conoZe.com » Ética Natural » Bioética » La identidad dinámica del embrión y los límites a la investigación biológica

2. La teleología en la identidad del viviente

El movimiento físico, en tanto que transcurre entre un comienzo y un final, discernidos del moverse, pone en juego distintas causalidades. La causa eficiente extrínseca es la que da inicio desde fuera al movimiento —es su desde donde—, siendo correlativa del término —su hacia donde—, también extrínseco al movimiento. Y en relación con el estar el móvil en movimiento, se hace necesario introducir la causa material, en concausalidad con la forma que cuantitativa o cualitativamente se desplaza; la causa material es el prius que fija al móvil —desde su antecedencia al movimiento— a una inmovilidad supuesta, como es el suelo o la Tierra[10].

Valga esta breve alusión a las causas físicas según el esquema aristotélico, como punto de contraste con las causas del movimiento vital. Pues en el ser vivo el desde donde y el hacia donde no son extrínsecos, sino que ambos coinciden en la causa final, la cual está a la vez en el inicio y en el fin, interpretando, así, el movimiento vivo no como una serie en el sentido del tiempo, sino como un todo que se autoposee en el ejercicio de sus operaciones: con éstas es más él mismo. Así, pues, la unidad del viviente no se recompone con sus acciones, sino que, siendo ya, éste se reconoce a sí mismo al término de ellas (según la noción antes expuesta de memoria vital).

Cualquier uso más restringido de la causa final, que no integre en la unidad del viviente sus comportamientos o que ponga a éstos en función de un estado final externo a él, se revela reduccionista. Esto ocurre cuando se proponen modelos físicos para interpretar el sistema teleológico, ya se trate del modelo homeostático (C.G. Hempel, E. Nagel), que ajustaría las relaciones entre genotipo y fenotipo en función de las variaciones en el medio, al modo de un regulador de la temperatura, ya sea el sistema propositivo o de esquema-torpedo (introducido por N. Wiener), también denominado modelo homeoréctico, que busca su objetivo corrigiendo mediante el feed-back negativo las desviaciones posibles del torpedo. En ambos casos se desfigura la noción de causa final[11], actuante, desde el organismo en dinamismo, en concausalidad con las otras tres causas, al asimilarla a un estado final fijado desde fuera del organismo.

En la actividad técnica está separado, ciertamente, el artefacto del objetivo que lo distingue. Por analogía, la finalidad viviente se haría presente —según quienes adoptan aquélla como guía— en la integración de los dispositivos funcionales inmediatos en una funcionalidad más comprensiva: todo el programa finalista está pendiente de encontrar correlaciones entre causas y consecuencias en sustitución de la unilinealidad causa-efecto. Así, los bombardeos del corazón proveen a la circulación sanguínea, pero a su vez ésta restablece la nutrición y reabsorción, asignando así una finalidad directriz a la actividad impelente de la bomba cardíaca; en el orden específicamente embrionario, la traslación del programa genético en el proceso del crecimiento, o bien la emisión de las señales adecuadas a las otras células para que se abastezcan de las moléculas necesarias… ponen igualmente de relieve el papel normativo y regulador que ejercerían las categorías teleonómicas en el funcionamiento unitario del organismo.

En esta interpretación la finalidad aparece como un añadido a la explicación causal y, al igual que ésta, verificable en unas constantes empíricas adicionales. La dificultad para su admisión está en que el paso argumentativo desde las generalizaciones empíricas a los items teleológicos (órganos, procesos, mecanismos…) incluye una petitio principii, ya que la definición inductiva de estos solo podría resultar a su vez de correlaciones funcionales[12].

Pero si la actividad orgánica está orientada a la realización y el crecimiento del ser vivo, no hay necesidad de inscribirla en una serie de constantes causales para encontrarle una teleología. Como expresión que son del viviente, sus actividades tienen su finalidad tendencial en la realización adecuada a él. A este respecto, Zubiri identifica la vida por la orientación primaria en las acciones vitales: «La vida no es una actividad que gobierna externamente al complejo material de la célula, como un maquinista conduce su locomotora. Dicho en otros términos: la convergencia físico-química no es una mera convergencia externa, sino una positiva orientación interna… En la medida en que las acciones bioquímicas se hallan internamente orientadas, la vida es un principio, una unidad primaria… El viviente ejecuta sus acciones porque es un ser vivo. Y este es significa que esas acciones están orientadas de raíz»[13].

La sola interacción entre los componentes internos del viviente y el medio externo escamotea el autós del viviente en el movimiento, pasando por alto que la reacción vital al hábitat externo sólo puede efectuarse en diálogo bioquímico con éste y, por tanto, desde la propia identidad. Los materiales incorporados en el metabolismo no reemplazan por otra la información programada, conformadora de la identidad genética. Se han comparado las distintas fases del desarrollo viviente con los acordes de una sinfonía, cuyo texto idéntico no está en los sonidos ni en los instrumentos de la ejecución, sino en la partitura interpretada por ellos. Cuando se sustituye la actividad orientada constitutiva del ser vivo por una condición previa subyacente a la propia acción vital, parece olvidarse que el distintivo de la vida no está en una provisión de características en depósito, sino en el acto en crecimiento iniciado con la primera célula.

