicos. Se posibilita, así, que se puedan inducir tejidos vivientes desde otras células que las originarias, lo cual quedó confirmado tras las experimentaciones de Speman con el ojo de embrión de la rana. Aquí tiene su base la extracción de las células madre, embrionarias o adultas, para una eventual curación de enfermedades degenerativas. Sin embargo, en su aplicación al hombre, hay que tener en cuenta que no suele poseer un sistema inmunológico suficiente frente al rechazo que provocan las células madre embrionarias que se le transfirieran, así como que la proliferación de estas células propende a la formación de tumores. Estos inconvenientes no se presentan en las células troncales de adulto, de reciente hallazgo, las cuales, por otra parte, se han revelado indiferenciadas, trasladables, por tanto, al cerebro o al corazón a partir de su procedencia, por ejemplo, en la médula ósea, el cordón umbilical o los tejidos pancreáticos.
Otra noción clave en el embrión y viviente adulto, para que pueda ser operativa la transferencia de células madre, es la memoria orgánica (aludida como retención de señales unas líneas más arriba). En la nutrición como movimiento no es posible la memoria porque cada estadio del movimiento va cancelando los anteriores, y al final se ha perdido el código de lo que ha sido asimilado, al haberlo engullido la vida. Sin embargo, en el resultado del metabolismo sí hay un primer germen de memoria, ya que la transformación de la materia, que está en estado disperso, en energía acumulativa es una realimentación, que aprovecha de ese modo los elementos materiales. Pero es con el crecimiento como aparece la memoria incipiente de las partes ya diferenciadas, que se prolonga en diferenciaciones adicionales montadas sobre las primeras: cada ciclo vital compendia los pasos sucesivos que han desembocado en ellas. Y cuando el crecimiento se paraliza en las potencias, la memoria se concentra de modo potencial en los órganos, a la espera de sus actualizaciones provocadas por los estímulos; estos estímulos son convertidos a su vez por los actos mediados orgánicamente en signos objetivos, que completan la información del órgano al darle la correspondiente especificación.
Pero, al pasar al programa genético, la memoria potencial, que sigue estando al inicio, se hace inespecífica, permaneciendo latente en indeterminación total en las células totipotentes, hasta acomodarse sucesivamente a un número creciente de especificaciones en las células pluripotentes, multipotentes y progenitoras o precursoras. Mientras las células pluripotentes, alojadas en la masa celular interna, dan origen a cualquiera de los tipos celulares de la posición que ocupan debido a que están dotadas con el gen Oct-4, las células multipotentes se especializan sólo en algunos tipos y las progenitoras se adscriben a un único tipo, como son las células periféricas del trofoectodermo, que solo aportan células al trofoblasto[9]. Ocurre, así, que, de acumulativa que era en el crecimiento orgánico, la memoria ha llegado a quedar en estado virtual, disponible para las reacciones químicas intercelulares —inclusive a partir de las hipotéticas células transferidas— que hayan de presentarse.
Al reivindicar la Biología molecular para el concepto de gen la estructura, omitida en la explicación mendeliana, lo insertó como segmento en la secuencia cromosómica del ADN; el posterior descubrimiento por J.D. Watson y F.H. Crick en 1953 de su figura de doble hélice, dando lugar a una espiral, ratificaría la validez del modelo estructural. En la fibra cromosómica se contienen a la vez el mensaje y las órdenes de ejecución, que han de cumplirse rigiéndose por la ley general de la entropía.
Frente a la correspondencia biunívoca que se había supuesto entre los genes discretos y los caracteres biológicos, el llamado efecto-posición estableció que el mismo gen funciona de modo diferente según su posición en el genoma (distintos alelos); de modo inverso, un único gen puede determinar rasgos fenotípicos muy diferentes (pleiotropía). En el mismo sentido, la epistasis, según la cual el cambio en la posición de un gen afecta a los otros genes, era incompatible con el modelo mecanicista de las partículas independientes. Así, la tesis alternativa al mecanicismo que acaba imponiéndose es que la identidad del viviente se deba a una forma dinámica, provista de memoria y en diálogo con el medio interno y externo, por la que se gobierna la transcripción de su comportamiento mediante el ARN o ácido ribonucléico mensajero, encargado de la ejecución mediante las proteínas de las instrucciones acumuladas desgranadamente, a modo de código o matriz, en el ADN.
Notas
[1] Zubiri, X. Espacio.Tiempo.Materia, Alianza Ed., Madrid, 1996, 650.
[2] Jacob,F. Lalogiqueduvivant, Gallimard, Paris, 1970, 260.
[3] Cfr. Ferrer, U. «Bases ético-antropológicas de la legislación alemana sobre el embrión», La Humanidad in vitro, 87-107.
[4] Andorno, R. Bioética y dignidad de la persona, Tecnos, Madrid, 1998, p. 95 ss; Suárez, A. «El embrión humano es una persona. Una prueba», Cuadernos de Bioética, XIII, 47/48 (2002), 19-38.
[5] Polo, L. Curso de Teoría del Conocimiento II, Lección 1ª, EUNSA, 1985.
[6] Popper, K.R. Eccles, J.C. Elyoysucerebro, Labor Univ., Barcelona, 1980, 263 ss.
[7] Zubiri, X. Espacio. Tiempo. Materia, 681.
[8] En relación con este tema, es muy ilustrativa la documentada colaboración de López Moratalla, N. «El embrión humano como individuo: una visión epigenética», en La humanidad in vitro, 193-224.
[9] Santiago, E. «El potencial terapéutico de las células madre. Suposiciones y realidades», Nueva Revista, 84 (Nov-Diciembre 2002), 41-57.
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