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§58.- La Piedad Popular

1. La obra de Gregorio VII fecundó también indirectamente la vida religiosa del mundo seglar. A finales del siglo XII y en el siglo XIII se hizo ésta tan fuerte, adquirió un carácter tan propio, que la fisonomía de la época quedó esencialmente determinada por ella. Esta mayor actividad religiosa fue de la mano con el florecimiento de la vida intelectual en las ciudades. Durante mucho tiempo, y a causa del fallo del clero, no pudo verse satisfecha y cayó en la tentación de ayudarse a sí misma por caminos erróneos (valdenses, § 56). Además de esto, el alto clero, que era el poseedor de la riqueza y (como el episcopado) el señor y dueño de la ciudad, era el adversario natural del pueblo, que tendía a la libertad y al autogobierno. La enemiga social y política, pues, constituyó un obstáculo natural para la educación religiosa.

a) Una respuesta efectiva a las nuevas necesidades religiosas del mundo seglar se dio con las órdenes mendicantes y su predicación penetrante, popular, sugestiva e inspirada en el evangelio, pues a un mismo tiempo ellas respetaban la ley -vital ley- de la forma, ya que aseguraban las fuerzas fácticas de la tradición y el orden en la Iglesia. Uno de los grandes méritos del Poverello es el haber preservado de la total anarquía esta fuerza capital del futuro (en el que se vislumbraban fuerzas explosivas peligrosas, tanto social como religiosamente) y haberla ligado a una actividad ordenada en el seno de la Iglesia, para bien de la comunidad occidental.

Francisco procedía del laicado ciudadano (urbano), rico e inquieto. Su religiosidad, como hemos visto, llevaba una impronta no clerical. Su trabajo se orientó también hacia los seglares (junto con los hermanos de la «orden»). Su predilección fue desde un principio para el pueblo sencillo. Y esto siguió siendo así en su orden. El pueblo, en correspondencia, tampoco le escatimó su amor. La masiva afluencia a las casas de los franciscanos lo demostró. No se quiere decir con esto que todas las necesidades fueran audazmente satisfechas ni que todas las posibilidades fueran aprovechadas. También la historia de la Iglesia sabe de ocasiones perdidas, y esto en todos los sectores.

b) Pero no todos podían, querían ni debían entrar en el convento; muchos seglares trataban de vivir una vida de «perfección» cristiana en el mundo, como expresamente se pide a todos en el Nuevo Testamento, en el mandamiento de amar a Dios y al prójimo y hacerse discípulos del Señor. Anteriormente, ya se habían formado comunidades seglares de oración integradas por laicos, cuya finalidad era promover la vida religiosa de sus miembros. Con Francisco experimentaron un nuevo impulso: surgieron congregaciones de «hermanos (o hermanas) de penitencia», la llamada posteriormente «tercera orden» de san Francisco, los terciarios.

Sus miembros permanecían en el mundo, pero se obligaban a la mortificación, a determinadas oraciones y a obras de misericordia. La fuerza del movimiento terciario (no solamente franciscano) fue tan grande que, posteriormente, llegó a reclamarse la pertenencia de personalidades de gran relevancia religiosa a alguna de las terceras órdenes casi con la mayor naturalidad, por ejemplo, santa Isabel de Turingia († 1231), Luis IX de Francia, el rey san Fernando de Castilla († 1252), Dante, Giotto.

La fuerza del ideal monástico hizo, no obstante, que los terciarios, que vivían en celibato, volvieran a reunirse en comunidades «claustrales» (los llamados «terciarios regulares»).

También apareció una «tercera orden» de santo Domingo. Ambas recibieron, en el curso del siglo XIII, una «regla» concreta, con su correspondiente profesión, que las ligaba más sólidamente a su correspondiente orden; sus miembros llevaban también el hábito de la orden. Con todo, no se puede hablar de una orden monástica, puesto que sus miembros no estaban sujetos a obediencia. De esta manera la orden tercera ha sido propiamente -si se nos permite hablar así- la que ha conservado más puro el primitivo ideal franciscano. De las posteriores realizaciones, naturalmente, es necesario prescindir.