La orientación tendencial de la vida tiene su traducción en que cada célula posee el saber (o memoria) que le viene del organismo del que forma parte, y lo intercambia con las otras células del mismo organismo a través de las tight junctions y las gap junctions. Es por lo que las células madre indiferenciadas implantadas desde otro organismo pueden adquirir fácilmente la memoria que sus nuevas cooperadoras les transmiten por medio de las señales de diferenciación, no obstante su indiferenciación inicial. Por la misma razón, las células de reserva o progenitoras activan su memoria cuando se las incorpora a otro organismo en reposición de las células dañadas.

Pero la finalidad no solo desempeña su papel en cada viviente, sino también en el tránsito de unas a otras formas vivas, en la medida en que las más evolucionadas son las que resuelven por simplificación los problemas que plantea una mayor formalización psicoorgánica sobrevenida a los niveles inferiores. Para que se trate de causas finales, es preciso que la transformación operada no sea simplemente de carácter adaptativo al medio, sino que incida en el propio dinamismo del principio que se realimenta con ella. Veámoslo en las tres formas de vida.

Con el paso de la vida vegetativa a la sensitiva tiene lugar la adscripción de las funciones vitales a los órganos, deteniéndose de este modo el crecimiento y accediendo a un estadio determinado de formalización[14]. La formalización en general mide el alcance de la especialización de la vida, al inscribir los estímulos en conjuntos organizados, en correspondencia con las estructuras del viviente: así, para el perro de caza la ardilla es animal-de-presa, y sólo dentro de esta conexión funcional adquiere relevancia para su comportamiento.

Mientras para el vegetal la posesión de sí reside en la multiplicación celular sin memoria organizadora expresa, en el viviente sensible la realimentación se cumple introduciendo las facultades (o potencias especializadas) como principios próximos de operaciones y posibilitando de ese modo la retención del pasado en la activación del principio. Por ello, la naturaleza realiza sus funciones al nivel sensitivo comparando los fines tendenciales, por los que se orienta, con lo poseído cognoscitivamente como fin y explícitamente retenido. Según dice L. Polo, refiriéndose a la vida sensitiva del animal, «la retención del pasado indica el enmarque de la praxis cognoscitiva en la naturaleza del viviente»[15]. En otros términos: las tendencias requieren unas pautas formalizadoras para elongarse hasta el comportamiento, y es la memoria sensitiva la que se las proporciona.

Cuando la formalización va más allá de las respuestas posibles con que salirle al paso (lo que se denomina hiperformalización), el modo de acceder a una ulterior simplificación en el principio operativo es mediante la inteligencia y las manos, en tanto que posibilitadoras, respectivamente, de los hábitos y de la técnica; con el empleo de la una y de las otras se supera el nivel operativo de la naturaleza tendencial, en el que el animal vivía instalado. La simplificación obtenida en los mencionados órdenes consiste, en palabras de L. Polo, en «cada vez más con cada vez menos»[16]. Pero, con ello, pasamos a tratar de lo peculiar del sistema viviente humano.

Notas

[10] Cfr. Husserl, E. La Tierra no se mueve, Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, Traducción y notas de Agustín Serrano de Haro, 1995.

[11] Sobre la diferencia entre finalidad viviente y el segundo modelo, Jonas, H. «Cibernética y fin. Una crítica», en El principio vida. Hacia una biología filosófica, Trotta, Madrid, 2000, 161-190. Cfr. una crítica a la aplicación de ambos modelos para descifrar la teleología del viviente en Hull, D. Philosophy of Biological Science, Prentice-Hall, Englewood Cliffs/Nueva Jersey, 1974, 104 ss; según Hull, «el organismo subyace al desarrollo embriológico», por lo que la estabilización del sistema no podría dar cuenta del organismo individual en actividad. Sobre las causas finales y la progresiva desteleologización de la naturaleza, Spaemann, R. Löw, R. Die Frage Wozu?, Piper, Munich/Zurich, 1985.

[12] Cfr. Duchesneau, F. Philosophie de la Biologie, P.U.F., Paris, 1997, 80 ss.

[13] Zubiri, X. o.c., 663.

[14] Así describe Zubiri la formalización: «La formalización es una estructura de organización funcional del sistema nervioso. Y no es esto algo que se limita a la percepción. En virtud de la formalización, todo el sistema de aprehensiones sensibles, de afecciones tónicas y de respuestas (cuya unidad constituye la función de sentir) van cobrando nuevos caracteres… La morfogénesis del animal no es solo una morfogénesis especificativa, sino también una morfogénesis formalizadora» (Zubiri, X., Sobre el hombre, Alianza Ed., Madrid, 1986, p. 501).

[15] Polo, L. Curso de teoría del Conocimiento, IV/1, 309.

[16] op.cit., 297.

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