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II.- La Orden de los Dominicos

1. Gracias a sus escritos y a las muchas noticias auténticas sobre su vida, conocemos perfectamente la personalidad de san Francisco. En cambio, de santo Domingo, su gran contemporáneo, de espíritu similar dentro de sus muchas diferencias y algo mayor que él, sabemos poco; lo conocemos principalmente por su obra, la Orden de Hermanos Predicadores.

a) Domingo (nacido hacia el 1170 en Castilla, de rancia estirpe española, muerto el 1221 en Bolonia) fue miembro de un capítulo catedralicio reformado (regular) y sacerdote. Desde el 1204 anduvo con su obispo por el mediodía de Francia. Aquí tuvieron ambos ocasión de conocer la herejía, la lucha contra ella y su fracaso hasta el momento. El modo como él y su obispo reaccionaron es muy ilustrativo para conocer su personalidad, su forma de actuar y su éxito: ambos estaban llenos de amor y de preocupación por las almas; comprendieron que la verdad cristiana no podía imponerse por la fuerza; reconocieron la penuria de fe de los herejes; para ayudarles, aprendieron de ellos. Como ellos, emprendieron la predicación apostólica ambulante en la pobreza, erigieron casas o institutos para la educación de muchachas y para la instrucción de predicadores. El primero de estos centros misioneros se fundó cerca de Tolosa (Francia) en el año 1206, con unos cuantos predicadores y hermanas, centro que Domingo transformó luego (1217) en un convento de agustinas regulares. De la predicación contra los herejes nació una agrupación mayor, una orden de sacerdotes, que, según la idea de Domingo, sin atarse a ninguna iglesia concreta, viviendo de la mendicación, debía dedicarse al cuidado de las almas bajo la dirección del obispo diocesano. Inocencio III exigió la aceptación de una regla ya existente. Aceptada la regla de los agustinos, Honorio III confirmó después, en el 1216, la todavía pequeña congregación (más tarde se efectuó una asimilación a la regla originariamente planeada). La predicación quedó como tarea principial de la orden.

b) Desde su primer cuartel general en el centro del movimiento herético, en Tolosa, Domingo enviaba a sus hermanos, casi siempre de dos en dos, a predicar por las ciudades (la herejía, con sus incidencias sociales, se propagaba principalmente desde ellas). Pero para la predicación de la fe (no sólo de la penitencia) se requería una formación teológica. Por eso numerosos hermanos se dirigieron a París. El primer Capítulo general adoptó la regla de rigurosa pobreza de san Francisco: los dominicos formaron la segunda gran orden mendicante.

2. En el mismo siglo XIII surgió una nueva orden mendicante, la de los eremitas de san Agustín. En 1238 comenzaron a regresar a Europa, procedentes de Tierra Santa, muchos monjes carmelitas. En los tiempos de las cruzadas las antiguas ermitas del Carmelo habían experimentado un nuevo florecimiento monástico. En el siglo XII se había establecido allí un grupo de ermitaños, formando una especie de orden bajo una regla[42] pero en el siglo XIII tuvieron que huir ante la amenaza de los sarracenos, y así, poco después, se fundaron los primeros conventos de carmelitas en Europa. Cuando en la Edad Media se habla de las «cuatro órdenes», se hace referencia a las cuatro órdenes mendicantes mencionadas.

a) El cuarto Concilio de Letrán (en pugna con Inocencio III) había prohibido, por una parte, fundar nuevas órdenes y exigido, por otra, centralizar las ya existentes, prescribiéndoles celebrar Capítulo general cada tres años (modelo: los cistercienses). Esta fue una medida de gran alcance. Es cierto que grupos aislados dentro de las órdenes se convirtieron en peligrosos adversarios de la curia pontificia, pero en conjunto las órdenes fueron un incomparable medio para dirigir unitariamente los esfuerzos papales en pro de la Iglesia universal.

En la educación de nuevas fuerzas religiosas prestaron una contribución esencial, tanto para su tiempo como para todo el Medievo (incluso en sus postrimerías). Y para la Iglesia siguen siendo, aún hoy, una de sus fuerzas puntales, por cierto sin paralelo alguno en cualquiera de los otros ámbitos de la vida.

b) Las órdenes mendicantes, con su modo de vivir, no sólo representaron una acerba crítica para el clero secular, sino que, naturalmente, entraron también en competencia con él. Como servían al pueblo con su predicación y otras formas de pastoral y le proporcionaban lo que el bajo clero secular ni le ofrecía ni las más de las veces podía ofrecerle, y como esto lo hacían libremente y por amor de las armas, sin pedir recompensa, gozaban del favor popular. Como, además, estaban directamente sometidas al papa, se convirtieron en una especie de cuerpo extraño entre los clérigos seculares, organizados bajo los obispos.

Partiendo de aquí, muy pronto surgieron (y se incrementaron con el paso de los siglos) un sinnúmero de controversias intraclericales, que provocaron graves daños a la vida religioso-eclesial. La grave querella entre los mendicantes y el clero secular (y también con el clero monástico de las abadías) es un lugar común en la descripción de la vida de la baja Edad Media.

Notas

[42] Dado el origen de la orden, esta regla se acerca mucho a la de san Basilio.

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