Un carácter especial revistió el nuevo ideal de la imitación de Cristo en el fuerte movimiento femenino del noroeste de Europa, en las beguinas, que al principio no estaban integradas en ninguna orden masculina. En el curso de su evolución se vieron obligadas a aceptar una regla tercera (la franciscana o la agustina).

c) Con el tiempo, aparte de los terciarios, también otras congregaciones de seglares se convirtieron en foco de irradiación de vida religiosa: hermandades del santo rosario, del escapulario, hermandades marianas (desde comienzos del siglo XIII, especialmente en el norte de Italia y en Francia, pero también junto al Rin).

2. Como consecuencia de las cruzadas cobró nueva fuerza la devoción a la pasión del Redentor. Aparecieron formas especiales de esta devoción, que aún hoy perduran, por ejemplo, en la práctica del viacrucis y en los himnos a las cinco llagas. Su punto de origen lo tenemos en los relatos de los peregrinos de los primeros tiempos del cristianismo. Esta piedad se fue haciendo tanto más intensa cuanto más débil se iba haciendo la cristiandad (y con ello el reino de Dios en la tierra) en la perniciosa lucha papa-emperador. La primera descripción de la práctica del viacrucis procede del año 1187; la pervivencia de esta devoción fue obra de los franciscanos, que tenían a su cargo el cuidado de los Santos Lugares de Palestina.

a) Las cruzadas reavivaron también aquella forma de piedad, que ya había sido característica en el primitivo Medievo occidental: la veneración de las reliquias (§§ 13, 34, 39). Toda la tierra de Palestina, en efecto, estaba consagrada por la vida del Señor y sus apóstoles. Consiguientemente se trajeron de allí numerosas «reliquias», muchas de las cuales eran sin duda no auténticas. En tiempos posteriores, todo aquello que originariamente era una mera reliquia de contacto y tenía un sentido innocuo y natural se entendió en un sentido masivo y, con ello, se malinterpretó.

b) Las peregrinaciones fueron santificadas por el ejemplo del mismo Jesucristo (a Jerusalén para la celebración de la Pascua). En la piedad griega, especialmente en la rusa, este primitivo e importantísimo medio de expresión religiosa experimentó notables variaciones. Ya conocemos la función de las peregrinaciones en el Medievo primitivo: alimentar la fe. Esta función se conservó hasta las postrimerías del Medievo. Aun en medio de la manifiesta descomposición del tráfico de las peregrinaciones, que hizo de él un importante factor en la preparación de la Reforma, las peregrinaciones como tales fueron cultivadas y defendidas de forma dogmáticamente correcta y religiosamente fecunda por espíritus iluminados (por ejemplo, santo Tomás Moro; cf. a este respecto la práctica de las peregrinaciones en la época de la reforma intraeclesial de los siglos XVI y XVII).

3. El siglo XII, gracias a la orden de san Bernardo, puede llamarse el siglo del culto a la Madre de Dios (todas las iglesias cistercienses estaban dedicadas a la santísima Virgen); el siglo XIII llegó a ser en cierto sentido el siglo del Santísimo Sacramento del Altar. Esta forma de piedad genuinamente católica es ya una característica de san Francisco a comienzos del siglo. Más tarde apareció la festividad del Corpus[43] que el papa Urbano IV extendió a toda la Iglesia, y para la cual escribió santo Tomás de Aquino (§ 59) su maravilloso e inagotable Oficio, tan rico en ideas como en sentimientos. Por supuesto, todas estas magnas realizaciones no nos dan, sin más ni más, una imagen válida de la época ni mucho menos de la piedad popular. Esto vale también para la devoción al Sacramento del Altar. Es cierto que en Tomás encontramos todos los elementos que, según la tradición del Nuevo Testamento, hacen brotar esta devoción de un concepto teológicamente sano de la Eucaristía, el sacrificio que se consuma. Pero el pueblo y el clero bajo estaban aún muy lejos de esta idea sacramental (y de su praxis correspondiente; cf. antes IV Concilio de Letrán, § 53). Ni el uno ni el otro poseían los profundos conocimientos teológicos necesarios para ello. Por diversas causas esta piedad llevó más bien la impronta esencial de un concepto objetivo-estático.

4. Esto es también aplicable a la práctica de la penitencia de la época, aunque en este caso, sin duda, la fiel entrega a la causa de Dios respondía con relativa pureza a la predicación evangélica de penitencia de los frailes mendicantes.

Naturalmente, la concepción material de la contrapartida humana en el negocio de la penitencia siguió proliferando. Hallamos manifestaciones de esto en la idea de las cruzadas meritorias. Se introdujo también una modalidad que la Iglesia había de pagar muy cara: la institución de la indulgencia. Aunque la teoría de las indulgencias es correcta en principio, a menudo es presentada (especialmente en las promesas de recompensa) con demasiada inexactitud y descuido. Es facilísimo que su excesiva aplicación en la práctica (ya en el tiempo de las cruzadas) dé pie a una concepción demasiado masiva.

a) Cuando nos ocupamos de santos que nos han descrito sus ideales en sus obras literarias o, como en el caso de san Benito, por medio de una regla, resulta relativamente fácil caracterizar su piedad. Pero también entre los santos (como en toda la historia) existe un amplio sector de anonimato, del que sólo podemos captar detalles muy imprecisos, pero que es de vital importancia, como el humus de la tierra nutricia. Por eso son tan importantes las innumerables vidas de santos, desde el principio de la Edad Media hasta su apogeo. Demuestran la existencia de una atmósfera general de santidad; en algunas cosas pueden parecemos extrañas, pero son, a pesar de todo, una imponente demostración de fe cristiana y una imprescindible ilustración de lo que propiamente fue el hombre religioso medieval.

b) A diferencia de las naciones románicas (a las cuales el latín no les era del todo extraño), los alemanes se vieron muy pronto obligados a expresar sus sentimientos piadosos en su lengua materna, señal clara (aunque al principio un tanto torpe) de la necesidad de interiorizar su religión. En el siglo XII los cantos religiosos alemanes [44]estaban muy extendidos. A este mismo anhelo obedecía el afán popular de representar como drama viviente los acontecimientos de la historia de la salvación. Esto fue el principio de la representación sacra, derivada de la liturgia[45].

c) Anteriormente habían sido sólo los obispos y los conventos el centro de la actividad caritativa. Desde las cruzadas, pero especialmente con el florecimiento del comercio y los fuertes cambios sociales, la caritas del siglo XIII tuvo que hacer frente a nuevas tareas. También aquí fueron fructíferos el ejemplo y la predicación de las órdenes mendicantes. El cuidado de los necesitados, los leprosos y los peregrinos recibió nuevos impulsos de los maravillosos amantes de los pobres y de la humildad. Surgieron congregaciones eclesiales e incluso verdaderas órdenes: la Orden del Espíritu Santo, fundada en Montpellier en el año 1180 como congregación secular; los Antonitas, cuya única finalidad consistía en servir a los pobres y los enfermos, o también redimir a los cristianos de las manos de los infieles (por ejemplo, la Orden de los Trinitarios, fundada por san Juan de Mata [† 1213] y san Félix de Valois [† 1212] en la diócesis de Meaux; la Orden de los Mercedarios, confirmada en el año 1235; una congregación de Terciarios [1265]).

5. En todo esto se hizo patente la bienhechora influencia de la Iglesia en la educación del pueblo. La vida del pueblo asumió ampliamente las formas eclesiales. Significativos son a este respecto los gremios y las corporaciones. La bendición eclesiástica del matrimonio, que ya existía en Oriente desde mucho tiempo atrás, fue recomendada encarecidamente en el siglo XIII por Alejandro III e Inocencio III y por varios sínodos (sin que fuera estrictamente obligatoria y, por consiguiente, tampoco general). Con ello la vida de los cristianos se acercó mucho más a la de la Iglesia. Además, incluso en las cuestiones del derecho civil, los seglares dependían en gran medida de la jurisdicción de los obispos. Como medio nuevo y más eficaz para elevar la educación piadosa del pueblo, hay que mencionar otra vez la actividad predicadora, mucho más acrecentada que en otros tiempos.

a) Pero también aquí, por desgracia, hay un reverso de la medalla. Junto con la fe, que impregnaba la vida del pueblo, apareció la superstición. Junto con el profundo culto a los santos se dio el indiscriminado reconocimiento de reliquias, como ya hemos visto en las cruzadas, y el ansia creciente de milagros y el milagrerismo o creencia en los milagros (por ejemplo, los llamados milagros de sangre, como fenómeno concomitante de la creciente devoción al Sacramento del Altar). El contacto con el Oriente por medio de las cruzadas y quizá también influencias cátaras reavivaron la más terrible superstición, la manía de las brujas. Hacia fines del milenio la Iglesia ya había intervenido enérgicamente contra esta superstición, pero ahora todo un santo Tomás de Aquino considera posible el comercio carnal entre hombres y demonios. Las consecuencias más terribles y perniciosas de esta locura se experimentarán en los siglos XIV y XV; pero ya en el año 1252, como hemos visto, Inocencio IV había permitido el empleo del tormento en el proceso de las brujas y en el 1275 tuvo lugar en Tolosa la primera quema de brujas. Por el contrario, de una auténtica piedad y de un verdadero espíritu de penitencia nacieron (en esencia) los movimientos de los flagelantes, que por esta época recorrieron toda Europa.

b) Si echamos una ojeada al abundante material que, en noticias literarias y en obras de arte, nos habla de la fe de aquellos tiempos, no podemos menos de quedar maravillados ante la riqueza de su piedad y de su fe, dispuesta a todo sacrificio. Y en esto sí participó plenamente la piedad del pueblo.

A pesar de todo, aún no está resuelta la cuestión de si realmente se logró crear una piedad laical auténtica, resistente, llena de contenido y en armonía con el evangelio. Ya hemos visto cómo en la reforma gregoriana, y luego en los siglos XII y XIII, lo laical fue directamente estimulado y despertado muchas veces por los grandes movimientos de piedad. Pero nuevamente hemos de recordar dos cosas: a menudo, demasiado a menudo, la piedad seglar fue encauzada por caminos clericales y, aún más, monásticos, o sea, que no se intentó suficientemente la santificación de la vida familiar y profesional. Y también con harta frecuencia se presenta ante nosotros, irresuelta, la mezcla específicamente medieval, tan peligrosa por su naturaleza, de lo espiritual con lo terreno. Su posterior evolución en las postrimerías del Medievo nos ofrecerá una solución aún menos pura.

Notas

[43] Debe su origen a las visiones de Juliana de Lieja, priora de un convento de monjas agustinas († 1258), y allí se celebró por vez primera. También la fiesta de la Santísima Trinidad la vemos por vez primera en Lieja (a comienzos del siglo X); se afirmó en el siglo XIII y en el siglo XIV se decretó para toda la Iglesia.

[44] Son los llamados Leisen (abreviación de Kyrie eleison). Del siglo XII proceden, por ejemplo, Christ ist entstanden (Cristo ha resucitado) y Nun bitten wir den Heiligen Geist (ahora rogamos al Espíritu Santo).

[45] En este período hubo las representaciones pascuales (consistentes, por ejemplo» en las preguntas y respuestas entre el ángel, las mujeres y los discípulos), que al principio se efectuaban dentro de la iglesia y más tarde ante la fachada. Luego se añadieron las representaciones de la pasión y de la natividad (búsqueda de albergue).

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